jueves, 2 de julio de 2015
CAPITULO 45
Teníamos un plan. Nos llevó cuatro horas dar con él, pero por fin teníamos uno. Claro que, parte de ese tiempo se perdió mientras esperábamos a mi prima Lexi porque Dolores había decidido que necesitábamos refuerzos.
—Eres un cerdo asqueroso, ¿lo sabías? —me dijo Lexi tras haberse comido la explicación de por qué la necesitábamos allí.
Normalmente no dejaba que nadie se fuera de rositas tras haberme hablado de esa forma, pero esta situación era distinta. Aunque no lo hubiera sido, uno debía saber elegir bien sus batallas con mi prima.
Para el ojo público, Alexis Mavis era una perspicaz mujer de negocios que se ganaba el respeto por igual de hombres y mujeres entre la crème de la crème de la sociedad. Pero para aquellos que la conocíamos mejor, seguía siendo aquella marimacho que escalaba árboles y se revolcaba en arroyos de agua sucia con su mejor ropa blanca de domingo y su idea de atrapar un sapo. Decía lo que se le pasaba por la mente sin filtro ninguno y se la sudaba si a la gente le gustaba o no.
—Sí que lo soy —concedí, porque era verdad, pero también era irrelevante en ese momento—. En cualquier caso, ya no es así. Yo la quiero y ella me quiere, y ahora mismo está ahí sentada con su padre, reticente a que me vaya porque no quiere pasar por toda esta mierda sola. Ni yo tampoco quiero que lo haga. Ahora bien, ¿nos vas a ayudar o no?
—Sí —finalmente accedió, y luego me lanzó su característica mirada de mala leche—. Pero lo haré
solo por ella, porque está claro que tú te aprovechaste de la situación. No se merece caer en la desgracia por algo de lo que tú eres igual de culpable, incitador.
Me parecía bien aquello, porque tenía razón.
Fue a Lexi a la que en realidad se le ocurrió el ingenioso plan. Yo no tuve ninguna contribución que hacer porque no podía quitarme de la cabeza el pensamiento de que Paula llevaba bragas. Era un descarado desacato a mi norma, un golpe bajo, y tenía que ser castigada… pronto. Me moría de ganas.
—Vale, equipo, salgamos de aquí y traigámonos a casa la victoria —dijo Dez. Pero cuando hice el amago de salir de la habitación, ella me bloqueó el camino. Se había plantado en la cara esa mirada toda intimidatoria—. Tú y yo todavía tenemos una pequeña charla pendiente, ¿no crees?
Puede que estuviera un poco asustado, porque Dez parecía que se hubiera comido en su día la cabeza de uno o dos guardias de prisión tras habérselos follado al puro estilo mantis. Además, Lexi estaba preparada para intervenir también.
—¿Puede esperar? No quiero pasar ni un momento más separado de Pau.
—Ay, mira que eres dulce —dijo con un tono azucarado. No caí en la trampa porque era un tipo listo. Dez entrecerró los ojos—. No, no puede esperar. Le hiciste daño. No me importa quién seas o el dinero que tengas, no deberías tener permitido irte de rositas solo por eso. Pero Pau te quiere, así que tengo las manos atadas. —Se adentró en mi espacio personal y se acercó hasta que nuestras narices casi se tocaron—. Pero hazla llorar otra vez y le prenderé fuego a tus huevos.
Escuché el clic de un mechero y bajé la mirada de inmediato para ver que de alguna manera se las había apañado para sacarme mi puto mechero del bolsillo y utilizarlo para marcarse un tanto a su favor. Pegué un bote hacia atrás y agarré a mis chicos para asegurarme de que estuvieran bien. Dez se rió a la vez que cerraba la tapa del mechero y me lo plantaba en el pecho.
—¡Deberías haberte visto la cara! —Dez se giró y chocó los cinco con Lexi, alias: mi prima traidora.
Obviamente la sangre no te unía más. Pese a eso, estaba feliz de que Pau tuviera a alguien más que luchara con uñas y dientes para protegerla.
Por fin conseguimos salir de la oficina de Daniel, e íbamos de camino a la habitación de Alejandra cuando Dez se puso a la altura de Lexi y entrelazó el brazo con ella.
—Así que… agente deportiva, ¿eh? Debes de tener un montón de contactos. ¿Hay alguna posibilidad de que me puedas colar en el vestuario de los Gators? Es mi sueño desde que era una cría. Vale, no es cierto, pero ¿hola? Vestuario, hombretones muy machos, desnudez… muy lo mío.
Lexi se rió entre dientes.
—¿De verdad me lo preguntas? Todos esos chicos
universitarios piensan que son la siguiente superestrella, así que normalmente están como locos porque vaya a su vestuario. Y para que lo sepas, no tienen vergüenza, pero sí que tienen toallas enanas y diminutas. Así que sí, puedo colarte. Deberíamos planearlo para un finde.
Dez se cubrió la boca con las manos y ahogó un
grito.— Cierra esa boca sucia y guarrilla que tienes.
—Nanai —se rió Lexi—. A Brad no le hace gracia que vaya sin él. Y no porque sea inseguro, sino porque sabe que estarán mirando embobados a lo que le pertenece y es un niño egoísta al que no le gusta compartir sus juguetes. Aunque no importa, porque él no me dice lo que puedo o no puedo hacer. ¿Sabes qué? Como me caes muy bien y demás, lo voy a preparar todo y te llamo. El viaje entero correrá de mi parte.
—Alexis Mavis, desde lo más hondo de mi puto corazón, quiero un hijo tuyo —dijo Dez, completamente en serio—. Ni de coña voy a deformarme el coño para hacerlo, pero estoy segura de que podríamos pagarle lo suficiente a un médico
para que pueda parirlo por el ojete por ti. Podríamos llamar al niño, la niña, al bebé, o lo que sea… Luciano, o Pompilar, o Nalgalindo —dijo moviendo las manos con cada nombre como si esos nombres fueran a aparecer en los carteles iluminados en Broadway.
—O podrías hacerte una cesárea sin más — ofreció Dolores.
Las tres se echaron a reír, lo que no hizo más que atraer la atención del personal que había en el cuarto de enfermeras.
—Shh —siseé, porque ya estábamos cerca de la habitación de Alejandra—. Vale, Lexi, ve a hacer lo tuyo — dije colocándole la mano en la parte baja de su espalda y empujándola hacia la puerta.
—¡Espera un segundo, idiota! —Al menos lo dijo entre susurros. Lexi se giró hacia mí y me dio un golpe en la frente. Tenía suerte de ser familia mía—. Las cosas delicadas requieren finura y preparación. No puedes ir de bulla y corriendo sin cuidar el mínimo detalle. ¿Dolores? ¿Dez?
Suspiré, derrotado, y vi cómo Dolores se acercaba corriendo hasta el dispensador de agua con un vaso de cartón. Lexi se giró hacia Dez, que empezó a remangarle la ropa mientras ella se pellizcaba y se daba golpecitos en sus propias mejillas. Cuando Dolores regresó, echó el brazo hacia atrás como si fuera a tirarle a Lexi encima el contenido del vaso, pero esta la paró.
—¡Joder, Dolores Pocket! Se supone que tengo que parecer como que he estado corriendo de un lado para otro, ¡no como que he ganado un concurso de camisetas mojadas!
—Ay, cierto. Culpa mía —dijo Dolores con una sonrisa tímida.
—Vale. Ahora… —Lexi se atusó el pelo, echó los hombros hacia atrás y luego levantó la barbilla—. Mójame, cariño. Hazme sudar.
Había alrededor de un millón de cosas vulgares y crudas que podría haberle respondido con ese comentario, pero la efímera satisfacción de darme ese gusto no valdría la pena al final. Lexi era la reina de la guerra de guerrillas a la que jugábamos desde hacía bastante tiempo, un juego en el que el ataque verbal era nuestra arma preferida. Habíamos estado jugando desde que éramos críos, así que sabía que se cobraría la revancha y no teníamos tiempo para aquello.
Además, estaba bastante seguro de que Paula me habría atado al parachoques de un coche, habría pisado a fondo el acelerador y me habría arrastrado calle abajo hasta que mis pelotas tuvieran un severo caso de erupción asfaltil por haber insultado a su amiga. La sola idea de tener que sacarme guijarros del escroto con pinzas durante todo un año de mi vida no me apetecía lo más mínimo, así que lo dejé pasar.
Dolores mojó las puntas de los dedos en el vaso y las
sacudió frente a la cara, el cuello y el pecho de Lexi hasta que esta pareciera, de forma muy convincente, que hubiera estado corriendo por ahí como alma que llevaba el diablo.
Después, Lexi inspiró y espiró rápidamente hasta que estuvo prácticamente jadeando. Luego se giró hacia la puerta y la abrió con un propósito que imitaba a la perfección el plan que habíamos puesto en marcha.
CAPITULO 44
Había escuchado cada palabra que había dicho. No era que hubiera estado intentando escuchar a escondidas, simplemente no quería interrumpir el momento que estaba teniendo con su madre. Incluso me había girado para irme, pero entonces escuché mi nombre y la naturaleza humana se apoderó de mí y me quedé por allí porque alguna parte masoquista de mi ser necesitaba escuchar lo mucho que me odiaba.
Lo que había escuchado no sonaba a nada parecido al odio, pero no iba a comportarme como un gran gilipollas intentando asumirlo por mi cuenta tampoco.
Paula me miró, sorprendida, pero no respondió a mi pregunta. De hecho, no dijo nada. Lo que sí hizo fue ponerse de pie de un salto y correr hacia donde yo me encontraba.
Me erguí justo a tiempo para cogerla cuando saltó a mis brazos. Sus labios se estamparon contra los míos y su maleable cuerpo se moldeó al mío, plano y duro, mientras me besaba como si hubieran pasado meses desde que nos hubiéramos visto por última vez y no horas.
—Eh, eh, eh —dije entre la arremetida de besos.
Podía saborear la sal de las lágrimas que habían caído sobre sus labios. Estaba llorando a moco tendido y sacudiéndose de un modo descontrolado, así que enterré su cabeza en el recodo de mi cuello y la abracé con fuerza—. No pasa nada. Estoy aquí, gatita. Todo va a salir bien.
—Mi padre no puede verme así, Pedro. Todavía no sabe nada sobre ti ni de lo que hice, y no lo puede descubrir. No puede —dijo frenéticamente.
—No te preocupes. Me ocuparé de ello.
Dolores entró hecha una furia en la habitación como una mamá oso en una misión.
—¡Maldita sea, Pedro! ¿Qué le has hecho? ¿Está bien?
Su tono sonó impertinente, pero bajo las circunstancias en las que estábamos entendí su brusquedad. Ella y Paula se habían hecho íntimas, y Dolores solo estaba siendo protectora, al igual que también lo era conmigo. Así que lo dejé pasar.
—Lo estará —respondí—. Tengo que sacarla de
aquí.
— ¡No! No puedo irme —protestó Paula entre lágrimas, pero todavía no quiso levantar la cabeza.
—No, gatita. No voy a sacarte del hospital. Solo quiero llevarte a un lugar más privado para que podamos hablar —le aseguré mientras le acariciaba el pelo.
—¡Madre mía! ¡Ese es el mismísimo Pedro Alfonso! —Levanté la mirada y vi a una muchacha de piernas largas con un par de tetas operadas, una cintura demasiado delgada y un rostro escondido bajo un kilo o dos de maquillaje, que bloqueaba mi salida. Tenía estrellas pintadas en los ojos al principio, y luego esas estrellas se tornaron dagas. Si las miradas pudieran matar, me habría matado, incinerado y habría añadido mis cenizas a algún abono—. ¡Quítales las manos de encima antes de que te corte los huevos y te los mande tragar, cabrón!
—Dez, déjalo en paz —murmuró Paula contra mi cuello.
—Ah, Dez. Tú eres la mejor amiga —dije por fin cayendo en la cuenta—. Escucha, puedes ahogarme luego con mis pelotas si quieres… incluso yo mismo llevaré a cabo mi propia castración, pero ahora mismo tengo que encargarme de Pau. Necesito llevármela a algún sitio más privado antes de que su padre la vea. ¿Te sentarás por favor con su madre
hasta que la haya calmado?
Ella nos miró de forma intermitente a Pau y a mí y luego asintió, reacia.
Me giré hacia Dolores todavía con mi nena de dos millones de dólares entre los brazos. A la mierda la parte de los dos millones, supongo que ahora era solo mi nena.
—Dolores, por alguna razón que nunca entenderé, tienes maña con la gente. Les gustas. Así que, ¿puedes quedarte aquí para entretener a su padre?
—Dalo por hecho —dijo con un saludo militar y un guiño juguetón. Cuando Dolores tenía una misión que cumplir, se crecía.
Dejé a Dez y a Dolores a lo suyo y acarreé a Pau en brazos por el pasillo ignorando las miradas curiosas tanto de los empleados del hospital como de los pacientes por igual.
Cuando por fin llegué a la oficina de Daniel, golpeé la puerta y él respondió:
—¡Entra!
Al ver a Pau en mis brazos, se levantó de la mesa y frunció el ceño, preocupado.
—¿Está bien?
—Sí, está bien. Yo… uh… necesitamos un poco de privacidad. ¿Te importa?
—Para nada. De todas formas me están esperando en el quirófano para prepararme y empezar la cirugía. —Se aclaró la garganta al pasar por mi lado para salir de la estancia—. Echa el pestillo y nadie os molestará.
Coloqué a Paula en el sofá en cuanto se fue, pero cuando intenté apartarme, ella me agarró de los brazos y levantó la cabeza para mirarme con súplica.
—No, no me dejes, por favor.
—No me voy a ninguna parte, Pau. Te lo prometo. Solo voy a ir a echar el pestillo de la puerta, ¿vale?
Ella asintió y, reacia, deshizo su agarre. Fui rápidamente hacia la puerta y giré el pestillo antes de pararme frente la mininevera para sacar una botella de agua.
—Toma, bebe —le dije mientras le quitaba el tapón y se la tendía.
Ella le dio un pequeño sorbo y la puso sobre la mesa. En cuanto me senté junto a ella, Paula gateó hasta colocarse sobre mi regazo y apoyar la cabeza en mi hombro. Todavía seguía temblando y estando visiblemente afectada, y yo no tenía ni idea de cómo calmarla.
—Shh, no pasa nada, nena. Todo va a ir bien ahora —dije acariciándole la espalda y besándola en la parte superior de la cabeza—. ¿Qué te ha afectado tanto? Explícamelo.
—Dios, Pedro , sí que pasa. Se está muriendo. O al menos se estaba muriendo, pero ahora tu tío dice que tienen un donante y yo me comporté como una auténtica zorra con él en el baile. Pero todo lo que sabía era que se estaba muriendo y Dez vino a por mí y tenía que llegar hasta aquí, y tenía un miedo atroz por no llegar aquí lo bastante rápido. No quería dejarte, pero tuve que hacerlo. Y te necesitaba aquí conmigo, pero no estabas porque huiste de mí esta mañana y estaba tan enfadada contigo. Quería gritarte. Quería darte una colleja en esa preciosa y estúpida cabeza tuya y no estabas allí, pero tampoco estabas aquí. Y todavía en el fondo quiero gritarte y pegarte, pero no puedo porque ahora estás aquí y solo quiero estar entre tus brazos. Me dejaste…
Estaba hiperventilando y despotricando incoherentemente al mismo tiempo, y las lágrimas habían vuelto con toda su fuerza, pero entendí cada palabra que había dicho. Estaba molesta y asustada, y yo no había estado ahí cuando más me había necesitado. Ella tenía razón: era un estúpido. Y ya
tenía más que suficiente con todo lo que se le venía encima como para encima tener que lidiar con toda mi mierda también.
—Lo sé, gatita. Lo siento —dije y, joder, lo dije de corazón—. Ahora estoy aquí y no me voy a ir a ninguna parte hasta que me digas que ya no quieres que esté aquí.
—Bien. Porque te juro por Dios, Pedro Alfonso, que si me vuelves a dejar, voy a ser yo la que te sujete mientras Dez te corta las pelotas —dijo; y seguidamente vinieron más lágrimas.
Me senté allí con ella, meciéndola una y otra vez mientras ella lo soltaba todo. Las lágrimas, las palabras, las frustraciones, la tristeza, todo. Después de un rato se calló, y al principio pensé que se había quedado dormida, pero entonces levantó la cabeza para mirarme a través de sus ojos hinchados y sonrió. Le besé la punta de su pequeñita nariz, que estaba teñida de rosa debido a sus lloros, antes de devolverle la sonrisa.
—Te he arruinado la camisa —dijo con voz ronca.
—Solo es una camisa, Pau. No pasa nada —dije
acariciándole el brazo—. Me preocupas más tú.
—Siento haberme derrumbado así contigo; te obligué a subir al tren que va a la Ciudad de los Locos sin quererlo. No hay mucha gente que sepa esto sobre mí, pero viajo mucho allí, para que lo sepas — mencionó avergonzada y encogiéndose de hombros.
Estiró el brazo hacia adelante y sacó un pañuelo de la caja que había sobre la mesa.
Me reí ligeramente entre dientes como respuesta.
—No es un secreto. Pero encuentro ese atributo tuyo muy adorable.
Ella se rió sin muchas ganas y se limpió las mejillas llenas de churretes.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—No lo suficiente. —Cogí el pañuelo y terminé el trabajo por ella—. Enhorabuena por haber conseguido un donante, por cierto.
—Fuiste tú, ¿verdad?
Mirarme a mí mismo a través de sus ojos debería haberme hecho sentir como si midiera seis metros, pero sabía la verdad, y ella también debía de conocerla.
—Yo no tengo esa clase de poder, Pau.
—Mentira. Puedes hacer cualquier cosa, Pedro Alfonso. Hiciste que Daniel viniera, ¿verdad?
—Puede que le pidiera que monitoreara los cuidados que recibía tu madre, sí.
—Entonces eres su salvador por defecto, porque si él no hubiera aparecido, mamá no habría conseguido ese donante de corazón.
Le levanté la barbilla con una mano para mirarla a los ojos.
—No soy ningún superhéroe, Pau. Pero recibiría el impacto de una bala por ti, quizá me enfrentaría a una poderosa locomotora con nada más que con una mano como defensa, o incluso saltaría de edificios altos con tal de llegar hasta ti.
Cualquier cosa para que seas feliz… porque te quiero, y esa es toda la razón que necesito.
—Yo también te quiero —susurró.
La sangre en mis venas aceleró su flujo y el corazón me creció hasta el punto de pensar que podría salir despedido de mi pecho. Me quería. Mi nena de dos millones de dólares me quería.
—Puede que no tenga toda esa clase de palabras bonitas para expresarlo como tú, pero…
—Eh —dije, interrumpiendo su divagación antes de que volviera a empezar a decir cosas incoherentes otra vez—. Eso es todo lo que necesito… Saber que me quieres.
Pau cerró los ojos y exhaló lentamente. Cuando los reabrió, me miró directamente a los míos y dijo:
—Pedro Alfonso, te quiero tanto que a veces es como si no pudiera respirar porque el corazón me asfixia los pulmones.
Eso fue todo lo que necesité.
Me incliné despacio hacia delante y le di un mordisquito a su labio inferior antes de atraparlo entre los míos para darle un beso sensual. Ella me agarró de la camisa con las manos hechas puños cuando me aparté ligeramente, pero luego la besé otra y otra vez, cada vez profundizando el beso un poco más. No fue suficiente para ella, y la verdad fuera dicha, para mí tampoco. Agradecido porque la puerta siguiera cerrada con pestillo, me las ingenié para salir de debajo de ella para que pudiera tenderse de espaldas en el sofá antes de apoyar yo una rodilla entre sus piernas. Igual de ansiosa que yo, Pau me tiró de la camisa y me acercó a ella hasta que nuestros pechos estuvieron alineados.
Nos estábamos enrollando como un par de adolescentes en el sofá de la oficina de mi tío, y me sentía tan vivo. Mi mano viajó por su muslo y por debajo del borde de su vestido en dirección norte, pero me paré de golpe cuando llegué a su cadera. Algo no estaba bien.
Enganché los dedos por debajo de la banda elástica que había y la solté.
—¿Qué coño es esto, señorita Chaves? —pregunté contra sus labios.
—Bragas —respondió sin aliento y luego empezó a dejar un reguero de besos por mi cuello.
—Eso lo sé. ¿Qué hacen sobre tu cuerpo?
Las bragas habían estado expresamente prohibidas después de que Pau hubiera decidido tener una pataleta rabiosa y hubiera destruido la carísima colección de ropa interior que había comprado para ella. Cierto, lo había hecho porque la
dueña de la tienda era mi ex amante y Pau se había puesto celosa de ella, pero la regla de nada de bragas seguía vigente a todos los efectos.
—Dolores me las trajo junto con el vestido.
Me agarró el culo y atrajo mis caderas hacia las de ella.
—Pero no tenías por qué ponértelas —dije, agarrándole el culo también; su culo desnudo. Bueno, al menos era un tanga.
Ella maldijo y arqueó la espalda cuando le mordisqueé el cuello y lo succioné lánguidamente.
—No, pero me dejaste, y aunque pensara que en realidad no ibas a tener la oportunidad de verlas, en mi cabeza ya estábamos a la par. Además, rompiste el contrato.
Su respiración era entrecortada, al igual que la mía.
—A la mierda el contrato. Todavía me perteneces —dije, restregándome contra su centro y sonsacándole un gemido para demostrar mi afirmación—. Y has sido una niña muy mala, Paula.
Ella me rodeó las caderas con las piernas.
—Mmm, me encanta cuando te pones todo posesivo y amenazador.
Esto era lo que adoraba de nuestra relación.
Acabábamos de confesarnos nuestro amor eterno y ahí estábamos, a punto de volvernos de lo más pervertidos en la oficina de mi tío.
—Gatita, nada me gustaría más que aplicarte el castigo, pero tenemos que parar antes de que nos dejemos llevar —dije, apartándome.
Paula suspiró y reposó la cabeza sobre el brazo del sofá al mismo tiempo que me liberaba de la prisión de sus piernas.
—Tienes razón. —Con los ojos cerrados, respiró hondo para calmarse. Sin aviso alguno, resopló, me empujó el pecho y luego se sentó rápidamente para colocarse bien la ropa—. ¿Ves? Esto es lo que me haces, Pedro Alfonso. Vienes aquí y me vuelves completamente loca sabiendo que no podemos hacer nada para remediarlo, y mi madre está justo al otro
lado del pasillo, a punto de entrar en el quirófano. No tengo arrestos para contarle a mi padre cómo te has aprovechado de su dulce e inocente hijita y cómo la has convertido en un póster andante para las hormonas adolescentes.
Se paró de sopetón.
—¡Mierda! ¡Marcos!
Me reí.
—¿Qué pasa con él?
—¿Cómo voy a explicarle tu presencia?
—¿Qué tal algo así como… «Papá, este es mi novio súper rico y súper macizo. Tiene una pollacolosal y una lengua perversa»?
Me relamí el labio inferior para provocarla, pero ella me agarró la lengua para detenerme y me miró con los ojos abiertos de par en par.
—Lo digo en serio, Pedro .
Me aparté y fui a morderle los dedos hasta que por fin me soltó.
—Y yo también, y creo que ya he demostrado la validez de esa afirmación, pero siempre puedo refrescarte la memoria —dije con una sonrisa traviesa y moviendo las cejas arriba y abajo sucesivamente.
Deslicé una mano por su muslo, preparado para hacer justo eso.
—¡Pedro! —Me apartó la mano de un golpe y se puso de pie para deambular por la estancia—. Mi padre se piensa que he estado en la universidad, no en la Casa de Pedro Alfonso para Desflorar Hijas. ¿Cómo voy a decirle que nos conocimos?
Con un encogimiento de hombros, ofrecí la solución más lógica.
—Me iré. Así no tiene por qué saber nada de mí.
Ella se paró en seco, se giró hacia mí y me apuntó con un dedo.
—¡Tú no te vas a ninguna parte! Te lo juro, Pedro . No puedo siquiera pensar en…
—Vale, cálmate —dije, cortando su bronca y levantando las manos a modo de rendición.
Ya tranquila, Pau bajó las manos hasta sus caderas y empezó a morderse el labio inferior. Si no dejaba de hacerlo, no íbamos a salir de aquí sin follar como conejos. Me puse de pie y crucé la habitación para obligarla a que soltara ese trozo suculento de carne de entre sus dientes y luego le acuné el rostro con las manos.
—Pensaré en algo. Vuelve a la habitación con tu madre y encuentra la forma de decirle a Dolores y a Dez que se encuentren aquí conmigo sin que tu padre se entere.
—¿Qué vais a hacer?
—No lo sé todavía, pero estoy seguro de que si los tres nos ponemos a pensar, saldrá algo medianamente creíble.
—Vale.
Le di un beso casto y a la vez suave y la acompañé hasta la puerta.
—Eh —dije, parándola antes de que se fuera. Ella se giró para mirarme—. Te quiero.
La sonrisa que me regaló fue tan eléctrica que bien podría haber alumbrado a la ciudad de Chicago entera.
—Yo también te quiero.
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