jueves, 2 de julio de 2015

CAPITULO 43





¿Por qué estaban siempre las habitaciones de hospital tan frías? Era como si la mano cruel de la muerte hubiera entrado y robado toda la calidez del lugar. No importaba lo cálida e invitadora que el hospital intentara hacer que pareciera la habitación que básicamente iba a ser la última que tu ser querido iba a ver en su vida. Darte cuenta de que alguien a quien querías estaba en las últimas, ya fueran días, horas o incluso minutos, hacía que la decoración fuera irrelevante. Y luego estaba el olor: productos químicos mezclados con fluidos corporales, enfermedad y muerte. Lo hacía todo demasiado real, y quería huir de allí lo más rápido posible, encontrar Pedro , y no lidiar con la muy posible realidad de que iba a perder a mi madre. Pero no podía. Por un lado, nunca me perdonaría si estas fueran las últimas horas de mi madre y yo no hubiera estado ahí; y por
otro, Pedro me había rechazado. Además, sería como huir de un problema solo para tener que enfrentarme a otro que podría ser igual de desesperanzador.


Estaba donde necesitaba estar.


Al igual que yo formaba parte de mi familia, Dez se encontraba justo a mi lado, y Dolores también.


Gracias a Dios que ella había pensado en traerme algo de ropa más calentita que el pequeño atuendo rojo putero que había llevado puesto antes. A mi padre le habría dado probablemente un ataque al corazón y habría terminado en una cama de hospital junto a mi madre si me hubiera visto con ese modelito. Así que aquí estaba, mirando a través de la ventana, vestida con un suéter negro y pequeño a modo de vestido y unas botas negras. Nada elaborado ni nada sexy. De hecho, era casi deprimente, pero pegaba con cómo me sentía por dentro. Mi corazón, vacío y hueco, todavía lloraba la pérdida de Pedro, pero mi alma se preocupaba de que la desalentadora oscuridad que cubría mi cuerpo fuera en realidad un augurio de algo incluso más mórbido, como la pérdida de mi madre. Por muy devastador que fuera perder al único hombre que probablemente amaría nunca, si perdía a mi madre, sería increíblemente difícil encontrar la voluntad para seguir viviendo.


El frío que sentía en el pecho se amplificó por diez con ese mero pensamiento. Mi madre era mi mejor amiga. Siempre lo había sido. No de la misma forma que lo había sido Dez, o incluso como había llegado a convertirse Dolores. Mi madre era algo más. Me conocía mejor que nadie porque yo era una viva extensión de ella. Esa mujer podía decir lo que pensaba o sentía sin yo tener que decir ni una palabra. Y con más experiencia bajo el brazo, sabía lo que necesitaba oír y cuándo necesitaba oírlo, y me hacía escuchar aunque no quisiera hacerlo. La mayoría de los niños odiaban admitirlo, pero mi madre tenía razón casi el cien por cien de las veces. Así que no volver a ver su cariñosa sonrisa otra vez, no volver a escuchar su risa contagiosa, no volver a sentir el cálido confort de su abrazo, no volver a oler su perfume de almizcle blanco… No podía siquiera concebir el pensamiento.


—¿Pau? ¿Quieres un café? —me preguntó mi padre y me sacó de mis pensamientos.


Me giré y le regalé una sonrisa tímida. Así era Marcos. Su mujer estaba muriéndose y él no podía hacer nada por evitarlo, así que se buscaba algo o a alguien diferente de quien cuidar en su lugar. Acepté su oferta y reparé en la delgadez de su rostro. Sus ojos tenían oscuras ojeras debajo, y a juzgar por la avanzada barba que llevaba, obviamente no se había afeitado en bastante tiempo. Sabía que darle la charla sobre tener que cuidarse mejor no haría nada bueno, así que lo dejé pasar.


A la vez que bajaba la mirada hacia la figura durmiente, me acerqué el vaso de cartón hacia el pecho con la esperanza de que pudiera calentar el frío de mi corazón. En realidad, lo único que haría que me sintiera mejor sería la completa recuperación de mi madre, aunque el cobijo que los brazos de Pedro me daban cuando estaban a mi alrededor, mientras su tranquilizadora voz me prometía que todo iba a salir bien, probablemente habría ayudado bastante. Lo echaba de menos, y deseaba con desesperación que estuviera aquí conmigo, pero el destino aparentemente había tenido otros planes para nosotros. Tenía gracia cómo se habían desarrollado las cosas. Pedro me había liberado de nuestro contrato justo a tiempo para poder ver morir a mi
madre y para ser capaz de quedarme en casa a cuidar de mi padre durante lo que sería seguramente para él una existencia miserable sin tener a su esposa a su lado. Me preguntaba si la vida en pecado que había empezado con Pedro había causado que el karma se girara para darme una rápida patada en el culo.


—¿Señor Chaves? —una voz familiar dijo desde el umbral de la puerta. Levanté la mirada para ver a un médico alto y de pelo castaño sacar un bolígrafo del bolsillo de su bata blanca y comenzar a escribir en el portapapeles que había llevado bajo el brazo—. Hola, soy el doctor Daniel Alfonso, y llevaré a cabo la cirugía y tomaré el relevo como médico responsable de su esposa. Si está usted de acuerdo, claro.


Daniel Alfonso. El tío macizo de Pedro. Mi corazón puede que hubiera suspirado un poco al verlo. De alivio, no de deseo. Solo había un hombre Alfonso que deseara y no se encontraba presente.


Otro hecho que hizo que mi corazón suspirara una segunda vez.


Pedro miró a mi padre y luego desvió su mirada hacia mí con una sonrisa cómplice y cariñosa antes de devolver su atención a Marcos otra vez.


Bajo circunstancias normales, mi madre habría sido la que tomara la decisión sobre su cuidado médico, pero la habían estado sedando desde que llegó. Su médico de siempre nos había asegurado que la sedación le aliviaba el dolor y disminuía la probabilidad de que se emocionara en demasía, y por consiguiente de que hiciera esfuerzos excesivos con su
ya debilitado corazón. Así que eso le dejaba a Marcos la
toma de todas las decisiones médicas. Creo que los médicos y las enfermeras de oficio se alegraron de que no fuera yo. 


Puede que me hubiera comportado un poco borde con ellos cuando llegué, exigiendo resultados, exigiendo que movieran el culo e hicieran su trabajo, exigiendo que salvaran la vida de mi madre. Dez y Dolores hicieron todo lo posible por
calmarme, pero al final fue la amenaza de un poli de seguridad del hospital de echarme del edificio lo que consiguió que parara el carro.


—¿Tomar el relevo? ¿Y qué hay del doctor Johnson? —le preguntó mi padre a Daniel.


—El doctor Johnson es un incompetente —dije yo. Al ver que mi padre fruncía el ceño de un modo desaprobador, añadí—: ¿Qué? Lo es.


Oí la ligera risa entre dientes de Daniel mientras comprobaba las constantes vitales de mi madre.


—¿Ves? El doctor Alfonso está de acuerdo.


Marcos se frotó la nuca y miró a mi madre.


—No sé si es buena idea cambiar de médico a estas alturas del partido.


—Esto no es un partido, ni un juego, papá —dije en voz alta, que fue de lo más injusto por mi parte.


Sabía que él no calificaría la situación así, pero estaba frustrada, aunque no es que eso excusara mi inapropiado comentario. No obstante, mi padre no me lo echó en cara porque se sentía igual.


—Le aseguro que estoy muy cualificado — interrumpió Daniel, guardando de nuevo el boli dentro del bolsillo de su bata—. Dirijo el departamento de cardiología aquí y he llevado a cabo varios trasplantes de corazón…


—Espere un minuto —interrumpí su lista de logros, todos ellos muy geniales, estaba segura. Era un Alfonso y la genialidad corría por sus venas, pero había un pequeño y diminuto detalle, que en realidad era mega-importante, de su anterior presentación en el que acababa de caer en la cuenta—. ¿Qué cirugía?


Mi madre había estado en cuidados intensivos tras haberle sido asignado un número en la lista de espera un día en urgencias y luego tras haberla traído de vuelta al día siguiente para que luchara por su vida. Por lo que sabíamos, ahí es donde se quedaría hasta que o bien se obrara un milagro y mostrara mejoría y nos la lleváramos a casa, o bien… no sucediera nada de eso. Había intentado hacer todo lo posible por conseguirle un nuevo corazón ahora que
teníamos el dinero para el procedimiento, pero no había importado porque había demasiada gente en la lista por delante de ella: prueba de la incompetencia del doctor Johnson y de su falta de influencia.


Daniel nos regaló una sonrisa genuina.


—Tenemos un donante, Paula.


Aparentemente recordaba mi nombre del baile de gala del Loto Escarlata, donde me había comportado como una auténtica maleducada al no hablarle. Ni una palabra. Había sido mi forma de materializar mi rabieta infantil en respuesta a la orden de Pedro de no hablar con ningún hombre en la fiesta.


—¿Un d-donante? —tartamudeó mi padre mientras una aprehensiva sonrisa se le dibujaba en las comisuras de la boca.


Podía decir que estaba intentando con todas sus fuerzas no emocionarse, como si no se creyera del todo lo que estaba escuchando. En realidad, también era difícil para mí creerlo, pero tenía la sensación de que Pedro Alfonso había tenido que ver con el hecho de que su tío, un cardiólogo de renombre en todo el mundo, estuviera presente en la habitación en este mismo segundo. No había caído antes en que en cuanto Pedro descubrió lo de mi madre, había movido hilos a escondidas para asegurar que recibiera el mejor cuidado posible. Ya había contribuido sin saberlo con dos millones de dólares a eso, y ahora con la ayuda de su familia también. Una vez más, me estaba demostrando su amor por mí y yo todavía no había tenido forma de demostrarle que le correspondía.


—Sí, bueno, somos un centro de trasplantes, y dada la condición de la señora Chaves, el caso tiene prioridad —explicó Daniel—. Teníamos un posible donante, y en cuanto tuvimos las pruebas hechas, supimos que había compatibilidad. Ahora solo queda algo más de papeleo por hacer… y la operación, por supuesto.


—Va a tener un corazón nuevo… —dijo mi padre aturdido.


Pensé de nuevo en Pedro , y de nuevo deseé que
estuviera aquí. Lo necesitaba aquí. Mi madre puede que fuera a conseguir un corazón nuevo, pero el mío todavía seguía roto. Dudaba mucho que tuvieran ninguna oferta dos-por-uno.


—Sí. —Daniel se aclaró la garganta cuando una enfermera, que se parecía más o menos a Betty Boop con pelo rubio, entró—. Señor Chaves, si es tan amable de seguir a Sandra, ella le ayudará con el papeleo y podremos empezar. Paula —dijo, asintiendo a modo de despedida con una sonrisa cariñosa en los labios.


—¡Bien! ¡Mamá Chaves va a vivir! —Dez levantó el puño en el aire, y logró que mi padre frunciera el ceño—. Oh, eh… lo siento —dijo con una risita avergonzada. Ella se puso de pie y se colocó el bolso sobre el hombro—. Yo no sé vosotros, pero con toda esta emoción me ha entrado hambre. Supongo que iré abajo a la cafetería y me pillaré alguna porquería del hospital. Si no vuelvo en media hora, mirad en urgencias, y no lo digo por el dios latino que trabaja como celador allí abajo. Aunque puede que tenga que fingir un dolor de pelvis para hacer que me examine tras haber llenado el estómago. ¿Alguien quiere venir?


El móvil de Dolores trinó, señal de haber recibido un mensaje, y la miré. Reparé en el modo en que frunció el ceño antes de soltar su café y de decir:
—Yo. De todas formas tengo que ver qué tal le va a Mario.


Una parte de mí se preguntaba si aquello significaba que iba a ver también qué tal estaba Pedropero bien podrían haber sido simples ilusiones mías.


Marcos se acercó a mí y me rodeó los hombros con un brazo.


—¿Estarás bien aquí tú sola mientras voy a rellenar esos papeles?


—Sí, ve. Me quedaré con ella.


Miré la figura durmiente de mi madre. Los círculos bajo sus ojos eran incluso más prominentes que los que tenía mi padre, y ella estaba incluso mucho más delgada que él. Me sentía culpable por haber estado viviendo en una mansión propia de un rey y de que dicho rey hubiera coaccionado a mi diosa sexual interior a salir a jugar mientras dos de las personas que más significaban para mí habían estado sufriendo. Debería haber estado allí con ellos.


—Eh, va a conseguir un corazón nuevo, una oportunidad de volver a vivir de verdad. Va a ponerse bien, y en el mismo segundo en que le den el alta, quiero que vuelvas a clase para sacarte esa carrera. ¿Me escuchas? No quiero caras largas ahora.


—Claro, papá. Lo que tú digas.


Me reí ligeramente mientras él me abrazaba contra su costado y luego seguía a la enfermera. Iba a sentirse muy decepcionado cuando descubriera que en realidad no me había matriculado en la universidad, y no tenía ni idea de cómo ocultárselo.


Probablemente debería haber pensado en ello antes de contar la mentira, pero ya sabes lo que dicen. A toro pasado…


Me senté en la silla junto a la cama de mi madre y le cogí la mano. Su piel estaba fría y de un color medio gris, pero seguía siendo suave. Me percaté de que su laca de uñas estaba desportillada y rememoré los viajes al salón a los que me había obligado a ir antes de que se pusiera verdaderamente enferma.


Siempre había dicho que se sentía mejor cuando se veía bien. Me la imaginé, enferma, sentada en la cama y pintándose las uñas aunque supiera que no estaba en condiciones de ir a ningún sitio donde nadie, además de mi padre, pudiera verlas. Quizás incluso obligara a mi padre a que se las pintara él. Me reí por dentro ante la imagen.


—Hola, mamá —le dije en silencio a su durmiente figura—. Vas a conseguir un corazón nuevo, ¡sí! — Imité el movimiento de sacudir pompones en el aire y dibujé una sonrisa bobalicona en el rostro. Entonces la seriedad tomó el relevo—. Pero antes, y mientras estés así y no puedas oír nada de lo que estoy diciendo, tengo algo que contarte.
»Bueno, he conocido a un chico y es maravilloso.
Su nombre es Pedro Alfonso. —Puse los ojos en blanco; ya conocía la reacción que hubiera tenido a ese comentario si hubiera estado consciente—. Sí, ese Pedro Alfonso. No dejes que el dinero y su cara bonita te engañen; puede ser un auténtico gilipollas, pero esa es una de las cosas que lo hace tan maravilloso. En fin, nos hemos estado viendo ya
durante un tiempo y anoche me dijo que me amaba.


Mi madre habría gritado a estas alturas.


—Sí, sí, sí —dije mientras ponía los ojos en blanco otra vez, aunque en realidad no pudiera verme
—. Esa es la cosa… Esta mañana básicamente me dijo que desapareciera de su vida. Tengo la sensación de que lo hizo porque se cree que sabe lo que es mejor para mí. Hombres, ¿verdad? Supongo que sabía desde el principio que una relación de verdad entre un multimillonario y una simple chica de Hillsboro no sería nada parecido a un cuento de hadas, y los cuentos de hadas simplemente no se hacen realidad.
El problema es que Pedro me hace sentir como que quizá sí pueden. O sea, me dijo que me quería, y pese a mis miedos empecé a creer que las cosas podrían funcionar de verdad entre ambos. Solo que nunca tuve la oportunidad de decirle lo que yo sentía por él.—Enterré la cara en el hombro de mi madre y suspiré —. No puedo soportar el hecho de que no lo sepa, y me está torturando incluso más todavía porque no
hay nada que pueda hacer para remediarlo. No es nada que se deba decir por mensaje de móvil o por teléfono, ¿verdad? No, tiene que ser cara a cara. Pero el problema es que no está aquí y no sé si alguna vez tendré la oportunidad de verlo otra vez. Tienes que ayudarme, mamá, porque no tengo ni idea de qué hacer.


Ahora estoy aquí —dijo una voz familiar desde el umbral de la puerta. Levanté la cabeza de golpe y me giré en su dirección. Estaba allí, casi como si acabara de salir de las páginas de una revista. Estaba apoyado contra el marco de la puerta con las manos metidas en los bolsillos de sus vaqueros; sus palabras sonaban roncas y todas sexys—. Dime, Paula. ¿Qué sientes por mí?






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