sábado, 27 de junio de 2015

CAPITULO 28




Tardé diez minutos en comprarla.


Una hora en lograr que sus labios me rodearan la polla.


Tres días en saborear su jugo.


Cuatro días en desvirgarla.


Dos semanas en perder mi puta cabeza.


Mierda.


En tan solo dos semanas. En quince malditos días.


Eso fue lo que tardó la virgen que compré en tenerme en la deliciosa palma de su mano. En los dos años que Julieta y yo habíamos estado juntos, nunca consiguió lo mismo que ella. Pero con Paula mi vida se había trastocado en tan solo dos malditas semanas.


Las cosas no habían ido como se suponía. ¿Cómo diablos iba a durar yo dos años cuando ya le había dado en bandeja todo cuanto me había pedido?


Alfonso el Tontaina, así era como debía llamarme.


Maldita sea.


Todo el santo día no había hecho más que pensar en ella en la oficina. Y por eso precisamente tomé la desesperada decisión de pedirle a Samuel que la trajera con él cuando viniera a recogerme. Sí, de haber estado en mis manos, le habría pedido que rompiera todas las normas de circulación del estado de Illinois con tal de que me llevara más deprisa a ella, e incluso pensé en comprarme un helicóptero para evitar los atascos de la hora punta, pero entonces decidí que pedirle que me la trajera era probablemente la mejor alternativa.


Estaba perdiendo la cabeza. Y probablemente debería haber acudido a algún programa de doce pasos para superar mi nueva obsesión, porque algo así no podía ser saludable.


Samuel aparcó junto al bordillo, donde yo le esperaba con impaciencia, antes de salir y abrir la portezuela de la limusina para mí, pero alcé la mano para detenerle. Iría mucho más rápido si lo hacía yo mismo. La abrí de par en par y ahí estaba ella… mi nena de dos millones de dólares, cubierta solo con mi batín y unos zapatos de tacón de aguja, tal como le había pedido cuando la había llamado antes por la tarde. ¡Y fue la hostia!


Me la encontré reclinada en el asiento, cubierta solo con el batín de seda negra abierto y echado sobre los hombros envolviéndole el cuerpo, tal como le había pedido, pero me alegró ver que había tomado una cierta iniciativa.


Toda ella era aterciopelada y sedosa y joder, con una mano se estaba toqueteando los pechos y con la otra se acariciaba su liso vientre.


Solo otra persona había tocado su piel de esa manera —yo—, y casi me pareció que me estuviera haciendo señas para que lo hiciera de nuevo.


Sin darme cuenta mis labios se curvaron soltando un protector gruñido mientras daba un vistazo a mi alrededor para comprobar que nadie pudiera comerse con los ojos a mi chica. Tenía que hacerla mía en ese mismo instante y marcarla como mi jodido territorio, y no podía, ni tampoco quería, esperar a que llegáramos para hacerlo en la privacidad de nuestro hogar.


—Llévanos a casa, Samuel —gruñí—. Y toma el camino más largo o lo que sea. Pero no nos molestes.


—Como desee, señor —repuso asintiendo con la cabeza y luego volvió a ponerse ante el volante.


Entré rápidamente a la limusina y cerré la portezuela para dejar fuera el mundo y gozar yo solo de los tesoros ocultos de Paula. Porque era un cabrón egoísta y nunca los compartía. Nunca. Ni siquiera quería que nadie más viera lo que me pertenecía.


Me arrodillé ante ella, arrojé el maletín y la chaqueta que llevaba colgada del brazo, me desabroché rápidamente los pantalones y me los bajé hasta las caderas. La polla me salió bamboleando y yo me la agarré para que dejara de moverse de manera inoportuna.


—Mójamela, gatita —dije colocándome delante de su cara. 


¡Dios la bendiga!, se lamió los labios y me miró con avidez antes de abrir la boca para tomarla en su boca.


La detuve.


—Así no. Lámemela, nena. Quiero ver cómo me la trabajas con la lengua.


Paula me sonrió seductoramente y luego sacó la lengua para lamerme la gota temprana que colgaba del glande. La polla se me movió sola y siseé de gusto. Sin despegar sus ojos de los míos, rodeó con su mano la base de mi verga y me dio un largo lametazo de punta a punta.


—¡Eres la rehostia, nena! —exclamé de placer.


Por el rabillo del ojo vi que Paula cerraba los muslos y los movía adelante y atrás para crear una fricción. Tenía que verlo, quería ver la prueba de que estaba cachonda.


—Déjame contemplar tu bonito coño, Paula. Abre las piernas para mí.


Ella emitió ese leve sonido de avidez, deslizando la lengua alrededor de la punta de mi polla y luego puso un pie en el suelo, abriendo las piernas para mí. Joder, qué mojada estaba ya. Le rodeé el coño con mi mano y deslicé mis dedos entre sus sedosos repliegues. Arqueó la espalda y movió las caderas para acercarse más a mí, pero yo me aparté, jugueteando con ella.


—No seas malo —protestó con voz grave y sensual.


Le di un suave azote en la pequeña protuberancia llena de terminaciones nerviosas en la cima de su carnosa hendidura una, dos, tres veces, y luego se la presioné un poco con tres dedos y se la masajeé lentamente. Paula movió las caderas trazando círculos y las empujó contra mis dedos.


Entonces sentí su boca caliente tragándose mi polla. 


Contuve el aliento mientras la contemplaba chupándomela. 


Deslicé los dedos por su chochito y le metí tres dentro. Me costó hincárselos de tan prieto que lo tenía, pero ella se movió hacia delante para sentirlos más dentro aún. Luego los saqué y le volví a meter dos para poderlos doblar varias veces sobre su mágico puntito G, haciendo que me comiera con voracidad la polla.


Solo dos semanas antes era virgen. Y hoy ya parecía una profesional.


—¡Oh, joder! No seas tan golosa, nena. Vas a hacer que me corra —le advertí.


Por más gusto que me diera soltar la leche en su boca y ver cómo se la tragaba, no era eso lo que yo deseaba esta vez. 


Quería marcarla por dentro. Intenté apartarla, pero ella me tenía la polla bien agarrada, con que le saqué los dedos del coño y la empujé por el hombro para que me soltara.


Paula quejándose hizo un mohín tan puñeteramente sexi que tuve que chuparle ese labio inferior suyo tan irresistible. 


Ella hundió los dedos por entre el pelo de mi nuca y me metió la lengua por la boca buscando la mía.


Se la di sin forcejear, pero solo brevemente, porque necesitaba estar dentro de Paula y no quería perder más tiempo.


De manera que dejé de besarla y la agarré excitado de las corvas, tirando de ella hasta que se quedó con la espalda doblada y el culo medio fuera del asiento. Luego le abrí las piernas y me coloqué entre ellas para penetrarla cuanto antes. Paula movió el cuerpo intentando acercarse más a mí, pero yo quería juguetear un poco.


—Mírala, nena. Mira mi polla mientras te follo.


Posó los ojos en el espacio que quedaba entre nosotros y Paula se quedó boquiabierta al ver que yo me agarraba el glande y lo deslizaba arriba y abajo por entre sus carnosos repliegues y por encima del clítoris.


Su sedoso y ardiente coño estaba de lo más mojado.


Aparté la piel de sus repliegues y contemplé su dulce gruta
ensanchándose. Era tan estrecha que no sé cómo mi polla le podía caber. Ni siquiera me la podía rodear con la mano y, sin embargo, se la había metido en el diminuto hueco de sus muslos.


Deslicé la punta de mi polla alrededor de su hendidura y luego la coloqué entre sus carnosos frunces.


—Joder, te necesito. Tengo que penetrarte.


Se la fui metiendo lentamente, contemplando mi polla desaparecer poco a poco dentro de su coño.


Ella soltó un sonido increíblemente sexi.


—Te gusta ver mi polla follándote, ¿verdad, nena? ¡Qué sexi es! Vi que yo estaba divagando, pero tanto me daba, porque madre mía, era increíblemente erótico contemplarlo.


—¡Por Dios, sí! —exclamó ella, y entonces arqueé una ceja por haber dicho «Dios» en lugar de mi nombre.


Saqué la polla de su coño y se la deslicé de nuevo por encima del clítoris, hasta ponerle la punta entre sus carnosos pliegues. Después sujetándole los labios de los muslos para ver mejor su sexo, empecé a penetrarla con un cadencioso vaivén. Mi polla, impregnada de su jugo, brillaba bajo la poca luz que entraba por las ventanillas. No pude aguantarme más. La saqué un poco y se la hinqué hasta el fondo, y de sus labios color fresa se escapó un grito ahogado.


—¡Oh, joder, Pedro! —gimió de placer mientras yo me agarraba a la parte superior de sus muslos y la penetraba con un ritmo turbador encendido de excitación. Advertí que solo usaba la palabra «joder» cuando yo la hacía gozar. Y al descubrirlo el ego me creció un poco.


Los dos contemplamos la escena, jadeando con los labios entreabiertos, fascinados por lo perfectos que se veían nuestros sexos unidos. Notaba mi polla embutida en su estrecho conducto mientras su bonito coño me reclamaba sin querer dejarme ir. Los cojones se me bamboleaban con fuerza contra sus nalgas a cada embestida, creando una sensación doble.


Era como estar en el puto paraíso y necesitaba que Paula se corriera, porque yo quería hacer algo más antes de descargar.


—Tócanos a los dos, gatita. Ponte la mano en el coño y extiende los dedos alrededor de mi polla —le instruí.


Alargando el brazo en el que llevaba mi pulsera, posó tímidamente la mano ahí donde le dije. Excitada en extremo, echó la cabeza atrás, exponiendo la aterciopelada piel de su cuello como una invitación, y yo no pensaba rechazarla. Le deslicé suavemente los dientes por su carne y luego se la chupé. Me la comí a besos hasta llegarle a la oreja al tiempo que le hincaba mi polla enardecida en su adorable cuerpo con un acompasado vaivén.


—¿Me has echado de menos hoy, Paula? Porque no sabes cuánto te he echado yo en falta. Me la he tenido que cascar tres veces porque no podía dejar de pensar en la delicia de sentirte envolviendo mi polla —dije con unas acometidas más veloces y ávidas para dárselo a entender—. ¿Lo has hecho tú? ¿Te has tocado mientras pensabas en follarme? A lo mejor incluso has usado el juguetito que te regalé para practicar un poco. ¿Te corriste, gatita?


Ella asintió con la cabeza, pero a mí no me bastó.


—Cuéntamelo. Quiero oírtelo decir.


—Dos veces —admitió ella—. Pero no tiene ni punto de comparación con cuando tú me lo haces.


—A eso… es… a lo que me… refiero —gruñí enfatizando cada palabra hincándole mi polla hasta el fondo.


Ella gimió de gusto como respuesta y enrolló mi corbata alrededor de su mano antes de tirar de ella para atraerme a su boca. Se la devoré con un ávido beso, reclamando lo que sabía que era mío por si acaso Paula lo había olvidado. 


Nuestras lenguas se movieron con destreza la una contra la
otra al tiempo que yo la agarraba con más fuerza de las caderas y la follaba con unas acometidas más veloces.


Mientras la penetraba sentí las paredes de su coño apretándome la polla a cada embestida. Interrumpí nuestro fogoso beso para atrapar un turgente pezón entre mis labios y mordisqueárselo un poco. Noté las uñas de su mano libre arañándome el cuerpo cabelludo mientras me estrechaba contra ella, y tuve a mi pesar que apartarme un poco para coger impulso y metérsela incluso más a fondo aún. 


Contemplé mi polla apareciendo y desapareciendo dentro de su coño una y otra vez animado por la excitación en extremo deleitosa de Paula.


—Méteme tus dedos en la boca, gatita. Deja que te saboree.


La forma en que Paula jugaba conmigo siguiendo cada una de mis instrucciones era una gozada. Deslizó sus dedos por entre sus repliegues, mojándoselos con su jugo antes de llevarlos a mi boca. Luego recorrió con la punta de los dedos mis labios juguetonamente y yo saqué la lengua para recibir su ofrenda antes de abrir la boca y dejar que me los introdujera.


Gemí con fuerza al saborear sus jugos. ¡Qué delicia! Le chupé ávidamente los dedos y luego se los solté.


—¿Te gusta? —me dijo con una mirada libidinosa lamiéndose los labios. ¡Madre mía, cómo me excitaban esas palabras suyas tan, tan guarras…!


—Averígualo por ti misma —repuse sacando mi polla de ella. 


Si quería decir guarrerías, le iba a demostrar lo guarro que yo podía ser.


Me levanté lo máximo posible, teniendo en cuenta lo bajo que era el techo de la limusina, y pegué la cabeza de Paula a mi entrepierna. Ella captó el mensaje y tomó golosamente mi carnoso miembro en su boca. Te aseguro que mi pequeño y preciado tesoro susurró de placer al saborear ella mi polla. Meneé las caderas un par de veces con deleite y luego le saqué mi verga de la boca.


—Es hora de follar y no de chupar —anuncié hincándosela de nuevo en el coño. Ella susurró y gimió encendida, arqueando la espalda, musitando mi puto nombre, mordiéndose el labio inferior y girando la cabeza de un lado a otro embriagada. Era una imagen maravillosa.


—Mierda. Necesito que te corras —le dije intentando controláis me con todas mis fuerzas para no derramar mi leche a borbotones en sus cálidas entrañas.


—Con más fuerza, Pedro. Fóllame con más fuerza —gritó arrobada de excitación.


Lo habría hecho gustoso, pero en la posición en que estábamos era más fácil decirlo que hacerlo. Pero no había ningún problema, tenía la solución.


Saqué la polla.


—Date la vuelta, gatita. Quiero hincártela hasta el fondo.


Ella se quejó, pero como yo sabía lo que era mejor para los dos, no cedí un ápice.


—Gírate, ponte de rodillas, agárrate al respaldo del asiento y separa las piernas —le ordené apresuradamente.


Puso cara de no entender nada, pero con todo hizo lo que le dije. La ayudé a arrodillarse delante de mí, mirando hacia la ventana de atrás. Su culo respingón era perfectamente redondo y al arquear ella la espalda estaba en la postura idónea para permitirme entrar en su delicioso chochito. Pero al descubrir los coches circulando a nuestro alrededor a poca velocidad, Paula giró la cabeza para que no la vieran.


Le metí la punta de la polla por detrás.


—No te preocupes, Paula —le susurré sensualmente al oído arrimándome a su cuerpo—. Nosotros los vemos, pero ellos no nos pueden ver. Es una lástima que no me puedan ver follándote. Me gustaría que la gente viera lo que nunca podrá tener.


Luego me enderecé y se la metí. ¡Y madre mía!, desde ese ángulo se la podía hincar con mucha más profundidad y contemplar además el deleitable agujero de su culito asomando por entre sus nalgas. Paula se agarró al respaldo del asiento con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos mientras yo la follaba con unas embestidas de lo más potentes, rápidas y profundas. Gotas de sudor se deslizaron por mi frente y me resbalaron por la punta de la nariz, y encima tenía la corbata más ceñida al cuello al haber tirado Paula de ella para darme un beso. Pero la sensación que predominaba era la de mi polla rodeada por su prieto coño.


A la mierda el mundo de fuera. Tenía todo cuanto necesitaba delante de mí.


Recordando lo mucho que le había gustado la otra vez, le acaricié el centro de su culo con el pulgar y le apliqué una cierta presión con este dedo en el ojete. Ella gimió con fuerza y arqueó la espalda para animarme a seguir. 


Entonces decidí meterle el pulgar por detrás hasta la altura del nudillo. Ella encendida de excitación, echó la cabeza atrás empujando con su cuerpo hacia mí.


—Sí, nena. Qué gozada, ¿verdad? —le dije sacándole un poco el pulgar antes de volvérselo a hincar—. Te voy a follar ahí detrás. Te voy a meter la polla por el prieto agujero de tu culito y te va a encantar. Pronto. Muy pronto.


Sentí las paredes de su coño contrayéndose alrededor de mi polla en rítmicas sacudidas mientras ella se corría presa del orgasmo.


—¡Oh,Pedro! —gritó agonizando de deleite.


Madre mía, sí. Mi nena quería que se la metiera por detrás tanto como yo.


—Míralos, Paula —le dije hablando mientras la follaba enardecido—. Mira a esa gente de ahí fuera llevando sus insulsas vidas sin tener idea de lo que está sucediendo aquí dentro. Ni siquiera se pueden imaginar lo que estás sintiendo en este momento, y lo que yo estoy a punto de sentir.
»Me cago en… —una sensación indescriptible surgió de mis cojones y se extendió a lo largo de mi polla hasta que finalmente me corrí.


—¡Oh, lo noto! —gimió jadeando—. Noto cómo te estás corriendo dentro de mí, y me siento… me siento…


—Joder, dime, nena. ¿Cómo te sientes? —conseguí preguntarle, porque me encantaba escuchar palabras guarras saliendo de su follable boca.


—Como nunca antes me he… voy a correrme otra vez —gimió.


Y entonces su cuerpo se tensó de golpe, con todos sus músculos y sus fibras nerviosas palpitando mientras ella gritaba mi nombre. Aumenté el ritmo de mis acometidas, rezando para que la erección me durara lo bastante como para verla teniendo otro orgasmo. Y por algún pequeño milagro lo conseguí, y cuando los dos acabamos de corrernos, nos desplomamos en el asiento, con mi cuerpo pegado a su espalda.


—Joder —musité haciéndola girar—. Me vas a matar, nena.


Ella soltó unas risitas y se giró para besarme con dulzura en los labios.


—¿Cuán pronto será ese muy pronto?


—¿Qué? —le pregunté sorprendido subiéndome los pantalones.


—Ya sabes… —dijo apagándosele la voz mientras se miraba su voluptuoso culo—. Me dijiste «muy pronto». ¿Cuán pronto será?


Me quedé alucinado.


—Te quiero… —salió de mi boca no sé cómo y al darme cuenta de la estupidez que le acababa de decir, tuve que solucionarlo de alguna manera —. Bueno, me refiero a que me encanta… el entusiasmo que pones —añadí para arreglarlo.


Antes de cagarla más todavía, la agarré y la besé con ardor, con la suficiente pasión como para que se derritiera en mis brazos, esperando que se olvidara de mi metedura de pata. 


¿Y yo en cambio? A mí me dieron ganas de cortarme las pelotas y dárselas a un carnicero para que las trinchara y las arrojara a unos fieros perros. Porque era lo más estúpido que podía haber dicho, pero algo en el fondo de mi desolado corazón me decía que era verdad.


¿Qué diablos me estaba pasando?


Me separé de Paula y la miré a los ojos —otra estupidez— y sentí que me estaba enamorando. De verdad. Y eso no podía ser. ¡Ni hablar!


Yo era débil y estaba cayendo rendido a sus pies.


Dos semanas. Dos insignificantes semanas que de algún modo se habían vuelto muy importantes, importantísimas.


Maldita sea.


Por fin llegamos a casa, relativamente ilesos a simple vista. 


Pero por dentro estaba hecho un lío. Y ahora, más que nunca necesitaba saberlo todo de ella. Necesitaba saber sobre todo por qué había decidido ponerse en esa situación. 


Cuando la conocí me había convencido a mí mismo de no
meterme en su vida personal. Pero Dolores tenía razón: Paula era una buena chica, aunque a veces se comportara como una jodida cabrona.


Después de cenar me fui al estudio con la excusa de que tenía trabajo que hacer y una vez en él, caminé de un lado a otro y luego me senté moviendo nerviosamente la pierna mientras cavilaba en lo que debía hacer.


Podía decidir esperar a que Sherman me llamara para comunicarme sus hallazgos, pero como me moría de impaciencia, cogí el teléfono y le llamé.


Sí, mientras esperaba oír su voz al otro lado de la línea me estuve mordiendo las uñas como un loco.


—¿Diga? Le habla Sherman —respondió a la tercera llamada.


—Soy Alfonso. ¿Tienes ya alguna novedad? —le pregunté sin estar seguro de querer saber la respuesta y deseando, al mismo tiempo, conocerla.


—De hecho acabo de enterarme de todo cuanto necesitaba. Le iba a llamar mañana a primera hora porque no le quería molestar —me respondió—. ¿Qué quiere saber?


—Todo.





CAPITULO 27






Estaba soñando. Sentía el cuerpo de Pedro pegado a mi espalda, rodeándome por la cintura bajo un cielo estrellado, susurrándome cosas dulces al oído mientras me estrechaba contra él.


—Lo siento mucho. No lo sabía —me musitó—. Pero ahora que estás aquí conmigo, ya no dejaré que te vayas nunca. Nunca, Paula. Ahora eres parte de mí. No permitiré que nos separemos nunca.


—No hay ningún otro lugar en el que más desee vivir, Pedro —repuse suspirando y me arrimé más a él—. Quiero estar siempre como estoy ahora contigo. Abrázame y no dejes que me vaya.


—No me separaré nunca de ti. Te quiero, Pau. Dime tú también… — de pronto su voz ronca desapareció y la escena se volvió borrosa y se esfumó. Desesperada, intenté recuperarla con mi mente, pero era demasiado tarde. Me estaba despertando y el sueño había desaparecido.


—Dime que no te pasas el día durmiendo en la cama.


—¿Qué? —respondí incorporándome, viéndolo todo borroso por estar todavía medio dormida y tener además el pelo echado sobre la cara como el Primo Eso de La familia Addams. Me pasé las manos por entre la mata de pelo lo bastante como para apartarme la melena como si fuera una cortina y poder ver a la tocapelotas que me había sacado de mi profundo sueño.


—Lárgate, Dolores —le solté enojada, y luego me volví a derrumbar teatralmente sobre la cama—. Estoy durmiendo —añadí pegándome la almohada de Pedro al pecho. Inhalé su aroma y suspiré con satisfacción. A lo mejor conseguía seguir soñando con aquella escena si ella se quedaba calladita y se largaba.


—No, ya no estás durmiendo —repuso y luego la oí cruzar la habitación para hacer vete a saber el qué, pero te juro que si se le ocurría saltar sobre mí, pensaba darle un buen manotazo en la frente y luego le metería mi dedo lleno de babas en la oreja. Dolores estaba demasiado animada por las mañanas y probablemente se lo merecía solo por eso, y yo esperaba el momento propicio para saltarle encima cogiéndola desprevenida.


—¿Qué quieres?—le dije medio quejándome cuando descorrió las cortinas para dejar que la intensa luz de la mañana invadiera mi cómodo refugio. De pronto me vinieron a la cabeza imágenes de vampiros y estas a su vez me llevaron a pensar en el sexo vampírico que Pedro y yo habíamos tenido en la sala recreativa.


Tendremos que hacerlo otra vez.


El Chichi se asomó entusiasmado como si le hubieran inyectado diez mil miligramos de cafeína. Guarro. Supongo que estaba secundando mi idea.


—Bueno, para empezar me gustaría que hicieras algo con eso tan horrible a lo que llamas pelo —me dijo Dolores y noté que me levantaba delicadamente una greña y luego me la volvía a soltar. Se frotó las manos como si yo tuviera piojos o algo por el estilo.


—¿Con qué? —le pregunté con voz soñolienta con la almohada pegada a la cara, y casi vomito al oler mi aliento matutino. Mi pelo podía esperar, lo que de verdad necesitaba era pasta dentífrica y un cepillo de dientes.


—Con eso. Y ahora mueve el culito si no quieres que vaya a buscar un jarrón de agua helada a la cocina y te la eche encima —me soltó dándome un azote en el trasero.


Me senté resoplando y la miré a la cara frunciendo el ceño.


—¿Sabes que no te trago, Dolores?


Después de ducharme —dándome dos veces un gustirrinín con la ayuda del pequeño vibrador de Alfonso, me depilé y sí, me cepillé los dientes.


Luego volví al dormitorio, donde Dolores había hecho ya la cama y había elegido la ropa que hoy me pondría. Me vestí, me recogí el pelo revuelto en un moño y bajé a la otra planta.


—¿Dolores? —la llamé sin tener idea de dónde se había metido.


—¡Estoy aquí! —gritó desde la cocina.


Al entrar descubrí que ya había preparado el café y me había servido una taza.


—¡Caramba, si pareces casi humana!


—Pues te has librado por los pelos de recibir una patada en el culo — repliqué, porque la mejor parte de despertarte por la mañana era tomarte una taza de café instantáneo. Aunque dudo que el delicioso aroma que flotaba en la cocina fuera de este tipo de producto. Seguro que Pedro solo tenía en su casa café de la mejor calidad.


Me senté en la isla de la cocina delante de Dolores y me eché azúcar al café.


—Supongo que me has sacado de mi sueño de bella durmiente por algo muy importante. ¿De qué se trata?


—Ya te lo diré luego. Primero quiero saber si has intentado con Pedro lo de metértela hasta el fondo de la garganta —me preguntó deseando fisgonear en mis intimidades.


—Sí. Y además creo que el papel de Yoda te iría como anillo al dedo, y no solo por tu corta estatura.


—Ya veo que aprendes rápido, joven Luke Skywalker. ¿O debería llamarte joven Streetwalker? —me dijo haciendo una de sus mejores imitaciones de Yoda. Las dos nos echamos a reír, pero Dolores se puso seria de repente y se aclaró la garganta—. ¡Ups, lo siento! —se disculpó con un cierto aire de culpabilidad en la cara.


—¿Por qué? —le pregunté confundida.


—¡Oh, por nada! —repuso tomando un sorbo de café.


—¿Cómo que nada? Pues ahora lo tienes que desembuchar —le dije apuntándole con el dedo.


Dolores dejó la taza de café sobre la mesa y lanzó un hondo suspiro.


—¡Dios mío, me va a matar, lo sé! —dijo retorciéndose las manos nerviosamente.


—¿Quién? ¿Pedro? —Sabía que se estaba refiriendo a él—. ¿Por qué Dolores?


Se estrujó la cara como si fuera a decir algo que no quería soltar. Luego se la cubrió con las manos y me miró por entre los dedos.


—Lo sé, Pau. Lo sé todo.


—¿A qué te refieres, tía? No me estoy enterando de nada —le dije agitando la mano frustrada, esperando animarla a soltarlo todo.


—Me he enterado de tu contrato con Pedro. Sé que pagó dos millones de dólares para que te vinieras a vivir con él durante los dos próximos años. Y que no sois en realidad pareja. Y también sé lo del sexo. Por Dios, Pau, lo sé todo y ojalá no me hubiera enterado, porque la situación me sobrepasa, me abruma demasiado —me soltó atropelladamente a borbotones.


Las manos se me pusieron a temblar tanto que tuve que dejar la taza de café en la mesa por miedo a derramarlo, a estamparlo contra la pared o a hacer cualquier otra locura.


—¿Te lo ha dicho él? —le pregunté con la voz relativamente serena, lo cual me sorprendió mucho.


—No, no, no, no, nooooo. Por favor, Pau, él no ha sido —me suplicó desesperadamente como si quisiera arreglarlo todo—. Lo que pasa es que me ocupo de los gastos de la casa y al ver la transferencia, le pregunté acerca de ella. Até cabos y descubrí que el dinero se transfirió el mismo día que tú viniste. Y entonces, bueno, ya sabes cómo, soy. Empecé a hurgar un poco. Pero lo cierto es que si me hubieras dicho la verdad cuando nos conocimos, no habría tenido que hacerlo. Me refiero a que me hablaste de Elvis, Tupac, Michael Jackson, las drag queens… y Pedro no es que fuera tampoco de gran ayuda. Cuando le pregunté en qué se había gastado el dinero me dijo que tú eras antes un hombre y que lo usaste para una operación de cambio de sexo y…


—¡Alto ahí! —le grité interrumpiéndola—. ¿Qué es lo que acabas! de decir?


Dolores respiró hondo.


—¿A qué parte te refieres? ¿O es que quieres que vuelva a repetirlo todo desde el principio?


—¡Por Dios, no! No creo que mi cerebro pueda soportar oírlo por segunda vez —dije pellizcándome el caballete de la nariz por el terrible dolor de cabeza que me estaba dando gracias a sus quejas y revelaciones—. Dolores, ¿me acabas de decir que Pedro te contó que yo era un hombre y que me hice un cambio de sexo?


—Sí, pero luego me soltó que era una broma —me aclaró encogiéndose de hombros—. Estaba bromeando, ¿verdad? —inquirió con los ojos como platos—. No es cierto que tuvieras una longaniza ¿no?


—Sí —chillé.


—¿Sí que tenías una longaniza? —me preguntó con cara alucinada, y posiblemente incluso de curiosidad.


—No,Dolores. Sí, estaba bromeando —le aclaré. A Pedro Alfonso le esperaba una buena.


Mi venganza sería terrible.


—Qué bien. Me refiero a que… me alegro —dijo suspirando aliviada—. Pau, cariño —añadió apoyando el codo en la mesa y agarrándose la barbilla—. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué vendiste tu cuerpo a cambio de sexo?


—Es un asunto personal, Dolores. Y no quiero que vayas metiendo las narices por ahí para descubrirlo. Si lo haces te prometo que te daré una patada en tu esquelético culito —le advertí. Ella hizo la señal de la cruz sobre el corazón prometiéndome en silencio no hacerlo—. Además, ni siquiera Pedro lo sabe.


—Sí, y estoy segura de que no te presionará para que habléis del tema, sobre todo porque entonces te tendría que hablar de Julieta. La muy cabrona —murmuró.


—Espera, es la segunda vez que me la nombras. ¿Quién es? ¿Era su novia o algo por el estilo? —si alguien iba a irse de la lengua, seguro que sería Dolores. Probablemente ya me había dicho más de lo que debía.


—Te prometo que si algún día Pedro se llega a enterar, me despedirá de verdad y probablemente a Mario también. Y entonces ya puedes imaginarte lo que nos pasaría. Nos quedaríamos en la calle sin un hogar, sin dinero para comprar nada…


—¡Qué trágico! —musité con sarcasmo.


—Ya lo sé —respondió como si así fuera—. De acuerdo, te lo diré, pero solo si tú me cuentas antes el trato al que tú y Pedro habéis llegado.


Pensé en el sueño que acababa de tener, pero no había sido más que eso.


Pedro nunca se enamoraría de mí, por más buena que yo fuera metiéndome su monumental polla hasta el fondo de la garganta.


—La verdad es que lo nuestro no es más que una transacción comercial, Dolores. Ni más ni menos —le dije con toda naturalidad.


—No me lo trago, Pau. Puedes mentirle a Pedro o incluso a ti misma, pero yo no me lo creo —afirmó—. Te he oído antes de que te despertara. Estabas hablando en sueños y por los ruidos que hacías, salta a la vista que estás coladita por el jefe, tía.


—¡Por Dios, Dolores! ¿Es que siempre tienes que estar fisgoneando? —le pregunté ofendida por la invasión de mi privacidad.


—¡Eh, no digas el nombre de Dios en vano en mi presencia! —me riñó blandiendo el dedo.


Me acodé en la mesa y me pasé las manos por entre el cabello, frustrada.


—Lo siento,Dolores. Oye, esta situación no es demasiado agradable para mí. Me estoy enamorando del tipo que pagó una suma tan desorbitada de dinero que serviría para alimentar a un pueblo hambriento durante más tiempo del que yo me pueda imaginar, solo para hacerlo conmigo cuando se le antojara sin compromisos de por medio. Y por más que he intentado odiarle, ¡no puedo! ¿Qué diablos me pasa? No tengo el síndrome de Estocolmo porque no se puede decir que me haya secuestrado, ni tampoco me retiene en contra de mi voluntad. He sido yo la que quiso firmar el contrato, pero mi relación con Pedro se está volviendo demasiado real. ¿Lo entiendes?


Dolores asintió con la cabeza con una expresión de sinceridad en la cara.


—Y con todos los otros problemas que tengo en mi casa —dije yéndome por las ramas—, lo único que puedo hacer es lanzar los brazos al aire y gritar «Jesús, toma el volante, te lo ruego», lo cual no me hará demasiado bien, porque no se puede decir que esté llevando una vida de santidad… aunque no tengo idea de lo que estoy haciendo aquí. Y por lo que parece, cada vez me estoy echando más tierra encima. Me refiero a que sé que para Pedro no soy más que una puta y que nunca llegará a sentir ni una pequeña parte de lo que yo siento por él, pero… ¡uf!


Respiré hondo. La cara me ardía y sentí que estaba a punto de llorar en cualquier momento. Pero no pensaba hacerlo, porque no quería parecer débil e incluso más vulnerable de lo que ya me sentía. Era un alivio poder desahogarme al menos un poco antes de venirme abajo. Porque notaba que
estaba a punto de sucederme.


Dolores parecía comprenderme y en lugar de hablar como una cotorra como siempre, se limitó a escucharme y a dejar que yo me desahogara, sin intentar forzarme a entrar en más detalles. No puedo describir con palabras mi gratitud.


Alargando el brazo sobre la mesa de la cocina, Dolores tomó mi mano entre las suyas y me ofreció una tranquilizadora sonrisa.


—Estás muy agobiada, ¿verdad?


—No quiero hablar de ello.


Las dos nos echamos a reír al mismo tiempo. No por estar partiéndonos de risa, sino por lo ridícula que sonaba mi respuesta después del gran peso que me había sacado de encima al hablar del tema.


—No te preocupes, cariño. Lo superarás. Y vete a saber cómo acabará todo. Me refiero a que Pedro no es incapaz de sentir algo por una chica. Al menos yo no lo creo. Estoy segura de que la pequeña y desagradable debacle que tuvo con Julieta no fue más que un revés menor y no un trauma que lo vaya a dejar marcado por el resto de su vida.


—Sí, ibas a hablarme de ello. ¿Qué pasó entre él y esa chica?


—¡Menuda cabrona! —afirmó poniendo cara de asco—. Pedro estuvo saliendo con ella dos años, más o menos una vida entera. El padre de esa chica, el doctor Everett Frost, es un amigo íntimo de la familia y por eso se acabaron liando.


—Yo, bueno, ya conozco al doctor Frost —dije recordando su nombre de la visita médica.


—Sí, Everett es un buen tipo. Es muy distinto de su hija —afirmó ella —. Pues como te iba diciendo, Pedro se fue de viaje de negocios y al volver pensaba proponerle a Julieta —cometiendo un gran error— que se casara con él. No estoy segura de si sabía lo que era amar a alguien y todavía no estoy convencida de que lo sepa ni siquiera ahora. Pero de todos modos, cuando volvió a casa descubrió al cabrón de su mejor amigo dándole por el culo a su querida Julieta.


Di un grito ahogado, poniéndome la mano en el pecho. No lo hice para echarle salsa al asunto, sino que me salió del alma, me había quedado alucinada.


—¡Oh, no…!


—Sí, «oh, no» es la forma más suave de describirlo —dijo Dolores—. Huelga decir que a Pedro se le partió el corazón, o tal vez solo el ego, pero de cualquiera de las maneras se quedó destrozado —hizo una pausa y me miró con esa aterradora cara de mamá osa sobreprotectora—. Y no sé Pau si lo podría soportar si le volviera a pasar. Por lo que tenlo en cuenta si vuestra relación progresa a otro nivel. ¿Lo has entendido?


¡Qué monada de mujer! Era del tamaño de un mosquito, e incluso tan tocapelotas como uno de ellos, y hela aquí, hablándome con autoridad y amenazándome con esta advertencia. Pero de algún modo no creí que la llevara a cabo. Además, no tenía por qué preocuparse, Pedro Alfonso no sentía lo mismo por mí y yo pensaba luchar contra cualquier deseo mío para no ponerme tampoco delante de ese tren. Tendría que enterrar en el fondo de mi alma cualquier sentimiento que empezara a sentir por él, a no ser que quisiera ver mi corazón hecho trizas en manos de un hombre que tenía el suficiente poder para hacerlo.


—Me ha quedado claro, Dolores. No te preocupes. Aunque no creo que debas preocuparte de que le rompa el corazón a Pedro.


—Sí, te entiendo. Sé que por fuera parece un tipo duro, pero cuando te abre su corazón y se muestra tal como es… —dijo suspirando—, tiene todo el potencial para ser una bellísima persona y mucho más. Por eso me preocupo por él.


—¡Venga, no digas eso!, Dolores —me quejé llevándome las manos a la cara.


—Lo siento, nena —dijo levantándose y luego me dio unas palmaditas en el hombro—. Mantén la cabeza bien alta y confía en que pasará lo que tenga que pasar —añadió haciéndome un guiño—. Tengo unos encargos que hacer —dijo agarrando su bolso sin asas y metiéndoselo bajo el brazo —. Ya hablaremos más tarde.


Me dio un casto beso en la mejilla y luego oí el repiqueteo de sus tacones mientras se alejaba, dejándome con mis cavilaciones. Pero lo más curioso es que no le di demasiadas vueltas. Estaba más preocupada por Pedro y por la terrible situación por la que había pasado.


Sí, mis problemas seguramente eran muchísimo más apremiantes, me refiero a lo de mi madre languideciendo un poco más cada día, pero era mi parte sustentadora —y probablemente el perpetuo estado de negación en el que vivía— lo que me hacía olvidar de ellos por el momento y pensar en Pedro. No me podía imaginar encontrar a mi mejor amiga haciéndolo con mi novio.


Al ver desfilar por mi mente la imagen de Dez y Pedro juntos, sentí un estremecimiento y solté una palabrota. Antes se helaría el infierno que suceder tamaño disparate. Lo sabía, pero si con todo llegara a ocurrir, la temperatura de mi corazón helado superaría en crudeza a la del mismísimo infierno.


Pobre Pedro. Eso explicaba por qué un millonario tan guapo con un cuerpo de infarto había caído tan bajo como para comprar a una mujer para que no le volviera a pasar nunca más lo mismo.


Si él había caído tan bajo… a mí esto me dejaba a la altura del betún, ¿verdad? ¡Claro que sí! Aunque yo no fuera lo bastante buena para él, me prometí cuidarle tal como él lo necesitaba y deseaba, al menos durante el par de años que estipulaba el contrato.