sábado, 4 de julio de 2015
CAPITULO 51
Hacerle el amor a Pau era lo más fácil del mundo, porque la quería con todo lo que era y siempre sería.
Pero hacerle daño solo para encontrar yo el placer fue una auténtica tortura.
Lo había querido con muchísimas ganas. Estaba prohibido, y eso lo hacía mucho más atrayente. Pero cuando la penetré por allí por primera vez y escuché cómo contenía la respiración con fuerza y cómo se tensaba… bueno, había esperado que le doliera al principio, pero obviamente no había estado completamente preparado para lo mucho que le dolería, y no podía hacerle esto a ella. Había tenido toda la intención de dar marcha atrás, pero entonces ella prácticamente me suplicó que continuara. Fue una súplica para que la dejara tener este momento, esta primera vez conmigo, mi primera vez, aunque ella no estuviera recibiendo más que dolor a cambio.
Eso cerró el acuerdo y me hizo continuar pese a mis reservas.
Le habría dado cualquier cosa que me pidiera. Le habría bajado la luna del cielo nocturno y se la habría puesto a sus delicados pies, le habría guardado el universo entero en una pequeña pelotita y se la habría colocado sobre sus diminutas manos. Lo que quisiera. Porque se merecía todo eso y más, y me sacrificaría toda la puta vida para asegurarme de que lo tuviera todo.
Pero nunca sería capaz de compensarla por tratarla como una puta; por tratarla como si no fuera nada más que un trozo de carne que solo estaba allí para satisfacer mis antojos de coño; por tratarla como si no fuera nada más que otro juguete que había comprado, una propiedad. Por robarle la inocencia. ¿Cómo íbamos a funcionar siquiera cuando nuestra relación había nacido, para empezar, de las putas entrañas de muchas intenciones impuras?
Tenía que tener fe en que sí lo haríamos, porque si lo que teníamos estaba mal, entonces no quería estar bien. Sí, una frase muy cursi, pero las palabras llevaban una verdad innegable. ¿Ves? Me estaba volviendo un auténtico calzonazos, un bragazas integral.
Déjame que lo demuestre…
Durante el acto sexual, fui un puto manojo de nervios. Mi cuerpo se sacudió tanto por miedo de hacerle daño a Pau como por tener que contenerme para no abrirme paso en su interior de golpe. Así de bien me había sentido. No es que su coño no fuera igual de bueno, sino que la experiencia de bailar con ella ese baile prohibido era lo que me había puesto cachondísimo. Solo se comparte algo así con alguien en quien confías, alguien con quien planeas pasar el resto de tu puta vida juntos, alguien con quien tienes un vínculo sagrado.
Lo que me encontré cuando descubrí a Julieta y a Dario no había sido nada ni remotamente parecido a la intimidad del momento que Pau y yo acabábamos de experimentar juntos. Lo que ellos hicieron no fue más que dos puteros follando
simplemente por follar, por pegarme una puñalada y dejarme desangrándome en el suelo. Podrían quedarse buscando durante el resto de sus patéticas vidas y nunca se acercarían siquiera a encontrar lo que yo tenía con mi Paula. Mi Pau.
Lo necesitábamos, ese nivel de intimidad, antes de la separación. Y aunque sabía que necesitaba permanecer fuerte por ella, me estaba matando por dentro saber que no estaría allí cuando volviera a casa por las noches, que no estaría tumbada a mi lado, desnuda, en la cama cada noche, que no vería esa mirada en sus ojos cada día. Esa mirada que decía más de lo que miles de palabras podrían decir nunca.
Esa mirada que decía que yo era su mundo, al igual que ella era el mío. Los labios eran capaces de decir cualquier cosa, pero los ojos nunca mentían. Y lo que vi en ellos reflejaba lo que yo sentía en cada fibra de mi ser. Me quería. Me quería de verdad. No a mi dinero ni a mi estatus. A mí. Y pasara lo que pasase, iba a lograr que funcionásemos. De alguna manera.
Paula movió su culo contra mí y me recordó que mi polla todavía seguía dentro de ella, flácida pero excitándose cada vez más cuanto más tiempo permaneciera allí, y como siguiera moviéndose así, iba a ponérseme más y más difícil poder retirarme de su interior. Aunque me hubiera encantado tener otra ronda, sabía que ya iba a estar dolorida y no quería aprovecharme de su necesidad de darme incluso más
de ella misma. Su presencia en mi vida era suficiente y ya era hora de que le diera yo algo a cambio a ella, para variar.
Así que antes de que mi verga engordara demasiado y le hiciera incluso más daño, me retiré…
y esperé que el rápido movimiento lo hubiera hecho
más soportable.
Sentí un ramalazo de culpa en el pecho cuando ella hizo un gesto de dolor y mi mente se puso de inmediato en modo cuidador total. Veneraría a esta mujer, le mostraría mi aprecio y cuidaría de ella para variar, al igual que ella cuidaba de todos los que la rodeaban, incluido yo.
—Lo siento, gatita —dije, dándole la vuelta y estrechándola contra mí—. Joder, siento mucho haberte hecho daño.
Mi chica podría haber llorado contra mi pecho, podría haberme dado una paliza con mi permiso, podría haber hecho lo que hubiera querido o necesitado en represalia por el dolor que le había infligido. Pero no hizo nada de eso. En cambio, Pau metió su muslo entre los míos, me rodeó la cintura con el brazo para darme una palmadita en el culo y luego me atacó el cuello.
—Cállate, Pedro —murmuró entre besos—. Estás sacando las cosas de quicio y me estás cortando el rollo. Y para que lo sepas, eso quiero volverlo a hacer.
Ya lo había dicho antes, y lo diría otra vez: quería tanto a mi chica que hasta me dolía en el puto pecho.
Echó la cabeza hacia atrás para mirarme; había un atisbo de intenciones perversas en sus ojos.
Estaba claro que había creado un monstruo. Pero no era un cabrón insensible. Mi mujer estaba dolorida y estaba intentando enmascarar su dolor para que no me sintiera mal, cosa que era una estupidez porque por supuesto que me sentía como un cabronazo.
¿Cómo no?
Me incliné hacia adelante y me apoderé de esos suculentos labios. Profundicé el beso con todo el amor y la adoración de los que pude hacer acopio.
Fue cuando sentí que me ponía duro otra vez cuando rompí la conexión. Ella se lo tomaría como un signo de que quería poseerla otra vez, y era cierto. No obstante, sus necesidades eran mucho más importantes que las mías, y justo en ese momento ella necesitaba que cuidara de ella, lo quisiera admitir o no.
Me costó mucho hacerlo, pero por fin conseguí separarme de ella y bajarme de la cama.
Pau gimió en protesta y estiró los brazos para agarrarme de la mano.
—Noooo. ¿Adónde vas?
Sabía exactamente cómo se sentía; yo tampoco soportaba estar separado de ella durante un segundo siquiera. La mera idea me hacía sentirme vacío por dentro y ya la echaba de menos. ¿Cómo iba a poder separarme de ella? Mi lado egoísta sacó su cabecita temporalmente y casi le pedí que no se fuera. Sabía que se quedaría conmigo si se lo pedía, pero no pude lograr hacerlo. Ya le había quitado demasiadas cosas.
—No lejos. Nunca lejos.
Con un último tierno beso, me separé y rompí nuestra conexión física, pero la atadura invisible que existía desde la cama donde estaba recostada hasta mi corazón nos mantuvo unidos. Nunca me había sentido así antes, tan conectado, tan absorbido por una sola persona, y era un enigma al que no quería encontrar solución.
Me daba esperanza.
Preparé corriendo el baño para ella y me aseguré de que el agua no estuviera ni demasiado caliente ni demasiado fría.
Di gracias al ver que Dolores había llenado el cuarto de baño de jabones para mujeres y elegí uno cuya etiqueta prometía una calma tranquila y reconfortante. Mejor que fuera verdad o iba a demandar a los hijos de puta por publicidad engañosa. Solo lo mejor para mi chica.
Me las arreglé para regresar andando hasta ella solo porque correr podría hacerme parecer todavía un mayor calzonazos de lo que ya era. Mi polla estaba morcillona y se movía de un lado a otro entre mis muslos a la vez que me acercaba a la cama donde Pau estaba tumbada. Se quedó mirando ese trozo de carne como si fuera una salchicha expuesta en el
escaparate de una carnicería y ella fuera un cachorrito abandonado buscando su siguiente comida.
—Estoy intentando mostrar un poco de control. Ya sabes, ser un novio cariñoso y amable. Todo un Príncipe Encantador. Pero si sigues relamiéndote los labios así, el príncipe puede que se convierta en un ogro. Y de verdad creo que no sería una muy buena idea ahora mismo —dije, apartándole las sábanas de su cuerpo desnudo y levantándola en brazos.
Mientras caminaba con ella en brazos, Pau me rodeó los hombros con los suyos y escondió el rostro en el hueco de mi cuello.
—Puedo soportarlo —dijo levantando la barbilla
ligeramente para que su voz sensual surcara por el hélix de mi oreja. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal y se fue directamente hasta mi polla, cosa que no ayudó nada de nada en mi propósito.
Cogí aire profundamente y lo solté poquito a poco para tranquilizarme.
—No sé por qué, pero no lo dudo —dije a la vez me adentraba en la bañera con su ligero cuerpo entre mis brazos.
Lentamente me agaché hasta quedarme sentado con Pau apoyada en mi regazo. Cuando empezó a retorcerse mientras me besaba por todo el cuello y gemía, supe que solo era cuestión de tiempo antes de que deslizara mi polla en su interior, y aquello era lo último que ella necesitaba en estos momentos. Así que manejé su pequeña figura de modo que estuviera sentada entre mis piernas estiradas. De ese modo mejoraba bastante las posibilidades de poder sobrevivir al baño sin follármela otra vez.
Paula se estaba volviendo una ninfómana. La culpa era mía por corromperla, pero quería que supiera que lo que había entre nosotros ya no era solo follar y follar. Rememoré lo molesta que había estado antes en el coche, lo insegura que parecía estar de que todo fuera a salir bien, dada la separación y demás. Necesitaba hacerle saber que aunque tuviéramos que estar separados por un tiempo, lo que sentía por ella no iba a cambiar. Pau tenía que tener fe en mí, en nosotros.
—Te quiero —le susurré al oído mientras le rodeaba la cintura con mis brazos y la estrechaba contra mí—. Muchísimo. ¿Lo sabes?
Ahora que aquellas dos palabras habían encontrado el modo de salir de mi boca, no podía dejar de decirlas.
—Yo también te quiero —susurró. Las yemas de sus dedos me acariciaban los brazos por debajo del agua.
— Eso no es lo que te he preguntado —la corregí —. ¿Sabes que te quiero? Porque si vamos a tener que estar separados ya sea durante más o menos tiempo, necesito que no haya dudas sobre lo importantísima que eres para mí. Y si lo que dicen sobre la ausencia, que hace que el corazón se vuelva más cariñoso y todas esas chorradas cursis, es cierto, entonces lo que siento por ti solo va a intensificarse incluso más. No voy a dejar que nadie se interponga entre nosotros.
—¿Estás intentando decirme que eres uno de esos
acosadores que se esconden en el armario, Pedro? —
bromeó a la vez que ladeaba la cabeza y dejaba expuesta la cremosa piel de su cuello.
—Te lo digo completamente en serio —le dije y luego comencé a dejarle un reguero de besos por toda la longitud de su elegante cuello. Paré cuando alcancé su oreja y susurré—: Cada momento que estemos separados, estaré pensando en ti. Cada noche que no estés tumbada a mi lado en la cama, estaré soñando contigo. Cada vez que huela el puto beicon — continué refiriéndome a aquella vez en la que hice todo lo que quise con ella mientras me preparaba el desayuno—, estaré duro por tu culpa y me tocaré mientras grito tu nombre. Te llamaré sin más razón que para escuchar tu voz. Me pasaré por tu casa sin avisar solo para poder ver cómo se te ilumina la mirada cuando me ves. Y te robaré solo para poder probarte. Porque estaré hambriento de ti, Pau. Muy, muy hambriento.
Ella cogió aire con fuerza y luego separó los labios ligeramente para dejar salir un gemido. Cerró los ojos y abrió las piernas como si mis palabras le hubieran ordenado hacerlo.
—Si a eso lo llamas acosar, entonces sí, supongo que estaré acosándote. —Moví una mano sobre su abdomen hasta llegar al monte que residía justo debajo y ella movió las caderas ante mi contacto a la vez que se le escapaba otro gemido de los labios.
—Soy un gran creyente de las tres pes: proclamar, proteger y proveer. Te daré todo lo que necesites. Todo —dije y deslicé los dedos en su interior mientras mi dedo pulgar ejercía presión sobre su dulce botón—. Yo soy el que tiene que cuidar de ti. Así que como encuentre a otro tío husmeando lo que me pertenece, iré a por él, e infligiré dolor. ¿Estás segura de estar preparada para ese nivel de compromiso, Paula?
—Oh, Dios. Sí, Pedro —gimió cuando doblé los dedos una y otra vez en su interior.
—Soy un dios, el rey de mi mundo, y tú eres mi mundo —le dije mientras movía la otra mano hasta su busto y toqueteaba su pezón enhiesto—. Puedo y te daré todo lo que necesites para hacerte sentir bien. Pero soy un dios vengativo y celoso, Pau.
Ella colocó una mano sobre la mía entre sus piernas mientras me la follaba con los dedos, y la otra la dejó sobre mi nuca.
—Soy… joder… soy tuya, Pedro. Solo… ay, Dios… tuya.
—Bien. Me alegro de que estemos de acuerdo — dije a la vez que la penetraba todavía más con los dedos y con más resolución—. ¿Quieres correrte?
Ella asintió.
—Umm, no estoy muy seguro de eso —dije para jugar con ella—. Suplícame.
—Por favor —pronunció sin aliento.
—Oh, vamos. Seguro que lo puedes hacer mejor —contesté mientras giraba sus pezones entre mis dedos—. Convénceme.
Ella arqueó la espalda, me clavó las uñas en el cuello y me empujó la mano que tenía entre sus piernas.
Mis dedos trabajaban a una velocidad rápida y constante, pero cuando sus paredes vaginales empezaron a contraerse, retrocedí y puse un alto a mis esfuerzos.
—De eso nada, gatita. No hasta que me convenzas.
Ella gimoteó.
—Por favor, Pedro. Dámelo. Deja que me corra sobre tus dedos.
Joder, la deseaba. Pero necesitaba su orgasmo para llenarme, para sustentarme hasta que pudiera tenerla de nuevo.
—Oh, te correrás,Pau, pero no en mis dedos.
Me retiré solo para levantarla y girarla de manera que su culo quedara sentado en el filo de la pared de azulejos de piedra que rodeaba toda la bañera. Una toalla gruesa y cómoda ya estaba allí para que no estuviera muy incómoda dado lo que le había hecho hacía un ratito.
Estaba tan ansioso por darle lo que quería, por saborearla, que no tuve mucho cuidado al separarle las rodillas para darme acceso a ese precioso conejito.
Pero no hubo gritos de protesta, solo uno de placer cuando enterré mi cara entre sus muslos y comencé a lamerle los labios aterciopelados con la parte plana de mi lengua. Ella me agarró del pelo con fuerza —y vaya si lo puto-adoraba cuando lo hacía— y luego enganchó las piernas sobre mis hombros con las rodillas cayendo de lado y me otorgó completo acceso a su carne.
Levanté la mirada hasta ella y vi que me estaba observando, así que le di un buen espectáculo en el que pudiera ver como mi lengua, larga y gruesa, se movía sobre su jugoso y pequeño clítoris.
—Joder —susurró y luego se mordió el labio inferior. Con cariño me pasó los dedos por entre los mechones de pelo que tenía en los laterales de la cabeza—. Qué bien. Es increíble. ¿Te gusta mi sabor, Pedro?
Cerré los ojos y solté un «Mmm…» antes de darle tiernos besos sobre su hendidura.
La escuché coger una bocanada de aire y volví a levantar la mirada hasta ella para asegurarme de que todavía seguía observándome. Sí, lo hacía. Enrosqué un brazo alrededor de su muslo y utilicé los dedos para quitarle la capucha de piel que tenía sobre su cima y dejar a la vista esa carne rolliza que había escondida debajo. Pau necesitaba tener una vista al completo para poder apreciar de verdad lo que le estaba haciendo, y se la di.
Volví a inclinarme hacia adelante y succioné su hinchado botón. Eché la cabeza hacia atrás y lo solté antes de volverlo a hacer una y otra vez.
—Dios santo —siseó—. Ven aquí y fóllame, Pedro. Te necesito dentro de mí.
La ignoré, estaba completamente cautivado por el efecto que estaba teniendo sobre ella no solo físico, sino mental y emocional también. Mis ojos estaban fijos en su rostro, observando cada pequeña y detallada expresión de placer, porque saber que la estaba haciendo sentir bien… joder, me hacía cosas por dentro.
Ella también estaba cautivada por lo que le estaba haciendo; sus ojos seguían con pura fascinación cada movimiento que realizaba. Dejé los dientes a la vista y le rocé el clítoris con ellos antes de que la punta de mi lengua se moviera lentamente y sin descanso sobre aquella deliciosa y pequeña protuberancia. Paula respiró entrecortadamente y me agarró del pelo con mucha más fuerza cuando atrapé ese botón respingón entre mis labios y yo le guiñé un ojo.
Quería volverla loca y al parecer estaba yendo por muy buen camino.
—Oh, Dios. Tienes que parar, nene. Vas a hacer que me corra y quiero tener tu polla dentro.
No. Ni de coña iba a privarme del dulce néctar que sabía que me esperaba como recompensa. No paré. En cambio, la llevé hasta el abismo, moviendo la lengua de un lado a otro sobre su pequeño botón de placer a la velocidad del rayo y succionándolo y acariciándolo con mis labios para hacer que llegara al clímax.
—No. Para —dijo mientras maldecía por lo bajo y me tiraba del pelo en un vano intento de hacer que me detuviera.
Me comí ese coño como si nunca pudiera obtener la oportunidad de volver a hacerlo, aunque sabía demasiado bien que ese no sería el caso. Ya me aseguraría yo de ello.
—Vas a hacer que me…
Me empujaba y me tiraba de la cabeza en un intento de que la soltara, pero no cedí ni un milímetro. Su cuerpo iba a darme el resultado que estaba buscando y no iba a parar hasta conseguirlo.
—¡Joder! No… —soltó medio gimiendo, medio gruñendo y luego me empujó la cabeza para que mi cara estuviera completamente enterrada en su tesoro.
Cerró los muslos de golpe y me dejó la cabeza
enganchada como un tornillo cuando su cuerpo se tensó y sus fluidos bañaron mi lengua. Lamí, chupé y tragué. Todo. Mío, todo mío.
Cuando el orgasmo que le regalé remitió, me soltó el pelo y sus muslos se relajaron. Me puso una mano en cada mejilla y me obligó a mirarla.
—Eres exasperante —dijo entre pesadas respiraciones.
—Estoy seguro de que ya hemos hablado de esto antes. Soy insaciable. Nunca intentes negarme lo que quiero, porque siempre lo conseguiré al final —dije con una sonrisa de suficiencia mientras su pecho subía y bajaba con dificultad y la volvía a meter en la bañera.
Pau me sorprendió al empujarme en el pecho hasta que quedarme empotrado contra la pared opuesta de la bañera.
—Y no intentes negarme tú lo que yo quiero, Pedro Alfonso. Porque al final, lo conseguiré —dijo y luego trepó a mi regazo, me agarró la polla y…
—Pau, para. Estás…
Demasiado tarde. Se sentó sobre la punta de mi verga, que estaba tan dura como el titanio, y me acogió entero en su interior.
—Joder —gruñí.
Eché la cabeza hacia atrás cuando sentí sus estrechas paredes.
Paula se rió ante mi reacción, un sonido un poco arrogante.
Levanté la cabeza de golpe y solo me encontré con una sonrisa igual de petulante a juego.
Mi sonrisa petulante. Era casi como si me estuviera mirando al espejo. No sabía cómo cojones sentirme respecto a eso, pero supongo que yo tenía la culpa. Sí, definitivamente había creado un monstruo. Ojo por ojo, y diente por diente, tal y como había sospechado desde esa primera noche que pasamos juntos sobre ese respecto, la noche que le robé la virginidad. Supe entonces que tendría un buen reto por delante, y Pau me lo estaba confirmando. Era tan cabezona que rayaba lo imposible, siempre teniendo que llevar la razón. No podía culparla por eso porque yo era exactamente igual y había estado aprendiendo de mí.
Así que lo deje pasar y dejé que hiciera lo que quisiera. Dejé que me hiciera sentir bien porque al final, de un modo u otro, siempre iba a salirse con la suya.Y me parecía de puta madre.
CAPITULO 50
Pedro abrió la puerta, salió y me tendió la mano.
Mis pensamientos se desviaron hasta la primera noche que pasé aquí, cuando nunca habría sido capaz de imaginarme en lo que nos convertiríamos el uno para el otro desde entonces. Cogí su mano, la prueba de que estábamos en esto juntos y de que juntos encontraríamos la manera de hacer que funcionara.
En cuanto pisé el suelo, Pedro me levantó en brazos, me lanzó por encima del hombro y subió las escaleras que llevaban hasta la puerta principal. Me reí, ya no sentía las punzadas de separación y estaba contenta de vivir en el momento. Si los pequeños momentos robados era todo lo que teníamos por ahora, iba a vivirlos al máximo y a esperar que todo fuera bien.
Una vez dentro, Pedro me llevó hasta su oficina, abrió un cajón y sacó algo que no pude ver hasta que no estuve colgando bocabajo, cara a cara con su culo.
Toda la sangre se me estaba subiendo a la cabeza, pero la vista era fabulosa, así que no me quejé.
—¿Qué estás haciendo? —dije riéndome.
—Ya verás —contestó, y luego se giró para salir de la oficina.
Me llevó hasta la primera planta y luego por el pasillo. Me conocía ese camino bien; me estaba llevando hasta el dormitorio para disfrutar de un buen rato de jueguecitos.
Cuando por fin me dejó de pie en el suelo, la sangre se me bajó de la cabeza y comenzó a fluir por el resto de mi cuerpo, lo cual hizo que de pronto me mareara.
—Primero lo primero —dijo Pedro manteniéndome sujeta. Tenía una regla en la mano—. Si vas a estar alardeando de mí, creo que deberías tener pleno conocimiento de los hechos.
—¿Una regla? —le pregunté.
Él sonrió con suficiencia.
—Cierto. A lo mejor un metro es más apropiado.
¿Quería que le midiera el pene?
Y así comienza la egomanía…
Me encogí de hombros. Si no puedes vencerlos, únete a ellos. Además, yo misma me moría de curiosidad por saber la cifra exacta.
Cogí la regla y me acerqué a sus pantalones.
—¡Eh, eh, eh! —Pedro me detuvo y dio un paso atrás—. No puedes medirla estando flácida. Tienes que esperar a que esté dura.
—Oh… ya veo —dije, y luego volví a cerrar la distancia que se extendía entre nosotros—. Bueno, veamos si podemos ocuparnos de eso. Por el bien de la ciencia, claro.
Lo pegué contra la pared y comencé a besarlo en el cuello. Al mismo tiempo, lo agarré a través de los vaqueros y le masajeé la polla. Incluso relajada ya tenía un tamaño considerable, pero no pasó mucho tiempo hasta que el bulto en sus pantalones ganó grosor y dureza bajo mis manipulaciones. No pude contener la sonrisa de autosatisfacción que se extendió por mi rostro.
Pedro gimió.
—Tienes… mucho talento.
—Tengo un gran profesor. —Retrocedí y me deshice de sus pantalones en un periquete—. Creo que ya podemos ir al lío, hombretón.
El Vergazo Prodigioso se liberó y yo lo rodeé con la mano para dejarlo quieto y poder medirlo en condiciones. Estaba impresionada. Muy, muy impresionada. Pedro medía unos veintitrés centímetros y todo eso había estado en mi interior y en breve iba a estar dentro de mi culo. Debía admitir que estaba un poco intimidada.
—Ahí lo tienes —dijo con una sonrisa arrogante y un brillo en los ojos—. La prueba de que la polla de tu novio de verdad es el santo grial de todos los penes.
Puse los ojos en blanco y arrojé la regla a un lado.
—¿Cuánto escuchaste de ese discursito?
—Todo.
Dio un paso hacia mí y agarró la parte inferior de mi camisa y me la quitó por la cabeza.
—Y ahora se te ha subido a la cabeza, ¿eh? — pregunté, desabotonando su camisa.
Lo besé en la piel recién expuesta, inhalé su olor y memoricé cada hendidura de los músculos de su pecho.
—Bueno, creo que acabamos de demostrarlo, ¿no? —Se quitó los zapatos de una patada y estiró los brazos para desabrocharme el enganche frontal del sujetador antes de que los tirantes me cayeran por los brazos—. Y es todo tuyo, nena —dijo antes de agarrarme los pechos y de mamar uno de los pezones —. Joder, te deseo tanto.
No nos llevó mucho más tiempo a ninguno de los dos desnudarnos por completo el uno al otro, y antes de que nos diéramos cuenta siquiera, me encontré abierta de piernas sobre la cama con la cabeza de Pedro entre mis muslos.
—Mmm… que dulce, gatita —murmuró contra mi carne húmeda.
Su lengua se movió sobre mi clítoris con rapidez antes de cubrirlo con la boca y de succionarlo con suavidad, todo eso a la vez que seguía manipulándolo con su lengua prodigiosa. Levanté las rodillas y cerré los muslos alrededor de su cabeza, gimiendo ante la sensación de su barba desaliñada contra mi piel sensible mientras me lamía entera. Introdujo dos dedos en mi interior al mismo tiempo que con otros dos seguía jugueteando con mi ano. Estaba preparándome para la invasión, así que me relajé todo lo que pude y disfruté de las otras sensaciones que me estaba dando como distracción. No mucho después fui yo misma la que movía las caderas para buscar la fricción con sus dedos.
Quería incluso más.
—Sí, tú también lo quieres, ¿verdad? —Solo pude gemir como respuesta—. No te preocupes, gatita. Voy a dártelo. Solo necesito asegurarme de que estés bien preparada primero.
Me corrí con mucha fuerza. Moví las caderas adelante y atrás y luego me tensé cuando el orgasmo se apoderó de mi cuerpo y me dejó incapaz de moverme. Pedro retiró los dedos con cuidado y se subió a la cama para tumbarse de costado a mi lado.
Me dio besos tiernos en el hombro y en el cuello hasta que la respiración por fin se me reguló y pude volver a ver bien otra vez. Entonces me estrechó entre sus brazos y me giró de modo que mi espalda estuviera en contacto con su pecho. Y luego me penetró desde atrás, en el sentido tradicional.
Me hizo el amor con parsimonia, abrazándome fuerte mientras me susurraba palabras de admiración y de amor al oído.
—Te quiero mucho —le dije, besándolo en la palma de la mano porque era una de las poquísimas partes de él a las que tenía acceso.
—Ya lo sé, nena. —Acercó su nariz a la piel sensible de mi nuca—. Yo también te quiero. Dios… qué gustazo.
Pero podía darle más.
—Pedro, estoy lista —le dije al percatarme de que estaba esperando mi permiso antes de ir más allá.
—¿Estás segura? —Me besó en el hueco entre el cuello y la oreja—. Yo quiero… me estoy muriendo de ganas, pero no quiero hacerte daño.
—Tanto tú como yo sabemos que nunca podrías hacerme daño —lo tranquilicé—. ¿Por favor?
Pedro alargó el brazo por delante de mí y cogió el bote de lubricante que se había traído de la oficina.
No se retiró de mi interior cuando se echó un poco en la yema de los dedos y luego lo extendió por mi ano.
Entretanto, él todavía seguía moviéndose en mi interior.
—Esta también será una primera vez para mí — susurró y luego depositó un beso en mi hombro. Se salió de mi cuerpo y empezó a cubrirse él también de lubricante.
—¿Nunca has hecho esto antes? —pregunté, estupefacta.
—No. Así que si te duele mucho, necesito que me lo digas. ¿Vale?
Podía sentir la cabeza de su miembro en mi ano ejerciendo un poco de presión.
Asentí conteniendo la respiración porque estaba nerviosa, pero sí que quería que esta fuera nuestra primera vez juntos.
Por fin algo que él y yo tendríamos que nadie más podría quitarnos nunca.
Sentí cómo poco a poco ejercía más presión conforme fue moviéndose hacia adelante. Y luego, con un movimiento muy rápido y seco, me penetró.
Ahogué un grito ante la sensación de ardor, me tensé, contuve la respiración una vez más y deseé que el fuego del dolor de su invasión remitiera. Las lágrimas se me acumularon en los ojos sin darme cuenta siquiera, como una niña pequeña que acabara de caerse y de hacerse daño en la rodilla, pero esto era mucho más grande que eso. El instinto natural de mi cuerpo era expulsarlo de mi interior, pero, en cambio, me quedé quieta y cerré los ojos con fuerza, dispuesta a no moverme ni respirar por miedo a que solo empeorara la sensación.
—Respira, gatita. Tienes que respirar. —La voz tensa de Pedro fue casi un suspiro mientras sus manos temblorosas me acariciaban los brazos con cariño y depositaba tiernos besos en mis hombros—. Solo respira e intenta relajarte. Mejorará.
Solté una larga exhalación e intenté relajar los músculos del cuerpo todo lo que pude. Tenía razón, una vez que intenté relajarme, el dolor remitió un poco.— Sigue —le dije.
La voz de Pedro era rasposa, y su cuerpo temblaba.
—¿Estás segura? Todavía no estoy dentro del todo. Eso solo era la cabeza.
¿¡Qué!?
Asentí rápidamente con la cabeza. Mi mandíbula sentía la presión de mis dientes apretados. Inhalé profundamente y luego volví a soltar el aire a modo de preparación para sentir más dolor. Podía hacerlo.
Podía hacerlo por él.
—Pero ve… lento —dije, incapaz de deshacerme de la tensión en la voz.
—Te estoy haciendo daño. No lo vamos a hacer —dijo y lo sentí retroceder como si estuviera a punto de retirarse, cosa que no podía dejar que ocurriera bajo ningún concepto.
—¡No! Yo quiero. Por favor, Pedro, déjame darte esto. Dámelo a mí —le supliqué y luego me moví contra él ligeramente para demostrarle lo mucho que lo deseaba.
Lo escuché gemir. Un gemido de placer, no de frustración.
Yo le hacía eso. Luego sentí sus labios cálidos, suaves y húmedos en mis hombros otra vez cuando comenzó a moverse una vez más en mi interior muy, muy despacito. No fue tan doloroso como antes, solo incómodo. Pero cuanto más se movía, cuanto más profundo llegaba, más me relajaba y empezaba a disfrutar de las sensaciones.
Un gemido involuntario se me escapó de los labios y sentí cómo sus brazos se tensaban a mi alrededor y su respiración se volvía más pesada. Quería saber que él también estaba disfrutando; quería oírselo decir.
—¿Cómo es? —le pregunté—. ¿Te gusta?
—Ah, joder, gatita. No tienes ni idea —gimió con esa voz ronca y su cálido aliento se desperdigó por la piel de mi nuca—. Qué gusto.
—Más. Dame más —le urgí, sabiendo que se estaba conteniendo por miedo a hacerme daño.
Pero quería que disfrutara de la experiencia al completo, y la verdad fuera dicha, a mí también me gustaba, más o menos.
Sabía que no me correría esta primera vez, pero eso también me parecía bien.
Pedro me mantuvo quieta con firmeza cuando movió las caderas y se enterró todavía más adentro y con más rapidez.
—Eso es, nene —lo animé—. Haz lo que te haga sentir bien. Quiero que te corras y te derrames como nunca antes.
—¡Mierda! Me encanta cuando me dices cosas guarras —se las apañó para decir entre respiraciones, apenas sin aliento.
Eso fue todo lo que necesitó decir. Si le gustaba, le iba a dar más.
—Pedro, tu enorme polla está en mi culo —gemí. Quería que también tuviera el efecto mental al igual que el físico—. Ay, Dios, nene. Me estás follando por el culo, poseyéndome por completo.
Eso debió de haber dado en la diana.
—¡Joder, joder, joder! —gruñó a través de su mandíbula apretada—. No puedo… parar. Ay, Dios. Me voy a… Joder, me voy a correr, gatita.
Pedro me embistió, sus caderas chocaron contra mi trasero y su mano me agarró de la cadera con tanta fuerza que supe que por la mañana tendría un moratón. Me mordió en la parte de atrás del cuello y gruñó mientras se vaciaba con tanta ferocidad que pareció un auténtico animal. Todo lo que yo pude hacer fue esperar mientras sonreía cual gato que se acabara de comer un canario. Yo conseguía aquello en él.
Yo le di lo que nadie le había dado nunca, ni se lo iban a dar tampoco si es que yo tenía algo que decir en el asunto. Y lo haría mil veces más. Porque podía.
Dolió como un puto condenado. Pero la incomodidad que experimenté mereció la pena al final, porque fue una conexión que solo él y yo compartimos. Pude sentir todo el placer que le di, y me deleité en el hecho de que un hombre que aparentemente siempre tenía el control no lo tuviera en lo referente a mí. Era una libertad que se merecía y yo siempre quise que se sintiera así.
Llegué a Pedro como una virgen en todos los sentidos de la palabra, física y emocionalmente, y él me introdujo en un mundo de indecible placer. Puede que hubiera pagado dos millones de dólares por mí, pero yo le debía muchísimo más que eso por lo que me había dado a cambio. Le debía mi corazón, mi alma, mi cuerpo… y todos eran suyos.
—Te quiero mucho, Pedro Alfonso. —Mi voz apenas fue un susurro. Alargué la mano y le acaricié el trasero desnudo con la palma de la mano—. Gracias.
—Yo también te quiero, Paula Chaves—me devolvió también entre susurros. Pude sentir su corazón latiendo con fuerza contra mi espalda mientras su pecho subía y bajaba debido a su respiración dificultosa—. No me imagino compartiendo nunca algo tan íntimo con nadie que no seas tú. Gracias por confiar en mí.
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