miércoles, 8 de julio de 2015
CAPITULO 65
El agua caliente envolvía nuestros cuerpos desnudos mientras holgazaneábamos en la bañera exageradamente grande. Los fuertes brazos de Pedro me tenían encerrada y yo cerré los ojos para experimentar la sensación que la esponja de lufa me provocaba sobre mis pechos expuestos, que era donde Pedro la estaba moviendo. Mis pezones habían estado en un constante estado de excitación desde que puse un pie en esa casa.
Era gracioso que hubiera querido odiarlo tanto por aquel entonces. Y ahí estaba ahora, irremediablemente enamorada del hombre que me había comprado con el único propósito de hacerme todo lo que quisiera cuando y como a él le diera la gana.
El dicho era cierto: a veces es cuando dejamos de buscar el amor cuando el amor nos encuentra a nosotros. Y normalmente es la persona que menos sospechamos la que consigue atrapar nuestro corazón y volver nuestra vida del revés.
El Chichi se apuntaba ahora mismo a que el Vergazo Prodigioso lo volviera del revés. O, ya que estaba, a que le diera la vuelta y lo hiciera subir y bajar. Pícaro insaciable.
Como si hubiera escuchado su petición, la mano libre de Pedro deambuló por mi costado y por mi abdomen hasta que sus largos y grandes dedos pudieron hurgar entre los pliegues hinchados que tenía en el ápex de mis muslos para saludarlo como era debido. Su delicioso aliento vagó por mi cuello antes de que su boca, caliente y húmeda, ocupara su lugar.
La lengua de Pedro era pecaminosamente prodigiosa, y sus labios habían sido bendecidos con la habilidad de poner todos mis sentidos en alerta.
Sus dientes me arañaron la piel a modo de provocación y yo levanté el brazo para envolverlo alrededor de su cuello. La esponja de lufa se cayó al agua y Pedro me agarró el pecho a la vez que sus dedos me tiraban y me giraban suavemente el pezón.
Pude sentir su dureza pegada contra mi lumbar mientras los dedos entre mis piernas exploraban cada terminación nerviosa que tuvieran al alcance. La deliciosa presión de sus labios, de su lengua y de sus dientes contra el hueco de mi cuello aunó fuerzas con los suaves gemidos en mi oído y me volvieron loca de deseo.
—Pedro.
Mi voz sonó más como una súplica jadeante.
Él no titubeó con sus manipulaciones.
—Dime lo que quieres, gatita.
El Chichi sacó lápiz y papel y empezó a escribir una lista, pero yo lo ignoré. Ya habría tiempo luego para que lo venerara de todas las formas que se le ocurrieran. Ahora quería hacer algo por él.
—A ti. —Me giré en sus brazos—. Quiero saborearte.
Pedro gimió cuando logré ponerme a cuatro patas entre sus piernas y lo observé de forma sugerente mientras me relamía los labios. El agua de la bañera se balanceó con mis movimientos y chapoteó contra su tableta de chocolate.
—Que no se diga que te niego nada.
Usó la fuerza bruta de sus brazos para alzarse hasta estar sentado en el borde. El agua chorreó por su cuerpo a la vez que se agarró la polla con una mano y comenzó a acariciársela para provocarme.
Extendió el otro brazo en mi dirección a modo de invitación.
—Ven,Pau, hazme una mamada.
Su voz me recordó a mi primera noche allí, la noche en la que había estado sentado en el sofá, completamente desnudo, mientras se fumaba un cigarro. Los pelos se me pusieron como escarpias al recordarlo y un patético y lascivo gimoteo se me escapó de los labios al mismo tiempo que me
acercaba hasta él. Cuando estuve a su alcance, él enterró la mano en mi pelo y me guió hasta la enorme extremidad con la que Pedro tan cortésmente me apuntaba a la boca.
Su mano se agarró la base de su verga con fuerza y un gemido sensual se escapó de su garganta cuando la acogí en mi boca. Le hice círculos en la punta con la lengua antes de metérmela dentro de mi ansiosa caverna todo lo que fui capaz. Mis labios se extendieron a su alrededor cuando me acercó la cabeza más todavía. Formó un puño con la mano que me tenía agarrada del pelo y me impulsó ligeramente la cabeza hacia adelante y hacia atrás, una y otra vez.
Cuando levantó un pie por el lateral de la bañera y apoyó la espalda contra la pared para observarme mientras se la mamaba, de golpe me volví toda una exhibicionista.
Lo solté temporalmente y hundí la cabeza entre sus piernas. Sin dejar de mirarle a la cara, le lamí los huevos y me los metí uno a uno en la boca para succionárselos.
—Mierda —gimió, y luego abrió la boca y su pecho comenzó a subir y bajar más rápido.
Mi lengua dejó un rastro desde el hueco de sus huevos donde tenía los dedos hasta la punta de su largo miembro. Pedro me empujó la cabeza con más brusquedad y pude sentir la corona de su polla pegar contra la pared de mi garganta. Mis dientes arañaron ligeramente su piel suave cuando se retiró y luego volvió a hundirse en mi garganta otra vez. Sus ojos estaban fijos en mis labios y comencé a menear la cabeza para acogerlo bien adentro. Tragué y relajé la garganta para poder meterlo más adentro todavía, y gemí alrededor de ese trozo de carne que tenía en la
boca como si fuera lo más delicioso que hubiera probado nunca. Porque lo era.
—Joder. —Su voz era casi un susurro; un susurro ronco y descontrolado—. No tienes ni idea de lo preciosa que estás cuando me chupas la polla. Más fuerte, gatita. Chúpamela más fuerte.
Lo succioné tanto que mis mejillas se ahuecaron.
Tanto que no habrías sido capaz de convencerme de que su polla no sería más que un chupetón gigante para cuando hubiera acabado. Pedro gimió y los músculos de sus brazos, pecho y abdomen se contrajeron. Lo mamé más rápido, con más fuerza y a más profundidad mientras él me observaba con embelesada fascinación.
Podría haber muerto como una mujer feliz con su polla en la boca. Muerte por pollaestrangulación.
Él gimió mi nombre y luego su rostro se retorció.
—Para, mujer. Para.
Yo seguí.
—No… joder… —Él gruñó y me acunó el rostro con las manos para obligarme a soltar su miembro viril—. Quiero estar dentro de ti cuando me corra. — Estaba sin aliento, se le marcaban las venas del cuello y las pupilas se le dilataron—. Date la vuelta y sujétate al borde.
Me uní mentalmente al Chichi en sus acrobacias de animadora en la banda cuando descubrimos que también iba a tener oportunidad de jugar.
Me giré y extendí las piernas para que él pudiera colocarse entre ellas cómodamente, y puede que también arqueara la espalda, además. Cuando sentí su aliento en la nuca, su pecho se pegó a mi espalda, y su polla a mi hendidura, y casi me corrí en el sitio.
Su boca estaba cerca de mi oído y sentí la punta de su verga deslizarse entre mis labios, provocándome, sin llenarme con lo que tan desesperadamente necesitaba. Moví las caderas en un intento de alinear mi entrada con su polla, pero él se
apartó y yo solté un lloriqueo ante la pérdida de contacto.
Su aliento me acarició el hélix de la oreja con una voz profunda y amenazadora, pero no pude temerlo.
—¿Qué agujero quieres que use, Pau? ¿Este? — preguntó, moviendo la cabeza de polla sobre mi sexo —. ¿O este?
Deslizó la punta por encima de mi ano y presionó
ligeramente.
—El que tú quieras. Al igual que tú no me niegas nada, yo tampoco te lo niego a ti.
La última experiencia que había tenido con la entrada de atrás había sido incómoda, incluso dolorosa al principio, pero aun así quería volverlo a intentar. Y sí que había dicho que quería hacer algo por él, así que si él quería follarme el culo, dejaría que lo hiciera.
Pedro se rió entre dientes junto a mi oído y, aunque no pude ver su sonrisa condescendiente, supe que estaba ahí.
—¿Ah, sí? Qué valiente, Pau. Qué altruista. Me encanta lo dispuesto que está siempre tu cuerpo, la forma tan descarada con la que reaccionas a mis caricias. Me muero de ganas de volver a hundir mi polla en tu culito apetecible, y lo haré. Pero esta vez, creo que iré… por aquí.
La gruesa cabeza de su verga se hundió en mi coño. Me abrió y me llenó hasta que estuvo completamente enterrado en mi interior. Gemí y arqueé la espalda para poder apoyar la cabeza sobre su hombro. Él me cogió una teta con una mano mientras dejaba la otra sobre mi vientre. Luego ejerció presión sobre mi abdomen para obligarme a doblarme muy levemente. No obstante, el cambio de ángulo fue suficiente como para hacerme ahogar un grito.— Tranquila, gatita —me dijo en voz baja al oído —. Joder… qué gusto.
—Tú tampoco lo haces tan mal —conseguí responder.
Pedro se volvió a mover en mi interior; salía y entraba de mi cuerpo mientras me colmaba el cuello de besos con lengua. Eché la cabeza hacia un lado cuando la mano que tenía sobre mi vientre descendió y sus dedos comenzaron a masajearme el clítoris.
Gemí de nuevo porque la sensación era increíble, y él pegó todavía más su pecho a mi espalda.
Sabía lo que Pedro quería. Quería que me doblara hacia adelante, y lo hice. Me agarré al saliente de la bañera para que pudiera hacer lo que quisiera conmigo.
Y eso fue exactamente lo que hizo.
Movió los labios sobre mis hombros desnudos y me envió un cosquilleo por toda la superficie de la piel. Quitó la mano de mi pecho y la posó sobre la mía en el saliente antes de entrelazar sus dedos con los míos; ahora el leve peso de su cuerpo me envolvía perfectamente. La otra mano volvió a mi abdomen y me sujetó allí mientras me embestía con una mayor resolución. Su boca estaba pegada a mi oreja y pude oír cada pequeño gruñido, sentir contra mi piel cada
exhalación de aire caliente con cada arremetida.
—Necesito estar más dentro de ti, Pau. Mas adentro de lo que nunca he estado antes —murmuró junto a mi cuello.
Deslizó la mano en dirección sur por mi cuerpo hasta llegar a la parte interna de mi muslo izquierdo.
Tiró de él para instarme a que levantara la rodilla hasta apoyar el pie en el lateral de la bañera. Luego enderezó la espalda y me embistió lentamente.
—Ooh… —gemí ante la sensación.
—Eso es. Justo ahí —dijo mientras rotaba las caderas contra mi trasero e hizo que soltara otro gemido—. ¿Te gusta?
—Dios, sí. —Pude sentir su polla moverse en círculos, abriéndose paso entre mis paredes, y yo arqueé la espalda más incluso para darle mejor acceso—. Puedo sentirte… tu polla es tan… unngh.
—Sí, a mí también me gusta —dijo mientras cogía impulso hacia atrás ligeramente y volvía a hundirse en mí.
Realizó movimientos cortos y rápidos, a cada cual más glorioso que el anterior. Todo lo que tenía dentro de mi cuerpo se aglomeró. Estaba en alerta máxima. Amenazaba con explotar gracias al glorioso placer que solo él podía proporcionarme.
—Más fuerte, Pedro. Fóllame más fuerte —dije para animarlo.
E hizo justo eso. Enredó una mano en mi pelo y tiró de él para obligarme a que levantara la cabeza mientras me follaba como un loco. Su ingle se estrellaba contra mi culo con acometidas largas, fuertes y rápidas. La piel chocaba contra piel a la vez que sus dedos se hundían en mi cadera. El pecho se me oprimió, el estómago me dio vueltas, mi clítoris palpitó, mis dientes se apretaron y mis dedos se agarraron al filo de la bañera hasta que los nudillos se me pusieron blancos.
Y luego todo se soltó de golpe y yo grité con un orgasmo que hizo que me temblara todo el cuerpo.
—Pedro… ohhh… Pedro —gemí mientras el corazón me martilleaba el pecho.
—Lo sé, gatita —gruñó, todavía moviéndose ferozmente a mis espaldas—. Justo ahí. Voy a correrme. Voy a…
Soltó un gruñido mientras sus caderas se estampaban contra mi trasero. Las mantuvo allí durante un segundo o dos antes de continuar con su ataque con movimientos esporádicos e irregulares.
Y luego por fin se quedó quieto. Fue como la calma tras la tormenta, las nubes se disiparon y el sol volvió a brillar una vez más. Dichoso, tranquilo.
Feliz.
Su cuerpo se desplomó cuando se retiró de mi interior y apoyó la frente contra mi espalda.
—Mujer… vas a hacer… que me… muera — soltó entre jadeos.
¿Él? Yo estaba segura de estar en peligro de sufrir un ataque al corazón a juzgar por la forma en que este estaba intentando salírseme del pecho. Pero Dios… vaya forma de morir. Estaba ahí empatada junto a la pollaestrangulación.
CAPITULO 64
Mierda.
Observé mi reflejo en el espejo del cuarto de baño.
Mi preciosa cara tenía un aspecto deforme, pero al menos me las había arreglado para limpiarme la sangre y vendarme las heridas abiertas.
No llamarían a la poli. Estaba seguro de ello.
Tendrían que exponerse ellos también en el proceso y estaba seguro de cojones que la prostitución y estar
metido en el negocio de esclavos humanos acarreaban una pena mucho mayor a la larga de lo que yo casi había hecho.
Aunque supuestamente la situación no tendría que haber terminado así.
Lo había planeado a la perfección, o eso pensaba.
Paso uno: hacerle mi proposición a la puta, amenazarla con sacar a la luz su sórdido affaire y contar con su tendencia natural de cazafortunas para sellar el trato. Paso dos, mi favorito: follármela por detrás, hacerle saber lo que se estaba perdiendo al faltarle el respeto a la Madre de las Pollas y dejarla suplicándome por más, todo mientras esperaba a que Alfonso entrara y nos pillara en el acto. Y luego el no va más: sentarme y relajarme mientras observaba a mi némesis ponerse todo autodestructivo al descubrir que había hecho mía otra de sus preciadas posesiones.
Pero me había salido el tiro por la culata. Paula no aceptó mi oferta, lo que significaba que Alfonso no iba a vernos follar.
No me habría imaginado que habría un altercado físico de verdad, aunque no es que lamentara haberle pegado a la zorra. Necesitaba aprender que este era un mundo de hombres y que haría bien en quedarse en su lugar. Pero entonces Pedro entró y me lo jodió todo.
—Cabronazo.
Me mofé frente al espejo antes de adentrarme en mi oficina y servirme una copa bien cargada.
Removí el oscuro líquido color ámbar, me dirigí hacia la ventana y miré a la ciudad. Mi ciudad. Yo era su puto dueño, o lo sería.
Hice un gesto de dolor cuando di un sorbo y el vaso hizo contacto con mi labio roto. Una gota de alcohol aterrizó justo en el corte y, para colmo, me escoció como su puta madre.
—¡Joder! —rugí y lancé el vaso contra la pared más cercana.
Este se hizo añicos y coloreó la pintura blanca con gotitas de whisky mientras los diminutos trocitos de cristal llovieron sobre el suelo.
Maldije entre dientes y decidí dejarlo así para los empleados encargados de la limpieza, luego me volví a girar hacia la ventana.
Lo que había ocurrido antes fue el resultado de un plan muy poco pensado por mi parte. Debería haberme concedido un poco más de tiempo con ella.
No es que él no hubiera querido darme una patada en el culo aunque ella hubiera sido una participante bien dispuesta. Pero si ese hubiera sido el caso, su puño no habría podido soltar tantos puñetazos. Era muchísimo más fácil lidiar con un orgullo herido y un corazón roto, que con un hombre con complejo de superhéroe y comportándose igual de violento que Rambo al defender su territorio.
No importaba, yo todavía seguía teniendo el poder. O al menos lo haría antes de que acabara la noche.
No tenía que follarme a su chica para destruirlo.
Lo conseguiría igualmente con lo que tenía planeado revelarle a la junta directiva en la reunión del lunes.
Pero sí que tenía algo que demostrar. ¿Cuántas veces había intentado hacerle entender al gilipollas que las mujeres solo buscaban una única cosa? Dinero.
Simple y llanamente. Todas y cada una de ellas eran unas zorronas cazafortunas.
Bueno, vale, quizá sí que hubiera otra cosa que buscaran también: pollas. También les gustaba eso.
Cuando los dos éramos un par de jóvenes gamberros, había intentado grabarle mi teoría en la sesera con putas, sobre todo porque quería que estuviera libre para salir conmigo los fines de semana, o simplemente cuando necesitara un
compinche, aunque sí que creía que lo que decía era cierto. Había visto a mi padre cambiar de esposa casi tanto como de corte de pelo. Y todas y cada una de ellas se marchaban poseyendo una pequeña parte de su fortuna. Una fortuna que debería haberme pertenecido a mí por derecho.
Cuando nos volvimos adultos, era todavía más importante para mi socio estar centrado. Necesitaba que la cabeza de Alfonso estuviera en el juego si íbamos a hacer que la compañía de nuestros padres llegara hasta alturas que los viejos no podían imaginarse siquiera. Si estaba enamorado de una mujer, una puta ramera, estaría demasiado distraído
como para dar lo mejor de sí, y no estaba refiriéndome a sus habilidades en la cama.
Ir detrás de tías solo por el hecho de follar era una cosa. Permitir ser un calzonazos era otra completamente distinta.
Alfonso no me había escuchado. Justo cuando acabó la universidad y sus padres murieron, heredó la mitad de la compañía y ya tuvo a una preciosa mujer colgada del brazo, y yo me quedé más que olvidado. Y no solo por mi supuesto mejor amigo. Mi padre había mirado a Pedro con tanto orgullo y adoración que casi podía tocarlos.
Él nunca me había mirado a mí de esa forma. Pedro Alfonso era una estrella en alza, tenía todo lo que yo no poseería jamás, y ya estaba cansado de vivir a su puta sombra.
¿Por qué no puedes ser más como Pedro, Dario?
La voz de mi padre estaba grabada en mis oídos, un recuerdo constante de que yo nunca llegaría a cumplir sus expectativas. Cometí errores; era joven, y me gustaba salir de fiesta. Pero esos errores para él fueron inaceptables.
Mi viejo era débil, en mi opinión. Compartía su compañía con esos jodidos Alfonso cuando podría haber conseguido para sí todo el éxito del Loto Escarlata. Esos Alfonso tan santos y su: «Donemos una buena parte de nuestros beneficios a
organizaciones benéficas, ayudemos a la comunidad, hagamos algo bueno con las bendiciones que nos han concedido».
Bleh. Aquello no eran bendiciones. Era trabajo duro; la sangre, el sudor y las lágrimas de mi padre.
Pero él nunca lo vio así. En realidad, creo que en secreto estaba enamorado de Elizabeth Alfonso.
Había visto el modo en que se le iluminaba la cara siempre que esta entraba en la habitación. La zorra lo tenía bien comiendo de la palma de su mano. El habría hecho cualquier cosa que ella le hubiera pedido aunque nunca hubiera podido tenerla para sí.
Lo cual demostraba lo que había dicho sobre el efecto que las mujeres tenían en los hombres. Y mi padre no se la había estado tirando siquiera.
Hablando de tirarse a gente… Tenía una cita.
Me desabroché otro botón de la camisa para enseñar más de mi bronceado pecho de hierro — porque era como me gustaba— y luego cogí las llaves.
Se me estaba haciendo tarde. Sebastian cerraría el
chiringuito pronto y me estaría esperando con un buen coño y una generosa cantidad de polvo de hadas. Joder, necesitaba otra dosis de aquello. De ambos.
Y luego iba a cogerle prestado esa pequeña pepita de oro que sabía que guardaba en la oficina. No era más que tinta y papel para él, pero para mí, era el futuro de Stone Enterprises.
CAPITULO 63
Le aparté el pelo con la nariz y luego acaricié su cuello, mientras succionaba y mordía ligeramente la piel de allí.
Pau abrió sus muslos y volvió a colocar la mano sobre la mía, antes de instarme a acercarme más y a deslizar los dedos entre sus labios húmedos.
—No deberíamos hacer esto —le dije contra su piel, pero no dejé de acariciarla con la nariz ni tampoco aparté la mano porque era un hombre y mi genética no me lo permitía. Pau era adictiva.
—¿Me negarías lo que quiero?
Su mano abandonó la mía y abrió otro botón de la camisa hasta que pudo tirar de ella hacia un lado para dejar a la vista uno de sus perfectos senos. Luego tiró de mi cabeza hacia su pecho.
—Nunca.
Acepté su ofrenda y lamí el pezón enhiesto antes de succionarlo con la boca entera.
—Hazme olvidar, Pedro. Declárame tuya y borra el recuerdo. Solo quiero recordar tus caricias.
Ella necesitaba esto, me necesitaba a mí. Y yo no le iba a negar nada.
Pau volvió a poner la mano encima de la mía y arqueó la espalda, que hizo que acercara aún más su pecho a mi boca, mientras introducía nuestros dedos en su interior.
Gimió y yo sentí cómo mi verga se sacudía ante aquel sonido.
Chupé con fuerza su pezón suculento; nunca obtenía suficiente. Esa mujer me hacía cosas por dentro, me hacía perder todo el autocontrol que luchaba por mantener. Su coño estaba muy húmedo y apretado alrededor de nuestros dedos; suave, como la seda líquida. Nos empujó más adentro y me movió el dedo de manera que siguiera acariciándola por dentro mientras la palma de mi mano le masajeaba el clítoris. Juntos estábamos borrando la blasfemia. Así era como se supone que tenía que ser entre un hombre y una mujer.
—Te quiero dentro de mí, Pedro.
Le solté el pezón y lo besé suavemente una vez más antes de murmurar contra su piel:
—Ponte de pie, gatita.
Ella lo hizo y dejó que tanto mi dedo como el de ella se deslizaran fuera de su cuerpo, aunque soltó un quejido insatisfecho. Le sonreí, me encantaba lo insatisfecha que estaba. Levanté las caderas y me bajé los pantalones antes de apartarlos de una patada.
Cuando me volví a sentar, me cogí el miembro con la mano.
—¿Esto es lo que quieres?
El pelo le cayó sobre la cara cuando bajó la mirada hacia mi regazo y se mordió el labio inferior mientras observaba mi polla con avidez. Ella simplemente asintió y luego se sentó a horcajadas sobre mí a la vez que me agarraba la verga y se la colocaba en su abertura antes de hundirse en ella.
Me llevó unas cuantas maniobras y un par de caricias llegar a estar completamente enterrado en ella, pero le puse las manos en las caderas y ambos lo logramos juntos. Cuando se inclinó para besarme, movió una mano hacia un lado, encontró un interruptor y encendió el mecanismo de masaje de la butaca. Gemí al sentir la vibración bajo mis testículos.
Esa sensación, unida al roce de los pezones de Pau contra mi pecho, su beso seductor y su caliente coño apretado alrededor de mi polla, fue casi demasiado para que un hombre lo pudiera soportar.
Pero sí que lo hice. Era una tortura bastante deliciosa.
—Te quiero, Pedro —susurró contra mis labios.
—Ni la mitad de lo mucho que te quiero yo a ti — le respondí.
No tenía forma de saber si eso era verdad, pero encontraba muy difícil de creer que una persona pudiera querer a otra tanto como yo la quería a ella.
Ella movió sus caderas contra mí en busca de esa fricción contra su clítoris. Sus pechos se encontraban justo frente a mí, provocándome, así que los junté y me metí los dos pezones a la vez en la boca. Pau me tiró del pelo y me cabalgó con fuerza, justo como a mí me gustaba. Fue cuando le arañé con los dientes los endurecidos brotes de sus pechos que ella dejó caer la cabeza hacia adelante y ralentizó los movimientos.
—Es muy sexy. Joder… qué gusto —gimió mientras movía las caderas con más resolución y se agarraba al respaldo de la butaca.
Pau solo utilizaba la palabra «joder» cuando estaba enfadada o cuando algo que le había hecho yo era particularmente placentero para ella.
Naturalmente, a mí me encantaba oírselo decir.
Se movía adelante y atrás sobre mí, ordeñándome para su propio placer y devolviéndomelo multiplicado por diez.
Estaba a punto de perder la puta cabeza, pero me las apañé para mantener a raya mi orgasmo para que ella pudiera llegar al suyo primero.
Fui recompensado por mis esfuerzos cuando sentí las paredes de su coño contraerse todavía más alrededor de mi polla y ella comenzó a moverse a un ritmo deliberado. Pau tenía los labios abiertos y los ojos cerrados mientras se concentraba en la sensación. Ya casi estaba ahí, a punto de entrar en combustión, pero necesitaba más. Conocía su cuerpo mejor que el mío propio, así que pude leer las señales.
Necesitaba que el hombre al que se estaba entregando
por voluntad propia tomara las riendas y la hiciera
suya.— Dámelo, mujer —la animé—. Córrete en mi polla.
La agarré de los dos cachetes de su perfecto y redondeado culo y la impulsé arriba y abajo con fuerza. La obligué a arquear las caderas hacia adelante antes de volverlo hacer una y otra y otra y otra vez. Podía oír cómo sus dedos se hundían en mi pelo a cada lado de mi cabeza, y luego su cabeza cayó hacia atrás y su cuerpo se sacudió al mismo tiempo que gritaba mi puto nombre con el orgasmo.
Yo no desperdicié ni un segundo. Había algo que había querido hacer con ella desde el primer día que la encontré en mi sala recreativa en medio del caos que montó con el maldito control remoto. Le pasé un brazo por alrededor de la cintura y me levanté de la butaca antes de llevarla en brazos hasta la mesa de billar. Ella continuó moviendo su cuerpo entre mis brazos con descaro, todavía alimentando su orgasmo, y la distracción casi logra que me fuera imposible andar, pero me las apañe para llegar con ella hasta allí.
Con mi otro brazo aparté las bolas de billar de nuestro camino y la tumbé encima sin salirme de ese pequeño pedacito de cielo en el proceso. Una vez que estuvo a salvo, tiré de sus caderas hasta el filo, le eché las rodillas hacia atrás y la abrí bien; tenía una pierna en cada mano. Y entonces la embestí con fuerza.
—¡Ah, joder! —gritó, y yo me quedé parado mientras me golpeaba mentalmente en el trasero por ser tan brusco con ella, especialmente después del mal rato por el que había pasado antes.
—Mierda, lo siento, gatita. Ha… sido sin querer.
Ninguna disculpa iba a compensarla por lo que había hecho.
—No, es un buen joder —dijo, respirando con pesadez—. Te lo prometo, estoy bien. Mejor que bien, en realidad. Eso ha sido increíble. Es lo que necesito, Pedro. No te contengas. Por favor.
Me quedé tan pasmado como aliviado.
—Bueno, en ese caso, es mejor que te agarres a algo porque se va a poner mucho mejor.
Pau colocó los brazos a ambos costados de su cuerpo y buscó el borde de la mesa de billar para agarrarse como si le fuera la vida en ello. Yo la agarré de las caderas una vez que estuvo bien sujeta y dejé que sus piernas se enroscaran cada una por uno de mis brazos. Luego me eché hacia atrás antes de volver a arremeter contra ella. Esa prueba me confirmó que todo iba bien, así que me solté y me moví contra ella con una fuerza y una velocidad que me dejó jadeante.
Sus pechos rebotaron adelante y atrás con cada acometida y mis huevos se estrellaron contra su trasero con cada incesante estocada de mi polla. Me hundí más y más en ella.
Pau comenzó a gritar bastante mientras movía la cabeza de un lado a otro.
Pude sentir el sudor filtrarse por la piel de mi frente, pero yo continué follándomela con un peligroso abandono.
Y luego bajé la mirada hasta donde nos encontrábamos unidos y observé cómo mi polla se deslizaba dentro y fuera de su coño apretado.
—Joder, mujer. —Gruñí, incapaz de apartar la mirada—. Tu coño es tan… jodidamente… mío.
Mis caderas se estrellaron contra ella una y otra vez, más y más fuerte, más y más profundo. Mi verga gruesa le abría su entrada prieta y era la imagen más erótica que hubiera visto nunca. Las venas de mi polla iban súper cargadas de sangre palpitante, y la piel que estaba envuelta en su humedad, la sección que había estado dentro de la firme sujeción de su coño, estaba coloreada de un fuerte rosa debido a la fricción.
Todo lo que había estado creciendo en mi interior explotó y cerré los ojos con fuerza ante la increíble sensación del orgasmo. Gruñí y sentí mi polla palpitar y latir dentro de ella. Choqué mis caderas una última vez contra ella y me corrí; derramé mi semilla dentro de la mujer por la que haría cualquier puta cosa.
Una vez le di a Pau todo lo que tenía para dar, me retiré de su cuerpo y aflojé la sujeción que tenía sobre sus caderas. Fue entonces cuando me di cuenta de lo fuerte que me había estado agarrando.
—Mierda, lo siento. Eso probablemente se ponga feo luego.
Me incliné hacia delante y deposité besos pequeñitos en cada marca como si pudiera de verdad besarlas y hacer que se curaran.
Los dedos de Pau se fueron hasta mi pelo y apoyé la cabeza sobre su pecho para escuchar el latido de su corazón. Para mi sorpresa, descubrí que el mío estaba sincronizado al suyo. Por muy cursi que sonara, nos habíamos convertido en uno. Y supe que era verdad: pasara lo que pasase con Dario Stone o con el enorme fiasco del contrato, nada se interpondría entre nosotros.
Lo decía de verdad cuando dije que haría cualquier puta cosa por ella. Aunque tuviera que sacrificarlo todo, aunque tuviera que dejar que me humillaran en público y llevármela hasta una cabaña desierta en Alaska para que no tuviera que soportar la vergüenza de que todo el mundo supiera lo que había hecho para salvar la vida de su madre. Lo haría.
Porque nada importaba más que ella.
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