sábado, 27 de junio de 2015
CAPITULO 27
Estaba soñando. Sentía el cuerpo de Pedro pegado a mi espalda, rodeándome por la cintura bajo un cielo estrellado, susurrándome cosas dulces al oído mientras me estrechaba contra él.
—Lo siento mucho. No lo sabía —me musitó—. Pero ahora que estás aquí conmigo, ya no dejaré que te vayas nunca. Nunca, Paula. Ahora eres parte de mí. No permitiré que nos separemos nunca.
—No hay ningún otro lugar en el que más desee vivir, Pedro —repuse suspirando y me arrimé más a él—. Quiero estar siempre como estoy ahora contigo. Abrázame y no dejes que me vaya.
—No me separaré nunca de ti. Te quiero, Pau. Dime tú también… — de pronto su voz ronca desapareció y la escena se volvió borrosa y se esfumó. Desesperada, intenté recuperarla con mi mente, pero era demasiado tarde. Me estaba despertando y el sueño había desaparecido.
—Dime que no te pasas el día durmiendo en la cama.
—¿Qué? —respondí incorporándome, viéndolo todo borroso por estar todavía medio dormida y tener además el pelo echado sobre la cara como el Primo Eso de La familia Addams. Me pasé las manos por entre la mata de pelo lo bastante como para apartarme la melena como si fuera una cortina y poder ver a la tocapelotas que me había sacado de mi profundo sueño.
—Lárgate, Dolores —le solté enojada, y luego me volví a derrumbar teatralmente sobre la cama—. Estoy durmiendo —añadí pegándome la almohada de Pedro al pecho. Inhalé su aroma y suspiré con satisfacción. A lo mejor conseguía seguir soñando con aquella escena si ella se quedaba calladita y se largaba.
—No, ya no estás durmiendo —repuso y luego la oí cruzar la habitación para hacer vete a saber el qué, pero te juro que si se le ocurría saltar sobre mí, pensaba darle un buen manotazo en la frente y luego le metería mi dedo lleno de babas en la oreja. Dolores estaba demasiado animada por las mañanas y probablemente se lo merecía solo por eso, y yo esperaba el momento propicio para saltarle encima cogiéndola desprevenida.
—¿Qué quieres?—le dije medio quejándome cuando descorrió las cortinas para dejar que la intensa luz de la mañana invadiera mi cómodo refugio. De pronto me vinieron a la cabeza imágenes de vampiros y estas a su vez me llevaron a pensar en el sexo vampírico que Pedro y yo habíamos tenido en la sala recreativa.
Tendremos que hacerlo otra vez.
El Chichi se asomó entusiasmado como si le hubieran inyectado diez mil miligramos de cafeína. Guarro. Supongo que estaba secundando mi idea.
—Bueno, para empezar me gustaría que hicieras algo con eso tan horrible a lo que llamas pelo —me dijo Dolores y noté que me levantaba delicadamente una greña y luego me la volvía a soltar. Se frotó las manos como si yo tuviera piojos o algo por el estilo.
—¿Con qué? —le pregunté con voz soñolienta con la almohada pegada a la cara, y casi vomito al oler mi aliento matutino. Mi pelo podía esperar, lo que de verdad necesitaba era pasta dentífrica y un cepillo de dientes.
—Con eso. Y ahora mueve el culito si no quieres que vaya a buscar un jarrón de agua helada a la cocina y te la eche encima —me soltó dándome un azote en el trasero.
Me senté resoplando y la miré a la cara frunciendo el ceño.
—¿Sabes que no te trago, Dolores?
Después de ducharme —dándome dos veces un gustirrinín con la ayuda del pequeño vibrador de Alfonso, me depilé y sí, me cepillé los dientes.
Luego volví al dormitorio, donde Dolores había hecho ya la cama y había elegido la ropa que hoy me pondría. Me vestí, me recogí el pelo revuelto en un moño y bajé a la otra planta.
—¿Dolores? —la llamé sin tener idea de dónde se había metido.
—¡Estoy aquí! —gritó desde la cocina.
Al entrar descubrí que ya había preparado el café y me había servido una taza.
—¡Caramba, si pareces casi humana!
—Pues te has librado por los pelos de recibir una patada en el culo — repliqué, porque la mejor parte de despertarte por la mañana era tomarte una taza de café instantáneo. Aunque dudo que el delicioso aroma que flotaba en la cocina fuera de este tipo de producto. Seguro que Pedro solo tenía en su casa café de la mejor calidad.
Me senté en la isla de la cocina delante de Dolores y me eché azúcar al café.
—Supongo que me has sacado de mi sueño de bella durmiente por algo muy importante. ¿De qué se trata?
—Ya te lo diré luego. Primero quiero saber si has intentado con Pedro lo de metértela hasta el fondo de la garganta —me preguntó deseando fisgonear en mis intimidades.
—Sí. Y además creo que el papel de Yoda te iría como anillo al dedo, y no solo por tu corta estatura.
—Ya veo que aprendes rápido, joven Luke Skywalker. ¿O debería llamarte joven Streetwalker? —me dijo haciendo una de sus mejores imitaciones de Yoda. Las dos nos echamos a reír, pero Dolores se puso seria de repente y se aclaró la garganta—. ¡Ups, lo siento! —se disculpó con un cierto aire de culpabilidad en la cara.
—¿Por qué? —le pregunté confundida.
—¡Oh, por nada! —repuso tomando un sorbo de café.
—¿Cómo que nada? Pues ahora lo tienes que desembuchar —le dije apuntándole con el dedo.
Dolores dejó la taza de café sobre la mesa y lanzó un hondo suspiro.
—¡Dios mío, me va a matar, lo sé! —dijo retorciéndose las manos nerviosamente.
—¿Quién? ¿Pedro? —Sabía que se estaba refiriendo a él—. ¿Por qué Dolores?
Se estrujó la cara como si fuera a decir algo que no quería soltar. Luego se la cubrió con las manos y me miró por entre los dedos.
—Lo sé, Pau. Lo sé todo.
—¿A qué te refieres, tía? No me estoy enterando de nada —le dije agitando la mano frustrada, esperando animarla a soltarlo todo.
—Me he enterado de tu contrato con Pedro. Sé que pagó dos millones de dólares para que te vinieras a vivir con él durante los dos próximos años. Y que no sois en realidad pareja. Y también sé lo del sexo. Por Dios, Pau, lo sé todo y ojalá no me hubiera enterado, porque la situación me sobrepasa, me abruma demasiado —me soltó atropelladamente a borbotones.
Las manos se me pusieron a temblar tanto que tuve que dejar la taza de café en la mesa por miedo a derramarlo, a estamparlo contra la pared o a hacer cualquier otra locura.
—¿Te lo ha dicho él? —le pregunté con la voz relativamente serena, lo cual me sorprendió mucho.
—No, no, no, no, nooooo. Por favor, Pau, él no ha sido —me suplicó desesperadamente como si quisiera arreglarlo todo—. Lo que pasa es que me ocupo de los gastos de la casa y al ver la transferencia, le pregunté acerca de ella. Até cabos y descubrí que el dinero se transfirió el mismo día que tú viniste. Y entonces, bueno, ya sabes cómo, soy. Empecé a hurgar un poco. Pero lo cierto es que si me hubieras dicho la verdad cuando nos conocimos, no habría tenido que hacerlo. Me refiero a que me hablaste de Elvis, Tupac, Michael Jackson, las drag queens… y Pedro no es que fuera tampoco de gran ayuda. Cuando le pregunté en qué se había gastado el dinero me dijo que tú eras antes un hombre y que lo usaste para una operación de cambio de sexo y…
—¡Alto ahí! —le grité interrumpiéndola—. ¿Qué es lo que acabas! de decir?
Dolores respiró hondo.
—¿A qué parte te refieres? ¿O es que quieres que vuelva a repetirlo todo desde el principio?
—¡Por Dios, no! No creo que mi cerebro pueda soportar oírlo por segunda vez —dije pellizcándome el caballete de la nariz por el terrible dolor de cabeza que me estaba dando gracias a sus quejas y revelaciones—. Dolores, ¿me acabas de decir que Pedro te contó que yo era un hombre y que me hice un cambio de sexo?
—Sí, pero luego me soltó que era una broma —me aclaró encogiéndose de hombros—. Estaba bromeando, ¿verdad? —inquirió con los ojos como platos—. No es cierto que tuvieras una longaniza ¿no?
—Sí —chillé.
—¿Sí que tenías una longaniza? —me preguntó con cara alucinada, y posiblemente incluso de curiosidad.
—No,Dolores. Sí, estaba bromeando —le aclaré. A Pedro Alfonso le esperaba una buena.
Mi venganza sería terrible.
—Qué bien. Me refiero a que… me alegro —dijo suspirando aliviada—. Pau, cariño —añadió apoyando el codo en la mesa y agarrándose la barbilla—. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué vendiste tu cuerpo a cambio de sexo?
—Es un asunto personal, Dolores. Y no quiero que vayas metiendo las narices por ahí para descubrirlo. Si lo haces te prometo que te daré una patada en tu esquelético culito —le advertí. Ella hizo la señal de la cruz sobre el corazón prometiéndome en silencio no hacerlo—. Además, ni siquiera Pedro lo sabe.
—Sí, y estoy segura de que no te presionará para que habléis del tema, sobre todo porque entonces te tendría que hablar de Julieta. La muy cabrona —murmuró.
—Espera, es la segunda vez que me la nombras. ¿Quién es? ¿Era su novia o algo por el estilo? —si alguien iba a irse de la lengua, seguro que sería Dolores. Probablemente ya me había dicho más de lo que debía.
—Te prometo que si algún día Pedro se llega a enterar, me despedirá de verdad y probablemente a Mario también. Y entonces ya puedes imaginarte lo que nos pasaría. Nos quedaríamos en la calle sin un hogar, sin dinero para comprar nada…
—¡Qué trágico! —musité con sarcasmo.
—Ya lo sé —respondió como si así fuera—. De acuerdo, te lo diré, pero solo si tú me cuentas antes el trato al que tú y Pedro habéis llegado.
Pensé en el sueño que acababa de tener, pero no había sido más que eso.
Pedro nunca se enamoraría de mí, por más buena que yo fuera metiéndome su monumental polla hasta el fondo de la garganta.
—La verdad es que lo nuestro no es más que una transacción comercial, Dolores. Ni más ni menos —le dije con toda naturalidad.
—No me lo trago, Pau. Puedes mentirle a Pedro o incluso a ti misma, pero yo no me lo creo —afirmó—. Te he oído antes de que te despertara. Estabas hablando en sueños y por los ruidos que hacías, salta a la vista que estás coladita por el jefe, tía.
—¡Por Dios, Dolores! ¿Es que siempre tienes que estar fisgoneando? —le pregunté ofendida por la invasión de mi privacidad.
—¡Eh, no digas el nombre de Dios en vano en mi presencia! —me riñó blandiendo el dedo.
Me acodé en la mesa y me pasé las manos por entre el cabello, frustrada.
—Lo siento,Dolores. Oye, esta situación no es demasiado agradable para mí. Me estoy enamorando del tipo que pagó una suma tan desorbitada de dinero que serviría para alimentar a un pueblo hambriento durante más tiempo del que yo me pueda imaginar, solo para hacerlo conmigo cuando se le antojara sin compromisos de por medio. Y por más que he intentado odiarle, ¡no puedo! ¿Qué diablos me pasa? No tengo el síndrome de Estocolmo porque no se puede decir que me haya secuestrado, ni tampoco me retiene en contra de mi voluntad. He sido yo la que quiso firmar el contrato, pero mi relación con Pedro se está volviendo demasiado real. ¿Lo entiendes?
Dolores asintió con la cabeza con una expresión de sinceridad en la cara.
—Y con todos los otros problemas que tengo en mi casa —dije yéndome por las ramas—, lo único que puedo hacer es lanzar los brazos al aire y gritar «Jesús, toma el volante, te lo ruego», lo cual no me hará demasiado bien, porque no se puede decir que esté llevando una vida de santidad… aunque no tengo idea de lo que estoy haciendo aquí. Y por lo que parece, cada vez me estoy echando más tierra encima. Me refiero a que sé que para Pedro no soy más que una puta y que nunca llegará a sentir ni una pequeña parte de lo que yo siento por él, pero… ¡uf!
Respiré hondo. La cara me ardía y sentí que estaba a punto de llorar en cualquier momento. Pero no pensaba hacerlo, porque no quería parecer débil e incluso más vulnerable de lo que ya me sentía. Era un alivio poder desahogarme al menos un poco antes de venirme abajo. Porque notaba que
estaba a punto de sucederme.
Dolores parecía comprenderme y en lugar de hablar como una cotorra como siempre, se limitó a escucharme y a dejar que yo me desahogara, sin intentar forzarme a entrar en más detalles. No puedo describir con palabras mi gratitud.
Alargando el brazo sobre la mesa de la cocina, Dolores tomó mi mano entre las suyas y me ofreció una tranquilizadora sonrisa.
—Estás muy agobiada, ¿verdad?
—No quiero hablar de ello.
Las dos nos echamos a reír al mismo tiempo. No por estar partiéndonos de risa, sino por lo ridícula que sonaba mi respuesta después del gran peso que me había sacado de encima al hablar del tema.
—No te preocupes, cariño. Lo superarás. Y vete a saber cómo acabará todo. Me refiero a que Pedro no es incapaz de sentir algo por una chica. Al menos yo no lo creo. Estoy segura de que la pequeña y desagradable debacle que tuvo con Julieta no fue más que un revés menor y no un trauma que lo vaya a dejar marcado por el resto de su vida.
—Sí, ibas a hablarme de ello. ¿Qué pasó entre él y esa chica?
—¡Menuda cabrona! —afirmó poniendo cara de asco—. Pedro estuvo saliendo con ella dos años, más o menos una vida entera. El padre de esa chica, el doctor Everett Frost, es un amigo íntimo de la familia y por eso se acabaron liando.
—Yo, bueno, ya conozco al doctor Frost —dije recordando su nombre de la visita médica.
—Sí, Everett es un buen tipo. Es muy distinto de su hija —afirmó ella —. Pues como te iba diciendo, Pedro se fue de viaje de negocios y al volver pensaba proponerle a Julieta —cometiendo un gran error— que se casara con él. No estoy segura de si sabía lo que era amar a alguien y todavía no estoy convencida de que lo sepa ni siquiera ahora. Pero de todos modos, cuando volvió a casa descubrió al cabrón de su mejor amigo dándole por el culo a su querida Julieta.
Di un grito ahogado, poniéndome la mano en el pecho. No lo hice para echarle salsa al asunto, sino que me salió del alma, me había quedado alucinada.
—¡Oh, no…!
—Sí, «oh, no» es la forma más suave de describirlo —dijo Dolores—. Huelga decir que a Pedro se le partió el corazón, o tal vez solo el ego, pero de cualquiera de las maneras se quedó destrozado —hizo una pausa y me miró con esa aterradora cara de mamá osa sobreprotectora—. Y no sé Pau si lo podría soportar si le volviera a pasar. Por lo que tenlo en cuenta si vuestra relación progresa a otro nivel. ¿Lo has entendido?
¡Qué monada de mujer! Era del tamaño de un mosquito, e incluso tan tocapelotas como uno de ellos, y hela aquí, hablándome con autoridad y amenazándome con esta advertencia. Pero de algún modo no creí que la llevara a cabo. Además, no tenía por qué preocuparse, Pedro Alfonso no sentía lo mismo por mí y yo pensaba luchar contra cualquier deseo mío para no ponerme tampoco delante de ese tren. Tendría que enterrar en el fondo de mi alma cualquier sentimiento que empezara a sentir por él, a no ser que quisiera ver mi corazón hecho trizas en manos de un hombre que tenía el suficiente poder para hacerlo.
—Me ha quedado claro, Dolores. No te preocupes. Aunque no creo que debas preocuparte de que le rompa el corazón a Pedro.
—Sí, te entiendo. Sé que por fuera parece un tipo duro, pero cuando te abre su corazón y se muestra tal como es… —dijo suspirando—, tiene todo el potencial para ser una bellísima persona y mucho más. Por eso me preocupo por él.
—¡Venga, no digas eso!, Dolores —me quejé llevándome las manos a la cara.
—Lo siento, nena —dijo levantándose y luego me dio unas palmaditas en el hombro—. Mantén la cabeza bien alta y confía en que pasará lo que tenga que pasar —añadió haciéndome un guiño—. Tengo unos encargos que hacer —dijo agarrando su bolso sin asas y metiéndoselo bajo el brazo —. Ya hablaremos más tarde.
Me dio un casto beso en la mejilla y luego oí el repiqueteo de sus tacones mientras se alejaba, dejándome con mis cavilaciones. Pero lo más curioso es que no le di demasiadas vueltas. Estaba más preocupada por Pedro y por la terrible situación por la que había pasado.
Sí, mis problemas seguramente eran muchísimo más apremiantes, me refiero a lo de mi madre languideciendo un poco más cada día, pero era mi parte sustentadora —y probablemente el perpetuo estado de negación en el que vivía— lo que me hacía olvidar de ellos por el momento y pensar en Pedro. No me podía imaginar encontrar a mi mejor amiga haciéndolo con mi novio.
Al ver desfilar por mi mente la imagen de Dez y Pedro juntos, sentí un estremecimiento y solté una palabrota. Antes se helaría el infierno que suceder tamaño disparate. Lo sabía, pero si con todo llegara a ocurrir, la temperatura de mi corazón helado superaría en crudeza a la del mismísimo infierno.
Pobre Pedro. Eso explicaba por qué un millonario tan guapo con un cuerpo de infarto había caído tan bajo como para comprar a una mujer para que no le volviera a pasar nunca más lo mismo.
Si él había caído tan bajo… a mí esto me dejaba a la altura del betún, ¿verdad? ¡Claro que sí! Aunque yo no fuera lo bastante buena para él, me prometí cuidarle tal como él lo necesitaba y deseaba, al menos durante el par de años que estipulaba el contrato.
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