sábado, 27 de junio de 2015
CAPITULO 28
Tardé diez minutos en comprarla.
Una hora en lograr que sus labios me rodearan la polla.
Tres días en saborear su jugo.
Cuatro días en desvirgarla.
Dos semanas en perder mi puta cabeza.
Mierda.
En tan solo dos semanas. En quince malditos días.
Eso fue lo que tardó la virgen que compré en tenerme en la deliciosa palma de su mano. En los dos años que Julieta y yo habíamos estado juntos, nunca consiguió lo mismo que ella. Pero con Paula mi vida se había trastocado en tan solo dos malditas semanas.
Las cosas no habían ido como se suponía. ¿Cómo diablos iba a durar yo dos años cuando ya le había dado en bandeja todo cuanto me había pedido?
Alfonso el Tontaina, así era como debía llamarme.
Maldita sea.
Todo el santo día no había hecho más que pensar en ella en la oficina. Y por eso precisamente tomé la desesperada decisión de pedirle a Samuel que la trajera con él cuando viniera a recogerme. Sí, de haber estado en mis manos, le habría pedido que rompiera todas las normas de circulación del estado de Illinois con tal de que me llevara más deprisa a ella, e incluso pensé en comprarme un helicóptero para evitar los atascos de la hora punta, pero entonces decidí que pedirle que me la trajera era probablemente la mejor alternativa.
Estaba perdiendo la cabeza. Y probablemente debería haber acudido a algún programa de doce pasos para superar mi nueva obsesión, porque algo así no podía ser saludable.
Samuel aparcó junto al bordillo, donde yo le esperaba con impaciencia, antes de salir y abrir la portezuela de la limusina para mí, pero alcé la mano para detenerle. Iría mucho más rápido si lo hacía yo mismo. La abrí de par en par y ahí estaba ella… mi nena de dos millones de dólares, cubierta solo con mi batín y unos zapatos de tacón de aguja, tal como le había pedido cuando la había llamado antes por la tarde. ¡Y fue la hostia!
Me la encontré reclinada en el asiento, cubierta solo con el batín de seda negra abierto y echado sobre los hombros envolviéndole el cuerpo, tal como le había pedido, pero me alegró ver que había tomado una cierta iniciativa.
Toda ella era aterciopelada y sedosa y joder, con una mano se estaba toqueteando los pechos y con la otra se acariciaba su liso vientre.
Solo otra persona había tocado su piel de esa manera —yo—, y casi me pareció que me estuviera haciendo señas para que lo hiciera de nuevo.
Sin darme cuenta mis labios se curvaron soltando un protector gruñido mientras daba un vistazo a mi alrededor para comprobar que nadie pudiera comerse con los ojos a mi chica. Tenía que hacerla mía en ese mismo instante y marcarla como mi jodido territorio, y no podía, ni tampoco quería, esperar a que llegáramos para hacerlo en la privacidad de nuestro hogar.
—Llévanos a casa, Samuel —gruñí—. Y toma el camino más largo o lo que sea. Pero no nos molestes.
—Como desee, señor —repuso asintiendo con la cabeza y luego volvió a ponerse ante el volante.
Entré rápidamente a la limusina y cerré la portezuela para dejar fuera el mundo y gozar yo solo de los tesoros ocultos de Paula. Porque era un cabrón egoísta y nunca los compartía. Nunca. Ni siquiera quería que nadie más viera lo que me pertenecía.
Me arrodillé ante ella, arrojé el maletín y la chaqueta que llevaba colgada del brazo, me desabroché rápidamente los pantalones y me los bajé hasta las caderas. La polla me salió bamboleando y yo me la agarré para que dejara de moverse de manera inoportuna.
—Mójamela, gatita —dije colocándome delante de su cara.
¡Dios la bendiga!, se lamió los labios y me miró con avidez antes de abrir la boca para tomarla en su boca.
La detuve.
—Así no. Lámemela, nena. Quiero ver cómo me la trabajas con la lengua.
Paula me sonrió seductoramente y luego sacó la lengua para lamerme la gota temprana que colgaba del glande. La polla se me movió sola y siseé de gusto. Sin despegar sus ojos de los míos, rodeó con su mano la base de mi verga y me dio un largo lametazo de punta a punta.
—¡Eres la rehostia, nena! —exclamé de placer.
Por el rabillo del ojo vi que Paula cerraba los muslos y los movía adelante y atrás para crear una fricción. Tenía que verlo, quería ver la prueba de que estaba cachonda.
—Déjame contemplar tu bonito coño, Paula. Abre las piernas para mí.
Ella emitió ese leve sonido de avidez, deslizando la lengua alrededor de la punta de mi polla y luego puso un pie en el suelo, abriendo las piernas para mí. Joder, qué mojada estaba ya. Le rodeé el coño con mi mano y deslicé mis dedos entre sus sedosos repliegues. Arqueó la espalda y movió las caderas para acercarse más a mí, pero yo me aparté, jugueteando con ella.
—No seas malo —protestó con voz grave y sensual.
Le di un suave azote en la pequeña protuberancia llena de terminaciones nerviosas en la cima de su carnosa hendidura una, dos, tres veces, y luego se la presioné un poco con tres dedos y se la masajeé lentamente. Paula movió las caderas trazando círculos y las empujó contra mis dedos.
Entonces sentí su boca caliente tragándose mi polla.
Contuve el aliento mientras la contemplaba chupándomela.
Deslicé los dedos por su chochito y le metí tres dentro. Me costó hincárselos de tan prieto que lo tenía, pero ella se movió hacia delante para sentirlos más dentro aún. Luego los saqué y le volví a meter dos para poderlos doblar varias veces sobre su mágico puntito G, haciendo que me comiera con voracidad la polla.
Solo dos semanas antes era virgen. Y hoy ya parecía una profesional.
—¡Oh, joder! No seas tan golosa, nena. Vas a hacer que me corra —le advertí.
Por más gusto que me diera soltar la leche en su boca y ver cómo se la tragaba, no era eso lo que yo deseaba esta vez.
Quería marcarla por dentro. Intenté apartarla, pero ella me tenía la polla bien agarrada, con que le saqué los dedos del coño y la empujé por el hombro para que me soltara.
Paula quejándose hizo un mohín tan puñeteramente sexi que tuve que chuparle ese labio inferior suyo tan irresistible.
Ella hundió los dedos por entre el pelo de mi nuca y me metió la lengua por la boca buscando la mía.
Se la di sin forcejear, pero solo brevemente, porque necesitaba estar dentro de Paula y no quería perder más tiempo.
De manera que dejé de besarla y la agarré excitado de las corvas, tirando de ella hasta que se quedó con la espalda doblada y el culo medio fuera del asiento. Luego le abrí las piernas y me coloqué entre ellas para penetrarla cuanto antes. Paula movió el cuerpo intentando acercarse más a mí, pero yo quería juguetear un poco.
—Mírala, nena. Mira mi polla mientras te follo.
Posó los ojos en el espacio que quedaba entre nosotros y Paula se quedó boquiabierta al ver que yo me agarraba el glande y lo deslizaba arriba y abajo por entre sus carnosos repliegues y por encima del clítoris.
Su sedoso y ardiente coño estaba de lo más mojado.
Aparté la piel de sus repliegues y contemplé su dulce gruta
ensanchándose. Era tan estrecha que no sé cómo mi polla le podía caber. Ni siquiera me la podía rodear con la mano y, sin embargo, se la había metido en el diminuto hueco de sus muslos.
Deslicé la punta de mi polla alrededor de su hendidura y luego la coloqué entre sus carnosos frunces.
—Joder, te necesito. Tengo que penetrarte.
Se la fui metiendo lentamente, contemplando mi polla desaparecer poco a poco dentro de su coño.
Ella soltó un sonido increíblemente sexi.
—Te gusta ver mi polla follándote, ¿verdad, nena? ¡Qué sexi es! Vi que yo estaba divagando, pero tanto me daba, porque madre mía, era increíblemente erótico contemplarlo.
—¡Por Dios, sí! —exclamó ella, y entonces arqueé una ceja por haber dicho «Dios» en lugar de mi nombre.
Saqué la polla de su coño y se la deslicé de nuevo por encima del clítoris, hasta ponerle la punta entre sus carnosos pliegues. Después sujetándole los labios de los muslos para ver mejor su sexo, empecé a penetrarla con un cadencioso vaivén. Mi polla, impregnada de su jugo, brillaba bajo la poca luz que entraba por las ventanillas. No pude aguantarme más. La saqué un poco y se la hinqué hasta el fondo, y de sus labios color fresa se escapó un grito ahogado.
—¡Oh, joder, Pedro! —gimió de placer mientras yo me agarraba a la parte superior de sus muslos y la penetraba con un ritmo turbador encendido de excitación. Advertí que solo usaba la palabra «joder» cuando yo la hacía gozar. Y al descubrirlo el ego me creció un poco.
Los dos contemplamos la escena, jadeando con los labios entreabiertos, fascinados por lo perfectos que se veían nuestros sexos unidos. Notaba mi polla embutida en su estrecho conducto mientras su bonito coño me reclamaba sin querer dejarme ir. Los cojones se me bamboleaban con fuerza contra sus nalgas a cada embestida, creando una sensación doble.
Era como estar en el puto paraíso y necesitaba que Paula se corriera, porque yo quería hacer algo más antes de descargar.
—Tócanos a los dos, gatita. Ponte la mano en el coño y extiende los dedos alrededor de mi polla —le instruí.
Alargando el brazo en el que llevaba mi pulsera, posó tímidamente la mano ahí donde le dije. Excitada en extremo, echó la cabeza atrás, exponiendo la aterciopelada piel de su cuello como una invitación, y yo no pensaba rechazarla. Le deslicé suavemente los dientes por su carne y luego se la chupé. Me la comí a besos hasta llegarle a la oreja al tiempo que le hincaba mi polla enardecida en su adorable cuerpo con un acompasado vaivén.
—¿Me has echado de menos hoy, Paula? Porque no sabes cuánto te he echado yo en falta. Me la he tenido que cascar tres veces porque no podía dejar de pensar en la delicia de sentirte envolviendo mi polla —dije con unas acometidas más veloces y ávidas para dárselo a entender—. ¿Lo has hecho tú? ¿Te has tocado mientras pensabas en follarme? A lo mejor incluso has usado el juguetito que te regalé para practicar un poco. ¿Te corriste, gatita?
Ella asintió con la cabeza, pero a mí no me bastó.
—Cuéntamelo. Quiero oírtelo decir.
—Dos veces —admitió ella—. Pero no tiene ni punto de comparación con cuando tú me lo haces.
—A eso… es… a lo que me… refiero —gruñí enfatizando cada palabra hincándole mi polla hasta el fondo.
Ella gimió de gusto como respuesta y enrolló mi corbata alrededor de su mano antes de tirar de ella para atraerme a su boca. Se la devoré con un ávido beso, reclamando lo que sabía que era mío por si acaso Paula lo había olvidado.
Nuestras lenguas se movieron con destreza la una contra la
otra al tiempo que yo la agarraba con más fuerza de las caderas y la follaba con unas acometidas más veloces.
Mientras la penetraba sentí las paredes de su coño apretándome la polla a cada embestida. Interrumpí nuestro fogoso beso para atrapar un turgente pezón entre mis labios y mordisqueárselo un poco. Noté las uñas de su mano libre arañándome el cuerpo cabelludo mientras me estrechaba contra ella, y tuve a mi pesar que apartarme un poco para coger impulso y metérsela incluso más a fondo aún.
Contemplé mi polla apareciendo y desapareciendo dentro de su coño una y otra vez animado por la excitación en extremo deleitosa de Paula.
—Méteme tus dedos en la boca, gatita. Deja que te saboree.
La forma en que Paula jugaba conmigo siguiendo cada una de mis instrucciones era una gozada. Deslizó sus dedos por entre sus repliegues, mojándoselos con su jugo antes de llevarlos a mi boca. Luego recorrió con la punta de los dedos mis labios juguetonamente y yo saqué la lengua para recibir su ofrenda antes de abrir la boca y dejar que me los introdujera.
Gemí con fuerza al saborear sus jugos. ¡Qué delicia! Le chupé ávidamente los dedos y luego se los solté.
—¿Te gusta? —me dijo con una mirada libidinosa lamiéndose los labios. ¡Madre mía, cómo me excitaban esas palabras suyas tan, tan guarras…!
—Averígualo por ti misma —repuse sacando mi polla de ella.
Si quería decir guarrerías, le iba a demostrar lo guarro que yo podía ser.
Me levanté lo máximo posible, teniendo en cuenta lo bajo que era el techo de la limusina, y pegué la cabeza de Paula a mi entrepierna. Ella captó el mensaje y tomó golosamente mi carnoso miembro en su boca. Te aseguro que mi pequeño y preciado tesoro susurró de placer al saborear ella mi polla. Meneé las caderas un par de veces con deleite y luego le saqué mi verga de la boca.
—Es hora de follar y no de chupar —anuncié hincándosela de nuevo en el coño. Ella susurró y gimió encendida, arqueando la espalda, musitando mi puto nombre, mordiéndose el labio inferior y girando la cabeza de un lado a otro embriagada. Era una imagen maravillosa.
—Mierda. Necesito que te corras —le dije intentando controláis me con todas mis fuerzas para no derramar mi leche a borbotones en sus cálidas entrañas.
—Con más fuerza, Pedro. Fóllame con más fuerza —gritó arrobada de excitación.
Lo habría hecho gustoso, pero en la posición en que estábamos era más fácil decirlo que hacerlo. Pero no había ningún problema, tenía la solución.
Saqué la polla.
—Date la vuelta, gatita. Quiero hincártela hasta el fondo.
Ella se quejó, pero como yo sabía lo que era mejor para los dos, no cedí un ápice.
—Gírate, ponte de rodillas, agárrate al respaldo del asiento y separa las piernas —le ordené apresuradamente.
Puso cara de no entender nada, pero con todo hizo lo que le dije. La ayudé a arrodillarse delante de mí, mirando hacia la ventana de atrás. Su culo respingón era perfectamente redondo y al arquear ella la espalda estaba en la postura idónea para permitirme entrar en su delicioso chochito. Pero al descubrir los coches circulando a nuestro alrededor a poca velocidad, Paula giró la cabeza para que no la vieran.
Le metí la punta de la polla por detrás.
—No te preocupes, Paula —le susurré sensualmente al oído arrimándome a su cuerpo—. Nosotros los vemos, pero ellos no nos pueden ver. Es una lástima que no me puedan ver follándote. Me gustaría que la gente viera lo que nunca podrá tener.
Luego me enderecé y se la metí. ¡Y madre mía!, desde ese ángulo se la podía hincar con mucha más profundidad y contemplar además el deleitable agujero de su culito asomando por entre sus nalgas. Paula se agarró al respaldo del asiento con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos mientras yo la follaba con unas embestidas de lo más potentes, rápidas y profundas. Gotas de sudor se deslizaron por mi frente y me resbalaron por la punta de la nariz, y encima tenía la corbata más ceñida al cuello al haber tirado Paula de ella para darme un beso. Pero la sensación que predominaba era la de mi polla rodeada por su prieto coño.
A la mierda el mundo de fuera. Tenía todo cuanto necesitaba delante de mí.
Recordando lo mucho que le había gustado la otra vez, le acaricié el centro de su culo con el pulgar y le apliqué una cierta presión con este dedo en el ojete. Ella gimió con fuerza y arqueó la espalda para animarme a seguir.
Entonces decidí meterle el pulgar por detrás hasta la altura del nudillo. Ella encendida de excitación, echó la cabeza atrás empujando con su cuerpo hacia mí.
—Sí, nena. Qué gozada, ¿verdad? —le dije sacándole un poco el pulgar antes de volvérselo a hincar—. Te voy a follar ahí detrás. Te voy a meter la polla por el prieto agujero de tu culito y te va a encantar. Pronto. Muy pronto.
Sentí las paredes de su coño contrayéndose alrededor de mi polla en rítmicas sacudidas mientras ella se corría presa del orgasmo.
—¡Oh,Pedro! —gritó agonizando de deleite.
Madre mía, sí. Mi nena quería que se la metiera por detrás tanto como yo.
—Míralos, Paula —le dije hablando mientras la follaba enardecido—. Mira a esa gente de ahí fuera llevando sus insulsas vidas sin tener idea de lo que está sucediendo aquí dentro. Ni siquiera se pueden imaginar lo que estás sintiendo en este momento, y lo que yo estoy a punto de sentir.
»Me cago en… —una sensación indescriptible surgió de mis cojones y se extendió a lo largo de mi polla hasta que finalmente me corrí.
—¡Oh, lo noto! —gimió jadeando—. Noto cómo te estás corriendo dentro de mí, y me siento… me siento…
—Joder, dime, nena. ¿Cómo te sientes? —conseguí preguntarle, porque me encantaba escuchar palabras guarras saliendo de su follable boca.
—Como nunca antes me he… voy a correrme otra vez —gimió.
Y entonces su cuerpo se tensó de golpe, con todos sus músculos y sus fibras nerviosas palpitando mientras ella gritaba mi nombre. Aumenté el ritmo de mis acometidas, rezando para que la erección me durara lo bastante como para verla teniendo otro orgasmo. Y por algún pequeño milagro lo conseguí, y cuando los dos acabamos de corrernos, nos desplomamos en el asiento, con mi cuerpo pegado a su espalda.
—Joder —musité haciéndola girar—. Me vas a matar, nena.
Ella soltó unas risitas y se giró para besarme con dulzura en los labios.
—¿Cuán pronto será ese muy pronto?
—¿Qué? —le pregunté sorprendido subiéndome los pantalones.
—Ya sabes… —dijo apagándosele la voz mientras se miraba su voluptuoso culo—. Me dijiste «muy pronto». ¿Cuán pronto será?
Me quedé alucinado.
—Te quiero… —salió de mi boca no sé cómo y al darme cuenta de la estupidez que le acababa de decir, tuve que solucionarlo de alguna manera —. Bueno, me refiero a que me encanta… el entusiasmo que pones —añadí para arreglarlo.
Antes de cagarla más todavía, la agarré y la besé con ardor, con la suficiente pasión como para que se derritiera en mis brazos, esperando que se olvidara de mi metedura de pata.
¿Y yo en cambio? A mí me dieron ganas de cortarme las pelotas y dárselas a un carnicero para que las trinchara y las arrojara a unos fieros perros. Porque era lo más estúpido que podía haber dicho, pero algo en el fondo de mi desolado corazón me decía que era verdad.
¿Qué diablos me estaba pasando?
Me separé de Paula y la miré a los ojos —otra estupidez— y sentí que me estaba enamorando. De verdad. Y eso no podía ser. ¡Ni hablar!
Yo era débil y estaba cayendo rendido a sus pies.
Dos semanas. Dos insignificantes semanas que de algún modo se habían vuelto muy importantes, importantísimas.
Maldita sea.
Por fin llegamos a casa, relativamente ilesos a simple vista.
Pero por dentro estaba hecho un lío. Y ahora, más que nunca necesitaba saberlo todo de ella. Necesitaba saber sobre todo por qué había decidido ponerse en esa situación.
Cuando la conocí me había convencido a mí mismo de no
meterme en su vida personal. Pero Dolores tenía razón: Paula era una buena chica, aunque a veces se comportara como una jodida cabrona.
Después de cenar me fui al estudio con la excusa de que tenía trabajo que hacer y una vez en él, caminé de un lado a otro y luego me senté moviendo nerviosamente la pierna mientras cavilaba en lo que debía hacer.
Podía decidir esperar a que Sherman me llamara para comunicarme sus hallazgos, pero como me moría de impaciencia, cogí el teléfono y le llamé.
Sí, mientras esperaba oír su voz al otro lado de la línea me estuve mordiendo las uñas como un loco.
—¿Diga? Le habla Sherman —respondió a la tercera llamada.
—Soy Alfonso. ¿Tienes ya alguna novedad? —le pregunté sin estar seguro de querer saber la respuesta y deseando, al mismo tiempo, conocerla.
—De hecho acabo de enterarme de todo cuanto necesitaba. Le iba a llamar mañana a primera hora porque no le quería molestar —me respondió—. ¿Qué quiere saber?
—Todo.
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Wowwwwwwwwww, qué intensos los 3 caps!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarListo.... se enamoraron, que pasara ahora? La verdad esta genial la historia!!!
ResponderEliminarQue intensa esta novela!!! Pedro se está enamorando!!!
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