miércoles, 1 de julio de 2015

CAPITULO 42





La cabeza me dolía. Me dolía como si una viga se me hubiera caído encima desde un vigésimo piso. O quizá fuera más una de esas arañas de luces del Titanic, o, joder, hasta el mismísimo Titanic.


Y la boca me sabía a mierda.


Abrí uno de mis párpados y evalué los daños.


Normalmente cuando me despertaba así, siempre había una o dos, quizás hasta tres putas de las que tenía que deshacerme rápidamente antes de que se volvieran demasiado empalagosas.


Menos mal que estaba en mi oficina del Loto Escarlata solo. Supongo que esa puta de Julieta había pillado la indirecta cuando le dije que se perdiera de mi vista. Al menos pensaba que le había dicho que se perdiera. Recordaba haberme follado su culo, porque sí, tenía que volver a revivir los recuerdos. Una pena que Alfonso no hubiera estado allí para verlo. La expresión de su cara cuando vio que Julieta era mi acompañante para el baile no había tenido precio, aunque no tanto como podría haber sido. No me extrañaba, porque el cabrón suertudo había tenido a la señorita Paula Chaves colgando de su brazo.


Debería decir probablemente que ella era la que lo había tenido a él colgando de su brazo, literalmente.


Esa esclava que llevaba en la muñeca lo había dicho todo: la había marcado como propiedad suya. Y eso no hacía más que corroborar el hecho de que yo tenía que poseerla. Solo necesitaba poner en orden mi plan de juego. Tras nuestra instructiva conversación la noche anterior, era obvio que ella tenía sentimientos por mi ex mejor amigo. Pero aunque no los tuviera, echarle el guante a una mujer como Paula Chaves iba a llevarme más que unas cuantas promesas vacías y una cuenta bancaria hasta los topes. Como era de esperar, eso fue todo lo que hizo falta con Julieta.



Me estiré y sentí gruñir en protesta cada glorioso músculo de mi cuerpo perfecto. Una cosa estaba más que segura: el cómodo sofá de cuero que había importado desde Italia no estaba haciendo una mierda por mi espalda. Haber follado demasiado en toda mi corta existencia sí que me la había jodido bien. Pero bueno, mientras fuera bueno dando los orgasmos, iba a seguir haciéndolo. Los míos, no los de ellas.


Eh, yo nunca les di ninguna garantía.


Deseé que la cabeza me dejara de palpitar a la vez que me sentaba y me estiraba algo más, esperando que algunos de los tirones y los calambres en el cuello y en la espalda desaparecieran. Joder, me dolía todo.


La cabeza empezó a darme vueltas, pero tras un momento o dos pude ser capaz de hacer que el suelo dejara de moverse durante el tiempo suficiente como para ponerme en pie. Poniendo un pie delante del otro, llegué haciendo zigzag hasta el baño —debo admitir que todavía estaba un poco borracho— y cogí el botecito de calmantes que guardaba en el armarito. Tras meterme uno en la boca, y después otro por si acaso, abrí el grifo del agua fría y bebí de las manos.


Cuando me miré en el espejo me sonreí a mí mismo. 


Cualquier otro cabronazo que hubiera pasado la misma noche que yo habría tenido un aspecto deplorable, pero no yo. Yo siempre estaba guapo. Cogí el cepillo de dientes que dejaba allí, porque tenía una dentadura de lo más preciosa que había que mantener así, y les saqué brillo a mis perlas antes de meterme en la ducha. Después de secarme, me dirigí hacia mi armario personal para sacar ropa limpia. Sí, tenía un ropero allí.


La ducha me había espabilado un poco, lo cual era perfecto porque tenía una cita muy importante que no podía perderme y necesitaba estar despejado.


Una mirada a mi Rolex me hizo saber que todavía tenía tiempo de sobra.


Me sorprendí, por decir algo, cuando salí de la oficina y vi a Alfonso bajando del ascensor. Él gimió también cuando me vio a mí. Me tomé ese gemido como un cumplido, un punto claro a mi favor. Quizá yo no fuera la persona más fácil con la que llevarse bien cuando se estaba en el bando contrario, pero ese hecho servía a mi propósito.


Cuanto más miserable me viera, más probabilidades tenía de que por fin cediera y me diera su mitad de la compañía solo para poder alejarse de mí. Así que si


Pedro se ponía en el punto de mira, podrías apostarte
lo que quisieras a que yo le dispararía.


—Es domingo, Alfonso. ¿Qué estás haciendo aquí?


— Tengo trabajo que hacer —dijo mientras sacaba la llave de su oficina.


Estaba claro que iba a mandarme a paseo, pero no podía dejar que lo hiciera antes de que me hubiera divertido un poco.


—Te fuiste pronto anoche, pero no te preocupes. Les expliqué a los miembros de la junta directiva y a los clientes que tenías a un rico bombón reclamando tus atenciones —dije con suficiencia.


Él sabía lo que eso significaba: le había cortado los huevos y se los había devuelto en una bolsa de papel. Punto para el equipo local. Su desatención hacia ellos me dio ventaja en este pequeño juego al que jugábamos para tener todo el control.


Él se mofó y sacudió la cabeza.


—Y hablando de ella… es toda una bruja esa Paula. ¡Guaaau! —me jacté—. Vaya boca tiene, también. ¿Qué fue lo que me llamó? —pregunté golpeándome en la barbilla mientras recordaba sus palabras—. Ah, sí. Una rémora. Parece que piensa que tu polla es más grande que la mía, lo que puede o no ser verdad, pero no fue ningún problema para tu otra puta subirse al tren exprés de Dario Stone, ¿verdad? Por supuesto, a diferencia de Julieta, Paula fue rápida a la hora de defender a su hombre. Y lo sentía de verdad, sí. Me vendría bien tener a alguien como ella en mi lista de objetivos.


¡Bingo! Ese comentario le había dado donde más dolía.


El odio destelló en sus ojos. Error número uno: cuanto más se preocupara por ella, más la querría yo.
Redujo la distancia que nos separaba en menos de una milésima de segundo y me estampó contra la pared con su antebrazo pegado a mi garganta. Error número dos: una agresión en la oficina solo añadía un arma más a mi arsenal.


—¡Mantente alejado de ella, cabrón! ¿Me oyes? — dijo echando humo. Sus palabras salieron con dificultad de entre sus dientes apretados mientras me señalaba a la cara con un dedo—. ¡Mantente alejado de ella! Esta es tu sola y única advertencia, Stone. Juro por Dios que te mataré con mis propias manos.


Error número tres: amenaza terrorista. Puede que necesite conseguir una orden de alejamiento, ya sabes, porque temía por mi vida y demás y no debería estar sujeto a un ambiente de trabajo tan hostil.


Le dediqué una sonrisa ganadora porque lo tenía justo donde quería. Era justo la clase de reacción emocional de la que siempre le había advertido a la hora de encariñarse de una mujer. No estaba jugando bien, no pensaba con claridad, y estaba claro que no tenía ni idea de que me había dado toda la munición necesaria para emboscarlo y robarle su orgullo y su felicidad. El Loto Escarlata sería mío.


Su teléfono móvil sonó. Por un momento pareció como que no iba a cogerlo, pero entonces maldijo para sí y se apartó. 


Yo recuperé el flujo de aire que atravesaba mi tráquea. Hice todo lo que pude para ocultar la tos mientras me masajeaba el cuello y él respondía a la llamada. Alfonso no era un gallina.


Supe que si alguna vez nos veíamos envueltos en un
altercado físico, sería un enemigo formidable, pero ni de coña iba a dejárselo saber.


—¿Qué? —ladró al aparato.


Yo lo ignoré y me dirigí hacia el ascensor porque,
francamente, ya me había aburrido de él. Ya tenía lo
que necesitaba y todavía seguía teniendo una cita, así que…


—Dolores, frena el carro. ¿Quién?... ¿Dez? ¿Quién coño es Dez?... Mierda, no… Ay, Dios, no. ¿Dónde está?... No, no, no pasa nada. ¿Universitario?... Vale, cálmate. Llamaré a Daniel, él trabaja allí… Sí, ve… Solo ve a estar con ella, Dolores.


No tenía ni idea de qué iba esa conversación unilateral, pero bueno, como ya he dicho, me la sudaba bastante. Mientras el ascensor hacía ding y las puertas se abrían, él me volvió a mirar brevemente y luego se separó el teléfono de la oreja.


—Lo que he dicho va en serio, Dario. Mantente alejado de ella —me advirtió de nuevo.


—Ah, sí. Claro. Tienes mi palabra.


Lo saludé burlón mientras las puertas se cerraban. Él sabía que no podía hacer nada, y menos ahora, con la crisis por la que lo había llamado esa pesada. Lo que me dejaba el camino bien abierto para que yo me ocupara de los asuntos que me atañían.


Abajo, en el garaje, me subí a mi Viper rojo y encendí mi estéreo personalizado antes de salir del parquing derrapando y haciendo chirriar los neumáticos. Todos los ineptos medios de transporte que había en la carretera delante de mí se apartaron como el Mar Rojo para dejarme pasar. Era plausible que eso solo se debiera a que el tráfico era normalmente escaso los domingos por la mañana temprano, pero me gustaría pensar que era porque era un puto dios tras el volante de esta pieza de artesanía magistral.


—Eso es, cabronazos… hacedle espacio a la genialidad.


Aparqué en los aparcamientos del Foreplay, un lugar
bastante popular entre los universitarios para festejar, y un lugar con un gran negocio que se había mantenido perfectamente en secreto abajo. Tan abajo como que estaba bajo el suelo. Putillas e idiotas arriba, y putas de verdad y magnates abajo. Era la infraestructura perfecta.


Me dirigí hacia la puerta trasera y di dos golpes rápidos en ella y seis a ritmo de los latidos de un corazón. 


Inmediatamente después, Terrence abrió la puerta.


—¡Señor Stone! Justo a tiempo, como siempre — mintió con convicción. Había llegado al menos veinte minutos tarde, pero como he dicho, el tiempo se paraba para Dario Stone—. Entre, entre.


Me adentré en la oscura entrada y respiré hondo.


—Oh, el dulcísimo olor a coño y a dinero por la mañana —canturreé—. ¿Hay una combinación mejor?


—Por supuesto que no. —Él se rió y me dio una
palmada en la espalda—. El señor Christopher le está
esperando.


—Por supuesto. Me sé el camino —dije dibujando una sonrisa digna de los Oscar.


Él asintió y se quedó a lo suyo al tiempo que yo recorría el pasillo hasta llegar a la oficina de Sebastian y entraba sin molestarme en llamar siquiera a la puerta. Sebastian estaba de espaldas en la silla, fumándose un canuto. La mercancía del día estaba expandida sobre su mesa junto a algunos paquetes del último envío que todavía no había distribuido a sus traficantes.


—Eh —me saludó perezosamente.


Sus ojos eran apenas unas rajas a través de los párpados entrecerrados mientras soltaba el humo de la maría.


Cerré la puerta y me quité la chaqueta antes de asentir en dirección a las rayas blancas de nieve que había preparado en un pequeño espejo rectangular.


—¿Has empezado la fiesta sin mí?


—Solo pensé en preparar una muestra de antemano.


Se irguió y apagó la colilla de su porro en el cenicero de cristal que había en la esquina de su escritorio, y luego empezó a reorganizar los libros de contabilidad que tenía frente a él.


Sebastian Christopher era mi socio, aunque yo básicamente me mantenía en la sombra. El Foreplay le pertenecía a él, pero yo le proporcionaba el apoyo financiero y la mayoría de la clientela para su negocio del tráfico. Dos tráficos, para ser exactos: sexo y drogas. El Loto Escarlata era mi mayor fuente de ingresos, pero la subasta y la cocaína inflaban mis bolsillos. Y bastante, debía añadir.


Que les jodieran a esos chuloputas y camellos amateurs que había en la calle. Aquello no era más que unos intercambios entre estúpidos. Nosotros proveíamos a la élite.


Aunque yo había invertido de un modo sólido en sus transacciones, la única razón por la que Sebastian era capaz de atraer a los ricos y a los poderosos era por mí. Las chuches nasales eran el enganche de muchos de los adinerados, y yo mismo me incluía entre ellos.


Un empresario como Sebastian nunca sería capaz de
acercarse a hombres del mismo calibre con los que yo me asociaba. Muchos de los almuerzos de negocios y de los tratos con clientes y posibles inversores para el Loto Escarlata me proporcionaban un pequeño margen de acción que explotar. La promesa de la discreción era lo que llevaba a los peces gordos a picar el anzuelo. Una vez que probaban la mercancía ya no había vuelta a atrás. Solo se las apañaban para ir a más tras aquello; se aseguraban de tener un coño para satisfacer sus necesidades de cualquier forma que sus corazones pervertidos quisieran. Teníamos algo para todos.


La guinda del pastel era que yo conocía todos sus
secretos. Les sonreía en sus caras, les estrechaba las manos, les daba palmaditas en la espalda. Pero al final, los apuñalaría por detrás si alguna vez me veía entre la espada y la pared. La necesidad de tener contratos implicaba un rastro en papel, pruebas de su escandaloso comportamiento. Fueran lo arriesgados que fueran esos documentos, nuestros clientes los consideraban una responsabilidad a la que merecía la pena someterse a cambio de la mercancía. Yo lo consideraba una apuesta infalible para estar en el equipo Dario cuando moviera ficha y reclamara el Loto Escarlata como propio.


Adoraba mi puta vida.


—¿Y cómo van los números con nuestro otro negocio?


Colgué mi chaqueta en el perchero y me acerqué para probar yo mismo la muestra de coca.


Me doblé sobre la mesa, cogí la pajita, me llevé uno de los extremos a la nariz y el otro lo puse al comienzo de una de las rayas preparadas. Tras haberme tapado con un dedo el otro orificio nasal, cerré los ojos y me esnifé el polvo blanco de primera calidad. Aunque lo sentí como arena fina a través de la nariz, el corte era tan puro que no me quemó, solo
sentí un entumecimiento inmediato y un colocón que haría que Súper Ratón se sintiera como el Increíble Hulk.


Abrí los ojos despacio a la vez que la sensación se
desplazaba a toda pastilla a través del resto de mi cuerpo.


—Joder, sí. Tenemos aquí mierda de la buena.


En un día normal me sentiría como si pudiera comerme el mundo. Tras haberme esnifado un poco de caspa del diablo sabía que no solo podía comerme el mundo, sino el universo entero también. Los ricos y los poderosos anhelaban esa sensación, y se volvían adictos a ella. Dada nuestra clientela, no era de extrañar que nuestro negocio de la cocaína, que era tan sumamente productivo y rentable y tenía un éxito tan grande, fuera la envidia de los traficantes callejeros de todo el mundo.


Tomé asiento y apoyé los pies en una esquina del
escritorio de Sebastian. Él pareció irritado, pero no diría una mierda.


—Así que… ¿cuáles son los números de las subastas?


—Espectaculares, gracias a la virgen del grupo, pero eso no es nada comparado con las otras noticias. —El rostro se le iluminó con una sonrisa sinuosa—. Tengo información interesante para ti.


Yo arqueé una ceja porque estaba actuando como un hombre que de pronto conocía todas las respuestas de la vida y que estaba a punto de hacerme una oferta que no podría rechazar.


—¿Ah, sí? Cuéntame.


—¿Y si te lo enseño directamente?


Abrió el cajón inferior de su escritorio y sacó una carpeta de papel manila que deslizó sobre la mesa.


Yo me reí entre dientes cuando vi el nombre de Paula Chaves escrito en rojo sobre la etiqueta.


Prácticamente podía ver esa sexy sonrisa de suficiencia pintada en su cara en el baile del Loto Escarlata cuando me mandó a la mierda. Me ponía duro. Sabía que aquello había estado pasando de boca en boca entre clientes y sus colegas, así que me entró la puta curiosidad de conocer la razón por la que Sebastian tenía una carpeta con el nombre de mi futura conquista en ella. La abrí y escaneé el único documento que había dentro.


Una sonrisa de satisfacción se estampó en mi cara cuando leí lo que parecía ser un contrato que prometía dos años de la vida de Paula a un tal Pedro Alfonso.


—Hostia puta... PedroPedroPedro —chasqueé la lengua.


—Pensé que te gustaría —dijo Sebastian con
autosuficiencia.


—¿Por qué no me dijiste que esto iba a suceder?


—No sabía que estaría aquí. Es listo. Cuando llamó, lo hizo de forma anónima. No quería dar su nombre, solo un número y se interesó por algo muy particular. Una virgen. 
Francamente, pensé que nunca volvería a oír de él, porque las probabilidades de encontrar a una virgen lo bastante desesperada como para poner su inocencia en el menú oscilaban entre cero y ninguna. Y entonces Paula Chaves —
dijo mientras hacía un gesto con la mano hacia la carpeta que yo tenía agarrada como si fuese el puto Santo Grial, porque lo era—, firmó ese mismo día para participar en la subasta.
»Lo llamé, y él me dijo que podría presentarse a la subasta y que debería reservarle una habitación por si acaso. Imagínate mi sorpresa cuando fue Pedro Alfonso el que entró por esas puertas.


—Sí, me imagino.


Me reí al ver la firma de Pedro devolviéndome la mirada, justo al lado de la de Paula.


Cerré la carpeta y la volví a deslizar por la mesa.


Me llevó todo y más hacerlo, pero al menos sabía dónde estaba el contrato y tenía acceso a él a cualquier hora. Sebastian no me lo daría nunca para utilizarlo en mi conquista y chantajear a Pedro para que me cediera su mitad del Loto Escarlata. Sería demasiado arriesgado para el resto de su negocio.


Para todo aquello: las subastas y la cocaína. Eso sin
mencionar que sus proveedores y los poderes involucrados en cada aspecto se pondrían nerviosos si pensaban que Sebastian se había vuelto un descuidado y sus oscuros actos estaban en peligro de ser aireados al mundo. Era mejor no espantarlos.


Solo tenía que ocurrírseme la forma de utilizar esta información recién descubierta a mi favor sin caer yo también en el proceso.


—Si decides decirle a Pedro que lo sabes, mantén
mi nombre alejado de tu boca —dijo Sebastian guardando la carpeta de nuevo en su escritorio—. Y si él lo averigua, será mejor que te asegures de decírmelo para que pueda hacer limpieza en casa. Lo digo en serio, Stone. Esta gente con la que trato no juega bien con otros.


—Te preocupas demasiado, Sebas. Alfonso no va a hacer nada que sea desfavorable para él. Además, estoy bastante seguro de saber cómo conseguir lo que quiero sin hacerte caer a ti en el proceso.


No estaba seguro de que mi plan funcionara, pero lo importante era que había ganado por fin. Lo que había ocurrido entre Pedro y yo esa mañana en la oficina era mi palabra contra la suya. Y aunque habría tenido un caso válido y habría disfrutado completamente ensuciando su nombre, no tenía ninguna manera de demostrar lo que había ocurrido.


Pero ¿esto? Eso no podía negarlo. Lo tenía todo por escrito.


El Loto Escarlata ya era prácticamente mío.









3 comentarios:

  1. Espectaculares los caps Carme. Cada vez más intensa esta novela.

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  2. muy buenos capítulos! Ahora sí que Pedro está complicado!!! esos 2 aliados y metidos en tantas cosas!

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