sábado, 4 de julio de 2015
CAPITULO 49
—El alfa y la omega de todas las pollas, ¿eh? — preguntó Pedro mientras entrábamos en el ascensor vacío y las puertas se cerraban a nuestras espaldas.
Respiré hondo y dejé que el olor de Pedro que había penetrado en el aire rodeara mis sentidos. Creo que ronroneé.
—Algo así.
Pedro de pronto me atrapó contra la pared; su cuerpo presionaba con firmeza el mío y su boca se cerró sobre la mía en un beso abrasador. Sus manos estaban en todos sitios: acariciando mis pechos, cogiéndome el culo, tocándome ese dulce punto bajo la costura de la ingle de mis vaqueros. Su ataque fue tan brutal que ni siquiera había tenido tiempo de coger aire. El oxígeno estaba sobrevalorado, ¿verdad?
Estaba bastante segura de que podría vivir sin él, porque mientras Pedro siguiera haciéndome cosas que lograran que se me acelerara el corazón, aquello sería la prueba de que todavía me latía. Claro, era posible que saliera con un leve daño cerebral cuando terminara, dada la falta de oxígeno, pero merecería la pena.
La campanita sonó, señal de que el ascensor se había parado en otra planta. Antes de que las puertas se abrieran, Pedro se separó y se quedó de pie a mi lado. Una enfermera entró con una bandeja de comida. A juzgar por el modo en que había abierto los ojos como platos cuando se fijó en mi aspecto, diría que supo exactamente lo que habíamos estado haciendo. El pecho me subía y bajaba de forma exagerada; estaba segura de que el pelo lo tenía tan desordenado como la ropa y pude sentir el rubor en mi piel.
Cuando la Enfermera Observadora por fin dejó de mirarme, posó los ojos sobre Pedro… y ahogó un grito. Me giré para saber cuál era la causa de su reacción, pero Pedro me parecía perfectamente normal. Estuve a punto de achacarlo simplemente al efecto que su guapura tenía sobre las mujeres cuando de repente reparé en el enorme bulto que tenía en los pantalones. Rápidamente me coloqué delante de él para bloquear la vista que tenía la Enfermera Observadora de su polla colosal. Justo entonces otra enfermera entró en el ascensor y las dos comenzaron a entablar una conversación, lo cual significaba que no iba a tener que sacarle los ojos a esa perra por quedarse mirando a mi hombre embobada.
Pedro me rodeó la cintura con un brazo y tiró de mi cuerpo hacia el suyo para que mi culo estuviera completamente pegado contra su erección. Me rozó la oreja con la nariz y se restregó contra mí.
—¿Celosa,Pau? —susurró.
Yo negué con la cabeza.
Él se rió entre dientes y en silencio y me dio un beso suave en el cuello desnudo.
—Sí que lo estás. —Su cálido aliento me acarició la oreja—. Quiero follarte. Ahora mismo. Aquí. En el ascensor. Con esas dos mirándonos.
Mi corazón literalmente se saltó un latido. Nunca me había considerado una pervertida, pero no me sorprendió del todo que el exhibicionismo me pusiera cachonda. Pedro ya me había mostrado las múltiples facetas que yo misma guardaba en realidad en mi interior; era una persona que no había sabido que existiera antes. Mentiría si dijera que no quería que lo hiciera tanto como él. Y sabía que tampoco era solo para que a esas picaronas les quedara claro que me pertenecía.
El ascensor por fin paró en la planta baja y Pedro me guió hasta la entrada principal donde Samuel nos estaba esperando con la limusina. Una vez dentro, me pegó contra él y me metió la lengua hasta la campanilla.
—Te he echado de menos —dijo rompiendo el beso. Pedro había estado a mi lado durante toda la dura prueba que había tenido que superar mi madre y no habíamos estado ni un solo día sin vernos, pero sabía a lo que se refería. Con la excepción de aquella vez, no habíamos podido escaquearnos para aliviarnos. Ambos estábamos bastante unidos y parecía que otra separación estaba a la vista con eso de tener que irme a casa para quedarme con mis padres. Aunque esperaba que tuviéramos mucho más tiempo a solas pese a eso, porque no me importaba ni un poquito tener que escaparme al bosque con él y hacerlo a escondidas como un par de adolescentes.
—Yo también —susurré mientras le acariciaba la mejilla.
Una sonrisa pícara se instaló en su rostro.
—Y no pienses que me he olvidado de tu castigo.
Suspiré y puse los ojos en blanco.
—Otra vez el tema de las estúpidas bragas no.
—Oh, sí —dijo él, agarrándome del pelo con fuerza y obligándome a mirarlo, un gesto que me puso cachondísima. ¡Vaya que sí!—. Ha sido un golpe bajo, y lo sabes, así que te mereces un castigo.
—¿Y qué castigo va a ser ese, señor Alfonso? — pregunté siguiéndole la corriente con impaciencia.
—Puede que tenga una idea. ¿Tienes hambre? — preguntó y yo asentí—. Bien, porque tengo algo para ti justo aquí.
Escuché el tintineo de la hebilla de su cinturón y luego el sonido de metal contra metal al bajarse la cremallera.
—He echado de menos tus labios —dijo al tiempo que me daba un casto beso. Luego suspiró con pesadez—. Y he echado mucho de menos tu boca.
No se estaba refiriendo a mis comentarios sarcásticos, y aquello casi me atolondró por dentro porque sabía que me ocuparía de él más que encantada.
Con la mano todavía bien agarrada a mi pelo, me bajó la cabeza hasta su ingle, donde su polla ya estaba erguida y saludándome con un «¡Hola! ¿Cómo estás? Soy el trozo de carne que está a punto de meterse en tu garganta cuando mi machote, Pedro, te sujete la cabeza en su regazo para que pueda follarte toda la boca. Ay que ver… no tendrías que haberte puesto las bragas, mujer».
Reprimí una risita porque la verdad era que no estaba ni un pelín intimidada por la amenaza. ¿Cómo podía considerarse castigo algo que yo realmente quería? Eso estaba chupado.
O más bien él era el que iba a estar chupado. Y quizás eso era lo que él había pensado.
—Te quiero —gimoteé esperando que cambiara de parecer si, de hecho, no tenía ninguna intención de dejar que yo me corriera.
—Ajá. Yo también te quiero, gatita. Ahora chúpamela —dijo mientras me bajaba la cabeza hacia su regazo.
Me encantaba que Pedro no hubiera perdido ese punto dominante solo porque nos habíamos declarado el uno al otro. No habría sido lo mismo. Él no habría sido el mismo, y yo no quería que cambiara su verdadera forma de ser.
El ángulo desde el que me estaba acercando no es que fuera de lo más idóneo, así que me deslicé hasta el suelo, entre sus piernas, y lo agarré con la mano. Su piel estaba caliente y la sentí suave como la seda; no obstante, también estaba dura como el mármol y no pude evitar admirar su miembro. Era tal y como había alardeado de él, y también lo había echado mucho de menos.
Me lo llevé a la boca y gemí al tenerlo por fin de nuevo allí. Pedro tenía razón; sí que disfrutaba un poco en exceso teniendo su polla en la boca.
—Joder, sí. Te encanta, ¿verdad? A las chicas malas les encanta chupar pollas, ¿no es cierto? Déjame ver.
Gimió mientras me recogía todo el pelo con la mano para poder tener una mejor vista de lo que le estaba haciendo.
Yo gemí de nuevo a modo de respuesta y moví la cabeza más en serio; quería hacerlo feliz. La saliva chorreaba por toda su longitud, así que me fue más fácil exagerar los movimientos y acogerlo más adentro.
Pedro siseó.
—Joder… eres buena de la hostia. Me encanta oír esos sonidos mojados cuando me chupas la polla así de bien.
Empecé a moverme con más velocidad animada por sus palabras pervertidas y un gruñido salió de algún lugar recóndito de su pecho. Pedro me tiró del pelo con fuerza y me inmovilizó. Luego empezó a mover las caderas para que su verga entrara y saliera de mi boca con rapidez. Pude sentirlo en la campanilla con cada estocada, y se retiraba casi por completo antes de volver a introducirse hasta dentro.
Yo hice todo lo que pude por controlar las arcadas, pero me encantaba cuando me follaba la boca.
—Ojalá todo el mundo pudiera ver lo jodidamente guapa que estás cuando me chupas la polla —gruñó.
No tengo ni idea de qué se adueñó de mí; quizá fue aquello de lo que me percaté en el ascensor, o del hecho de que quería que todo el mundo viera lo bien que hacía que se sintiera este hombre, pero fuera cual fuere la razón, alargué la mano y presioné el botón que controlaba la ventana. El cristal tintado bajó y le regaló a la genial Chicago unos asientos en primera fila para nuestro pequeño show. Me sentí como una estrella del porno que acabara de ganar la Verga de Oro, aunque lo único que la gente podía ver era mi cabeza subiendo y bajando y la cara de Pedro con esa expresión de placer orgásmico. Pero no te confundas,
cualquiera que se parara a nuestro lado sabría perfectamente lo que estábamos haciendo en la parte de atrás de la limusina.
—Ah, joder, te quiero mucho, mujer.
Pedro gimió. Las luces de la ciudad entraban a través de la ventana abierta y creaban sombras momentáneas en su cincelado rostro.
Lo acogí dentro de mi boca todo lo que pude.
Tragaba saliva con la cabeza de su polla enterrada en mi garganta antes de volverlo a soltar.
—Eso es, nena. Sigue mamándomela así y cuando
lleguemos a casa te daré lo que has estado queriendo. —Pedro gruñó, echó la cabeza hacia atrás y luego levantó las caderas antes de relajarse de nuevo para dejar que yo volviera a lo mío—. Voy a hacerte el amor por ese coñito tuyo y luego voy a follarte ese culo tan precioso que tienes.
Juego, set, partido. Agujero en uno. Touchdown.
En Swish… nada que no sea ganar. Gol. Home run…
Lo que fuera. Todo lo que supe es que le había echado el ojo al premio y quería ganar.
Le di a él y a esa polla colosal todo lo que tenía.
Succioné a ese chico malo como si no hubiera comido en días y me hubiera topado con un bufé libre. Todo mi trabajo duro —sí, claro… había sido un placer— había merecido mucho la pena. Pedro movió las caderas hacia arriba mientras me empujaba la cabeza hacia abajo de manera que su verga se quedara atascada en mi garganta, y luego se corrió y derramó su semen caliente en mi boca como en una erupción volcánica. Tragué lo más rápido que pude; en realidad no quería saborear la sustancia salada, pero sí que me encantaba escuchar igualmente los salvajes gemidos de éxtasis que salían disparados de sus suculentos labios.
—Joder, mujer. —Todavía jadeaba cuando su cuerpo por fin se relajó y yo liberé su polla—. Te habría follado de una forma u otra, pero ¿eso? Madre del amor hermoso, no tengo palabras.
Solté una risilla.
—¿Eso quiere decir que ya estoy perdonada por lo de las bragas?
Él sonrió mientras se guardaba la verga.
—Sí, estás perdonada. Pero que no vuelva a ocurrir, porque entonces estaré más que encantado de volverte a castigar.
—Promesas… promesas… —arrullé a la vez que me limpiaba las comisuras de los labios.
El coche se paró y miré a través de la ventanilla bajada y me di cuenta de que ya habíamos llegado a casa. De repente me puse un poco mala del estómago al no saber cuánto tiempo iba a tener que estar sin él o si la separación iba a tener algún efecto en lo que sentía por mí. Me refiero a que él tenía su trabajo y su casa en Chicago, y yo estaría en Hillsboro, y a tomar por culo. En realidad no está en otro estado, pero con su horario de trabajo, ¿con qué frecuencia podía esperar verlo realmente?
—Eh… ¿qué pasa? —preguntó Pedro, levantándome la barbilla para poder mirarme a los ojos.
—No sé si puedo hacerlo.
—¿Hacer qué?
—Estar separada de ti.
—No me voy a ninguna parte,Pau.
—No, pero yo sí —dije, soltándome de su agarre e
irguiéndome—. Y tú estás cachondo todo el tiempo,
que es justo la razón por la que me compraste, para empezar…
Me detuve de repente cuando vi que contorsionó el rostro como si le hubiera dado una bofetada.
—Lo siento, no quería decir eso. Es solo que… Dios, me está matando, ¿sabes?.
Pedro suspiró.
—Sí, lo sé —dijo en voz baja—. Pero siempre nos quedan los fines de semana, y yo iré a Hillsboro a cada oportunidad que tenga.
Me crucé de brazos con un puchero.
—Sí, será así durante un tiempo, y luego te cansarás y los viajes se volverán más esporádicos hasta que termines haciéndolo muy de vez en cuando por hábito. Empezarás a estar resentido conmigo y antes de que te des cuenta, ya no irás más porque habrás pasado página.
Apreté los brazos, abrazándome y ya empezando a sentir el agujero que se abría en mi corazón.
—No —dijo, todo serio.
—No, ¿qué?
—No empieces sentenciándonos ya. —Se pasó una mano por el pelo con exasperación—. Te quiero, Pau. Me ha llevado bastante tiempo ser capaz de abrirme así otra vez, y no voy a dejarte escapar tan fácilmente. Soy tuyo y tú eres mía, y vamos a sacarle el mayor partido posible al tiempo que podamos estar juntos. Ahora sal del puto coche.
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