lunes, 22 de junio de 2015

CAPITULO 11




Al entrar al comedor —o más bien al comedorazo—, me lo encontré sentado a la cabecera de la mesa. Supongo que el plato y los cubiertos dispuestos a su derecha eran para mí, y tomé asiento. Pedro me miró de arriba abajo, notando que solo llevaba puesta la camisa, y lo vi tragar saliva.


—Espero que no te importe. No me ha quedado más remedio porque mi ropa ha desaparecido. ¿Qué has hecho con ella? —le pregunté.


—Como pensaba llevarte de compras esta tarde, se la he regalado a las sirvientas —me dijo cogiendo la servilleta—. No se me ocurrió que estuvieses durmiendo todo el día. Lo siento.


¿Les había regalado mis cosas?


—¡No puedes ir regalando mis cosas por ahí sin mi permiso! —le chillé.


—No se lo di todo, solo la ropa —puntualizó como si no tuviera ninguna importancia—. No era de mi estilo.


—Caramba, no sabía que fueras tan elitista. Lo siento. No he venido preparada para tu lujoso estilo de vida.


—No hace falta que te disculpes —me respondió hablando en serio—. Ya nos ocuparemos de ello mañana. Aunque debo admitir que mi camisa te queda muy sensual.


De la forma con la que me estaba mirando parecía que en lugar de tener ante él una fastuosa cena, estuviera hambriento por llevar días sin comer.


Al ver que se relamía desvié la mirada, interesándome de pronto por la comida para despistar. Ya nos habían servido la cena: una ensalada de primero, un jugoso bistec con patatas asadas de segundo y una porción de pastel de chocolate de tres capas acompañado de una bola de helado de vainilla de postre.


Desplegué la servilleta y me la puse en el regazo.


—¿Has preparado tú todo esto?


—Soy multimillonario. No me hace falta cocinar —dijo cogiendo el tenedor y clavándolo en la ensalada—. Pago a gente para que lo haga por mí.


—Ya veo. ¿Y también pagas por los coños? —le pregunté, y luego tomé un sorbo de la copa de agua que había frente a mí.


Pedro se atragantó con la ensalada al oírme y yo me felicité mentalmente por haberlo jorobado otra vez, sonriendo alrededor del borde de la copa mientras bebía.


—¿Por qué lo haces? —le pregunté sin importarme un bledo herirle con esta pregunta.


—No quiero hablar de ese tema —me respondió tomando un poco de vino—. ¿Cómo te encuentras? ¿Has sangrado o tienes calambres?


¡Por qué me había tenido que recordar mi visita al gilipollas del médico ahora que ya ni me acordaba de ella!


—Bueno, es una pregunta muy personal, pero si debo contestártela…


—Claro que sí, quiero saberlo todo de tu cuerpo durante los próximos dos años. Cuanto antes te metas esta idea en la cabeza, mejor nos irán las cosas. ¿Qué me dices al respecto?


Apreté los dientes, mordiéndome la lengua para no soltarle «¡que te jodan!», aunque ahora que lo pienso me pareció una escena muy tórrida.


Me la imaginé, contando rápidamente hasta diez para calmarme lo bastante como para responderle.


—Ya no tengo calambres ni el coño me ha sangrado. ¿Significa esto que me vas a follar ahora?


—Sí. ¿Qué te parece si lo hacemos en la mesa? —me soltó en tono de burla mientras comprobaba lo sólida que era sacudiéndola, y luego me ofreció una sonrisita para asegurarse de que viera que estaba bromeando—. Creo que puedo dejarte la noche libre para que te recuperes. Sé que me odias y que debes estar pensando cosas horribles de mí, pero no soy un monstruo. Ya sabes que soy capaz de mostrar algo de compasión de vez en cuando


La Agente Doble Coñocaliente ya se estaba sacando sus zapatos de puta para ponerse a bailar sobre la mesa y se llevó un buen chasco cuando él se desdijo. Me estaba amenazando con revolverse contra mí, pero mentalmente le di un sopapo en la cara a la puerca y le dije que se calmara.


—¿Has llamado a alguien para hacerle saber que estás bien? —me preguntó cortando el bistec que tenía en el plato.


No estaba segura de lo que se suponía que debía responder. Si le decía la verdad, tal vez se cabrearía lo bastante como para decidir quitarme el móvil. Pero no había establecido ninguna regla que tuviera que ver con contactar con mi familia o mis amigas, además él ya sabía que yo tenía un móvil. Detestaba mentir, porque una mentira siempre te lleva a otra, y a otra, hasta acabar envuelta en una buena red de engaños de la que es imposible que no te acaben pillando. Además, otra vez me estaba muriendo de ganas de ver esa cara suya tan atractiva, tan superatractiva, estallando.


¡Que le den! Ergo, le dije la verdad.


—He hablado con Dez, mi mejor amiga, antes de bajar a cenar.


—¿Y con tus padres? —me preguntó sin mostrar en su cara la más mínima señal de enojo por haberlo yo admitido.


Me llevé un gran chasco, por no decir más… y también tuve que quitarle a la Agente Doble Coñocaliente sus zapatos de tacón de aguja para meterle uno hasta el gaznate de su impertinente boquita.


—Creen que estoy estudiando en la universidad. Tendré que llamarles finalmente, pero no pueden enterarse de dónde vivo o de lo que estoy haciendo, porque se morirían del disgusto.


Pedro asintió con la cabeza y acodándose en la mesa, se cogió la barbilla meditabundo.


—Lo entiendo. Puedes mantenerte en contacto con quien lo necesites. Mientras cumplas con nuestro trato hasta el final, puedes gozar de la mayor parte de la libertad que antes tenías.


—¿De la mayor parte? —le pregunté levantando una ceja.


—Salvo la que tiene que ver con tu cuerpo, claro está. Ahora me pertenece —aclaró.


—¿O sea que puedo salir siempre que quiera? —le pregunté para ver hasta dónde podía llegar


—Espero que estés en casa cuando yo esté en ella, a no ser que te hubiera autorizado de antemano a hacer lo contrario. Digo autorizado de antemano porque quiero saber en todo momento dónde estás. Además, habrá ocasiones en las que sentiré la necesidad de volver a casa durante el día para desestresarme un poco —añadió con una sonrisita.


Que quede claro que no era una sonrisita cualquiera. El coño se me estaba mojando a una velocidad estratosférica y temía por la seguridad de la cara tapicería que recubría la silla en la que estaba sentada. Los pezones se me pusieron enhiestos y encorvé la espalda, esperando que no se notara
mi desvergonzada reacción. Pero no acabó todo aquí. ¡Ah, no! Por lo visto mi incipiente puta interior había tomado el mando.


—¿ Y ahora estás estresado? —le pregunté con voz voluptuosa.


No me preguntes de dónde me salió. Ni siquiera yo reconocí mi propia voz. Al parecer había bajado la guardia lo bastante como para dejar que el guarro de mi chochito se hiciera con el control, yendo directo a la función verbal de mi cerebro para sabotearla. Al menos esto fue lo que yo me dije a mí misma y quise tragármelo.


Pedro se atragantó al oírme y se lamió el labio inferior, lo cual me cabreó porque era yo la que quería lamérselo.


—Por lo que veo tengo en casa a una mujer increíblemente sexi por la que he pagado una fortuna para hacer con ella lo que me plazca y, sin embargo, no puedo porque ahora le duele un poco cierta parte por culpa mía. Así que sí, supongo que se puede decir que estoy estresado.


La Agente Doble Coñocaliente se apoderó de la parte de mi cerebro que controlaba la función motriz y plantó una bandera en ella. Había perdido el control de mi cuerpo. Dejé la servilleta junto al plato y me aparté de la mesa. Pedro no despegó los ojos de mí en todo ese tiempo. Mientras me acercaba a él, se reclinó en la silla y ladeó la cabeza esperándome con las cejas levantadas, sin saber lo que yo iba a hacerle. Me deslicé entré él y la mesa y me arrodillé ante su entrepierna.


—¿Qué estás haciendo, Paula? —me preguntó con voz grave y ronca.


—Intentando desestresarte —le respondí sonriendo mientras le desabrochaba el cinturón con una seguridad inaudita.


—Creía haberte dicho que esta noche la tenías libre —me recordó apartando un poco la silla de la mesa para darme más espacio.


—Y así es —dije bajándole la cremallera de los pantalones y besándole eso que tanto abultaba bajo sus Calvin Klein.


Pedro me pasó los dedos por entre el cabello y luego me levantó la barbilla rodeándomela con las manos para que le mirara a los ojos.


—Si sigues así, no seré capaz de detenerte.


—Entonces no lo hagas —le contesté metiendo la cabeza entre sus piernas para seguir con lo mío.


Apartó aún más la silla de la mesa para alejarse de mi alcance.


—No hasta que me haya comido el postre.


De súbito, me levantó del suelo, me sentó sobre el borde de la mesa y apartó los platos de en medio. Posando sus manos en mis rodillas, me separó las piernas y se acercó más a mí. Luego fue deslizando sus manos lentamente por mis muslos, hundiéndolas bajo el dobladillo de la camisa y
levantándomelo por encima de la cintura.


Nos quedamos los dos mirando el pequeño tesoro que había dejado al descubierto y di un grito ahogado al oír salir de lo más profundo de su pecho un salvaje gruñido de deseo. Por suerte tenía el felpudo lo bastante acicalado, porque nunca se sabe si un día tendrás alguna clase de accidente
inesperado y alguien habrá de echarte un vistazo ahí abajo.


Se lamió los labios al verme el coño y luego levantó sus ojos hacia los míos.


—Estoy seguro de que no te importará que te lo bese para que se sienta mejor.


Sin esperar mi respuesta, me abrió más las piernas y me empezó a chupar la piel del interior del muslo izquierdo.


—¿Mm, Pedro? —balbuceé con voz temblorosa.


—¿Mmm? —repuso él con la boca cerrada mientras seguía ascendiendo por mi muslo.


—¿De verdad crees que la mesa del comedor es el mejor sitio para hacer esto? Me refiero a que no creo que sea demasiado higiénico.


—Yo me como toda la comida en la mesa —masculló contra mi muslo.


Supongo que tenía razón y probablemente no le iba a ganar en este razonamiento, aunque quisiera. Además no importaba, porque a esas alturas ya había llegado al centro de mis muslos y tenía la nariz pegada a mi botoncito del amor. Sentí su lengua lamiéndome mis húmedos pliegues
y me agarré al pelo de su cabeza porque era como si el mundo se hubiera puesto a dar vueltas a mi alrededor demasiado aprisa.


—¡Qué bien hueles, Paula! Y sabes incluso mejor —gimió contra mi coño, y entonces deslizó la mano por el interior de mi muslo para levantarme la pierna y se la puso sobre el hombro. Le contemplé lamiéndome la carnosa hendidura y luego me agarró con los labios el clítoris y me lo chupó castamente antes de darle lengüetazos con ardor.


Alzó la vista mirándome a los ojos y, tras hacerme un guiño, me lo comió a un ritmo turbador con su lengua serpentina. Me estremecí con unas profundas sacudidas de placer, y me acometió una sensación tan extremadamente deleitosa que eché la cabeza atrás.


—Mírame —me ordenó con voz rasposa—. Quiero que me mires mientras te lo como.


—¡Oh, Dios! —gemí de gusto, levantando la cabeza al obedecerle.


Hundió primero uno y luego dos de sus dedos dentro de mí y empezó a meterlos y sacarlos en un cadencioso vaivén mientras me separaba los labios de mi almejita con la otra mano abierta. Chupándome el clítoris y envolviéndomelo con sus labios, me lo agarró y me hizo unas cosas tan increíbles con los dientes y la boca que aunque no pudiera verlas, me
inflamaron haciéndome agonizar de deleite. Después me metió los dedos hasta los nudillos y los dobló varias veces, y no pude evitar que me brotara del fondo de la garganta un gemido de placer como el de las actrices porno.


—Mmm, te gusta, ¿verdad? —me dijo lamiéndomelo de arriba abajo, desde la base de mi mojado coño hasta el clítoris, y entonces me lo volvió a comer.


—Esto es… madre mía. Increíble —gemí entre jadeos.


Respirando aguadamente y animada por un voluptuoso furor, le agarré del pelo con más fuerza mientras le empujaba la cara contra el centro de mis muslos moviendo las caderas. Él suspiró agradecido, aprobando que le
mostrara lo que más me gustaba. Me sacó los dedos del coño y yo me quejé protestando, pero entonces vi que él tenía una cucharadita llena de helado.


Me sonrió pícaramente antes de echármelo en el clítoris. Di un grito ahogado al sentir la fría sensación en la punta inflamada y turgente de mi botoncito del amor y casi perdí el poco control que me quedaba. Pedro se mordió el labio inferior al ver mi libidinosa reacción y luego siguió con sus acometidas, devorándome el coño como una fiera y lamiéndome hasta la última gota del dulce helado.


De pronto sentí una sacudida en mis entrañas, era como la que experimenté el otro día en la bañera. Se me tensó el cuerpo de golpe y le estrujé sin querer la cabeza entre mis muslos. Era como si mi coño se hubiera metamorfoseado en una planta carnívora y no quisiera soltar de sus garras la deliciosa cara de Pedro Alfonso.


Pedro me chupó el clítoris con más ardor aún y luego movió la cabeza a un ritmo turbador para estimulármelo, lo cual me excitó muchísimo, pero entonces hundió la cara entre mis piernas hasta el fondo, lamiéndome, chupándome, gimiendo y suspirando. Metiendo y sacando los dedos, y doblándolos varias veces en mi coño. Fui incapaz de contenerme por más tiempo. Sentirlo, verlo y oírlo fue demasiado para mí. 


Como cuando se te sobrecargan los sentidos o se te nubla la razón.


El cuerpo entero se me estremeció en unas potentes e inacabables sacudidas y cerré los ojos con fuerza. Unas lucecitas azules y negras parpadearon tras mis párpados mientras me mordía el labio inferior y lanzaba un desgarrador gemido de placer en el culmen del frenesí. Mi
cuerpo fue presa de una sacudida tras otra mientras Pedro seguía lamiéndome y chupándome. Cuando por fin el intenso placer decreció y se me relajó el cuerpo, él se detuvo y alzando la vista, me miró a los ojos lamiéndose los labios.


—¿Qué te ha parecido? ¿Te sientes ahora mejor? —dijo soltando unas risitas con una expresión de lo más sexi.


—Mmmm, mmm —apenas logré susurrar, asintiendo con la cabeza como una idiota.


Se sentó en la silla con la barbilla brillándole por los restos de helado y de mi jugo. Me sentí tan avergonzada que hasta me ruboricé. Me refiero a que no era normal que estuviera tan mojada ahí abajo, ¿verdad?


—Coño a la moda, mi postre favorito —anunció cogiendo la servilleta, y luego se limpió la boca y la barbilla.


Me bajé la camisa para cubrirme el cuerpo y espero que parte de la vergüenza que sentía, y le dije lo primero que se me pasó por la cabeza.


—Todavía no has probado mi «cerecita» —le solté provocativamente.


Pedro lanzó una sonora carcajada, fregándose con las manos esa adorable, adorabilísima cara suya que acababa de hundir en mi Chichi unos minutos antes. Había bajado las escaleras deseando hacerle cabrear, pero esto había sido mucho mejor.


—Te estás muriendo de ganas, ¿verdad? —me preguntó—. Bueno… — añadió encogiéndose de hombros y dándose una palmada en los muslos al levantarse. Poniéndose en jarras, se metió los pulgares bajo la cinturilla de sus bóxers de «fóllala»—. Si esto es lo que realmente quieres…


De pronto la repercusión de lo que acababa de decir me golpeó como un camión Mack y cerré las piernas de golpe instintivamente.


—¡No! —grité más alto de lo que probablemente era necesario—. Todavía… me duele.


Era una mentira como un puño. Yo lo sabía. Al igual que la Agente Doble Coñocaliente. Y lo más importante es que él también lo sabía.


—¡No me digas! Mmm, si eso es lo que quieres… —dijo usando esa voz ronca que hacía que el coño se me mojara hasta hacer chup-chup.


Dio un paso hacia mí y me levantó la barbilla para darme un dulce beso, y luego otro, y otro. Sus manos se deslizaron por mis hombros y descendieron por mis brazos, rodeándome después la cintura mientras yo intentaba impedir que mis desvergonzados muslos se abrieran para invitarle a acariciármelos.


Pedro me soltó y me fue dando una retahíla de besos en la mandíbula hasta llegar a la sensible zona debajo de mi oreja.


—Pronto —me susurró rodeándome la cara con sus manos y
envolviéndome el labio inferior entre los suyos.


Apartándose, se aclaró la garganta.


—Esta noche tengo que adelantar un poco el trabajo para poder ir mañana de compras contigo —dijo pasándose las manos por entre el pelo —. Mientras tanto puedes hacer lo que te apetezca.


Y luego se fue sin más, dejándome sentada en la mesa, muda de perplejidad, envuelta en una placentera nube postcoital, cubierta solo con su camisa.







1 comentario:

  1. mama mia que intenso todo !!! Me hagarro calor jajajajajajja !! Que historia genial

    ResponderEliminar