martes, 23 de junio de 2015

CAPITULO 13




A la mañana siguiente me desperté con la polla embutida en la misma precaria postura, entre sus aterciopelados muslos, igual que el día anterior.


Pero hoy sería distinto. Ella estaba aquí por una razón y yo aunque no fuera del todo un cabrón, tenía mis necesidades fisiológicas.


Estaba con el brazo izquierdo rodeándole la cintura y con la otra mano cubriéndole sus fabulosas tetas. (¿De verdad acabas de emplear la palabra «tetas»?, preguntó el idiota del hombre crecidito que por lo visto se había revertido en un adolescente de diecisiete años tocando tetas. ¡Madre mía!,
el contacto con sus melones me estaba sorbiendo los sesos.) Deslicé la base del pulgar por su pezón… y nada. 


Bueno, probaré con otra cosa, me dije.


Entonces intenté excitarla pellizcándoselo un poquito con el pulgar y el índice cada vez que se lo acariciaba.


¡Houston, tenemos guijarritos enhiestos!


Se retorció un poco en sueños y esperé que fuera porque le resultara agradable y no porque pudiera oír mis inmaduras divagaciones. Al moverse me di cuenta del hierro al rojo vivo que tenía pegado al cuerpo y del demencial gusto que me daba cuando lo meneaba entre sus cálidos muslos.


Solo necesitaba un poco de lubricación para correrme sin hundir mi verga en su virginal coño. Todavía no estaba ella preparada para eso,aunque yo me muriera por conseguirlo.


Le besé el hombro desnudo y se lo cubrí con una lenta sucesión de besos hasta llegar a su cuello. Mientras tanto, meneé las caderas haciendo rodar entre mis dedos su pezón. Paula gimió un poco y posó su mano sobre la
mía. Me quedé paralizado un segundo, preocupado por si su protesta se debía a lo que le estaba haciendo, y de pronto me dije que me la traía floja si ella quería o no que yo continuara.


Para mi sorpresa, no intentó sacarme la mano. En su lugar, se puso a masajearla, animándome a tocar su pecho con más ardor. Este acto tan sugerente para mí hizo que la embistiera con mis caderas y sentí cómo ella se tensaba al ponerse la mano entre las piernas y encontrar mi polla.


—Todavía no —le susurré con los labios pegados a su cuello, y entonces me puse a chuparle la piel de esa zona.


Ella se estremeció entre mis brazos y al sentirla temblar la polla se me puso dura a más no poder. Necesitaba más fricción. Le metí la mano con la que le cubría el vientre entre las piernas y le abrí sus pliegues para que me humedeciera la polla con su coño mojado. Meneando las caderas, se la deslicé un par de veces por su carnosa hendidura y lancé un gemido de placer sin poder evitarlo al sentir sus cálidos jugos.


—¡Ah, cómo me gusta… sentirte… ahí! —le susurré jadeando a cada suave acometida de mis caderas.


Paula arqueó la espalda cambiando el ángulo contra el que mi polla frotaba, pero yo sabía que aquello aún no era lo que ella necesitaba. Le cogí la mano y se la llevé más abajo para que sintiera cómo nos movíamos juntos. Arqueó más aún la espalda al presionar yo con más fuerza nuestras manos contra la parte inferior de mi polla, y como mis dedos eran más largos, extendí el pulgar para presionar mi glande contra su clítoris.


—¡Ah! —gimió de placer con voz ahogada y entonces movió la espalda para deslizar su coño por mi polla hasta sentir la punta de nuevo contra su clítoris.


—¡Más! —gemí con la cara pegada a su hombro.


Saqué la polla un poco y se la volví a meter entre las piernas, pegando tanto el glande a sus carnosos pliegues que sin querer se lo hundí en ellos.


La punta le entró apenas antes de sacarla yo y volvérsela a meter. Pero lo que me dejó pasmado es que ella empujaba para sentirla más adentro y ni siquiera se tensó cuando yo estaba en la abertura de su sexo.


Me mantuvo con su mano ceñido a ella mientras yo meneaba las caderas y seguía con más ardor mis acometidas entre sus húmedos pliegues. Como Paula ya no necesitaba que la siguiera sujetando, me separé un poco y la
agarré de las caderas para empujar mejor.


¡Qué suave, caliente y mojada estaba! Mi polla estaba empapada con sus jugos, me moría por follarla. Mis embestidas se volvieron más fuertes y veloces, y entonces ella deslizó su resbaladizo pulgar por la hendidura de la punta de mi polla y luego por el ribete del abombado glande. 


Me estaba volviendo loco.


Tenía que calmarme, así que meneé las caderas con amplias acometidas dejando que la punta de mi polla le penetrara un poco de nuevo. Ella empujó y yo le hinqué el glande en sus carnosos pliegues. Se quedó paralizada al instante, conteniendo el aliento y tensando todo el cuerpo.


—Relájate, nena —le susurré al oído entre jadeos, pegándome a su cuello para intentar calmarme mientras la punta de mi polla seguía en su mojada grieta. Joder, qué bien olía, e incluso sabía mejor aún.


—Me muero por follarte —musité jadeando sin moverme por miedo a hacerla mía—. Joder, ¿por qué me gustará tanto?


Mi palpitante polla estaba deseando penetrar su apretado coño. Una vocecita en mi cabeza gritaba para que se la metiera hasta el fondo y se la sacara, se la metiera hasta el fondo y se la sacara. Tal vez si empujaba un poco más con la punta…


—No te muevas, gatita —le susurré contra su nunca.


Se la metí un poco más, sintiendo las apretadas paredes de su coño ciñéndose alrededor de mi polla mientras le hincaba la punta entera. Solo me permití moverme muy poco para no perder el control.


—No te… muevas —le susurré casi suplicándoselo, cerrando con fuerza los ojos e intentando reprimir las ganas de hincársela hasta el fondo.


De su garganta salió un pequeño gemido y sentí que deslizaba su mano entre sus muslos para acariciarme la polla.


—¡Joder! —exclamé sacándola de golpe y saltando de la cama.


—¿Qué? ¿Qué pasa? —me preguntó ella sentándose en la cama, perpleja.


—¡Me cago en la leche! ¡No puedes hacer eso, Paula! No sabes cuánto me cuesta aguantarme para no follarte en este mismo instante y vas y me excitas más aún. ¿En qué coño estabas pensando?


Ella agachó la cabeza dejando que el pelo le cayera como una cortina, para que yo no le viera la cara.


—No lo sé —respondió balanceándose con la frente pegada a las rodillas —. Seguramente pensé que iba a gustarte. Era tan agradable —refunfuñó.


¡No jodas! Por lo visto ella también lo estaba deseando.


Una amplia sonrisa se dibujó en mi cara y me apresuré a volver a la cama, con la verga tiesa como un mástil, dispuesta a darle a Paula lo que quería. Y entonces el inflagaitas de mi puto móvil se puso a sonar. Estuve a punto de arrojar el maldito teléfono por la ventana, pero sabía que no podía hacerlo.


Gruñendo, me dirigí a la mesita de noche donde reposaba, con la polla bamboleándome al caminar.


—¡Diga! —grité respondiendo la llamada.


—Buenos días, señor Alfonso. Espero no haberle despertado — contestó la voz nasal de la secretaria de Dario.


—¿Qué quieres, Miranda?


—El señor Stone me ha pedido que le haga saber que ha convocado una reunión de emergencia de la junta directiva por la reciente crisis —dijo.


—¿Qué crisis?


—¿Es que no ha visto las noticias? La Bolsa está cayendo en picado en todo el país por el derramamiento de petróleo. Las acciones del Loto Escarlata están bajando mucho.


—¡Hijo de…! —exclamé dándome una palmada en la cara—. De acuerdo. Ahora mismo voy. Dile a Mario que me espere abajo con los últimos informes.


Colgué el teléfono sin más.


—Lo siento, pero hoy no podré ir de compras contigo —le dije a Paula.


—¿Y yo qué debo hacer? ¿Seguir poniéndome tu ropa? —me preguntó mosqueada alzando por fin la vista mirándome a los ojos.


—Por más que me encante verte con mi ropa, no tengo nada lo bastante pequeño para ti —le dije, pero de pronto tuve una idea—. Le pediré a Dolores que te lleve de compras. Tiene muy buen gusto para la ropa.


Cogí la cartera del cajón de la mesita de noche y saqué una tarjeta de oro.


—Toma. No te preocupes, gasta todo el dinero que quieras. Estoy seguro de que a Dolores tampoco le preocupará. La llamaré para explicarle lo que te hará falta, pero puedes comprar cualquier otra cosa si quieres.


—¿Y mientras tanto qué me pongo? —me preguntó mirándose—. No puedo salir de casa con esta pinta.


—Le diré a Dolores que te preste algunas prendas suyas.


Marqué el número de Dolores mientras me dirigía al baño y le indiqué el vestuario que Paula necesitaría, salvo la ropa interior, claro está, porque quería ir con ella a comprarla. 


Habría fiestas a las que tendríamos que asistir y quería asegurarme de que vistiera adecuadamente. Por supuesto a
Dolores le entusiasmó ir de compras con Paula gastando mi dinero a lo loco. Le advertí que no la presionara demasiado en cuanto a la ropa y que le dejara escoger algunas prendas por sí misma. También le especifiqué que no intentara husmear. Si a Paula le apetecía contarle algo, lo haría
por su propia voluntad.


Cuando terminé de vestirme, le di a Paula unas instrucciones de última hora.


—No le cuentes nada de nuestro trato, por más que intente sonsacarte información. Cuéntale lo que quieras de tu vida personal, pero recuerda que nos conocimos en Los Ángeles. Volveré a eso de las seis. No te olvides de estar esperándome junto a la puerta.


Dicho esto, la cogí en brazos, le planté un brusco beso en la boca y la dejé caer en la cama.


—Estaba deseando verte hoy con una lencería de modelo exclusivo. Pero otro día será —le dije haciéndole un guiño y dándole juguetonamente un azote en el culo antes de coger la cartera y la chaqueta.


Detestaba tener que dejar que se las apañara sola con Dolores en su primer encuentro, pero no tenía elección. Con un poco de suerte Paula sería lo bastante fuerte para manejarla o lo bastante evasiva para mantenerla a raya
por el momento. Además, yo estaba deseando que Dolores se lo pasara tan bien visitando tiendas y gastando a manos llenas, que se olvidara de husmear.


Al menos eso esperaba.






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