martes, 23 de junio de 2015

CAPITULO 14






—¿Hola? ¿Hay alguien en casa? —oí que decía una voz cantarina desde la entrada—. ¿Paula? Soy yo, Dolores. Ha llegado tu extraordinaria compradora personal para sacarte del paraíso.


Me apresuré a bajar, cubierta con la misma camisa que me había puesto la noche anterior para cenar. Y por más corte que me diera encontrarme por primera vez con una desconocida llevando solo una camisa de puta, no tenía elección.


—Asegúrate de pulir esta semana los objetos de plata, y dile al cocinero que esta noche cambie el menú por carne asada —dijo Dolores garabateando algo en la hoja de una tablilla provista de sujetapapeles, y luego se la entregó a la misma doncella que me había indicado la mañana anterior el
camino para ir a la cocina—. Gracias, Beatriz, estás haciendo un gran trabajo, como de costumbre.


Luego alzó la vista y me vio.


—¡Ah, hola! —exclamó.


Saltaba a la vista que se trataba de una de esas risueñas personas madrugadoras. Era una rubia platino de pelo vaporoso, tan sonriente y despampanante que me recordó a la capitana de las animadoras de un instituto que salía en una película de los ochenta. Casi me contagia su vitalidad y una parte de mí quería darle un sopapo por hacerme sentir de esa forma.


—Mm…, hola —repuse sintiéndome incómoda—. Soy Pau Chaves.


—Y yo, Dolores Hunt —dijo esbozando una amplia sonrisa—. ¡No sabes cuánto me alegro de conocerte por fin!


Le ofrecí la mano con un cordial gesto para que me la estrechara, pero ella puso los ojos en blanco juguetonamente.


—¡Oh, por favor! —exclamó en voz baja a través de su respingona nariz, rechazando con un ademán mi formal saludo—. Vamos a pasar todo el día juntas de compras. Y en mi mundo esto es como tener sexo —añadió soltando unas risitas, y luego me agarró para darme un fugaz abrazo—. A propósito, esto es para ti —dijo entregándome una bolsa rosa.


—¿Es ropa? —le pregunté para confirmarlo.


—Sí, señorita. ¿Qué le ha pasado a la tuya?


—Pues… —le empecé a decir sin tener ni idea de lo que iba a contarle —, como decidí venir a vivir con Pedro a última hora, no tuve tiempo de hacer las maletas. Y lo poco que me traje no encajaba con el estilo ni la tendencia de la ropa que lleváis, así que me desprendí de ella.


Por lo menos daría la impresión de saber algo de moda, ¿no?


Dolores arqueó una ceja perfectamente depilada y hasta vi las ruedecitas dentadas rodando en su cabeza para averiguar si le decía la verdad.


—¿Y cuando te pusiste la camisa ibas desnuda? —me preguntó mirándome como si no se lo hubiera tragado.


—Mm…, no —repuse medio riendo—. ¡Claro que no, qué cosas dices! La ropa que llevaba está sucia. Sí, está sucia.


—Ajá —contestó mirándome con desconfianza—. Entonces ¿por qué no vas a cambiarte para ponemos en marcha enseguida? ¿Te parece bien?



***


Viajar en un Beamer, el cochecito rojo de Dolores, fue un auténtico suplicio. Ser capaz de hacer mil y una cosas a la vez es un don, pero yo no estaba segura de que ese don debiera usarse mientras conduces. Fue a toda leche sobrepasando con creces el límite de velocidad, con la radio puesta y hablando incluso más deprisa de lo que circulaba, sin hacer ninguna pausa.


De vez en cuando pegaba algún que otro bocinazo y le soltaba una impertinencia a un motorista por circular demasiado lento o por cambiar de carril cuando a ella no le convenía.


—Es Chicago. ¡Aprende a conducir o no circules por la carretera, gilipollas!


Me miró y sacudió la cabeza poniendo los ojos en blanco.


—Los que van con miedo son peligrosos y no tendrían que ponerse al volante.


Coincidí con ella, pero en ese caso a las conductoras hiperactivas y violentas con un chute de cafeína tampoco tendrían que permitirles conducir.


Se metió en un hueco libre, y por «libre» me refiero a que se coló en él sin esperar apenas a que saliera el coche que lo ocupaba. Aparcó en batería sin reducir la velocidad, subiéndose al bordillo y obligando a algunos peatones que caminaban por la acera a esquivarla de golpe.


Despegué mis crispados dedos del salpicadero, donde seguro que dejé mis huellas impresas de la fuerza con la que me había agarrado y salí del coche. Incluso habría estado dispuesta a besar el suelo de no haber sido una escena demasiado grotesca. Las calles y las aceras públicas eran como placas de petri cultivando cócteles de esos que te dejan tieso.


—Vamos, chica —dijo Dolores poniéndose las gafas de sol y colgándose luego el bolso al hombro.


Yo no me habría puesto ni loca sus zapatos de tacón de aguja de infarto ni su exiguo vestido que parecía estar hecho para una quinceañera en lugar de para una mujer adulta, pero ella lo sabía llevar como si nada. En serio, estaba despampanante y se movía contoneando las caderas como diciendo «ven aquí bomboncito».


Cuando entramos en la primera tienda, las dependientas que estaban detrás del mostrador la reconocieron enseguida, incluso la llamaron por su nombre.


—¿Son amigas tuyas? —le pregunté.


—Profesionalmente sí, no socialmente —me respondió en voz baja—. Visito esta tienda cada dos por tres. Y además les doy buenas propinas.


—Señoritas —anunció volviéndose hacia ellas blandiendo la visa de oro de Pedro en el aire—, ¿seríais tan amables de sacarle a mi nueva amiga vuestras mejores prendas?


Me llevaron a toda prisa a un probador para que me desnudara y antes de darme tiempo a sacarme la ropa, ya me habían colgado sobre la puerta varios vestidos. Gruñí en mi interior, porque ir de compras no era lo mío, pero debo admitir que me sentí como una especie de Julia Roberts en
Pretty Woman al ser el centro de tantas atenciones.


Dolores se quedó junto a la puerta elogiando la ropa que le gustaba y burlándose de la que desechaba. Creí que al menos estaba segura en ese pequeño espacio, aislada del resto del mundo. Pero Dolores no me lo iba a permitir. 


Abriendo la puerta de un empujón, irrumpió en el probador como si yo no tuviera nada que ella no hubiera visto antes. 


Supongo que así era, pero con todo me habría gustado gozar de un poco de privacidad.


Estaba aprendiendo a marchas forzadas que en el mundo de Pedro por lo visto todo quisqui podía verme en bolas. 


Ergo, olvidándome de mi pudor, me quedé con todo al aire tal como mi madre me trajo al mundo, como una modelo que es la envidia de todas las mujeres, aunque yo no me considerara nada del otro mundo.


—¿Y? —me dijo Dolores suspirando mientras se sentaba en el banco del probador y me miraba—. Cuéntame cómo tú y Pedro os conocisteis.


—Mm…, supongo que como cualquier otra pareja —repuse intentando averiguar cómo diablos iba a ponerme el extravagante vestido que acababa de darme para que me lo probara.


—No todas las parejas se conocen de la misma manera. Cada una tiene su propia historia. Cuéntame los detalles, nena —dijo ayudándome a ponérmelo.


Y entonces me entusiasmé, porque su curiosidad me permitiría jugar con Pedro un poco. Él me había dicho que podía contarle lo que quisiera.


—Como probablemente se subiría por las paredes si se enterara de que te lo he contado, tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie.


—Te doy mi palabra de bruja —repuso poniéndose el dedo corazón y el índice debajo de los ojos como hacía Samantha en Embrujada. Me conquistó al instante con ese gesto, era una auténtica psicópata que iba tras mi corazón.


—Lo conocí en la entrada de un espectáculo de drag queens —le susurré al oído—. Era tan guapo que lo tomé por uno de los actores.


—¿Pedro Alfonso asistió a un espectáculo de drag queens? —gritó Dolores soltando unas risitas, y yo le tapé la boca con la mano para hacerla callar.


—Me dijo que no solía ir por aquel barrio, que solo quería tomar una copa y que acabó allí por casualidad —añadí adornando la historia—. Cuando me lo encontré estaba junto a la entrada fumándose un pitillo y me he estado preguntando si estaría allí porque acababa de follar.


Dolores y yo nos echamos a reír pasándonoslo en grande.


—¿Y luego qué ocurrió? —me preguntó de lo más interesada.


—Cuando estaba a punto de echarle esa mirada de «Venga ya, a mí no me la das», vi que se comía con los ojos a las chicas —dije sacando las tetas—. Estoy segura de que lo hizo para demostrarme que no le iban los tíos.


—Tienes unos bonitos melones —señaló encogiéndose de hombros como diciendo, con ese par es lógico que le gustaras.


—Luego me dijo si quería ir con él a tomar una copa y como era tan guapo y me estaba intentando demostrar lo machote que era, le dejé que me follara. Y desde entonces no me lo he podido sacar de encima —añadí riendo.


—Me alegro de que por fin haya decidido salir con una chica, sobre todo después de lo que le pasó con Julieta —me contó recolocándome las tetas para que me quedara bien el vestido. Creo que en el fondo quería manoseármelas. Si hubiera sido ese el caso, no me habría importado, pero sentí curiosidad por lo que me acababa de decir.


—¿Julieta? ¿Quién es Julieta? —le pregunté deseando conocer esta información del pasado de Pedro, no porque me interesara sino para usarla como arma arrojadiza si lo necesitaba en el futuro.


—Nadie. No importa. No debería habértelo dicho —repuso enseguida—. Sí, estás de lo más atractiva con este vestido.



Por qué cambias de tema, tramposilla. Te lo acabaré sonsacando, pensé.







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