lunes, 29 de junio de 2015
CAPITULO 33
Me quedé en el cementerio hasta llegar la noche. Quizás hasta varias horas después de anochecer, pero no estoy seguro, porque mientras me regodeaba en mi sentimiento de culpa, el tiempo pareció detenerse. Me estaba quedando helado y tenía el culo y las piernas entumecidos por no
haberme movido del banco. Por suerte la lluvia solo duró media hora y la ropa se me secó enseguida.
Ignoré mis tripas rugiendo, mi boca seca y el móvil sonando sin cesar.
Me estaban buscando. Lo sabía. Y Dolores no tardaría en recurrir a los sabuesos para que me rastrearan. Pero la llamada de Paula apareciendo en la pantalla fue la única que despertó mi curiosidad.
No voy a mentir, quería hablar con ella más que nada en el mundo. Cogí el móvil a la primera llamada, me lo quedé mirando a la segunda, y lo estrujé con tanta desesperación a la tercera que estaba seguro de haberlo machacado. Pero no me puse al teléfono. ¡Qué diablos le iba a decir!
He contratado a un detective privado para que meta las narices en tu pasado, porque soy un entrometido hijo de puta con una ligera tendencia a ser un puñetero controlador…
Joder, se iba a poner hecha una furia cuando descubriera lo que yo había hecho. Te lo putogarantizo. ¿Y a que no
adivinas lo que he averiguado? Pues lo has acertado. Sé que vendiste tu cuerpo para pagar el trasplante de corazón de tu madre moribunda, pero voy a seguir follándote pese a todo, porque estoy mal de la cabeza y necesito ayuda, y montones y montones de terapia de choque para mi polla
sería justamente lo que el médico me recetaría.
Sí, no pensaba mantener esta clase de conversación.
Oí la conocida señal anunciándome la llegada de un mensaje de texto y cogí el móvil. Al ver que era de Paula, sentí que el corazón me daba un vuelco y, antes de darme cuenta, ya lo estaba abriendo. El reloj digital me indicaba que eran más de las diez de la noche. ¡Mierda!, ¿cómo podía ser que llevara tanto tiempo en ese lugar?
¿Dnde stás? Esty sola… en sta cama tan
gmde… desnda.
La polla se me movió dentro de los pantalones al ver en mi cabeza la imagen que tanto ella como yo conocíamos demasiado bien. «¡Cierra el pico! Tú eres la culpable de metemos en este lío, maldita calenturienta» — le espeté a mi amiga de toda la vida.
Tngo una reunión de trbjo. No me espers.
Mierda.
He hbldo con Dolores, me algro k stés vivo. Se lo
diré.
¡Qué bien que por el momento se conformara con esta excusa! Sabía que cuando la viera, se daría cuenta de que me pasaba algo. Pero al menos ella avisaría a Dolores para que no se preocupara en absoluto por mí.
Me voy a la cma. Desprtme cuand vuelvs. Si
kires ;)
Oh, sí que quería. Pero no lo haría.
Me metí el móvil en el bolsillo y volví a quedarme mirando al vacío. El fantasma de mi madre no se había aparecido para darme un manotazo en la cima de la cabeza. El fantasma de mi padre tampoco se había levantado de la tumba para echarme una bronca por desperdiciar un tequila de tan buena calidad o para decirme que me aclarara de una vez y dejara de comportarme como un idiota. No había tenido ninguna gran epifanía ni tampoco había decidido lo que iba a hacer. Por lo visto había desperdiciado el día y la noche.
Me saqué el móvil de nuevo y llamé a mi tío. Daniel era cardiólogo, el mejor de Chicago, y además parecía conocer a todo el mundo.
Probablemente porque apoyaba con gran entusiasmo cualquier cosa que tuviera que ver con la medicina. Por eso había comprado el centro médico de Everett. Este edificio apoyaba a los especialistas de prácticamente todos los campos habidos y por haber, y Daniel era como una esponja que intentaba empaparse constantemente de los máximos conocimientos posibles. Sabía que llamarle sería dar palos de ciego, pero tal vez él podría enterarse del estado de Alejandra Alfonso y también ayudarla, porque con esas
malditas cláusulas de confidencialidad médica, nadie iba a darme ninguna información sobre ella, y aunque me la dieran no entendería una palabra.
Pero Daniel podría conseguir cualquier cosa en este sentido.
Después de hacer la llamada y lograr que mi tío aceptara ayudarme, llamé a Samuel para que me fuera a recoger. Ya iba siendo hora de volver a casa y aunque yo temiera cómo iba a reaccionar mi cuerpo al ver a Paula, mi corazón necesitaba hacerlo.
De camino de vuelta a casa Samuel no me preguntó nada.
Sabía que yo no estaba de humor. Al llegar salí del coche sin decir palabra y me dirigí al dormitorio. Aunque me supiera el camino de memoria, sentí como si una fuerza invisible jalara de mí hacia esa dirección. Paula estaba ahí, y me atraía como un imán.
Por primera vez desde hacía mucho tiempo me metí en la cama con toda la ropa puesta, salvo los zapatos, claro está.
Paula dormía tumbada de cara hacia mi lado de la cama, su rostro angelical se veía sereno, aunque yo sabía el infierno que el destino —y yo— le estábamos haciendo pasar.
Cada molécula de mi cuerpo quería alargar la mano y tocarla, pero no podía. Porque yo estaba sucio y ella no. Y no me refería a haberme pasado el día con la ropa empapada y no haberme dado una ducha aún, sino que no
quería ensuciar algo tan prístino. Pero mis manchas ya estaban por todo su cuerpo, ¿verdad? La había tocado por todas partes, sin dejarle ni un centímetro de su perfecta piel sin marcar.
Así que hice lo único que podía hacer. Me tumbé en la cama y la contemplé mientras dormía, memorizando cada rasgo suyo, mirándola respirar. Y en ese instante supe que no volvería a tratarla nunca más como a una esclava sexual.
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