martes, 30 de junio de 2015
CAPITULO 35
El viaje en la limusina transcurrió en silencio. Dolores y Mario habían ido en su propio coche a la fiesta por si acaso nosotros o ellos queríamos marchamos más temprano. Pedro se sentó a un lado de la limusina, fumándose un cigarrillo mientras miraba por la ventanilla. Traducción: me estaba torturando con esas vibraciones suyas de «mira cómo hago el amor con el cigarrillo ignorándote».
Y entonces empezó la verdadera tortura.
Gente. Montones y montones de gente. Y cámaras. Por todas partes destellaban los fogonazos de los flashes mientras avanzábamos por la alfombra roja hacia el lujoso edificio que acogía a la élite de Chicago. La gente gritaba y empujaba, intentando conseguir el sitio ideal para sacar la mejor foto. ¿Y cuál era el centro de atención? Pedro Alfonso… y su pareja. Yo procuré ocultar la cara detrás de sus anchos hombros o simplemente la giré. Pedro me rodeó por la cintura mientras sonreía y posaba, saludando y agitando la mano a la multitud, ignorando como si nada la sagaz pregunta de: «¿Quién es esta hermosa joven que va cogida de tu brazo esta noche, Pedro?», hasta que por fin entramos al edificio donde estaba teniendo lugar una fiesta por todo lo alto, dejando atrás el caos de la calle.
Sentí un gran alivio.
—¿Estás lista para entrar? —me dijo Dolores de pronto colocándose a mi lado.
—¿Es que no lo hemos hecho ya? —pregunté confundida, mirando a mi alrededor.
—¡Qué boba eres! Esto —me dijo abriendo un portón doble— es el baile de gala del Loto Escarlata.
—¡Caray!
El lugar era enorme, aunque no me sorprendió, porque todo cuanto tenía que ver con Pedro lo era. Había flores de loto rojas por todas partes: flotando en cuencos de cristal llenos de agua y de velas flotantes, en los ramos, por doquier. Del techo colgaban estandartes rojos de seda, haciendo juego con los manteles y los lazos rojos, parecía como si hubiera tenido lugar una preciosa masacre en la sala.
Y también había fuentes de champán. Va en serio, además de dos docenas más o menos de camareros que no paraban de ir de un lado a otro ofreciendo bandejas repletas de copas llenas del líquido dorado. Lo cual explicaba probablemente por qué la gente estaba tan animada. Demasiado animada para mi gusto.
Los asistentes iban de punta en blanco, todos lucían vestidos o esmoquins de lo más elegantes que costaban más de lo que la mayoría de los paisanos de mi ciudad natal ganaban en un mes. Incluso olían a dinero.
La jerarquía social tenía su propia forma de recordarte cuál era tu lugar.
Pedro nunca me había hecho sentir como una pobretona, pero él y yo no nos habíamos dejado ver juntos en público.
Hasta esa noche, los dos nos habíamos dedicado a follar como conejos en la privacidad de su enorme mansión. Y ahora, en medio de sus amigos de la vida real, lo vi con una
claridad meridiana. Hasta este momento me había sentido como en casa, pero ahora sin duda no era así.
—Bienvenida a mi mundo —me susurró Pedro al oído y luego, cogiéndome del codo, me condujo hacia la multitud—. Hay algunas personas que quiero presentarte.
Dios mío. Iba a meter la pata hasta el fondo. Lo sabía.
¡Pedro! Te estaba esperando —gritó una morena menuda y saltarina acudiendo a su lado. Si quieres saber mi opinión, parecía estar ya un poco piripi—. Vaya, ¿has venido con tu pareja? No sabía que salieras con alguien.
—Mandy, que no estemos en la oficina no significa que deje de ser el señor Alfonso —le recordó Pedro con firmeza. En ese momento llegó un camarero con una bandeja llena de copas de champán. Agarró una y me la ofreció y luego cogió otra para él.
—¡Oh, tienes razón! Lo siento —se disculpó Mandy.
Y luego volvió a mirarme para tasarme. A juzgar por la forma en que arrugó la nariz y sonrió con falsedad, diría que acababa de descubrir que yo no era una prolongación del brazo de Pedro.
—¿Quién es ella? —preguntó.
—No es de tu incumbencia. Y ahora lárgate y ve a buscarte otra copa, señorita Peters —dijo despidiéndola agitando la mano.
Ella me echó la última mirada envidiosa y yo me apoyé en Pedro con una adorable sonrisa en la cara para fastidiarla.
—¡Oh, ahí están Lexi y Brad! —gritó Dolores señalando con el dedo a una pareja deslumbrante plantada a unos metros de distancia de nosotros.
Logré agarrar otra copa de champán antes de que me tirara de la muñeca arrancándome casi el brazo de cuajo para presentarme a la pareja más glamurosa del mundo. Pedro se quedó hablando con unas personas que acababan de saludarle en ese momento, pero Dolores, decidida a salirse con la suya, siguió tirando de mí.
—¡Lexi! —Gritó Dolores soltándome por fin para ir a abrazar a una pelirroja con piernas de vértigo. Este bellezón debía de ser la mujer a la que Jessica Rabbit había copiado. Madre mía, era despampanante: con una tez de porcelana, unas tetas enormes, una cintura de avispa y unos carnosos labios rojos. Casi esperaba oír a los Commodores interrumpiendo de pronto la soporífera música que estaban tocando.
—¡Oh, Brad! —gorjeó con voz femenina el tipo enorme que iba con ella, burlándose de Dolores mientras pestañeaba y agitaba las muñecas en el aire —. Te he echado de menos y tú eres mi chica favorita. ¡Ooh! ¡Yo también quiero meterte mano!
Dolores se separó del bellezón y se lo quedó mirando mientras la apodada «bellezón» le daba una colleja a su pareja.
—¡No seas imbécil, imbécil, que no estamos solos! —le soltó la pelirroja señalándome con la cabeza con cara de curiosidad.
—¡Oh, sí! Te presento a…
Pedro la interrumpió, apareciendo de pronto de la nada.
—Paula. Mi Paula —dijo rodeándome la cintura con el brazo y arrimándome a él posesivamente—. Paula, te presento a Alexis, mi prima preferida, y a Brad Mavis, su marido.
—Puedes llamarme si quieres el Tierno Gigante —dijo Brad.
—Juega en la Liga Nacional de Fútbol Americano como placaje defensivo y es un jugador increíble —aclaró Pedro.
—¡Así es! —se jactó Brad sacando pecho.
—Lexi es su implacable agente —prosiguió Pedro señalándola con la cabeza—. Creo que Brad la teme más que a cualquiera de esos chupasangres que negocian los contratos.
—Alguien lo ha de meter en cintura. Además a él le gusta que le den caña —puntualizó Lexi con una sonrisita de complicidad.
—Encantada de conocerte —dije saludando a Lexi ofreciéndole la mano —. Pedro no me ha dicho ni pío de ti —añadí soltando una risita violenta.
—Lo mismo te digo —respondió Lexi estrechándome la mano.
Aunque «lo mismo te digo» se refiriera a que también se alegraba de conocerme, a mí me pareció que además me daba a entender que Noah tampoco les había hablado de mí, y aunque yo lo entendiera perfectamente, a ellos les había parecido muy raro.
—Pepe, ¿has visto ya a Mamá y Papá? —le preguntó a Pedro.
Miré a Pedro con las cejas alzadas.
Él supo al instante por qué yo le miraba así. Puso los ojos en blanco avergonzado.
—Todos los miembros de mi familia me han llamado siempre por mi sobrenombre.
—Claro —repuse. Esta clase de detalles eran el tipo de cosas que debería haberme contado antes de presentarme a su familia como «mi Paula», pero ¡quién era yo para decírselo! Así que me tragué de golpe media copa de champán para no ponerme de los nervios.
—Y no, Lexi, todavía no les he visto —prosiguió Pedro echando un vistazo a los invitados como si intentara arreglarlo.
—Pues están por aquí. Estoy segura de que volverán enseguida —dijo ella agitando la mano para quitarle importancia—. Ya sabes cómo se comporta Papá en estas fiestas.
Brad, Mario y Pedro se pusieron a charlar sobre algún equipo deportivo, al que yo no presté ninguna atención porque Pedro me estaba trazando círculos con el pulgar en la parte inferior de la espalda mientras me metía el meñique por debajo del vestido hasta pegármelo a la rajita del trasero.
Dolores y Lexi también estaban charlando animadamente, conversación en la que yo no podía participar porque no tenía idea sobre los cotilleos de su círculo de amistades. De ahí que hice lo único que podía hacer: entretenerme con un juego de «veamos si puedo tomarme todo el champán antes de que el siguiente camarero pase por aquí con más», y lo estaba ganando. Y que conste que era toda una hazaña, porque había montones y montones de bandejas llenas de copas de champán.
—No bebas tanto, gatita —me susurró Pedro al oído, y al escuchar su voz me sentí como si flotara. Qué curioso, me había tomado cuatro, quizá cinco copas de champán y no se me había subido a la cabeza. Pero él me llamaba «gatita» y de golpe y porrazo me sentía ebria.
—Voy a hacer pis —solté.
Las conversaciones que estaban manteniendo cesaron de golpe y me convertí en el centro de las miradas. Supongo que lo que acababa de soltar no era propio de una dama ni la clase de cosas que diría en alto la mujer que saliera con Pedro Alfonso. Tomé nota.
Lexi se echó a reír.
—Yo también tengo que hacer pis. Ven, Dolores. Parece que todas necesitamos ir al baño.
—¡Habrase visto, Lexi! —exclamó Dolores arrugando el ceño con una mirada de reproche—. Tal vez parezca una debutante —me señaló—, pero no te lo creas. Pese a todo su encanto y glamour, es en realidad una tía grosera y ordinaria.
—¡Esta es mi chica! —alardeó Brad dándole un azote en el culo mientras ella se iba.
—No tardes —me susurró Pedro con su voz sensual en la sensible piel de debajo de mi oído—. Quiero que estés a mi lado toda la noche —y luego pegó discretamente sus carnosos labios a mi cuello, y al notar su beso sentí que me derretía como si fuera mantequilla sobre una pila de panqueques calientes.
—Por Dios, Pepe. Solo vamos al maldito lavabo. Te prometo que no la asustaré —le soltó Lexi poniendo los ojos en blanco.
—Pues que tengas mucha suerte —se burló él—, porque verás que Paula es capaz de aguantar tus grandes encantos.
—Que te jodan —replicó Lexi.
—Yo también te quiero, querida prima —le respondió Pedro sonriendo, y luego me hizo un guiño antes de tomar un sorbo de champán y girarse para seguir charlando con los chicos.
Cuando nos abríamos paso entre la abarrotada sala para ir al lavabo de las damas, Lexi se paró de golpe.
—Mirad lo que el perro se ha traído a la fiesta —dijo por lo bajo señalando con la cabeza a nuestra derecha.
Un tipo como una mole con el pelo negro lacio y brillante, un moreno de solárium, patillas de boca de hacha y dientes blanquísimos estaba plantado en el centro de un corrillo, en medio de nuestro camino, rodeado de mujeres aduladoras, y de alguna manera se las apañaba para prestarles atención a todas. Poseía sin duda un gran magnetismo animal.
—Pues no está mal el tipo si lo que te pone es el rollo del Ken hombre lobo —comenté resoplando—. ¿Quién es?
—Dario —dijo Lexi con desdén.
—¿Y quién es ese Dario?
Dolores se arrimó a mí como si fuera a decirme un secretillo sucio.
—El que antes era el mejor amigo de Pedro.
Di un grito ahogado y de pronto sentí que me hervía la sangre, aunque no me refiero claro está a la de ahí abajo.
—También es el socio de Pepe —musitó Lexi empujando la puerta del baño de las damas—. El muy cabrón ha estado intentando que Pedro le vendiera su parte del Loto Escarlata desde que mis tíos murieron.
Y así fue cómo empezó mi idilio con Lexi Mavis.
—¿Acabas de decir que los padres de Pedro murieron? —pregunté antes de darme cuenta de que probablemente también debería haber sabido este detalle, pero me había quedado demasiado anonadada. Él nunca me había hablado de ellos.
—Sí, en un accidente de coche hace seis años —repuso Lexi—. No me sorprende que no lo supieras, porqué Pedro nunca habla de ello.
Dolores se puso seria de golpe.
—Los perdió a los dos al mismo tiempo y desde entonces se ha estado torturando, así que no saques el tema. Cuando se sienta preparado, te lo contará, ¿de acuerdo?
—Sí, de acuerdo —de pronto eché de menos a mis padres.
Lexi abrió la puerta de un lavabo y me hizo entrar a toda prisa.
—Apresúrate. Necesito tomar una copa. ¡Dios!, me encantan las barras libres.
Me ocupé de mis propios asuntos mientras Lexi y Dolores se ponían a charlar animadamente. Eligieron el tema de tener hijos: Dolores quería uno, pero Mario no se sentía preparado aún; Brad quería otro, pero Lexi se negaba a quedarse embarazada e ir descalza porque se vería obligada a dejar de lado su carrera.
—¿Y qué me dices de ti y Pedro, Paula? —me preguntó Lexi al salir yo del retrete.
—Mm… —titubeé acercándome a las piletas para lavarme las manos.
¿Qué se suponía que debía responder?
—Pau —interrumpió Dolores—. Le gusta que le llamen, Pau, ¿no es verdad?
—Sí, simplemente Pau —dije con una sonrisa de incomodidad—. Y, mm…, Pedro y yo no hemos hablado todavía de tener hijos. Me refiero a que en nuestra relación no hemos llegado a este punto… aún.
—Mmm, mmm, ya veo —dijo Lexi y luego lanzó un teatral suspiro—. Bueno, ¿qué os parece si acabamos con el asunto de una vez?
Cerré el grifo y me sequé las manos.
—¿A qué te refieres exactamente? —le pregunté.
—Oye,Pau. Pedro no tiene madre, ni padre, ni hermanos. Conque recae sobre mis hombros el rollo de sobreprotegerle advirtiéndotelo —empezó diciendo—. No te conozco, pero de entrada me has caído bien. Sin embargo, te lo tengo que decir: si le haces daño a mi primo, te daré una patada en el culo. Y «por una patada en el culo» me refiero a que cuando te la haya propinado necesitarás un trasplante. Eso es todo. ¿Te ha quedado claro?
La admiré por su par de ovarios, pero como todos creían que yo era la pareja de Pedro, tenía que replicarle algo, de lo contrario pensaría que era una falsa. Arrojé la toalla de papel usada al contenedor y me la quedé mirando con los brazos en jarras. Dolores dio un paso atrás porque se la vio venir.
—Pues sí. Pero te voy a decir algo a ti y a cualquier otra persona que quiera meterse en nuestra relación. Quiero a este hombre más de lo que creí poder amar a nadie, de manera incondicional e irrevocable —en ese momento vi que lo que le decía era verdad—, y si alguien tiene que preocuparse por si le rompen el corazón, soy yo. Dicho esto, si crees que lo mío con Pedro no funciona y necesitas darme una patada en el culo, hazlo. No me intimidas. Por lo que si alguna vez te mueres de ganas… adelante.
Dolores contuvo el aliento e incluso la oí tragar saliva. Seguí mirando con intensidad a Lexi, sin flaquear. Era una auténtica amazona que podría perfectamente haberme dado una tremenda paliza, pero yo no iba a echarme atrás. Se lo habría tomado como una señal de debilidad, y aunque me sintiera tan vulnerable como un caracol fuera de su caparazón en lo que concierne a Pedro, yo no era una persona débil por naturaleza.
A Lexi se le relajó la cara y en la comisura de su boca afloró una sonrisa, era clavada a la de Pedro.
—Juro por Dios que si no estuviera casada, esta noche me fugaría contigo —me soltó.
Yo también sonreí y Dolores respiró aliviada.
—¡Sois tal para cual! —observó Dolores sacudiendo la cabeza. Si ya habéis acabado con vuestro rollo de ver quién tiene los ovarios más grandes, ¿os parece bien si regresamos de una vez con nuestros hombres?
—De acuerdo —repuso Lexi enlazando su brazo al mío—. Pero yo los tengo más gordos.
—Bueno, esto está por ver —le solté mientras salíamos del baño.
Pero la sonrisa se me esfumó de la cara cuando el mar de gente que había frente a nosotras se abrió para dejamos pasar y entreví a Pedro.
Estaba sonriendo y asintiendo con la cabeza delante de un hombre muy atractivo de pelo negro de más edad que él. Pero al ver a la mujer agarrada del brazo de Pedro, se me hizo un nudo en el estómago. Alta y con un pelo rubio rojizo, estaba pegada a él como si formara parte de su vestuario, me recordó a Ginger de la serie La isla de Gilligan. Ella parecía una estrella de cine y, por lo visto, lo sabía.
—Lexi, dime por favor que esa es tu hermana.
—¡Pero qué dices! Ya le gustaría a esa fresca tener mis genes.
—¿Entonces quién es?
—Esa… es Julieta —dijo Dolores con voz asqueada—. Alias la pulpo. Se rumorea que se folló a ocho tíos de golpe… después de romper con Pedro. No me preguntes cómo lo hizo.
—¿Así que es la pulpo, eh? Supongo que esto explica por qué tiene sus viscosos tentáculos puestos en mi hombre —dije enrojeciendo de rabia y sintiendo también, por más que me fastidie admitirlo, un poco de envidia.
Me empezaron a venir a la cabeza toda clase de maniobras letales como las de los gladiadores de Arena, estaba tan cabreada que seguro que me saldrían como si nada.
—¿Quieres que me ocupe yo de este honor? Hace mucho que me muero por arrancarle la cabeza a esa cabrona —se ofreció Lexi.
Yo la adoraba. Se estaba convirtiendo rápidamente en mi hermana del alma.
—No gracias. Prefiero hacerlo yo misma —le dije sacando pecho y yendo directa hacia mi hombre.
—¡Formidable, formidable! —la oí decir riendo a mi espalda.
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