sábado, 20 de junio de 2015
CAPITULO 4
Respiré hondo e intenté relajarme un poco. Aunque no me resultó fácil, porque como ya he dicho, era guapísimo y en unas circunstancias normales me habría gustado saltarle encima y apretar mi cuerpo contra el suyo en aquella especie de extravío.
Y de pronto me había bajado las medias y las tenía en los tobillos.
Me quedé plantada como Dios me trajo al mundo, totalmente expuesta y vulnerable ante el hombre que me acababa de comprar para su propio placer.
—No te lo has pasado tan mal después de todo, ¿verdad? —me dijo haciendo una pausa esperando oír una respuesta que no hacía falta que yo le diera porque era evidente que me había gustado, y él lo sabía—. Ahora me toca a mí. Puedes quedarte de espaldas o darte la vuelta y mirar.
Sabía lo que él estaba haciendo. Me dejaba elegir. Aunque en realidad no era así. Porque si me quedaba como estaba, parecería una niñita asustada.
Y si me daba la vuelta, parecería estármelo pasando tan bien como él.
Tanto si me quedaba quieta como si me volvía, él saldría ganando.
Entonces me giré. Si iba a perder, quería mi premio de consolación. Y a esas alturas verle el cuerpazo a un tío que estaba para comérselo era un buen premio.
Pedro me echó de nuevo una de esas irritantes miraditas sexis, era evidente que se alegraba de mi decisión. Y yo en el fondo también. Le contemplé mientras se desabrochaba los botones de la camisa, uno a uno, con sus ágiles dedos.
Eran gruesos y largos y además pornotásticos, como Dez diría. Sacó su torneado pecho mientras se quitaba la camisa, revelando una camiseta sin mangas ceñida a su musculoso cuerpo que le quedaba estupenda.
Ya basta. Estaba ahí por una razón.
Me acerqué a él mientras se disponía a sacársela y poniendo mis manos sobre las suyas, le detuve. Él me miró alzando una ceja y yo hice lo mismo, retándole a impedírmelo. Pero no lo hizo. Le puse las manos en las caderas y deslizándolas hacia arriba le fui sacando la camiseta por su largo torso.
Levantando los brazos dejó que se la quitara y cuando lo hice la arrojé al suelo. Bueno, eso intenté, pero él atrapándola en el aire con rapidez la dejó con soltura sobre el respaldo de la silla, junto con la chaqueta y la camisa.
Antes de darle tiempo a volverse hacia mí, ya le estaba abriendo la hebilla del cinturón. Sin sacárselo, le desabroché los pantalones y luego le bajé la cremallera.
—Te mueres de ganas, ¿verdad? —me preguntó sonriendo
maliciosamente.
Mi única respuesta fue mirarle a los ojos y bajarle los pantalones un poco hasta las caderas. ¿Y qué había bajo los pantalones? Unos bóxers deliciosos. Rojos. Unos bóxers rojos que cobijaban un orgulloso soldado con casco.
Aunque ya hubiera visto antes su maravilloso platanazo de cerca, lo que más cachonda me puso fue lo sexi que le quedaban los calzoncillos. Te permitían ver con suficiente detalle lo que ocultaban sin desvelártelo todo, como una cesta llena de cosas deliciosas esperando a ser desenvuelta, por decirlo de alguna manera.
Pedro se metió los pulgares bajo la cinturilla de los bóxers, sin dejar de mirarme, y luego se sacó los calzoncillos. Pero solo fue después de cogerlos él y darme la espalda, cuando yo me atreví a mirarle con más detenimiento. Cruzó la habitación hasta llegar a una serie de puertas, supuse que sería un armario, y mientras tanto dejé que mis ojos vagaran
por sus fuertes hombros y su musculosa espalda hasta…
—Me estás mirando el culo, ¿verdad? —me preguntó sin volverse.
Aparté la cabeza rápidamente hacia otro lado para que no me pillara mirándole.
—Pues no —le repuse con voz quebrada por la deliciosa escena que acababa de ver, y me aclaré la garganta para disimular.
—¡Sí, claro! —me repuso con sorna cerrando las puertas del armario. Se dirigió hacia su chaqueta, cogió un paquete de cigarrillos y un mechero del bolsillo interior y luego se encaminó al sillón que había junto a la ventana y se sentó, totalmente desnudo. Como yo no sabía lo que se suponía que debía hacer, me lo quedé mirando mientras él encendía el cigarrillo y dejaba el mechero y la cajetilla en la mesita situada al lado.
Me quedé hipnotizada por la forma en que sus labios hacían el amor al cigarrillo a cada calada de nicotina. Se agarró la polla con la otra mano y se puso a frotársela comiéndome con los ojos.
—Ven aquí —me dijo meneando la cabeza para que me acercara.
Yo titubeé, viendo cómo la polla se le iba poniendo tiesa ante mis ojos.
—Es hora de que aprendas tu primera lección —añadió sin cortarse un pelo y sin parar de masturbarse—. Te voy a enseñar a chupar una polla como es debido.
Admito que tragué saliva. Y por una buena razón, teniendo en cuenta mi primer intento, ya que fue el funeral de su pene. Sabiendo que no tenía elección, me dirigí al lugar donde estaba sentado y me arrodillé entre sus piernas abiertas esperando sus instrucciones.
—Me has malentendido. Quiero que te sientes en el sofá —dijo apagando el cigarrillo en el cenicero que reposaba encima de la mesita antes de levantarse y tirar de mí. Me senté en el sofá al que Pedro me llevó y él se quedó plantado frente a mí. Totalmente desnudo.
—Ahora voy a follarte por la boca, Paula. Es la manera más fácil de enseñártelo. En cuanto veas lo que me gusta, lo harás mejor la próxima vez. Espero que lo aprendas rápido.
Se cogió la polla con una mano y me puso la otra en la nuca, empujándome la cabeza hasta pegar su glande a mis labios.
—Bésamelo, y no temas usar la lengua.
Abrí la boca y le acaricié la cabeza de la polla deslizando la lengua a su alrededor, cubriéndolo con mis labios.
Él gimió de placer.
—¡Joder, cómo me gusta! Sigue. Ahora chúpamela un poco.
Lamiéndole el glande, me lo metí en la boca y lo chupé como si fuera un pirulí. Además, después de escuchar sus instrucciones quería lucirme en ello.
—Ahora agarra la base de mi polla y apriétala un poco.
Hice lo que me pidió y la sentí enardecerse más todavía en mi boca. Él me presionó la cabeza hacia delante para que me la metiera más adentro mientras meneaba las caderas con un cadencioso vaivén.
—¡Oh, Dios, sí! Sigue así —dijo gruñendo de placer mientras me la metía hasta el fondo. Para que no fuera como las típicas actuaciones del Foreplay, se la agarré un poco más arriba de la base para que no me la hincara hasta la campanilla.
Agarrándome del pelo de la nunca, Pedro fue moviendo mi cabeza hacia adelante y atrás. En cuanto mi boca se acostumbró a su invasión, él meneó las caderas más deprisa. La habitación estaba sumida en el silencio, solo se
oían mis ávidos chupeteos y los profundos gemidos de placer que salían de su garganta mientras se miraba follándome por la boca.
Puso un pie sobre el sofá para empujar mejor con las caderas mientras me metía y sacaba la polla. Sus embestidas adquirieron un ritmo más rápido y empezó a gruñir a cada acometida. Me noté el surco entre mis muslos vergonzosamente mojado y me horroricé al pensar que pudiera mancharle el sofá. Gemí excitada al descubrir que le gustaba tanto y se ve que esto le inflamó, porque él también gimió hincándomela en la boca con más ardor aún.
—¡Joder! Cuando vi esa carnosa boca tuya tan follable supe que serías muy habilidosa en esto —susurró con voz jadeante y rasposa mientras seguía follándome por la boca, y yo estaba deseando que me tocara, porque Pedro estaba como un tren.
Cuanto más gemía él, suspiraba e incluso gruñía, más segura me sentía yo. Al advertir sus huevos oscilando con fuerza, quise palparlos para notar mejor cómo eran. Y los rodeé suavemente con mi otra mano.
—¡Mierda, mierda, mierda! Vas a hacer que me corra.
Era lo que yo quería, pero no tenía idea de lo que se suponía que debía hacer cuando le pasara.
—¡Oh… Dios! —gimió follándome por la boca más rápido aún.
Agarrándome por el pelo con sus largos dedos, empujaba y apartaba mi cabeza para que se acoplara al ritmo de sus ardientes acometidas. Me lo sujetaba con tanta fuerza que debería haberme dolido, pero solo me puso más cachonda aún.
—Veamos si te lo puedes tragar —me soltó con rudeza y antes de procesar yo lo que esto significaba, me hincó la polla hasta la campanilla.
De su pecho salió un profundo gemido de deleite y entonces noté un chorro espeso y caliente deslizándose por mi garganta.
Me atraganté hasta que, superando mis instintos, empecé a tragármelo.
Te mentiría si te dijera que era más rico que el chocolate, las gominolas o que alguna otra golosina parecida. Pero tampoco sabía tan mal. El sentido común me decía que debería estar asqueada, pero a juzgar por la reacción de este absoluto desconocido que había pagado dos millones de dólares para que yo fuera su esclava sexual y podérmelo hacer cuando le viniera en gana, no era para tanto.
Sacó su polla de mi boca y me sonrió.
—Me has hecho una mamada de puta madre.
Me limpié los restos de semen de la boca con el dorso de la mano intentando poner cara de asco, porque no quería que supiera que en cierto modo me había gustado. Pero él simplemente soltó unas risitas como respuesta.
—En el baño encontrarás un elixir bucal.
Apartándose, tiró de mí cogiéndome de la mano para que me levantara del sofá y me condujo a otra serie de puertas. Entramos juntos al baño y sacó una botella de elixir bucal de debajo de la pileta y me la entregó. Vertí un poco en el tapón y me enjuagué la boca mientras él cogía una toallita, la
humedecía con agua y se limpiaba. Hasta estando flácida su polla era gigantesca.
—Ten —me dijo entregándome un cepillo de clientes nuevo precintado aún.
Nos quedamos plantados cada uno ante una pileta, la suya y la de su pareja, y nos frotamos los dientes en medio de un incómodo silencio. Yo no cesaba de ver reflejada en el espejo su boca sonriendo socarronamente alrededor del cepillo de clientes, y estaba casi segura de que se lo estaba
pasando en grande mirando mis tetas bambolearse mientras me los cepillaba. Como no podía soportar su cara socarrona, aparté la vista y me puse a mirar el baño. Parecía diseñado para un rey y la bañera era la pieza principal. Consistía en un jacuzzi lo bastante grande para contener al menos cuatro personas, con un grifo de bronce en un extremo. Estaba
equipado con dos escalones de acceso y dos más en el interior. Dentro también había un par de bancos para sentarse, uno a cada lado, que llegaban hasta la mitad del jacuzzi. Estaba segura de que se podían montar unas juergas impresionantes dentro. Por alguna razón me dieron ganas de darle una colleja al venirme este pensamiento a la cabeza.
Pero ¿qué diablos me estaba pasando? Estaba plantada en bolas, cepillándome los dientes al lado del hombre que acababa de conocer sin saber aún nada de él, que hacía solo unos instantes me había follado por la boca hasta quedarse bien ancho, y encima quería darle una colleja por
celebrar unas salvajes orgías en su descomunal bañera.
Debía haberme empalado el cerebro con su polla, porque esa reacción no tenía ningún sentido.
Reprimiendo mis horrendas ganas de arrojarle la pasta dental a la cara, la escupí en su lugar en la pileta. Mi boca estaba limpia, pero seguía sintiéndome sucia.
—Vayamos a acostarnos —dijo él después de escupir el dentífrico y enjuagarse la boca.
Le lancé una mirada asesina, pero le seguí de todos modos al dormitorio.
—Mm…, perdona —dije parándome en seco mientras se dirigía a la cama—. Estoy desnuda. ¿Dónde has dejado mis cosas?
—Yo duermo desnudo y ahora tú también lo harás —puntualizó apartando la colcha para que nos metiéramos debajo de ella.
Resoplando, rodeé la cama echa un basilisco y me tumbé en la otra punta, lo más lejos posible que pudiera estar de él sin caerme al suelo.
—Ven, Paula.
¿Estaba de guasa? ¿Es que no le bastaba que yo durmiera desnuda? ¿Que él durmiera desnudo? ¿Que los dos acabásemos de cepillarnos los dientes desnudos después de follarme por la boca desnudo y de haberme hecho pensar que celebraba orgías de lo más desenfrenadas desnudo en el baño?
¿Y ahora encima quería dormir abrazado a mí desnudo?
—Te he dicho que vengas —dijo alargando el brazo en medio de la cama. Rodeándome la cintura con él, me ciñó fuertemente contra su pecho —. Así es mejor —añadió mientras hundía su cara en mi nuca—. Ahora procura dormir un poco. Lo vas a necesitar.
¿Cómo quería que me durmiera con una polla descomunal pegada a mi culo?
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