domingo, 21 de junio de 2015
CAPITULO 6
Cerré el grifo en cuanto se llenó la bañera y me dirigí al dormitorio.
Apartando la sábana deslicé mis manos por la piel de melocotón de su culo. Técnicamente ahora era mío. Ella se movió un poco, dormida, y frunció el ceño.
—Paula, es hora de levantarte —le dije en voz baja.
—¿Mmm? —murmuró ella sin intentar siquiera abrir los ojos.
—Si no levantas el culo de la cama te la voy a meter por la retaguardia —le cuchicheé al oído esta vez de una manera más tajante, y luego deslicé la punta de mi dedo por su ojete, aplicando un poco de presión para que se diera por aludida.
Saltó de la cama al instante, aturdida y confusa, hasta que logrando enfocar los ojos se me quedó mirando. Vi el momento en que descubrió dónde estaba y por qué se encontraba allí. Tenía el pelo desgreñado y anudado, y el ligero maquillaje que llevaba en los párpados se le había
corrido bajos los ojos.
—Es hora de bañarme —le dije.
—¿Y? ¿Qué tiene eso que ver conmigo? —me soltó desplomándose en la cama de nuevo y se cubrió luego con la sábana.
¿Y a que no sabes lo que esa descarada boca suya me hizo en ese momento? Pues como era de esperar, ponérmela al instante tan dura como el titanio.
Cogí su delicado cuerpo y me la cargué sobre el hombro para llevarla al baño. Ella pataleó como protesta y me azotó el culo desnudo, pero no se imaginaba que lo único que hacía era ponerme más cachondo aún.
La arrojé a la bañera y me reí con ganas cuando cayó dentro con un fuerte chapoteo. El agua salió proyectada al aire, empapándole el pelo y haciendo que le cayera todo lacio delante de la cara. Parecía un gato mojado. Mmm… un gatito húmedo.
—¿Por qué diablos has hecho eso? —gritó ella echándose el cabello hacia atrás.
—Porque me vas a enjabonar y no quiero oír ni una queja —le respondí metiéndome también en la bañera.
Intentó alejarse de mí, pero agarrándola por los antebrazos, tiré de ella para sentarla a horcajadas en mi regazo. Mi polla quedó apretujada entre los dos y Paula soltó un grito ahogado al ver que ya la tenía dura por ella.
—Así me gusta. Esta postura es mucho más cómoda —dije empujando hacia arriba las caderas para que ella pudiera sentirla cuan larga era—. ¿No te parece?
Estaba furiosa.
—Te odio.
—¡Me da igual! —repliqué—. Ahora lávame el pelo e intenta ser sensual al hacerlo.
Resoplando enojada, agarró el frasco de champú. Yo cerré los ojos, gozando de su chochito caliente apoyado sobre mi palpitante y turgente prominencia mientras me masajeaba el cuero cabelludo con los dedos.
Advertí que me clavaba las uñas en la piel, probablemente para que no me quedaran ganas de pedírselo nunca más, pero solo me produjo el efecto contrario.
Me encantaba el sexo a lo bestia y ella ni siquiera me estaba arañando en serio.
Tarareando agradecido, empujé hacia arriba las caderas, y supe que no me lo estaba imaginando, que ella presionaba hacia abajo. Paula se puso a jadear y descubrí que intentaba mantener la compostura para que no viera lo excitada que estaba. Y entonces arrimándose a mí, me enjuagó el pelo
con la alcachofa de la ducha, rozándome los labios con la punta de sus pezones. Abrí los ojos para mirar a hurtadillas y al ver el profundo canalillo de sus tetas delante de mi cara, saqué la lengua y le di una lametada en el pezón.
—¡Oh, Dios! —gimió apartándose en el acto.
—¡Ah, no! —exclamé chasqueando la lengua—. Vuelve a traerme esas preciosas tetillas, Paula. No has terminado tu trabajo. Todavía me queda champú en el pelo.
Arrugando el ceño, volvió a sentarse a horcajadas en mi regazo. La oí contener el aliento mientras lo hacía. Encorvó la espalda para mantener sus tetas alejadas de mi cara.
Pero poniéndole una mano en la espalda, la empujé hacia mí, atrapando su pezón entre mis labios.
Volvió a dar un grito ahogado y yo sonreí alrededor de su pezón mientras se lo rodeaba deslizando mi lengua. Puse la otra mano en su otra teta y se la masajeé, pasándole el pulgar por su enhiesto pezón mientras empujaba mis caderas hacia arriba. Su cuerpo se relajó y se arrimó a mí
mientras le chupaba el pezón y luego le arañé suavemente con los dientes la sensible piel de la areola.
Ya no me enjuagaría el pelo. Lo sabía porque apenas sostenía la alcachofa de la ducha entre sus manos, de pronto arqueando la espalda pegó su teta a mi boca. Gemí de gusto y le solté el pezón emitiendo un ruido de succión para entregarme al otro. Deslicé la lengua por el botoncito
enhiesto como si fuera una serpiente y luego se lo chupé con ardor.
Le levanté las caderas y la volví a sentar en mi regazo de modo que la punta de mi polla le quedara justo en su cálida hendidura. Cuando empujé un poco hacia arriba, ella se tensó y me agarró los hombros.
—Shh… no te la voy a meter —le aseguré—. Solo quiero que me sientas ahí.
Me moví hacia delante un poco para aplicar más presión y lancé un fuerte gemido de placer cuando la cabeza de mi polla entró apenas en ella.
—Me muero de ganas de follarte —le susurré con los labios pegados a su piel.
La aupé un poco para que no se sentara tan pegada a mí, porque de lo contrario no hubiera podido evitar metérsela hasta el fondo y quería prolongar la deliciosa espera y los preliminares un poco más.
Me incliné hasta quedar piel contra piel, prodigándole unos ávidos besos a lo largo del cuello mientras la sostenía con una mano por la nuca y deslizaba la otra por el interior de su muslo.
—¿Has tenido un orgasmo alguna vez, Paula? —le susurré deslizando los dedos por la hendidura húmeda y carnosa de sus muslos, y la oí tragar saliva mientras me respondía «no» con voz ahogada.
—Mmm —le cuchicheé al oído—. Qué bien, seré el primero en todo. No te imaginas lo increíblemente sexi que es esto.
Hundí los dedos entre sus pliegues y hurgué en su carnoso surco sin tocar la pequeña protuberancia llena de terminaciones nerviosas que se ocultaba entre ellos. Delaine echó la cabeza atrás, exponiéndome su cuello.
Luego saqué los dedos y los deslicé por el interior de su muslo hasta llegar a la corva, para poner su pierna encima de uno de mis mulsos, y a continuación volví a deslizar lentamente mis dedos trazando un sinuoso sendero hacia su dulce gruta.
—Voy a hacer que te corras, Paula—le susurré al oído.
Los montículos de sus pechos afloraron del agua, revelando sus perfectos pezones mientras jadeaba encendida. Le deslicé los dedos por la húmeda hendidura hasta palpar el clítoris, y repetí este trazado ejerciendo más presión. De pronto se quedó silenciosa, como si fuera a reventar de
placer, solo se oían sus dulces jadeos, y entonces le chupé con suavidad la sensible zona de debajo de la oreja.
—No pasa nada porque disfrutes de mis caricias. No veo ninguna razón por la que solo yo tenga que gozar de nuestro sencillo trato.
Le metí un dedo en su coño. Las estrechas paredes de su pequeño tesoro se cerraron alrededor de mí y se me cortó la respiración al sentirlas.
—¡Caray, qué prieto lo tienes! Creo que solo de pensar en meter la polla en este apretado chochito tuyo se me pondría tan dura que perdería la puta cabeza.
Le fui metiendo y sacando el dedo en turbadoras acometidas mientras describía con el pulgar círculos alrededor de su clítoris.
—¿Te gustaría verlo, Paula? —le pregunté con voz lujuriosa—. ¿Te gustaría ver cómo pierdo la puta cabeza mientras me corro pensando que te penetro?
No me respondió, pero por cómo entornó los ojos y el modo en que empezó a menear las caderas para acoplarse a las acometidas de mi dedo, ya me dijo todo cuanto yo quería saber. Le metí otro dedo y ella lanzó un gemido de gusto, ladeando la cabeza para quedar con la cara hacia mí.
Y entonces me besó.
Paula me succionó el labio inferior con los suyos antes de meter la lengua en mi boca para acariciar la mía. Me aparté un poco, porque me gustaba ser yo el que controlara la situación, aunque mantuve mis labios pegados a los suyos.
—Tócate el pecho —le susurré—. Ayúdame a ponerme cachondo.
En realidad ya lo estaba, pero quería que ella se abriera más y explorara su propia sexualidad. Además, ver a una mujer tocándose era de lo más voluptuoso. La observé mientras se acariciaba el pecho y tiraba de su turgente pezón con el índice y el pulgar.
—¡Ah, cómo me gusta! —gemí metiéndole los dedos con más vigor y rapidez en el coño.
Luego los saqué y le acaricié los pliegues hasta llegar a su clítoris, pasando con suavidad los dedos arriba y abajo por el prieto manojo de terminaciones nerviosas. Después los volví a hundir rápidamente en su coño y los doblé, encontrando su punto especial.
—¡Más! —gimió de nuevo contra mi boca, antes de reclamarlo con otro beso apasionado. Por lo visto tenía en mis manos un coño muy caliente que sin duda me pensaba follar.
Girándome hacia ella, dejé de besarla y hundí la cabeza debajo del agua para chuparle el pezón derecho mientras ella seguía tocándose el otro.
Sentí las paredes de su húmeda hendidura tensarse alrededor de mis dedos y entonces supe que Paula estaba a punto de correrse. Seguí metiendo ysacando los dedos, doblándolos para acariciarle el punto G. Alcé la vista bajo mis pestañas y vi que me estaba mirando. Abrió la boca arqueando la espalda mientras le brotaba un gemido del pecho y se le escapaba de los labios. Las paredes de su chochito se cerraron de nuevo alrededor de mis dedos e intentó cerrar los muslos, pero atrapando una de sus rodillas entre mis piernas, se lo impedí.
—Estos dedos que tanto te excitan son los míos,Paula. Los míos. Y lo que estás sintiendo ahora será muchísimo más deleitoso cuando te penetre con mi polla —le dije, y entonces reclamé su boca abierta con la mía.
Ella respondió de inmediato, devorando ávidamente mi boca presa del orgasmo, hasta quedar rendida en mis manos toda mojada por las profundas acometidas de placer.
Cuando le saqué los dedos, me levanté enseguida y salí de la bañera con la polla dura como el hierro y unas gotas de agua deslizándoseme por el glande.
—Acaba de bañarte —le dije despreocupadamente mientras me envolvía con una toalla—. Tengo que ir a trabajar. Siéntete como en tu propia casa, pero espero que cuando vuelva a las seis me estés aguardando junto a la puerta para recibirme. ¿Lo has entendido?
Paula arrugó el ceño de nuevo —era evidente que no le gustaba mi cambio de actitud—, pero asintió con la cabeza para indicarme que lo había captado. Aunque yo quizá le hubiera dado el momento más íntimo de su vida, ambos debíamos recordar que no era más que un trato.
—¡Claro, jefe! —me dijo maliciosamente despidiéndome con un saludo militar.
—¡Eh!, ya has visto el pedacito de cielo que te he ofrecido hoy, pues si quieres más en lugar de que use tu cuerpo para mi propio placer, te sugiero que vigiles esa boquita tuya tan respondona —le advertí deslizando por su labio inferior mi dedo—. Naturalmente, siempre podría meterte algo en
ella para que te mantuvieras calladita, ¿verdad? —sabía que esto le fastidiaría—. ¿Y mi beso de despedida, cariño? —añadí inclinándome sobre la bañera para jorobarla aún más.
Se arrimó a mí de mala gana y yo le besé en la punta de la nariz en lugar de hacerlo en la boca.
—Pórtate bien —le dije con una sonrisita y luego me dirigí al
dormitorio, sabiendo que me estaría mirando el culo de nuevo. Antes de llegar a la puerta me paré, contraje una nalga y luego la otra y, volviendo la cabeza, le hice un guiño.
Como yo sospechaba, se había quedado boquiabierta.
Cuando por fin despegó sus ojos de mi culo para alzar la
vista, cogió la esponja empapada del baño y me la arrojó.
Me aparté para esquivarla y cayó en el suelo con un sonoro plaf.
—¡Te odio! —me soltó ella.
—¡Tal vez, pero a la vista está que te encanta mi trasero! —le grité riéndome entre dientes.
Me lo iba a pasar en grande follándomela.
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