viernes, 3 de julio de 2015

CAPITULO 46






La espera era insoportable; casi como cuando estás
esperando a ver si el palito blanco en el que acabas de
mear iba a mostrar una o dos líneas después de haberte cogido una cogorza y haber terminado yendo a casa y liándote con un tío sin trabajo, sin dinero y sin ningún control sobre sus necesidades fisiológicas.


Vale, en realidad no tenía ni idea de cómo sería aquello, pero tenía imaginación y veía mucha televisión por cable. Mi madre estaba en el quirófano; mi padre sentado pacientemente junto a mí mientras leía el periódico local; y Pedro, en algún lugar del edificio urdiendo solo Dios sabía qué plan para explicarle a Mario su presencia en este rinconcito mío del hemisferio oeste. Mi uñas no podrían soportar la tortura a la que mis dientes las estaban sometiendo durante mucho más tiempo, y estaba bastante segura de que si ponía un trozo de carbón entre mis pliegues del culo, conseguiría un diamante del tamaño de una pelota de béisbol.


Sandra, alias La Enfermera Barbie, había entrado en la habitación momentos antes para hacernos saber que todo había ido bien con mi madre y que estaba en recuperación. 


Daniel estaría con nosotros pronto para darnos los demás detalles. Era una noticia fantástica, pero todavía tenía otro dramón por el que preocuparme. Mi padre podía haber
estado ahora un poco lento, pero era tan bueno detectando mentiras que sabía que no nos íbamos a ir de rositas en lo que a él respectaba. Solo esperaba que el plan de Pedro fuera tan impecable como su cara y que mi padre no llevara consigo su arma.


De pronto la puerta se abrió y yo pegué tal bote en la silla que me puse de lado y me golpeé la cabeza contra la pared. 


Y eso dolió.


—¡Dios, Pau! Hemos venido en cuanto hemos podido —dijo Lexi mientras entraba precipitadamente en la habitación y me rodeaba con sus brazos—. ¿Estás bien? ¿Tu madre está bien? ¿Qué pasa?


¿Lexi? ¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté, confusa.


—Salvándote el culo —me susurró al oído.


Fue entonces cuando miré por encima del hombro y vi a Pedro entrar lentamente con toda la fanfarronería y la gracia de un modelo de pasarela.


No, borra eso. Parecía más una estrella del rock convertida en dios del sexo a bordo de un cohete con destino al planeta Orgasmo. La mano derecha la tenía metida en el bolsillo delantero de sus vaqueros y con los dedos de la otra se acariciaba el marcadísimo mentón de un modo casual. La yema de su dedo pulgar rozaba su labio inferior y su talentosa lengua apenas se vislumbraba para saludar con un hola-quétal.


El Chichi empezó a botar a la vez que daba palmaditas. Y cuando Pedro se recolocó los vaqueros como quien no quiere la cosa, se llevó el dorso de la mano a la frente y se desmayó. Sí, ese era el efecto que el hombre tenía sobre mi cuerpo. Y mi madre estaba bien, así que mi reacción no fue indecente en lo más mínimo, muchas gracias.


—¡Dios! ¿Este es tu padre?


Lexi me soltó de golpe y fue pavoneándose hacia él. Sí, se pavoneó, lo cual me hizo preguntarme si el plan ingenioso que se les había ocurrido a los cuatro tenía algo que ver con una infidelidad, porque parecía ir a por todas, moviendo las pestañas y meneando su pechonalidad. Estaba bastante segura de que las cortinas se abrirían para revelar una barra de stripper, un escenario y un DJ. No sabía si debía placarla, lanzarla al suelo y empezar a golpearle la cara con los puños o sacar todos los billetes que pudiera encontrar en mi cartera.


—Es un placer conocerlo, señor Chaves—dijo ofreciéndole la mano—. Soy Alexis Mavis, la compañera de cuarto de Pau.


¿Mi compañera de cuarto? Sí, aquello no me lo esperaba, pero decidí que probablemente debía mantener la boca cerrada y ver cómo se desarrollaba todo. La mirada que les eché a Dolores y a Dez, que estaban manteniendo la respiración, me dio la razón.


Marcos estaba anonadado con Lexi, y en parte quería darle un puñetazo por estar babeando por ella cuando su mujer, mi madre, descansaba en una sala de despertares al final del pasillo. No es que de verdad pensara que Marcos le fuera a poner los cuernos. Y para ser justos, tampoco es que fuera culpa suya. Me aventuré a suponer que Lexi tenía ese poder sobre cualquier hombre que no estuviera relacionado con ella, así que su reacción era muy normal. Además, se recuperó del trance inducido por las tetas de Lexi bastante rápido, así que tenía que al menos reconocerle ese mérito.


—¿Alexis Mavis, la agente deportiva? Tu marido es el jugador de la NFL, Brad Mavis, ¿verdad? — preguntó mi padre con una expresión llena de fascinación.


Ajá, así que eso explicaba el babeo. La única otra cosa que podría hacer que un hombre reaccionara así eran los deportes, y mi padre era un fanático.


—El mismito —dijo Lexi con una sonrisa digna de la alfombra roja estampada en la cara.


Oh, era buena.


Marcos parecía estar tan confundido como yo. Creo que yo escondí mi confusión bastante bien, principalmente porque estaba distraída por el modo en que respiraba Pedro. Bueno, no era exactamente por el modo en que respiraba, sino por el mero hecho de que existiera. Añádele a eso el hecho de que estaba ahí y de que me quería y ya andaba lista en lo que a la coherencia se refería.


—¿No te lo ha dicho Pau? —preguntó Lexi, mirándome y seguidamente devolviéndole la atención a mi padre. Ella suspiró y puso los ojos en blanco, exasperada, cuando me encogí de hombros como una tonta—. Cuando Pau llegó al campus, parece que hubo un lío con la asignación de dormitorios. Por lo visto había una cama menos de la que habían previsto. Y bueno, como informó tarde de su beca, básicamente la dejaron que se las apañara sola. »Yo soy una antigua alumna de NYU y mi marido y yo íbamos a ir a comer con el decano, pero al salir escuchamos por encima todo el jaleo y quisimos ayudar. Por suerte para Pau, nosotros teníamos una habitación extra en nuestro ático fuera del campus —explicó Lexi… y con mucha convicción,
debía añadir.


—¿Y no nos llamaste porque…? —preguntó Marcos, ladeando la cabeza mientras me dedicaba la misma mirada que me ponía cuando era más joven y me había metido en donde no me llamaban.


—Esto… yo…


Le pedí ayuda a Lexi con la mirada.


—En realidad la mujer iba a hacer las maletas otra vez y a volver a casa, pero yo creo rotundamente en la importancia de una buena educación y no pude dejar que lo echara todo por la borda por culpa de un tecnicismo. —Diría que Lexi se estaba arriesgando demasiado, pero si salía bien, le haría una enorme ovación y la nominaría a los Emmy—. Además, Brad está mucho tiempo fuera por los partidos y me venía
bien la compañía. Me acompaña a muchos de los actos sociales a los que Brad no puede ir debido a su horario, que es donde conoció a mi dulce y querido primo Pedro.


—¿Pedro? —preguntó girándose hacia mí—. ¿Quién es Pedro?


—Ese soy yo, señor. —Pedro dio un paso hacia adelante con el brazo extendido—. Pedro Alfonso.
Es un placer conocerlo por fin. Pau me ha contado muchas cosas de usted y de su esposa.


—¿Sí, no? —preguntó, mirándome de reojo otra vez—. Bueno, desearía poder decir lo mismo de ti.


Prácticamente pude escuchar cómo su bulómetro comenzaba a sonar y a pitar a toda hostia.


—Sí… eh… lo siento, papá.


Me puse de pie y me acerqué a Pedro para presentarlos en condiciones y para hacer un poco de control de daños. Pedro me pasó el brazo por la cintura y me pegó a su costado, señal de que formábamos un frente unido, pero en realidad no era más que una enorme distracción, porque podía tanto sentirlo como olerlo.


—Papá, me gustaría presentarte a mi… eh… novio, Pedro Alfonso —dije sin estar verdaderamente segura de cómo llamarlo, quizá por eso toda la frase salió más como una pregunta que como la constatación de un hecho.


Marcos me miró a mí, y luego a Pedro, y luego al brazo de Pedro, que se encontraba alrededor de mi cintura en una posición que decía mucho de nuestra familiaridad, y luego miró su mano extendida antes de estrechársela por fin.


—Ese Pedro Alfonso, ¿eh?


—Del Loto Escarlata —reconoció Pedro antes de retirar la mano y de volvérsela a meter en el bolsillo —. Siento mucho la enfermedad de su esposa. ¿Puedo preguntar cómo está?


—Está recuperándose de forma extraordinaria — dijo una voz desde detrás de nosotros.


Todo el mundo se giró para ver a Daniel entrar en la estancia con lo que suponía que era el historial de mi madre en la mano. Se paró en seco cuando vio a Lexi allí de pie junto a mi padre.


—Veo que ya ha conocido a mi hija y a mi sobrino —dijo con una sonrisa—. El mundo es un pañuelo, ¿eh?


—Sí, eso parece —replicó mi padre; su tono me indicó que sabía que le estábamos tomando el pelo—. ¿Y qué pasa con mi mujer?


—El trasplante fue pan comido —respondió Daniel; su comportamiento era completamente profesional—. A partir de aquí ya solo es cuestión de esperar a que su cuerpo no rechace su nuevo corazón.


—¿Podemos verla? —pregunté.


—Ahora mismo el descanso es imperativo para su recuperación. Cualquier tipo de emoción o sobresalto —dijo, mirando de forma significativa a las varias personas que había en la habitación antes de pararse en mí y en Pedro—, no será bueno. Así que, ¿qué tal si solo lo limitamos a usted por ahora, señor Chaves? Sandra lo llevará con ella en unos minutos.


—Pero Pau es su hija —comenzó a protestar Marcos.


Quiero verla —dije con firmeza.


—Y lo harás —respondió Daniel—. Solo sé paciente, por favor. Uno a uno por ahora.


—Tú primera, Pau—ofreció Marcos, aunque se le veía en cada arruga de la cara lo mucho que quería estar a su lado.


Le regalé una sonrisa tranquilizadora.


—No pasa nada, papá. Yo iré a verla luego.


—¿Por qué no te llevo a que comas algo? —Pedro me besó en la sien y me acarició la espalda con ternura—. Me preocupaba que estuvieras tan afectada que te olvidaras de hacerlo, y tenía razón.


Me dedicó una sonrisa arrogante de lo más irresistible y sexy y yo me mordí el labio inferior en un intento de no saltarle encima allí mismo. A mi padre no le habría hecho gracia ser testigo de ese pequeño momento porno.


—Iré con vosotros —ofreció Dolores, entrelazando el brazo con el de Dez.


Me derritió completamente el corazón ver cómo mis dos mundos se unían en uno solo tan perfectamente bien.


Me parecía una estupidez por mi parte haber pensado alguna vez que la vida de Pedro y la mía eran demasiado diferentes como para poder compartirlas juntos. Al fin y al cabo, cuando quitabas de en medio el dinero y las casas, los coches y la ropa extravagante, ¿no éramos todos unos simples humanos? El dinero no podía comprar el amor, y aunque podía cambiar a cierta gente, no quería decir que todo el mundo que tuviera alguna fortuna fuera un esnob. La verdad fuera dicha, yo era la esnob por haber pensado que Pedro y sus seres queridos no eran lo bastante buenos como para vivir en mi mundo. No solo eran más que buenos, sino que ya se habían convertido en una constante fija en él. No podía recordar mi vida antes de Pedro, y no quería imaginarme el futuro de la misma sin él en ella.


—Sí, creo que me gusta esa idea. Iremos todos juntos —dije mientras me separaba de Pedro y en cambio lo cogía de la mano antes de girarme de nuevo hacia mi padre—. Dile a mamá que la quiero y que iré a verla en cuanto me dejen, ¿vale?


—Claro, cariño —respondió.


Daniel nos dedicó una sonrisa cómplice a Pedro y a mí y luego se fue. Lexi, Dez y Dolores fueron los siguientes, pero cuando Pedro y yo fuimos a girarnos hacia la puerta, mi padre nos detuvo.


—Pau, ¿puedo hablar contigo? —preguntó y luego miró a Pedro—. En privado.


Le ofrecí una sonrisa de disculpa y a la vez nerviosa a Pedro. Por mucho que odiara verlo marchar, no podía negarle a mi padre la audiencia que pedía. 


Además, Pedro estaba aquí y se iba a quedar tanto tiempo como yo quisiera, según sus propias palabras. Esperaba que se diera cuenta de lo mucho que en realidad duraba toda una vida.


Como si me leyera la mente, Pedro me acunó una mejilla y me besó suavemente en la frente.


—Te estaré esperando en el ascensor —dijo antes de seguir a sus amigos hasta fuera.


Respiré hondo para aplacar los nervios y luego me giré para enfrentarme a mi padre con una sonrisa estampada en el rostro.


—¿Qué pasa?


—¿Por qué has tardado tanto en venir a ver a tu madre?


—¿A qué te refieres? Vine en cuanto Dez me lo dijo. 


Marcos levantó el periódico que había estado leyendo antes y me lo tendió. Allí, en el artículo de portada de la sección de entretenimiento del Chicago Times de ese día había una imagen de mí y de Pedro en la alfombra roja del baile de gala del Loto Escarlata. La leyenda rezaba: «¿El soltero más cotizado de Chicago ya no está disponible?»


—Papá, puedo explicar… —comencé.


Marcos levantó las manos y me detuvo.


—No hace falta, Pau. Todo lo que sé es que estabas en la ciudad, y aunque no hubiera visto ese artículo, ya me había estado preguntando cómo leches te las habías arreglado para haber llegado hasta aquí tan rápido desde Nueva York. He estado tan ocupado preocupándome por tu madre que no me di cuenta siquiera de lo sospechoso que era que justo ahora a última hora hubieras conseguido una beca completa y que te fueras volando a Nueva York en menos que canta un gallo. Y entonces un par de millones de dólares aparecen en la cuenta del banco sin ninguna pista de dónde han salido y el médico de tu madre abandona el caso para que un cardiólogo de prestigio, que da la casualidad de que es el padre de tu supuesta compañera de cuarto, que da la casualidad de que es la prima de… —volvió a señalar el periódico con la mano—, el soltero más cotizado de Chicago. El hombre tiene tanto dinero que no sabe ni en qué gastarlo, y mi hija, ¿una niña que era tan tímida que no pudo ir siquiera a su propia graduación, está saliendo con él y aparece en una foto publicada en un periódico?


Marcos suspiró y sacudió la cabeza.


—No tiene sentido, pero ahora mismo no me importa. Nos han regalado un milagro, y sospecho que todas esas coincidencias —dijo, usando los dedos de las manos como comillas— tienen todo que ver con él, pero no cuestionaré ese milagro porque significa que puedo disfrutar de mi mujer un poco más. Pero no hagas que me arrepienta.


Una sonrisa tan amplia que hasta dolía se extendió por mi rostro.


—No lo haré, papi. —No lo había llamado así desde que tenía siete años. Fui hacia él y le di un enorme y fuerte abrazo porque se lo merecía y porque ambos lo necesitábamos—. Gracias.


—Sí, sí, sí. Sal de aquí y ve a por algo de comer. Estás demasiado delgada —dijo, echándome con el movimiento de una mano—. Y cuando todo esto se acabe y tu madre haya vuelto a casa, quiero que los dos vengáis a cenar y nos lo presentes como es debido.


Traducción: quería presentarle a Pedro su Smith and Wesson.


Pese al hecho de que me estaba dejando a mi aire, le lancé mi mejor mirada de por-favor-no-saques-lapistola- y-me-avergüences. Pedro era importante para mí y lo último que necesitaba era que Marcos se pusiera en modo padre protector. Tenía veinticuatro años y era más que capaz de cuidar de mí misma. Marcos podría haber discutido conmigo sobre ese punto si supiera lo lejos que había llegado para ayudar a mi familia, pero vi que lo había hecho como una muestra de fuerza, no de debilidad. En cualquier caso, sabía que una vez que llegaran a conocer a Pedro, los tendría a sus pies igual que me tenía a mí.


—Es una cita —le dije a Marcos—. Volveré en un rato para ver qué tal está mamá.


En cuanto abandoné la habitación, solté un gran soplo de aire y suspiré de alivio antes de dirigirme hacia los ascensores. No había llegado lejos cuando un par de manos salieron de otra habitación y me agarraron para arrastrarme hasta dentro. No hubo grito de protesta, ni me quité de encima a mi supuesto atacante, porque lo olí incluso antes de verlo.— Pedro, ¿qué haces? —dije riendo mientras me pegaba de espaldas contra la pared y me apresaba con su cuerpo.


Él comenzó a devorarme el cuello a base de besos.


—Te dije que tenía hambre.


—No, no me lo dijiste. Yo fui la que dijo que tenía hambre —lo corregí con una risita.


Él se encogió de hombros y me colocó las manos por encima de la cabeza con una de las suyas.


—Lo mismo da.


Mi cuerpo se relajó bajo su contacto.


—Eres insaciable, señor Alfonso.


—Ah, así que por fin te das cuenta, señorita Chaves —dijo mientras me agarraba el pecho derecho con su mano libre y empezaba a masajearlo.


—¿Y qué estamos haciendo aquí entonces?


—Creo que necesitas… ¿cómo lo llamaste? ¿Desestresarte?


Su mano bajó por mi costado hasta deslizarse bajo mi falda y por encima de las bragas. Gemí en el segundo en que sus dedos entraron en contacto con mi suave carne y comenzaron a toquetearme el clítoris. El Chichi se estremeció de placer.


—Mmm, sí. Lo necesitas, ¿verdad?


Su lengua me rodeó el lóbulo de la oreja y se lo metió en la boca.


El Chichi asintió con la cabeza de un modo exagerado y lloró por su contacto. Intenté bajar las manos para poder hundirlas en su abundante pelo, pero él las mantuvo firmemente en su sitio.


—Ah-ah, Pau. No se toca. Solo se siente.


Enfatizó la palabra hundiendo uno de sus largos y anchos dedos en mi interior; lo metió lánguidamente antes de volver a sacarlo con la misma parsimonia. El talón de su mano hacía presión contra mi clítoris, lo masajeaba con sus movimientos hasta que sentí que las rodillas iban a doblárseme e iba a caerme redonda al suelo. Pero aquello no sucedería porque Pedro era muy capaz de mantenerme en pie.


Sentí en mi interior un segundo dedo y luego Pedro acarició las paredes de mi coño hasta conseguir que empujara mi pelvis contra su mano. Sacó y metió los dedos una y otra vez, primero con una lentitud exasperante y luego rápidamente antes de ralentizar el ritmo otra vez. Era suficiente y a la vez demasiado, todo al mismo tiempo, y sentí cómo mi cuerpo hervía lleno de sensaciones, preparado para explotar con la caricia adecuada.


—Todavía no —susurró Pedro contra mis labios y seguidamente reclamó mi boca con un beso abrasador.


Retiró los dedos y me dejó como si me faltara algo dentro. Cuando solté un quejido de protesta, él interrumpió el beso y me miró con esa sonrisa perversa que siempre hacía que mis partes femeninas comenzaran de pronto a cantar el aleluya.


—Paciencia, gatita. Sabes que siempre me encargo de ti.Cierto.


Pedro separó su cuerpo del mío y me bajó los brazos hasta que mis manos estuvieron pegadas contra la pared a cada lado de mi cuerpo. Gimió cuando me contempló y luego se mordió el labio inferior.


—Voy a soltarte las manos, Paula, pero quiero que las dejes donde están. Si las mueves, no obtendrás tu orgasmo. ¿Me entiendes?


—De verdad que te odio por esto —dije, pero yo sabía que haría cualquier cosa que me pidiera. Y él también.


Pedro sonrió con suficiencia otra vez.


—No. Ya me has dicho que me quieres, ahora no lo puedes retirar.


Me dio un beso en la punta de la nariz y luego poco a poco me liberó las manos.







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