viernes, 3 de julio de 2015

CAPITULO 47





Me puse de rodillas, deslicé las manos por debajo del vestido de Pau y le subí la falda por encima de las caderas. No pude evitar la arrolladora urgencia de esconder mi cara entre sus piernas, así que saqué la lengua para degustar el dulce sabor de su flujo, que había empapado la tela negra de algodón.


—Mmm, entremeses. Creo que me los voy a guardar para luego.


Le quité las bragas de un tirón. Esas zorras habían estado prohibidas y no tenían permiso para crear una barrera entre yo y mi deseo.


Pau ahogó un grito de sorpresa y yo le sonreí con suficiencia.


—Nunca se sabe cuándo puedo tener hambre otra vez —dije encogiéndome de hombros—. Y no he olvidado tu descarado desacato a la norma de las bragas, señorita Chaves. Pagarás por ello. Luego.


Me metí sus bragas en el bolsillo delantero de los vaqueros. 


Una vez bien guardadas, coloqué las manos en la parte interna de sus rodillas y le abrí bien esos cremosos muslos para dejar paso a mi invasión. No me tomé mi tiempo, no fui con parsimonia ni con sensualidad; enterré la cara entre sus muslos y ataqué. La espalda de Pau se arqueó y sus rodillas cedieron, pero yo la mantuve en pie agarrándola firmemente de las caderas. No tenía escapatoria ni de mí ni de mi boca hasta que yo estuviera preparado para soltarla.


Me aparté mínimamente para mezclar la persuasión con la exigencia y vi de reojo que los dedos de sus manos se retorcían.


—Por favor, no muevas esas manos, gatita.
Odiaría tener que parar antes de darte lo que quieres, pero soy un hombre de palabra, y lo haré, así que no me pongas a prueba —le advertí tocando su punto sensible con los labios.


—Por favor, Pedro. Por favor, necesito…


Joder, me encantaba escucharla suplicar por lo que solo yo podía darle. Me ponía la polla más dura que una puta piedra y me vi abrumado por la urgencia de hundirla en su humedad.


En realidad no había ninguna razón por la que no pudiéramos aliviarnos los dos al mismo tiempo; matar dos pájaros de un tiro, o de una polla, más bien. Aunque era necesario primero llegar a los dientes, así que le mordisqueé el clítoris. Dejé que su gemido gutural durara y luego se convirtiera en algo mucho más brutal mientras devoraba ese tenso nódulo con un hambre vigorosa. Le di a su delicioso coño un último y largo lengüetazo, me puse de pie frente a ella y planté las manos en la pared a cada lado de su cabeza. Cuando presioné mi cuerpo contra el de Pau, me aseguré de que pudiera sentir mi erección.


—Esto es lo que me haces. Es bastante doloroso, pero te aseguro que el placer también está ahí —le dije mientras me deleitaba en sus gemidos de apreciación y continuaba restregándome contra su conejo de lo más desnudo y húmedo.


El objetivo era volverla loca, y lo hice, pero yo también estaba igual y no quería esperar ni un momento más.


Retrocedí rápidamente y me desabroché el cinturón y los pantalones en cero coma segundos antes de bajármelos lo suficiente como para que mi verga saliera de su escondite. Luego deslicé las manos entre sus muslos hasta apoyarlas en la pared. La obligué a abrirlos a la vez que la levantaba hasta estar a la perfecta altura con las piernas dobladas por encima de mis antebrazos.


—Voy a tomarme mi tiempo contigo cuando volvamos a casa, pero por ahora tendrá que ser rápido. Agárrate a mí, gatita —dije, por fin dándole permiso para que me tocara.


Paula enganchó los brazos bajo los míos y me agarró de los hombros, y yo la penetré… hasta el fondo. Cuando ambos gemimos de placer, tuve que amortiguar nuestros sonidos con la boca si no quería arriesgarme a atraer atención no deseada o que alguna enfermera cotilla —o, Dios no lo quisiera, su padre— viniera a investigar. Tenía clarísimo que no quería empezar mi relación oficial con la mujer que amaba con la amenaza de su padre de enviarme a la morgue. Aunque, aparentemente, el rigor mortis ya se había establecido, al menos en mi polla. Así de palote me ponía por ella.


Pero no había de qué preocuparse. Estaba bien enterrado en mi Pau con los huevos en contacto con su piel, y eso fue más que suficiente para encargarse del asunto en toda su extensión. Me moví dentro de ella una y otra vez, cada vez yendo más y más profundo con cada urgente embestida. Ella me hincó las uñas en el hombro y yo pude sentir las pequeñas heridas a través de la camisa, pero aquello no me detuvo porque era un jodido gustazo saber que eso venía derivado del placer que le estaba dando. Los besos de mi chica se volvieron más desesperados, mis arremetidas se enajenaron hasta sentir sus paredes vaginales contraerse alrededor de mi polla cual latido palpitante y ella gimió contra mi boca. Su cuerpo se tensó y sus muslos intentaron cerrarse por su cuenta a la vez que se estremecía entre mis brazos y llegaba al orgasmo. Fue todo el permiso que necesité para dejarme llevar y derramar mi semilla en su interior con un gruñido estrangulado. Mis caderas se sacudieron ligeramente hasta que me quedé seco.


Sin lugar a dudas este había sido el mejor quiqui que hubiera echado nunca. Admitiré que me sentí como un cabrón por habérmela follado así la primera vez después de nuestras declaraciones de amor, pero se lo iba a compensar con creces luego. Una y otra vez, hasta que estuviera perfectamente satisfecha. Y luego empezaríamos de nuevo otra vez, porque tal y como mi chica había apuntado, era insaciable.


Me retiré del interior de Pau y la bajé poco a poco por la pared hasta que tocara el suelo con los pies. Ella se bamboleó un poco entre mis brazos debido a su letargo, así que volví a estrecharla contra mí.


—Cuidado, gatita. ¿Estás bien?


Ella suspiró de satisfacción.


—Oh, sí. Estoy muy bien.


Me reí entre dientes de su respuesta. Ella provocaba el mismo efecto en mí, y no es que fuera ninguna sorpresa para mí porque había sido así desde la primerita semana que pasamos juntos, y siempre seguiría siéndolo.


¿Siempre? ¿Estaba pensando a largo plazo en referencia a nuestra relación?


Joder que sí. Era mía.








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