viernes, 3 de julio de 2015
CAPITULO 48
—¡No! —gritó mi madre.
Dez se rió de su reacción.
—Oh, sí. Deberías haberlo visto, Mamá Alejandra. Se puso en plan —Dez bajó la barbilla hasta tocar su pecho y extendió los hombros para imitar a mi padre —: «¡Esa es mi mujer, chaval, y que me zurzan si me voy a quedar aquí sentado mientras dejo que un celador con la cara llena de granos que apenas acaba de alcanzar la pubertad y que todavía está lleno de hormonas adolescentes bañe a mi mujer! ¡Yo soy el único que toca esas peras! Suelta la esponja y sepárate de la bañera, hijo, antes de que alguien salga herido».
Mi madre se estaba descojonando de risa para cuando Dez hubo acabado con su muy desacertada imitación. Aquellas carcajadas fueron música para mis oídos. No la había escuchado reír así desde hacía tantísimo tiempo que casi me había olvidado de cómo sonaba. Por supuesto, si mi padre hubiera escuchado la burla de Dez, él no la habría encontrado tan graciosa. Menos mal que estaba en casa preparándolo todo para cuando mamá volviera.
Habían pasado diez días desde el trasplante, y por ahora todo iba muy bien. El color de sus mejillas había regresado y ya se sentaba, se reía, comía, sonreía… vivía. La cicatriz que le había quedado en el pecho todavía estaba de un color rojo molesto, pero la herida también había curado considerablemente y ella aseguraba que solo le dolía un poco si tosía.
Aquello podría o no ser cierto, pero el brillo había vuelto a sus ojos y estaba absorbiendo toda la información que podía sobre cómo mantenerse sana para que su cuerpo no rechazara el corazón nuevo.
La única fuente de preocupación que podía encontrar era la preocupación que sentía Alejandra por la familia de la muchacha que le había regalado otra oportunidad para vivir. Quería ofrecer sus condolencias y agradecérselo en condiciones, igual que todos, pero Daniel nos dijo que la familia no quería que se revelaran sus datos personales. Tal y como nos sugirió, me senté con mi madre y ambas les escribimos una carta que él accedió a entregarles.
Esperábamos que algún día ellos encontraran paz con su pérdida. Yo también esperaba que mi madre encontrara paz con lo que había ganado, pero era una persona sentimental y sabía que la idea de que otro ser humano hubiera tenido que morir para que ella pudiera vivir la perseguiría durante el resto de su vida.
— Bueno, no fue exactamente así —se unió Dolores a
la conversación.
—Fue justo así —sostuvo Dez.
Yo sabía la verdad.
—Marcos no dice «peras».
Mi madre nos interrumpió con una sonrisa traviesa.
—Eh… sí. Sí que lo dice.
—¡Ah, mamá! ¡Ugh!
No me hacía falta tener esas imágenes mentales.
Ponderé la opción de ir a mirar si tenían lejía, o cualquier cosa que usaran los hospitales para mantenerlo todo tan estéril, y que pudiera usar para frotarme el cerebro. Iba a necesitar algún limpiador industrial y aun así todavía seguiría traumatizada de por vida.
Ella se mofó.
—Anda ya, Pau, por favor. ¿Cómo te crees que llegaste al mundo? Te aseguro que no fue gracias al espíritu santo. —Tenía una expresión soñadora en el rostro, como si estuviera rememorando—. Nos divertimos un montón concibiéndote. Las cosas que tu padre sabe hacer con su…
Me tapé los oídos con los dedos y empecé a cantar para amortiguar su voz. No funcionó. Todavía podía escucharla por encima de mis espantosos chillidos.
—…tu padre sentía fascinación por la Estatua de la Libertad, así que yo tenía un disfraz…
—¡Para! ¡Para! ¡Para! ¡Por favoooor para! — supliqué.
Alejandra por fin se calló ante mi arrebato y me lanzó
una mirada.
—No te hagas la inocente —dijo mientras estiraba la sábana que le cubría el torso—. Ya he visto a ese hombretón tuyo. Ninguno de los dos sois capaces de mantener las manos quietas. Apuesto a que también es bueno en la cama, ¿verdad? O sea, es Pedro Alfonso, el soltero más cotizado de Chicago.
—¿En serio? Voy a vomitar —dijo Lexi en un tono aburrido mientras se examinaba las uñas. Luego suspiró y se enderezó en la silla—. Quiero a mi primo y demás, pero de verdad que no quiero escuchar esto.
Mi madre hizo aquello que siempre hacía cuando intentaba ser menos como una madre y más como una de las chicas.
—Oh, cállate, nena. Quiero saberlo todo —le dijo a Lexi y luego se volvió a girar hacia mí—. ¿Cómo de grande la tiene el ricachón?
—No voy a responder esa pregunta —dije, avergonzada y sorprendida. Quería colocarme en posición fetal y chuparme el dedo pulgar hasta que todo desapareciera—. ¿Qué eres tú, una asaltacunas? ¿Necesitas que te recuerde que soy tu hija y que esta pregunta es más que inapropiada?
Dez salió en defensa de mi madre.
—Deja de ser tan mojigata, Sandra Dee, y haz que tu Cha Cha DiGregorio interior salga a la luz. Te has enfundado unos pantalones ceñidos de cuero, te has subido sobre unos tacones de punta abierta, te has pintado los labios de rojo y te has pillado a Danny Zuko.
Su obsesión con Grease rayaba en la locura.
—Déjanos vivir indirectamente a través de ti. O sea, te ha tocado el gordo, cariño, así que lo mínimo que podrías hacer es regodearte para las menos afortunadas. —Dez se cruzó de piernas y apoyó un codo sobre la rodilla y la barbilla sobre la palma de la mano—. ¿Con qué trabaja el hombre? Y no intentes mentir tampoco. He visto el tamaño de sus pies y de
sus manos.
—Ay, Dios. No me puedo creer que esto esté pasando —murmuré pasándome las manos por la cara—. Os estáis quedando conmigo, ¿verdad? ¿Dónde están las cámaras?
Dez formó un puño con una mano y empezó a rotar la otra como si estuviera manejando una cámara de cine que me apuntaba justo a mí.
—Paula Chaves, esta es tu vida —dijo con el tono de voz de un presentador de televisión—. Así que cuéntanos… ¿Salchicha vienesa o camión Peterbilt?
—Dínoslo ya —añadió Dolores.
Estaba impresionada. Lo había dicho como si estuviera a punto de desvelar el secreto de la vida eterna o algo parecido. Pedro era su jefe y su marido probablemente fuera el amigo más cercano que Pedro tenía, y aun así aquí estaba toda interesada en mis asuntos y queriendo saber lo grande que la tenía.
Lexi suspiró y puso los ojos en blanco.
—Díselo ya, por Dios, para que podamos cambiar este tema tan horrible de conversación.
—¡Vale! —grité mientras levantaba las manos a modo de rendición—. La tiene enorme, ¿vale? ¡Inmensa! ¡Y el sexo es épico! Se hace home run cada vez que le toca batear. Hace que hable en lenguas y que me dé vueltas la cabeza sobre los hombros como si estuviera poseída o algo así. Si el sexo más increíble y absoluto del universo se manifestara en forma humana, sería un clon de Pedro Alfonso. Es el mayor ejemplo de los orgasmos descomunales, y el alfa y la omega de todas las pollas. ¡Su falo tendría que estar colgado como un trofeo sobre una chimenea y expuesto tras un cristal antibalas y con alarmas que detecten el calor corporal y el movimiento en el Museo Smithsonian de los Mejores Penes! Es el santo grial de los penes, y solo él tiene la habilidad de utilizar todo su poder. En resumen, Pedro Alfonso es el epítome del sexo. Hace que los dedos de los pies se me enrosquen y se me sacuda el cuerpo. Ya está. ¿Felices?
La habitación estaba tan en silencio que hasta se podría escuchar caer a un alfiler. La mandíbula de mi madre estaba desencajada y a Dolores se le salieron los ojos de las órbitas. Y luego estaba Dez…
—Pero si tuvieras que darle una medida específica, ¿cuál sería?
Escuché a alguien aclararse la garganta en el umbral de la puerta y giré la cabeza en esa dirección solo para encontrarme a Pedro apoyado contra la jamba de la puerta y con las manos metidas en los bolsillos. A juzgar por la sonrisita arrogante que tenía plantada en la cara, diría que me había escuchado hablar lo suficiente como para hacerme la vida imposible durante el resto de mis días.
—Siento interrumpir, chicas —dijo mientras se enderezaba y entraba en la habitación—. Señora Chaves, tiene muy buen aspecto.
—Yo, eh… Bueno… eh… gracias —tartamudeó mi madre, imaginándose, aparentemente, a mi novio desnudo.
Una acción muy a lo Jerry Springer, el presentador de ese programa tan poco censurador que acaba siempre en desmadre.
Cuando vi a mi madre por primera vez en la sala de despertares hacía diez días, Pedro había estado justo a mi lado, y me acuerdo de cómo casi se le cae la boca al suelo frotándose repetidamente los ojos con las manos como si no fuera posible estar viendo lo que estaba viendo en ese momento. Sonrió con ganas como si fuera la madre de una de las participantes de un concurso de belleza que acabara de barrer el suelo con las otras quiero-y-no-puedo. Tampoco es que mi madre me haya tratado nunca así, pero sabía quién era Pedro Alfonso y le encantaba que su pequeña estuviera saliendo con él.
—Te he echado de menos. —Pedro se agachó detrás de mí y se inclinó para darme un beso muy dulce y casto en el cuello. Luego desde atrás me rodeó los hombros con sus brazos y se dirigió a mi madre —. He hablado con el señor Chaves cuando venía de camino hacia aquí y me ha dicho que todo el equipo médico llegó hoy y que ya está instalado. Parece que ya está todo preparado para que vuelva cuando Daniel le dé luz verde.
—En realidad, el doctor Alfonso dijo que a menos que hubiera alguna complicación no prevista, puedo volver a casa mañana. —Alejandra sonrió con emoción—. Quiero darte las gracias por hacer que todo esto fuera posible. Sé que seguramente nunca te considerarás responsable, pero también sé que si no hubiera sido por ti, yo no habría estado aquí ahora mismo, y mi hija no sería ni la mitad de feliz de lo que por fin parece ser. Has cambiado la vida de cada miembro de esta familia, Pedro, y nunca podremos compensarte lo suficiente por ello.
Él me abrazó con más fuerza.
—Haría lo que fuera por Pau. Además, solo hice lo que cualquier ser humano decente haría si tuviera los recursos necesarios, señora Chaves. No soy ningún santo.
—Bueno, a mis ojos sí, y no me resultará fácil olvidar lo que has hecho —dijo mi madre con los ojos empañados. Respiró hondo y se tranquilizó antes de empezar de nuevo—. Y, Pau, ¿qué planes tienes? ¿Vas a volver a la universidad?
Sí, ella y Marcos todavía pensaban que estaba oficialmente matriculada en la Universidad de Nueva York. ¿Cómo iba a salir de este embolado?
Lexi vino al rescate.
—En realidad he tirado de contactos con la oficina del decano y he conseguido que acceda a que Pau deje sus clases este semestre y se vuelva a matricular en el siguiente, sin que eso le afecte a la beca —dijo mirándome con una cara que decía que mejor le siguiera la corriente—. Así que puede quedarse aquí durante un tiempo.
Mi madre dio una palmada.
—¡Eso es genial! Entonces, ¿vendrás a casa?
—Eh…
Eso me pilló con la guardia baja. No había pensado en qué iba a hacer, o dónde iría una vez que le dieran el alta. Me giré para mirar a Pedro, esperando que apareciera sobre su caballo blanco y viniera a rescatarme otra vez, pero su expresión derrotada no me ofreció ningún consuelo o esperanza de poder volver a casa con él. Pude deducir por el modo en que asintió y sonrió que él tampoco quería que nos separáramos. Pero al mismo tiempo tenía que haber sabido que esto ocurriría, señal de que se estaba sacrificando otra vez por mí y por mi familia.
Ojalá hubiera sido egoísta y me hubiera exigido que me quedara con él, pero sabía que no lo haría.
Me giré de nuevo hacia mi madre para no tener que ver cómo esa preciosa cara suya esperaba que tuviera la fuerza suficiente como para decir lo que tanto él como yo sabíamos que tenía que decir.
—Sí, mamá, vuelvo a casa.
Le sonreí sin muchas ganas, pero esperaba que fuera lo bastante convincente.
¿En qué clase de hija me había convertido?
Debería haber querido estar allí para ayudarla con la
recuperación porque todavía le quedaba un largo camino por delante. Pero no concebía la idea de dormir en mi cama fría, la misma cama en la que había pasado noche tras noche preguntándome si mi destino era no saber lo que se sentía al tener un cuerpo caliente acurrucado junto a mí, no conocer
nunca el fuego que hervía en mis venas bajo la caricia de un amante, no saber lo que se sentía cuando alguien bueno te adoraba.
Pude sentir el cálido aliento de Pedro en él hélix de la oreja mientras su voz ronca hablaba justo por encima de mi hombro.
—Si le parece bien, señora Chaves, me gustaría robarle a su hija por esta noche. A menos que la necesite aquí, por supuesto.
Siempre el caballero considerado de los cojones.
Lánzame sobre tu hombro como un Neandertal, ¡joder! ¡Llévame corriendo a tu cueva advirtiendo a gruñidos a cualquiera que se atreviera a intentar alejarme de ti!
Dios sabía que no parecía tener ningún problema con comportarse así cuando decidía antes que sabía lo que era mejor para mí día sí y día también. Puede que fuera muy depravado, pero una parte de mía quería que ese Pedro volviera. Al menos en aquel momento.
—No, no, no. Pau ha estado con su vieja madre enferma cada día y cada noche desde que llegó —dijo Alejandra—. Necesita salir. Vosotros idos y… eh… pasároslo bien.
Intentó contener la risa, pero entonces Dez, Dolores y Lexi empezaron a reírse disimuladamente y fue imposible.
Qué infantiles eran, pensé. Pero se había vuelto muy evidente que nunca me iban a dejar vivir en paz con el discursito que les había dado de «Pedro es un dios del sexo». Me imaginé el episodio del Show de Jerry Springer en el que todos podríamos aparecer: «Mi madre quiere acostarse con mi novio, pero está demasiado ocupado tirándose a su prima, su asistente casada sueña con el tamaño de su pene y mi mejor amiga podría estar embarazada de su bebé».
En un intento de sacarle el mayor jugo posible a la situación y de hacerlos sufrir a todos por avergonzarme, me saqué aquellos molestos pensamientos de la cabeza y me puse de pie. Tras darle un beso en la mejilla a mi madre, agarré a Pedro de la mano y lo arrastré conmigo a la vez que me giraba para dirigirme hacia la puerta.
—¿Adónde vas? —preguntó Dolores.
Me paré de golpe, miré a mis amigas por encima del hombro y, con una sonrisa cómplice de suficiencia, les dije:
—Al Smithsonian. Envidiadme, zorras.
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Geniales los 3 caps Carme, cada vez más linda esta historia.
ResponderEliminarJajajajajajaj que geniales estos capitulos... me encantannnn !!!
ResponderEliminarJajajajajajaj que geniales estos capitulos... me encantannnn !!!
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! que situación más bizarra la de paula con la madre y esas 2 locas! jajaja
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