miércoles, 24 de junio de 2015
CAPITULO 16
A las seis menos cuarto ya había guardado toda la ropa y estaba esperando a Pedro junto a la puerta, tal como me había pedido. Si quieres saber mi opinión, era ridículo que esperara que yo le aguardase plantada ante la puerta como June Cleaver. Supongo que a Pedro le encantaría que le
cogiera la cartera, le ofreciera su jersey y le diera un beso en la mejilla antes de acompañarle a la sala de estar para que se sentara en su sillón preferido, donde le estarían esperando sus zapatillas y su pipa. ¡Pero no iba a hacerlo ni loca, Ward Cleaver!
El clic del pomo de la puerta me arrancó del mundo fantástico de Telelandia y dejé de morderme las cutículas. Pedro tenía pinta de estar hecho polvo, pero al verme sonrió al instante.
—¡Hola, cielo! ¿Cómo te ha ido el día? —le dije con la sonrisa más artificial y sarcástica que conseguí poner.
Pedro soltó una carcajada y dejó la cartera sobre la mesa.
—Fatal —me respondió pasándose la mano por entre el pelo y ladeando la cabeza para mirarme.
—¡Ay, pobrecito mío! —exclamé burlona sacando el labio inferior en un mohín—. Estar sentado todo el santo día ante el escritorio en un cómodo despacho con aire acondicionado mientras tus empleados acatan tus órdenes en un parpadeo es agotador, ¿verdad?
—Ya sabes que tu boca me gusta más cuando le meto algo para que esté calladita —me advirtió desabrochándose el cinturón—. Así que ¿por qué no vienes aquí y me consuelas un poco? —añadió dejando salir su descomunal miembro.
Me quedé boquiabierta, y supuse que se me había quedado la misma cara que había puesto Dolores en el coche.
—Sí, así, pero con mi polla dentro.
—¿Aquí? ¿En la entrada? Es que no estoy segura de que la cocinera se haya ido. ¿Y si alguien nos ve? —dije hablando atropelladamente.
Yo tal vez estuviera aterrada, pero la Agente Doble Coñocaliente ya estaba de rodillas rezando con las manos en alto, rogándome que le hiciera caso.
—Ahí está la gracia, ¿no te parece? —me respondió tirando de mí para que me acercara.
Noté los movimientos de su mano contra mi vientre mientras él se la meneaba. Noté sus cálidos jadeos en mi cara, sus labios casi pegados a los míos.
—Me apuesto lo que quieras a que esto te pone cachonda, ¿verdad, Paula? El que te puedan pillar de rodillas con mi polla en la boca.
Me deslizó la punta de la lengua por el labio inferior, acariciándome apenas el superior, jugueteando conmigo para acaparar toda mi atención.
—Te voy a enseñar a hacer unas cosas que ni siquiera te has podido imaginar —me susurró—. Cosas prohibidas que te garantizo te encantarán.
De pronto me acordé de que aún iba sin bragas y que la Agente Doble Coñocaliente ya estaba babeando. Este tipo te embrujaba con sus palabras.
Atrapada en su trance, me arrodillé entre sus piernas y tomé su polla en mis manos. Él gimió de gusto al lamerme yo los labios y chuparle sensualmente la punta, apresando con la lengua la temprana gotita perlada que se había asomado al lubricársele el miembro. Me la tragué poniendo cara de libidinosa como si la saboreara. Esta escena me hizo ganar otro gemido suyo de placer.
—¿Te gusta, Pedro? —le pregunté con voz profunda y lujuriosa.
Me acarició la mejilla con el dorso de la mano y luego me hundió los dedos en mi cabello. Con un rápido movimiento, me empujó la cabeza hacia él y me metió la polla hasta la campanilla.
—¡Sí, joder, cómo me gusta, nena!
Se la trabajé con rapidez, chupándosela, lamiéndosela y meneándosela en mi boca, tragándomela casi entera tal como me había dicho la primera noche que le gustaba. Agarrándolo por las caderas, hice que me la metiera
y sacara a un ritmo cada vez más turbador. Él echó la cabeza atrás deshaciéndose de placer y cerró con fuerza las manos entre mis cabellos.
—No seas tan fogosa, nena. Vas demasiado rápido —gimió intentando sacar la polla un poco de mi boca, pero yo se lo impedí.
Apoderándome de ella de nuevo, tiré de él. Si iba a alejarse de mí, lo haría sin su verga pegada al cuerpo y estaba segura de que él no querría eso. La sentí palpitar en mi boca y relajé la garganta para tragármela toda entera, intentando desesperadamente no vomitarle encima.
Gruñó de placer y entonces noté su caliente semen deslizándose por mi garganta al soltarlo él a chorros en rítmicas y potentes sacudidas. Al alzar la vista, vi su cara contraída como si estuviera sufriendo. Los rostros pueden dar pie a engaño. Pero en cuanto al suyo, por más que detestara admitirlo, era deliciosamente sexi.
Cuando me soltó el pelo y el cuerpo se le relajó, me fui sacando lentamente su polla de la boca dándole lametazos.
Después la solté y la contemplé bambolearse flácida.
—Veo que aprendes rápido, nena —dijo dándome unas palmaditas en la cabeza como si fuera un perro antes de subirse los pantalones.
¡Arrogante hijo de puta!
—No sé si a ti te ha pasado lo mismo, pero a mí se me ha abierto el apetito. Vayamos a cenar —añadió dando una palmada la mar de feliz.
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Muy buena
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