miércoles, 24 de junio de 2015

CAPITULO 17





Todo el puto día había estado intentando ocultar mi polla empalmada bajo mis caros pantalones. ¡Dios mío!, había pagado un dineral por ellos pensando que dispondrían de algún curioso sistema para ayudarte en esta clase de aprietos: algún invento Bloqueador de Pollas como los del
inspector Gadget o algo por el estilo.


Pffff, ¡qué le vamos a hacer!


No pude sacarme de la cabeza la imagen de Paula desnuda, probándose diferentes vestidos y zapatos de tacón de aguja… todo… el maldito… día. Además Dario Stone no era exactamente mi persona preferida con la que estar. El tarado había sacado conclusiones precipitadamente actuando como si cada pequeña caída de la Bolsa fuera el
fin del mundo. El Loto Escarlata era una compañía con mucho aguante y siempre había resistido contra viento y marea. Esta pequeña crisis no le afectaría.


Así que me alegré al llegar por fin a casa e incluso me puse más contento aún al ver a Paula esperándome junto a la puerta. La verdad es que no creí que fuera a seguir mis instrucciones, pero ahí estaba ella. Y me recibió abriendo esa boca respondona suya, poniéndome la polla más dura
aún de lo que la tenía.


Como no fue una decisión demasiado acertada por su parte, le metí algo en la boca para silenciársela. Me merecía una buena palmadita en la espalda por habérseme ocurrido una idea tan brillante.


Y además gocé como un cabrón. Cuando intenté separarme y ella mesujetó la polla impidiéndomelo, ¡fue el no va más! 


Mi nena de dos millones de dólares estaba aprendiendo a mamármela de puta madre y creo que hasta se me escapó una lagrimilla y todo de emoción.


Sabía perfectamente que las palmaditas que le di en la cabeza como a un perro le reventarían, pero es lo que se merecía por comportarse como una arpía.


Y supongo que ella me castigó no diciendo una sola palabra durante la cena. Ni siquiera respondió a mis descaradas preguntas y esto me cabreó aún más, pero no se lo tuve en cuenta porque planeaba seguir castigándola.


Ansioso por hacerlo, insistí en que tan pronto como acabara de cenar se fuera conmigo a la cama. Cuando salí del baño, ella ya estaba en bolas esperándome bajo las sábanas. Tal como le ordené. Para eso le había pagado.


—¿Estás enfadada conmigo? —le pregunté mientras me movía despreocupadamente por la habitación, llevando encima nada más que mi sonrisa.


No me respondió. En realidad hasta se giró para darme la espalda. ¡Que la jodan! No iba a ignorarme. No se lo permitiría en mi propia casa y menos todavía en mi cama.


Me deslicé junto a ella y la giré para que quedara tendida de espaldas.


—No me ignores, Paula. No me gusta. Sobre todo cuando he pagado dos millones de dólares para que no estés más que por mí.


—¡No soy tu puta! —me soltó mirándome a los ojos.


—Tú serás lo que a mí me plazca —le recordé.


Antes de que pudiera decir nada, le cubrí la boca con la mía. No abrió los labios y tensó el cuerpo. Si iba a hacerse la muerta la felicitaba, porque era un plan brillante, pero estoy seguro de que se había olvidado de lo traidor que era su cuerpo a merced de mis expertas manos.


La castigaría llevándola a las puertas del frenesí sin dejarle llegar hasta el final.


Me aparté y le sonreí burlón, dispuesto a seguirle el juego.


De súbito, sin despegar mis ojos de su rostro, le puse las manos en el interior de los muslos y le separé las rodillas antes de rodearle el coño con mi mano. Dio un grito ahogado, intentando no mostrar ningún tipo de reacción. 


Seguí mirándola mientras hurgaba entre sus pliegues sintiendo que se le iban humedeciendo por momentos mientras se los palpaba.


—Tu cuerpo te está traicionando, Paula —le susurré.


Le hundí un dedo en el coño, metiéndoselo y sacándoselo lentamente en un cadencioso vaivén. Hinchó el pecho, su respiración se hizo jadeante y su boca se abrió, pero ella me miró sin decir nada. Saqué el dedo y se lo deslicé alrededor del clítoris. Sentí los músculos de sus piernas relajarse para dejarme hacer, mientras ella intentaba controlarlos. Entonces le metí dos dedos dentro. Los doblé hacia delante varias veces manipulando mañosamente su punto G. Yo sabía lo que Paula estaba sintiendo. Y ella también. Pero se negaba a demostrarlo.


Saqué los dedos de su coño y me llevé la mano a la boca. 


Brillaban con sus jugos y noté por cómo olían lo caliente que Paula estaba. Como seguía sin apartar la mirada, yo sabía que ella vería esos jugos corriéndole pierna abajo.


—Aunque finjas lo contrario, tanto tú como yo sabemos que te has puesto muy cachonda. Y esta… esta es la prueba —afirmé metiéndome los dedos en la boca y envolviéndolos con mis labios. Ella era tan deliciosa que cerré los ojos para saborearla a fondo. Al abrirlos de nuevo, sus brillantes ojos azules se habían oscurecido y tenía las mejillas encendidas
de deseo.


Agarrándome por las orejas, me atrajo hacia su cuerpo uniendo con ardor su boca a la mía. Habría soltado una carcajada por lo fácil que había sido quebrar su resistencia de no haberme besado ella con tanta avidez entre jadeos, con sus turgentes pezones apretados contra mi pecho desnudo, contorsionándose voluptuosa e intentando atrapar mis piernas.


En resumidas cuentas, mi maquiavélico plan me estalló en la cara y ya no pude seguir jugando con ella. Quería hacerla mía. Lo necesitaba con desesperación.


Sin despegar mis labios de los suyos, me puse encima de ella adoptando la posición más primitiva que nos daría a los dos placer. Paula abrió las piernas anhelosa y yo le acaricié seductoramente la lengua con la mía en señal de agradecimiento. En cuanto me posé entre sus piernas, ella levantó las caderas, arrimándose a mi polla mientras gemía en mi boca.


—No vayas tan deprisa, nena —le susurré jadeando, separándome de sus labios e intentando calmar sus ávidos movimientos—. No te preocupes, voy a hacerte gritar de placer.


La besé con dulzura y moví las caderas contra su húmeda hendidura.


Paula arqueó la espalda y yo la estreché contra mí. Luego deslicé mis labios por su mandíbula y su cuello, hasta llegar al lugar donde se une con el hombro y le chupé suavemente la piel de esta zona mientras le metía lentamente la punta de la polla.


Qué mojada y receptiva estaba. Deslizó sus manos por mis costados y por mis costillas, hasta rodearme ávidamente el culo con las manos para que me pegara aún más a ella. 


Sentí su cálido aliento en el pabellón de la oreja y sus diminutos gemidos de desesperación provocando rítmicas
sacudidas en mi polla. Hundiendo su cara en mi cuello, me chupó y lamió la piel. ¡Dios mío, no me podía aguantar más! 


Necesitaba que se corriera, ahora mismo.


Apuntalándome con los brazos, me separé un poco de ella sin despegar mis caderas de su cuerpo, arremetiendo contra sus mojados pliegues.


Paula se mordió el labio con tanta fuerza que creí que se le partiría la piel. Tenía una mirada de pura concentración mientras se acoplaba a mi cadencioso vaivén con unos movimientos más amplios. Estaba a punto de correrse.


Apoyándome en un codo, la agarré por la parte de atrás del muslo para ponerle la pierna sobre mi cadera. Seguí meneándome con amplias y ardientes acometidas, sintiendo su clítoris restregarse contra la hinchada cabeza de mi polla.


—Venga, gatita. Dime cosas. Te gusta, ¿verdad? ¡Ay, qué gozada! ¿Es que no quieres perder el control? Déjate ir, nena. Déjate ir.


—¡Mierda! Me voy a… —gimió con fuerza entre jadeos poniendo los ojos en blanco, agonizando de placer.


Noté el cuerpo de Paula ponerse rígido en mis brazos y supe que estaba sintiendo el goce del orgasmo. Sin dudarlo, aprovechando ese instante de arrobo, alcé mi cuerpo y le hinqué la polla, arrebatándole la virtud de un plumazo con una veloz y certera embestida. Ella arqueó la espalda cogiendo aire impactada, con la boca abierta de par en par, sus ojos se encontraron con los míos.


Había esperado a desvirgarla en medio del clímax para que le resultara más fácil, pero ahora no estaba tan seguro de ello. Me refiero a que tenía espejos y sabía lo enorme que era mi polla.


—Respira, gatita —le susurré—. Intenta relajarte. Dentro de poco dejará de dolerte.


No sé a quién estaba intentando convencer, si a mí o a ella, pero yo tampoco me moví. Aunque mis instintos animales me suplicaran que se la metiera hasta el fondo una y otra vez, no lo hice. Porque si no me controlaba ni dejaba que ella se adaptara a mi tamaño, la rasgaría por dentro. Y entonces no podría volver a follarla durante bastante tiempo.


Además me sentía como un gilipollas por hacerle más daño del necesario.


Paula exhaló el aire lentamente mientras su cuerpo se relajaba, y volvió a pegar la espalda a la cama. Empujé con las caderas, penetrando un poco más en su prieto coño. Ella cerró los ojos con fuerza y volvió a morderse el labio. Yo sabía que debería haberme dado igual que le hiciera daño o no, pero soy un hombre, y la mayoría de los hombres queremos que la mujer a la que penetramos goce al menos. 


Pero era su primera vez, y dadas las dimensiones de mi polla, lo más probable es que le doliera.


Se la saqué casi del todo y se la volví a meter poco a poco. 


Tuve que pararme de nuevo. Las piernas me temblaban del esfuerzo que hacía para no moverme, gotas de sudor empezaron a resbalarme por la punta de la nariz y creo que hasta contuve el aliento. Creí que iba a estallar por dentro.


—Joder, cómo me gusta tu coño. Qué prieto lo tienes —gemí.


—¿Entonces qué diablos estás esperando? —me retó ella—. Fóllame de una vez y deja de comportarte como un mariquita. A no ser que lo que te preocupe sea correrte demasiado pronto. ¡Dios santo! si no te conociera mejor, creería que el virgen eres tú —me soltó.


Era lo primero que me decía desde que me recibió al llegar yo a casa. Su voz quebrada reflejaba que estaba rendida, pero se había empecinado en joderme hasta el final.


Tal vez pienses que un comentario como este me haría sufrir un terrible gatillazo. Pero no fue así. Al contrario, me la puso insoportablemente dura, si es que esto era posible. No sé por qué, pero su impertinente boca y la forma en que me retaba me ponían muy cachondo. Yo era un maldito cabrón. 


Pero a mí me la sudaba, porque me encantaba que me excitara de una forma tan brutal.


—¡Vaya, te arrepentirás de habérmelo dicho! —le solté, apartándome de ella para coger impulso y se la volví a hincar.


Paula siseó entre sus dientes cerrando con fuerza los ojos. 


La penetré con cortas acometidas, no quería hacerle daño, pero tampoco me importaba que le gustara o no. Era mía, estaba ahí para mi placer y me iba a asegurar de que supiera que yo no lo había olvidado.


—Este es mi coño, Paula. Mis dedos han sido los primeros que lo han tocado, mi boca ha sido la primera que lo ha saboreado y mi polla siempre será la primera que lo ha follado. Y durante el resto de tu vida no te podrás olvidar de la sensación de tenerla hincada hasta el fondo. Ningún otro
hombre se podrá comparar a mí. He marcado mi territorio oficialmente. Mi coño. ¿Lo entiendes?


Paula se aferró a mí con las uñas clavadas en mi piel, conteniendo el aliento y apretando los dientes.


—Pues la última vez comprobé que todavía lo tenía pegado al cuerpo — me soltó desafiante.


—Lamentarás esta respuesta —le dije metiéndosela más adentro, no con la suficiente fuerza como para hacerle daño, sino con la justa para darle un toque de atención.


—¡Dios mío! —exclamó ella entrecortadamente.


—Creo que ya sabes que no es ese mi nombre. Inténtalo de nuevo.


Seguí meneando la polla dentro de ella y sentí la presión aumentar con rapidez dentro de mí. Me dolían los cojones, me estaban pidiendo a gritos que los descargara, pero yo quería doblegarla.


Paula me clavó las uñas en la espalda empujando con las caderas con un gruñido. Seguía apretando los dientes y sus muslos chocaron contra mis caderas al recibir mis acometidas. Tengo que reconocerlo, me había impresionado. Sabía que ella se sentía incómoda, incluso era posible que le doliera, pero no había aflojado ni un ápice.


—¡Dilo! —gruñí acentuando cada palabra con una profunda embestida.


Ella contuvo el aliento, pero me miró a los ojos, desafiándome. Se la hinqué de nuevo con fuerza y entonces la oí gemir.


—¡Es tuyo! ¡Mi coño es tuyo, Pedro Alfonso!


Eso era todo cuanto quería oír. Tras otra potente acometida, me corrí, gruñendo presa del orgasmo. Me dejé caer con todo mi peso sobre ella y la besé, gimiendo pegado a su boca, soltando mi blanquecina semilla en esporádicas sacudidas hasta vaciarme del todo. Ella me besó a su vez
ávidamente, intentando dominar el beso para demostrarme algo que no era necesario demostrar, por más que me doliera admitirlo. Había sido una contrincante digna de encomio. ¡Maldita sea! Me había pagado con la misma moneda. Y si había sido capaz de hacerlo en su primera vez,
significaba que me las haría pasar canutas.







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