martes, 30 de junio de 2015

CAPITULO 37





Clavé mis ojos en el blanco: Pedro. Me fijé un objetivo y decidí alcanzarlo, con mis chicas contemplando la escena animadas a mi lado. Él era mío y no iba a dejar que ella le clavara sus garras. Julieta había tenido su oportunidad y la había echado a perder. Ya era hora de que viera lo que se había perdido y esperaba que Pedro no fuera lo bastante estúpido como para caer en sus redes de nuevo.


—¡Pau, espera! —me susurró Dolores apresuradamente saliendo corriendo tras de mí para detenerme—. Daniel está aquí.


—¿Y?


—Julieta es la hija de Everett, ya sabes, del doctor Everett Frost —dijo cabeceando y retorciéndose las manos para animarme a pillarlo—. El padre de Julieta es uno de los colegas más cercanos de Daniel, y encima es un amigo de la familia desde hace muchos años. No puedes presentarte de golpe y porrazo y agarrar a la hija de Everett del pelo para partirle la cara delante de Daniel.


—¡Venga, Dolores, no soy tan estúpida! —le solté poniéndome en jarras—. No pienso hacerlo a no ser que no me deje otra salida y me obligue a llegar a las manos. O a los puños.


—Por más que deteste admitirlo, tiene razón —terció Lexi contrariada —. Papá se enojaría mucho. Y además no querrás hacer una escena delante de todos los empleados de Pepe. Por más entretenida que fuera, lo dejaría en muy mal lugar y además le iría de fábula a Dario Stone. Este cabrón ha estado deseando encontrar la manera de obligar a Pepe a dejar la compañía desde que la heredaron de sus respectivos padres. Aunque todo el mundo sabe que es Pepe quien hace todo el trabajo.


—Además, el vestido es demasiado caro como para estropearlo por culpa de Julieta Frost —añadió Dolores.


—¿Sabes lo que debes hacer? Matarla a base de amabilidad —me sugirió Lexi—. Y de paso aprovecha para meterle una o dos manos a Pepe —añadió sonriendo con picardía—. Ya sabes, para refrescarle la memoria acerca de a quién le pertenece.


—Ese era mi plan, Lexi. Pero por lo que veo, Pedro parece estar encantado con que ella le meta mano por el momento.


En cuanto resolviera lo de Julieta, le iba a arrancar la cabeza. Me refiero a que era una situación muy embarazosa. 


Yo era su novia y él estaba dejando que ella le magreara como si protagonizaran una escena porno delante de todo el mundo. Era una imagen vergonzosa y era evidente que la tía se moría por echársele encima. Pedro estaba haciendo el ridículo al dejarla seguir.


Pero entonces se me ocurrió que aunque Julieta se estuviera comportando como una puta, en la vida real era yo la que lo era. Y que no tenía ningún derecho sobre él. Pedro no era mío. Solo habíamos estado jugando al papá y a la mamá, o al Playboy o a lo que fuera, pero no era una situación real. 


En cambio lo de Julieta sí lo era.


Pedro había estado enamorado de ella en el pasado y tal vez lo seguía estando hasta cierto punto. Tal vez Julieta era más su tipo. O a lo mejor al ser de una familia adinerada y estar más familiarizada con el estilo de vida de Pedro, sabía dar el pego mucho mejor que yo. Mi familia vivía al día y a
veces no llegábamos a fin de mes. Pedro y yo no estábamos cortados por el mismo patrón y yo siempre lo notaría. Al fin y al cabo yo no era más que una especie de asalariada, o una chica de alquiler en cuanto a mi relación con él. Aunque Pedro y yo no mantuviéramos una relación normal en el sentido tradicional, me había presentado de todos modos como su novia y yo era una persona de carne y hueso con sentimientos y me estaba dejando fatal delante de todos.


Dolores se plantó ante mí y, agarrándome de los hombros, me zarandeó un poco para que la mirara a ella en lugar del espectáculo porno gratuito que estaba teniendo lugar en la otra punta de la sala. Vale, quizás estaba exagerando, pero así es como yo lo veía.


—Pau, conozco a Pedro. Sé que ahora no está disfrutando en absoluto. Solo está manteniendo las apariencias por guardarlas. Probablemente está haciendo todo lo posible para no vomitar la cena en este momento. Por tanto no seas tan dura con él y dale el beneficio de la duda. ¿De acuerdo?


—Sí, de acuerdo —mentí.


No le montaría un numerito, pero sin duda iba a hacerme sentir, aunque con clase y dignidad. Y si a Pedro no le gustaba, peor para él. Lo único en lo que pensaba era en Julieta metiéndole mano a mi hombre y en Pedro no haciendo nada para impedírselo. De hecho, estaba sonriendo con esa cara suya tan jodidamente guapa como si se lo estuviera pasando en grande. Y a mí la escena me repateaba.


Necesitaba una copa para pensar con claridad e idear un plan de acción.


Marcar mi territorio era una buena sugerencia, pero como estaba tan furiosa con Pedro, seguramente metería la pata y le arrancaría los huevos con mis propias manos. Y eso sería bastante horripilante y entonces acabaría liándola a mi pesar.


Al girarme hacia la barra, vi a Dario Stone plantado junto a ella. Solo.


Se me ocurrió un plan y decidí llevarlo a cabo porque sabía que si Pedro seguía sintiendo incluso una pizca de posesividad, lo que yo estaba a punto de hacer le obligaría a fijarse en mí.


—No me esperéis —les dije a Lexi y Dolores—. Voy a tomarme una copa y a tranquilizarme un poco antes de levantarme la falda y mearme en la pierna de Pedro.


—¿Te he dicho últimamente que te quiero? —me dijo Lexi con una mirada de adoración y luego hizo entrechocar su hombro con el mío—. Pide de paso un vaso de Patrón para mí, ¿de acuerdo?


—Claro, y gracias —repuse sonriéndole y luego me dirigí a la barra.


Dario Stone era el arma que había elegido para que Pedro Alfonso se sintiera tan insignificante como me estaba haciendo sentir a mí.


—Ponme dos vasos de Patrón con hielo —le pedí al camarero.


—Hola, señorita —me dijo el maldito cerdo acercándose sigilosamente a mi lado, exactamente como yo esperaba. 


Apestaba a una colonia que habría olido bien de no haberse echado el bote entero. Además rezumaba por los poros una dosis letal de mierdosismo. Reconocí el tufillo porque con Dolores también me pasaba un poco. Por suerte ella solo lo soltaba un pelín, en cambio Dario Stone era la mierda personificada.


—Hola —le respondí zalamera, siguiéndole la corriente.


—Soy Dario Stone —se presentó ofreciéndome la mano.


—Y yo Paula Chaves —le contesté estrechándosela.


—¡Caramba! Qué brazalete más bonito. ¿Es un regalo? —me preguntó examinando la pulsera que marcaba el territorio de Pedro como un joyero aquilatando su valor—. Es de Alfonso, ¿verdad? ¿Estás emparentada con él?


—Gracias. Y no. Pedro es mi novio. ¿Le conoces? —le pregunté fingiendo la mar de bien ignorarlo.


—Sí. Somos muy buenos amigos, casi como de la familia. Es curioso que no me haya hablado de ti. Debe de ser su secretillo sucio —dijo juguetonamente.


—Supongo que es una forma de verlo. Como a Pedro no le gusta compartir nada, me tiene escondida.


—¡Qué lástima! Un diamante como tú tendría que exhibirse para que el mundo entero lo pudiera contemplar.


Casi vomito por su estúpido intento de halagarme, pero seguí sonriendo mientras miraba más allá para asegurarme de que Pedro nos estuviera observando, y así era. De modo que me acerqué a David y le deslicé los dedos por debajo de la solapa del esmoquin.


—¿Sabes… que lo sé todo de ti? —le dije inclinándome hacia él, siguiendo con mi papel para fastidiar a Pedro.


—¡No me digas! —respondió con una voz grave y seductora
arrimándose más a mí—. No te creas todo lo que oyes. La gente es muy envidiosa.


—Mmm. Tienes razón —asentí—. Pero en este caso creo que lo que dicen de ti es verdad.


Él se acercó incluso más a mí, poniéndome una mano en la cadera mientras me comía el canalillo con los ojos.


—Pues ahora me has picado la curiosidad. Dime, ¿qué has oído decir de mí?


—Que eras el mejor amigo de Pedro hasta que te tiraste a esa golfa a sus espaldas. Supongo que técnicamente sería más bien por atrás —añadí encogiéndome de hombros mientras le deslizaba los dedos por la solapa y alrededor del cuello del esmoquin, hasta llegar a su cuello—. Por eso es
lógico que Pedro me mantenga como su pequeño secreto. Pero lo que no ve es que no todas las mujeres caemos con una facilidad tan pasmosa en tus garras.


—¿Ah sí? —me preguntó sonriendo con seguridad, dejando ver sus colmillos, lo cual no hizo más que confirmar lo que acababa de decirle.


Asentí con la cabeza, sonriendo coqueta.


—Te veo tal como eres.


—¿Y cómo soy exactamente?


—Eres una sanguijuela, un parásito, una rémora.


Sintiéndose incómodo, transfirió el peso de su cuerpo de un pie a otro.


Saltaba a la vista que no le había gustado mi observación.


—¿Qué es una rémora?


—Las rémoras son esos pececillos que se adhieren a los tiburones y a otras especies marinas más fuertes y poderosas. Los utilizan para dejarse transportar por el gran océano y no tener así que ir de arriba para abajo. Se alimentan de las sobras de lo que comen sus anfitriones y a veces incluso de sus heces —le expliqué en una voz que me recordaba la de una maestra de parvulario.
»En esta imagen Pedro sería el tiburón, matándose a trabajar, luchando por cada bocado, abriéndose camino. Pero tú… tú eres una rémora parasitaria que te alimentas de su mierda y que haces todo lo posible por recoger sus sobras mientras esperas que te lo den todo hecho —añadí con una amplia sonrisa, expresión que se contradecía con mis palabras.»Tú te aprovechas de las debilidades ajenas y las manipulas hasta encontrar la manera de sacarles provecho, llenando así el vacío que sientes en tu vida, aunque solo sea momentáneamente. Me das lástima, de verdad. Pero si por un instante me ves como el punto flaco de Pedro Alfonso para usarlo contra él, piénsatelo mejor. Porque yo, a diferencia de su ex, le seré leal hasta la muerte. Él lo es todo para mí.


Dario tragó saliva y luego soltó una risita.


—Joder, tía. Me la has puesto tan dura y gorda como el estado de California.


—¡No me digas! Pues no está mal —asentí con la cabeza—. Pero en esto Pedro también te gana, porque aunque no sea tejano, su polla es como si lo fuera. Y ya sabes, cariño, lo que dicen: en Texas todo es más grande.


Al entrever por el rabillo del ojo a Pedro viniendo directo hacia nosotros, di un paso atrás.


—Me alegro de haberte conocido, Dario Stone. Ojalá pudiera decir que ha sido un placer, pero entonces estaría mintiendo. ¡Chao! —dije metiéndome el bolso bajo el brazo y luego agarré mi vaso y el de Lexi y, dando media vuelta, me largué.


Tras dar unos pocos pasos, Pedro ya me había alcanzado. 


Y menudo cabreo llevaba encima. Sus ojos color avellana habían adquirido un tono gris acerado y me echó una mirada furibunda con las ventanas de la nariz ligeramente dilatadas de rabia. Agarrándome del brazo, me arrimó a él para poder hablar conmigo sin que nadie nos oyera. Su cuerpo rezumaba rencor y lanzó una mirada asesina hacia donde estaba Dario.


—¿Qué coño crees que estás haciendo?


—Tienes dos segundos para soltarme antes de que me ponga a gritar como una loca —le advertí con voz calmada.


Me soltó de golpe y se metió las manos en los bolsillos.


—Respóndeme de una puta vez.


—Estaba sedienta. Fui a la barra a buscar una copa. Y un amable caballero entabló conversación conmigo —dije despreocupadamente—. Y no quise ser antipática con él.


—¿Ah sí? Pues ese amable caballero… —gruñó y luego se detuvo.


—¿Qué?


—Nada —dijo sacudiendo la cabeza. Clavó la vista en el suelo y luego me miró—. Es que… no quiero que hables más con él. A decir verdad, no quiero que hables con ningún hombre. ¿Me has oído? Eres mía.


Vaya, vaya, vaya con los dichosos celos.


Ahora me tocaba a mí.


—Pues no lo parece —le solté arrugando el ceño, y le sorteé para reunirme con Dolores y Lexi, que estaban embelesadas con nuestra escenita.


Pedro volvió a gruñir y oí sus apresurados pasos intentando darme alcance.


—¿Qué quieres decir con eso?


—Venga, qué te crees que estoy ciega o qué —dije resoplando—. Sabes perfectamente a lo que me refiero. ¿Quién es ella, eh?


—Quién?.


Me giré en redondo, derramando casi el tequila de uno de los vasos que sostenía.


—¿Ah sí, Pedro? ¿Crees que no me doy cuenta? Y no intentes decirme que ella es una pariente tuya o alguna socia del trabajo, porque las parientes y las socias no te magrean de esa manera a no ser que pertenezcáis a alguna colonia de especímenes pervertidos e incestuosos.


Él se pasó la mano por entre el pelo, frustrado.


—Ella es… nadie. Oye, hablaremos de ello más tarde —dijo haciendo amago de sortearme, pero yo le bloqueé el paso.


—Quiero hablar de ello ahora.


—No hagas una escena, Paula. Trabajo con esa gente —me advirtió.


—Oh, de acuerdo, ya que lo pones de esa manera, no te preocupes. No te montaré ningún pollo —respondí haciendo el gesto de cerrar mi boca con una cremallera siguiendo con mi actitud irónica y obediente.


—¡Ya era hora! —exclamó Lexi cuando le entregué su vaso de tequila.


Dolores me miró con el ceño arrugado inquisitivamente primero a mí y luego hacia la dirección donde Dario estaba ahora plantado con Julieta — que por lo visto se había largado disparada al aparecer Dolores y Lexi—, y después a mí otra vez. Sacudí la cabeza casi imperceptiblemente para darle a entender que no había pasado gran cosa.


—Por fin has vuelto —dijo Pedro poniéndome una mano en la parte baja de mi espalda. Ya no tenía el ceño arrugado y ahora lucía una gran sonrisa de orgullo en la cara al presentarme a la hermosa pareja plantada frente a nosotros.


—Paula, este es mi tío Daniel y su esposa Vanessa.


Por Dios, su familia debía descender directamente de los mismos ángeles de lo guapos que eran. Daniel tenía los mismos ojos risueños color avellana que Pedro, solo que las arruguitas de los suyos eran una versión más pronunciada de las que le habían salido a su sobrino con el paso del tiempo. Sus labios, en forma de arco, tenían el mismo color rosa, y su pelo era del mismo color chocolate que el de Pedro, solo que el de Daniel estaba salpimentado en las sienes. Sus tíos eran distinguidos y magníficos, aunque yo ya me lo esperaba.


Puse cara de contenta, esbozando una sonrisa tan amplia como las mejillas me permitieron.


—Hola. Me alegro de conocerte —le dije a Vanessa, pasando olímpicamente de Daniel.


Pedro me había dicho que no hablara con ningún hombre y él definitivamente lo era. Y yo me limité a seguir sus órdenes como una buena subordinada.


Daniel se aclaró la garganta, intentando ignorar el hecho de que no le hubiera saludado.


—Así que, ¿está siendo Pepe un buen anfitrión? —me preguntó.


¡Oh, sí! Me desvirgó, se desprendió de toda mi ropa y me compró un nuevo vestuario —salvo bragas, claro está—, y me permitió chuparle la polla en más de una ocasión. Pero a cambio de nuestro pequeño trato he tenido múltiples orgasmos y no me digas que esta no es la definición de un buen anfitrión.


Esto es lo que le podría haber dicho, pero por suerte para Pedro, como me había prohibido hablar con los hombres, no lo hice. En su lugar me limité a asentir con la cabeza y a sonreír. Pedro me lanzó una mirada de reproche frunciendo el ceño. Dolores se me quedó mirando con los ojos desorbitados. Y Lexi hizo como si tosiera para sofocar sus risitas.


—¿Qué te parece Chicago, querida? —me preguntó Vanessa.


—¡Oh, me encanta! —dije animándome de pronto—. Lo poco que he visto de la ciudad, claro está. Porque Pedro me mantiene ocupada la mayor parte del tiempo.


—¡No me digas! —repuso Daniel—. ¿Y qué hace exactamente para quitarte tanto tiempo?


Vaya. ¿Cómo iba a responder a eso bamboleando o sacudiendo la cabeza?


¡Ajá! Me encogí de hombros.


Daniel y Vanessa pusieron cara de no entender nada. Brad, Mario, Lexi y Polly se volvieron de espaldas como si de pronto estuvieran interesados en el montón de gente congregada. Pero vi que se les agitaban los hombros, una clara señal de estar partiéndose de risa.


Pedro se aclaró la garganta.


—Perdonadnos. Me gustaría ir a bailar al compás de la música con mi pareja.


—Sí, claro, cariño —respondió Vanessa con una violenta sonrisa.


Pedro me cogió el vaso de la mano y lo dejó en la mesa que había al lado.


—¿Quieres bailar conmigo? —me preguntó, aunque yo capté por su tono sutil que era más una orden que una pregunta.


—Encantada, señor Alfonso, será todo un honor —le repuse intentando hacer mi mejor interpretación de una belleza sureña.


Sin decir nada más, Pedro me tomó de la mano y me llevó a la pista de baile. Desaparecimos en medio del montón de invitados y nos pusimos a girar, pegando él su cuerpo al mío antes de sentir yo su cálido aliento al arrimarse Pedro a mi oído. Entonces nos pusimos a mover de un lado para otro al ritmo de la música.


—¿Por qué coño te has comportado así?


—¿Qué? —le pregunté con su aroma invadiéndome los sentidos y haciéndome olvidar de lo que me estaba diciendo.


—Has sido muy grosera con mi tío. Si no fuera porque hablaste con su mujer, estoy seguro de que habría creído que eras muda.


Pegó un poco sus labios a la zona de debajo de mi oreja.


Por suerte bailábamos pegados, porque de pronto sentí como si mis piernas estuvieran hechas de gelatina y seguro que me habrían flaqueado.


—Me dijiste que no hablara con ningún hombre, y corrígeme si me equivoco, pero creo que tu tío lo es —le respondí entrecortadamente—. Y si no debe ser un travestí muy convincente. ¿O acaso… —dije dando un grito ahogado— es un hermafrodita?


—Muy graciosa —me soltó con sequedad y luego me mordisqueó juguetonamente el lóbulo de la oreja—. Hazme un favor, ¿quieres? Deja de comportarte con una actitud tan sarcástica.


—Sí, señor. Lo que usted diga, señor Alfonso.


Pedro se apartó para mirarme, era evidente que mi tono no le había hecho ninguna gracia.


—¿Qué te pasa? ¿Es que tienes algún problema?


—¿Problema? No, no tengo ninguno —dije encogiéndome de hombros —. Solo estoy siendo yo misma. El único que tiene un problema eres tú.


Él lanzó un suspiro.


—Lo que tú digas. He cometido un error al traerte a esta fiesta. Debería habérmelo imaginado.


—¿Por qué? —le pregunté intentando separarme de él sin lograrlo—. ¿Porque no soy más que una chica a la que compraste? ¿O porque no encajo con la gente de tu clase social?


Pedro me apartó de pronto mirándome a los ojos.


—Estás bromeando, ¿verdad? —me preguntó, pero al ver que mi expresión no cambiaba, se arrimó a mí—. Eres la mujer más bella de la fiesta, Paula —me susurró al oído.


No era verdad ni por asomo, pero me lo habría creído con más facilidad si no hubiera visto aquella escenita al salir del lavabo. De manera que, fiel a mis principios, se lo hice saber.


—Y sin embargo no dejabas de mirar a esa otra mujer —farfullé—. A Julieta Frost, ¿verdad? ¿Es tu ex?


Sentí su cuerpo pegado al mío tensarse de repente, con cada uno de sus músculos enroscándose como una víbora lista para atacar.


—¿Quién te lo ha dicho?


—¿Acaso importa? La cuestión es que tú no lo hiciste. Tal vez porque aún la quieres.


De pronto se separó de mí para mirarme. Al mismo tiempo deslizó su mano por mi espalda hasta posarla en mi trasero.


—No puedes estar más equivocada.


—¿Ah, sí? —le pregunté sosteniendo su mirada. Pero al verle la lengua asomando por entre su boca me entraron ganas de lamerle sus carnosos labios, y tuve que hacer un esfuerzo para mantener el hilo de la conversación—. Porque has pasado de estar todo el día encima de mí a no querer ni tocarme. Has estado durmiendo con la ropa puesta y ya no hablas conmigo o ni siquiera me gritas. Es evidente que ya no te atraigo. Y sé que no tengo ningún derecho a preguntártelo, pero maldita sea, Pedro, no me gusta sentirme como… como si no te importara.


Él se detuvo de pronto y se me quedó mirando, moviendo los ojos de un lugar a otro como si estuviera comprobando algo. 


Luego, sin decir una palabra, me tomó de la mano y me condujo hacia una de las salidas.


—¿Adónde vamos? —le pregunté apretando el paso para no quedarme atrás.


—A un lugar más privado —me respondió el abriendo la puerta para salir de la sala.


Giré la cabeza echando un vistazo a la abarrotada sala y vi a Julieta y David pegados el uno al otro bajo la araña de luces, que ahora se había puesto a temblar. Y de repente los cables se rompieron y la lámpara se desprendió pesadamente del techo con sus numerosos brazos y caireles de cristal, y Pedro me sacudió del brazo, y a mí, en mi mundo imaginario. Al diablo con todo.


Pedro miró de izquierda a derecha, y eligió ir por la derecha. 


Giró por la esquina de otro pasillo y luego por otro hasta que la música de la fiesta se convirtió en un tenue repiqueteo. A la izquierda de donde habíamos ido a parar se encontraba el oscuro hueco de la escalera y Pedro abrió la puerta de un manotazo y me hizo entrar dentro.


Me quedé con la espalda pegada a la pared y Pedro arrimó su cuerpo al mío. Antes de darme tiempo a decir nada, ya me había puesto las manos en las caderas y sus suaves labios se unían a los míos en un sensual beso que yo le devolví con la misma ternura. Y de pronto, tan rápido como me había besado, dejó de hacerlo y me rodeó la cara con sus manos.


—Lo que haya o no entre Julieta Frost y yo no importa. ¿Pero tú? Tú sí que me importas, joder, no lo olvides nunca —me dijo quedamente con una voz ronca y seductoramente erótica. Y además se le había puesto tan dura y gorda como… el estado de Texas.


Empujé las caderas para restregar mi cuerpo contra él.


—¿Es ella la que te la ha puesto así?


Pedro lanzó un suspiro poniendo los ojos en blanco.


—Paula…


—Porque si es así, no pasa nada. Yo ya me ocuparé de ello. Por eso es por lo que me has pagado —dije yéndome por las ramas—. Me refiero a que sé que yo no soy ella, pero…


—Tú nunca podrás ser ella —me soltó enojado, apartándose tanto de mí que la pared opuesta le impidió recular más.


No, yo no podría ser ella, ¿verdad? Él antes la amaba. Y por lo visto todavía la seguía amando. Yo nunca estaría a su altura. Julieta estaba forrada y era prácticamente como de la familia. Y yo era la puta a la que había comprado para superar su desengaño amoroso.


Lentamente crucé el espacio que nos separaba.


—No, ya lo sé. Y nunca intentaría llenar su lugar —le aseguré arrodillándome delante de él.


—Paula, no —me pidió con voz rasposa, pero no hizo nada para impedírmelo cuando yo le desabroché los pantalones y le saqué la polla.


—Tal vez no sea la mujer que amas, pero soy la que ahora está contigo. Así es que deja que cumpla con mi cometido —le dije arrimándome a su verga y besándosela.


—¡No! —exclamó dándome un empujón, y luego se la enfundó rápidamente dentro de los pantalones.


Nunca me había sentido tan humillada. Me levanté con las manos cerradas con fuerza en mis costados.


—¿Por qué?


—Porque no es eso lo que quiero —me contestó agitando la mano—. No es lo correcto.


—¡Pues que te jodan, Pedro! Quizás has olvidado que fuiste tú quien me compraste —le solté furiosa, dolida e… indignada. Sí, al firmar el contrato había hecho algo desesperado en un momento desesperado, pero esto no me convertía en una persona mejor ni peor que Julieta. Lo que ella había hecho era muchísimo peor que lo mío. Al menos yo no le había puesto los cuernos—. Tal vez yo no sea Julieta, pero estoy segura de que nunca habría dejado que tu mejor amigo ¡me diera por detrás!


Pedro alzó la cabeza de golpe y casi me fulmina con la mirada. Supongo que esto equivalió al típico bofetón en la cara. Al instante me arrepentí de las palabras que acababan de salir de mi boca, pero la arpía que había en mí se alegró, porque necesitaba herirle y humillarle, lo mismo que él había hecho conmigo.


Yo le amaba, aunque sabía que él nunca podría corresponderme porque amaba a otra mujer. Y ahí estaba yo, arrodillada ante él con un elegante vestido, deseando que se olvidara de lo que ya no podía tener para que quizá pudiera concentrarse en lo que tenía delante de su estúpida y guapa cara, y Pedro me había apartado como si no fuera lo bastante buena para él.


Se sacó el móvil del bolsillo y marcó un número.


—Te esperamos en la zona sur, Samuel. Ya nos vamos de la fiesta — dijo al cabo de un momento.


Cerró el móvil y me agarró de la mano.


—Venga, vamos —me dijo, pero de pronto enmudeció—. ¡Mierda! — exclamó volviendo a abrir el móvil, y luego marcó otro número—. Dolores, Paula y yo nos vamos. Coge su bolso y si alguien pregunta por nosotros, dile que la he llevado a casa porque no se encontraba bien.


—Me encuentro perfectamente —farfullé mientras él tiraba de mí.


—Pues a mí me parece que no estás en tu sano juicio —me espetó.


No discutí con él porque para serte franca lo más probable es que tuviera razón. Pero aún me quedaban cosas por decirle. Él estaba cabreado. Y yo también. Y en esa clase de situaciones era cuando él y yo nos volvíamos más fogosos. 


Nos enojábamos, follábamos como leones y luego hacíamos
las paces. Así era como resolvíamos las cosas.


Recorrimos el laberinto de pasillos sin que ninguno de los invitados se percatara de nosotros, lo cual era todo un milagro, y luego salimos a la calle. Me paré en seco porque se había desatado una tormenta de mil demonios y estaba relampagueando, tronando y lloviendo a cántaros.


Samuel ya nos estaba esperando con un paraguas para protegernos de la lluvia y Pedro me llevó a rastras a la parte trasera de la limusina. A la misma limusina donde él me había follado mientras yo contemplaba a toda esa otra gente llevando sus insulsas vidas, como si fueran ellos los
enjaulados y yo la que estando libre les miraba embobada. A la misma limusina donde me había dicho que estaba ahí para hacerme gozar tanto como yo a él. Y donde me había afirmado que le gustaban las mujeres que sabían lo que querían.


Pedro se sentó frente a mí y encendió otro de esos cigarrillos
pornográficos, y yo ya no pude contenerme más.


—Mírame —le solté autoritariamente. Pero él me ignoró.


—¡He dicho que me mires! —le exigí. Él soltó una bocanada de humo, aunque sin girarse hacia mí.


Me acerqué de golpe a él, le saqué el cigarrillo de los labios y lo arrojé por la ventanilla. Luego me subí la falda, me senté a horcajadas en su regazo y, agarrándole con las dos manos del pelo, le obligué a mirarme.


—No me ignores. No me gusta que me ignoren.


—Entonces deja de actuar como una zorra —me dijo sin ninguna emoción. Debería haberlo abofeteado, tendría que haberlo hecho, pero la cuestión era que tenía razón. Estaba actuando como una zorra. Pero así es cómo nosotros arreglábamos nuestros problemas.


—Fóllame.


—No.


—¿Porque yo no soy ella?


—No. Porque no quiero follarte más.


Me sentí como si hubiera perdido de golpe lo único que estaba impidiéndome que me derrumbara y sentí el alma cayéndome a los pies, como un buscador de emociones fuertes lanzándose al vacío por el Puente de la Garganta Real de las Montañas Rocosas de Colorado sin una cuerda
elástica atada al tobillo. Lo único que yo no quería hacerlo.


—¡Y qué más! No te creo —le solté, y luego le besé aunque él no quisiera.


Noté el sabor del cigarrillo que se había acabado de fumar hacía pocos segundos y del champán que se había tomado antes de que la situación se nos fuera de las manos. Quería que él me deseara a mí y no a ella. Quería que me follara a mí y no a ella. Quería que me amara a mí y no a ella.


Yo… me estaba haciendo falsas ilusiones. Y él… no me devolvió el beso.


Me aparté para mirarle, estaba hecha un lío, no entendía nada.


—Bájate de encima mío —me soltó con una voz inquietantemente serena y fría, como si se hubiera rendido y ya no tuviera energía para luchar.


El coche se detuvo y yo me quedé mirando a Pedro. La portezuela se abrió y Samuel volvía a estar fuera esperándonos con un paraguas, quedándose empapado mientras aguardaba a que saliéramos.


—¿Vas a bajarte o no? —me soltó Pedro.


Me acabé bajando de su regazo y salí de la limusina, apartando el jodido paraguas que Samuel sostenía. Quería sentir la lluvia contra mi piel porque así al menos sentiría algo. Entré indignada al interior de la casa a oscuras, sin decir palabra, con Pedro a la zaga.


Me quedaba una carta más por jugar, un auténtico as en la manga, y si no me funcionaba, ya nada lo haría.


—Tú tal vez no quieras follarme —le solté subiendo las escaleras con el vestido empapado por la lluvia—, pero en esa fiesta había al menos media docena de hombres que habrían estado encantados de hacerlo. Sobre todo me viene a la cabeza uno en particular.


Eso fue todo cuanto necesité decirle.


Pedro me agarró de golpe por el tobillo, al tiempo que resonaba fuera el estruendo de un trueno en medio del cielo nocturno, haciéndome perder el equilibrio. Me agarró antes de que me golpeara la cabeza, y me quedé tendida en los escalones, con el cerniéndose amenazadoramente sobre mi
cuerpo. Su cara estaba oculta en las sombras, la única luz que había en la casa era la que se colaba por los grandes ventanales.


—¿Quieres follar? —me soltó con una voz fría y dura mientras me subía la falda hasta la cintura—. Pues te follaré —añadió tardando solo medio segundo en desabrocharse los pantalones y liberar su polla, pero yo estaba demasiado absorta en la dureza de su expresión como para fijarme en ello.


Me penetró con una embestida veloz e implacable.


Lo hizo sin dulzura, sin lentitud, sin sensualidad. Pero era todo cuanto yo quería, porque aunque no me produjera placer al menos él ya no me ignoraba.


Pedro me folló con unas acometidas rápidas y furiosas y yo me quedé allí quieta, clavándole las uñas en la espalda y tomando todo cuanto él me ofreciera porque al menos era algo. Enterrando su cara en mi hombro, me penetró sin parar, sin darme la satisfacción de ver su expresión ni permitirme al menos mirarle a los ojos, pero sabía quién no quería que yo fuera en su mente.


—¡No pienses en ella! —le solté, aunque sin despegarme de él—. ¡Ni se te ocurra pensar en ella mientras lo haces conmigo!


Su respuesta no fue más que un ocasional gruñido y jadeo. 


Me folló a lo bestia, con una rabia salvaje. Vi por la ventana el destello de un relámpago y luego el fuerte estrépito de un trueno hizo vibrar el cristal. El breve destello de luz blanquecina proyectó en las paredes las sombras de nuestros cuerpos entrelazados y comprendí que nosotros éramos aquellas sombras.


Unas sombras tan vacías como la imagen que queríamos dar de una pareja locamente enamorada cuando no había nada más lejos de la realidad.


Eso no era lo que yo quería. Quería que nuestra relación fuera real, algo tangible que pudiera tocar, algo que no desapareciera cuando nos quedábamos envueltos en la oscuridad y dejábamos de ser el centro de las miradas.


Pedro se corrió, tensando el cuerpo de golpe mientras derramaba su semilla dentro de mí con un gruñido ahogado. 


Yo me aferré a él para impedir que se fuera, porque sabía que me había pasado de la raya, obligándole a hacer algo que él no quería. Lo único que en ese momento sentía era el cálido cuerpo de Pedro y su peso sobre mí, en lugar de la sangre palpitándome con furia por las venas, o los escalones clavados en mi espalda, o el frío que sin duda sentía ahora en mi corazón y que me estaba amenazando con hacer que se me saltaran las lágrimas.


Él me iba a mandar de vuelta a casa. Estaba segura.


Cuando terminó, se separó de mí y se levantó para abrocharse los pantalones. Sus movimientos eran calculados y mecánicos. Yo me quedé quieta y aturdida en el suelo, pero me negué a despegar mis ojos de él.


—No puedo volverme atrás de lo que acabo de hacer. De nada de ello. Y no sabes cuánto lo siento… —me dijo Pedro ahogándosele la voz, hasta que lanzando un suspiro, me miró. Torturado por la angustia, tenía el pelo tan húmedo y revuelto como su ropa, y entonces lo vi con claridad. Estaba tan destrozado como yo.


Se pasó las manos por la cara soltando frustrado un gruñido.


—Lo sé Paula. Sé lo de tu madre y también que ella fue la razón por la que tú hiciste aquello. No quería follarte porque no estaba bien. No quería follarte más porque… de algún modo me ha pasado lo inimaginable —dijo arrojando los brazos al aire con incredulidad—. ¡Dios!, me he enamorado de ti. Hala. ¿Estás ya contenta? Ahora ya lo sabes. Y lo que me pasaba no era por Julieta, sino por ti.


No esperó mi respuesta. Aunque para serte franca no habría sabido qué decirle. Ni tampoco importaba que Pedro me amara ni que yo le amara a él.


Lo nuestro nunca funcionaría. Quizás en otros tiempos, en otra vida en la que fuéramos de la misma clase social, pero ahora no. En esta vida él siempre sería Pedro Alfonso el exitoso millonario y yo la puta que había comprado para su placer sexual.


Bajando los brazos exasperado, encorvó la espalda y empezó a subir la escalera sin dejar de soltar palabrotas. En el cielo se oyó el estruendo de un trueno resonando como una solemne ovación a mi gran metedura de pata.


¿Qué diablos había hecho yo? ¿Y ahora cómo lo iba a arreglar?






3 comentarios:

  1. Wowwwwwwwww, qué bolonqui ahora que se lo dijo. Espectaculares los 3 caps!!!!!!

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  2. Wow! que capítulos!!!! muy buenos! No puedo creer que se lo haya dicho! y así!!!

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