jueves, 9 de julio de 2015

CAPITULO 67





El día de todos los santos, mejor conocido como Halloween.


Las culturas de todo el mundo han celebrado la tradición de una forma u otra durante muchísimos años. Aunque cada una tuviera su propia historia, nadie sabía realmente quién la empezó ni por qué, aunque se conocía tradicionalmente por estar ligada a las raíces paganas. En cualquier caso, era un día celebrado en todo el mundo, uno que nos permitía bailar con los muertos en la noche en la que podían cruzar hasta el plano de los vivos. Todo era humo y espejos, diversión a expensas de asustar a los demás.


Dada su tradición y la situación que tenía entre manos, parecía cosa del destino que la importantísima reunión con la junta directiva cayera en treinta y uno de octubre, un día en el que era solo aceptable vestirse como si no fueras a gastarles bromas a los inocentes.


Yo no era inocente. Pero bueno, tampoco Dario Stone.


La mañana del lunes llegó más rápido de lo que pensé que llegaría. Estaba nervioso. Esperaba por lo que más quería que el plan que habíamos tramado fuera un éxito y no nos saliera el tiro por la culata de algún modo. De una forma u otra, para cuando el día acabara, el imbécil en esta situación ya se habría decidido.


Y el vencedor se quedaría con el premio.


Ganar o perder, la incógnita por fin se sabría, y Pau y yo podríamos vivir nuestras vidas sin miedo a que nadie descubriera el secreto que habíamos estado guardando.


Cuando Pau llegó a casa con el contrato original en la mano, lo cogimos de inmediato, junto con su copia y mi versión hecha pedazos, y los quemamos en la misma papelera que ella había utilizado para prenderle fuego a la lencería. Ver la
prueba de nuestra transacción desintegrarse y reducirse a cenizas fue como si nos quitaran un peso de encima. 


Nuestros cuerpos parecieron relajarse al mismo tiempo cuando el fuego se extinguió, prueba del mucho estrés al que nos había sometido físicamente, además de mental y emocionalmente. Las cenizas a las cenizas, y el polvo al polvo. Nos habían regalado un nuevo comienzo y no íbamos a darlo por sentado. Por supuesto, todavía quedaba el asunto de la copia que Dario se había enviado por fax.


Dez había estado más que feliz de enseñarme el vídeo que habían conseguido como premio de su excursión. No sabía que Sebastian estaba metido en el negocio de las drogas, pero el hecho tampoco me sorprendía. Lo que sí me sorprendió fue la implicación de Dario en todo el cotarro. 


Nunca tuve indicios de ello, pero bueno, fue uno de nuestros
inversores el que me habló de la subasta. Supongo que tenía sentido que Dario lo hubiera introducido a él en ese mundo primero. Aun así, Dario había sido muy bueno ocultándome la verdad. Estaba seguro de que había sido un negocio muy lucrativo para él. Qué pena que se hubiera convertido en un chapucero.


E iba a volverse más chapucero aún al intentar revelarles a los miembros de la junta directiva lo que Pau y yo habíamos hecho. Vaya doble moral. Por suerte para él, yo daría el golpe definitivo, y piadoso, antes de que pudiera llegar tan lejos. Se lo podría agradecer a los fantasmas de mi madre y de mi padre.


Ellos no querrían que avergonzara a su amigo y socio Harrison, el padre de Dario.


Así que aquí estaba el lunes por la mañana, a momentos de distancia de la reunión con la junta directiva, subiendo junto a Pau en mi ascensor personal hasta mi oficina. Ella había insistido en acompañarme para darme apoyo moral y todo lo
demás, y la verdad fuera dicha, me alegraba de que estuviera allí. Si por cualquier razón nos salía el tiro por la culata, teníamos que ser capaces de formar un frente unido, o de salir pitando de la ciudad. Había oído que Alaska era un lugar encantador en primavera.


Pau me rodeó la cintura con sus brazos.


—¿Nervioso?


Me encogí de hombros como si nada.


—Nah, solo es otro día de trabajo por lo que a mí respecta. Aunque sí que espero que la junta directiva apruebe mi nueva campaña benéfica.


Pau me giró y me miró a los ojos.


—Seguro que sí. Has trabajado muy duro todo el fin de semana en la presentación. No puede ser para nada, ¿no?


Sonrió, y la confianza que vi en sus ojos me tranquilizó sobremanera. Cuando me miraba así, me daba una confianza renovada en mí mismo que nadie podía destruir. Éramos ella y yo contra el mundo, y de verdad creía que teníamos una oportunidad de vencer esta batalla.


La campanita del ascensor sonó y las puertas se abrieron para revelar el bullicio y el ajetreo de la oficina frente a nosotros. Los empleados siempre estaban en alerta máxima en los días que había reunión de la junta directiva e intentaban parecer estar más ocupados de lo normal. Todo el mundo estaba ataviado con sus atuendos más profesionales y las expresiones de sus rostros eran todas de concentración. Unos pocos levantaron la mirada y nos saludaron a mí y a Pau con una ligera sonrisa y luego volvieron al trabajo.


Respiré hondo para poner mis nervios a raya.


Pau apoyó su mano izquierda en el hueco de mi brazo y yo la miré. Me sentí como un cabrón porque su dedo anular siguiese estando desnudo aunque ya estuviésemos comprometidos. Tendría que encargarme de ello enseguida. 


Todavía llevaba la pulserita con el nombre de Alfonso grabado en ella que le había dado, pero no era suficiente. Marcarla como propiedad antes cuando lo era de verdad, al menos de un modo contractual, era una cosa; simbolizar que me pertenecía por su propia voluntad era otra completamente distinta.


Salimos del ascensor y la acompañé hasta mi oficina, donde se quedaría esperando. Las reuniones de la junta directiva siempre estaban cerradas al público, así que no iba a poder estar dentro. Además, ni de coña iba a dejar que se acercara a Stone. A ella le parecía bien quedarse esperando fuera porque Dolores estaría allí para hacerle compañía. Como asistente mío que era, Mario sí asistiría a la reunión, y tendría el teléfono conectado al de Dolores por medio de una llamada para que tanto ella como Paula pudieran escuchar en secreto toda la reunión desde mi oficina.


—¿Todo bien? —le pregunté a Mario cuando entramos.


Senté a Pau en la silla de detrás de mi escritorio y Dolores se agenció la que estaba en el lado opuesto. Como si estuvieran planeando una misión encubierta, Mario llamó al teléfono de Dolores y se aseguró de que todo funcionara a la perfección.


—Síp. ¿Estás listo, tío? —me preguntó Mario.


Asentí y bajé la mirada hacia Pau.


—Allá vamos. ¿Me das un beso de la suerte?


Ella se levantó, se puso de puntillas y me tiró de las solapas de la chaqueta hacia ella. Sus labios encontraron los míos y Pau me echó los brazos al cuello. Ese beso iba cargado de palabras que no necesitaban pronunciarse. Cuando se echó hacia atrás, pegó su frente contra la mía y me miró a los ojos con mucha seguridad.


—Tú no necesitas suerte —me dijo—, pero no voy a desperdiciar ninguna oportunidad que tenga de saborear tus labios.


Como si no tuviera ya libre acceso a ellos cada vez que quisiera.


—Estamos hechos el uno para el otro —continuó —. Así que no tengo duda alguna de que todo va salir como tenga que salir. Además, eres Pedro Alfonso, y ese nombre destila éxito por todas las letras.


—Dios, te quiero —le dije, y lo dije de corazón.


Ella sonrió, triunfante.


—Lo sé, y yo te quiero a ti.


Por el rabillo del ojo vi a Mario inclinarse y besar a Dolores en la cabeza.


—Vámonos. No querrás que Stone sospeche de nada.—
¡Dale duro! —dijo Dolores con una sonrisa alentadora.


Nuestra propia animadora personal.


Besé a Pau en la punta de la nariz y la solté para coger mi maletín. Con un guiño, salí de la oficina con Mario pisándome los talones.


Parte de nuestro plan maestro era hacer que Mario llamara a Mandy Peters, la secretaria de Dario, para informarla de que la reunión se había adelantado una hora antes de lo previsto. Lo había hecho esta mañana. Dario tendría que ir a toda pastilla para estar listo, pero lo haría, por supuesto, porque esta era su gran oportunidad para hundirme.


Lo que él no sabía era que la reunión adelantada no incluiría en realidad a ninguno de los miembros de la junta directiva del Loto Escarlata.


Mario y Dolores se habían encargado de preparar la sala de reuniones en vez de dejar que la empleada administrativa lo hiciera, aunque ese fuera básicamente su trabajo. Era esencial para el plan que no hubiera ninguna interrupción. Además, no queríamos correr el riesgo de que alguien escuchara todos nuestros asuntos personales.


Cuando llegamos a la sala de reuniones, vi a mi plan B sentada en la salita de espera que había fuera de la puerta y la saludé asintiendo.


—Ya está dentro —me dijo.


—¿Y nuestro invitado?


—Esperando en una oficina vacía al final del pasillo.


—Bien. Mantén las orejas abiertas en caso de que te necesite.


—Lo haré —dijo. Cuando fui a entrar, ella me paró—. Eh, maneja bien la situación, o lo haré yo.¿Estamos?


El plan A era confrontar a Dario con todo lo que sabíamos y con la prueba que podría destruirlo. Si eso no funcionaba, pasaríamos al plan B. También había un plan C, pero era un último recurso, un movimiento desesperado que no quería realizar a menos que fuera absolutamente necesario. 


Esperaba que no tuviera que llegar a esos extremos.


Un simple asentimiento de cabeza fue todo el intercambio que necesitábamos. Giré el pomo de la puerta y entré dentro.


Tuve que contener la risa cuando vi la cara amoratada y destrozada de Dario, y me pregunté qué clase de historia se inventaría para explicárselo a los demás. Ya estaba situado hacia la parte frontal de la mesa, al lado de donde su padre, Harrison, solía presidir la reunión, cosa que algunas veces todavía hacía.


Harrison había cedido todo su control sobre el Loto Escarlata a Dario, y aunque a veces hacía acto de aparición en reuniones de la junta directiva, era muy de higos a brevas y solo cuando había algo grande entre manos. Tenía la ligera sospecha de que Dario había insistido en que hoy estuviera presente porque de verdad pensaba que me tenía cogido por los huevos y que por fin iba a hacerle ver a su padre que era mejor que yo.


Casi me sentí mal por él.


Casi.


Me senté en el otro extremo de la mesa con Mario a mi lado. Dario, el gilipollas engreído, me lanzó una sonrisita que decía «Sé algo de ti», que parecía ser sumamente dolorosa a juzgar por el corte que tenía en el labio, cortesía de moi, pero por lo demás dejó esa bocaza cerrada. Probablemente era lo más inteligente que pudo haber hecho. Yo, en cambio, encontré extremadamente difícil no poder lanzarme por encima de la mesa para matar al cabrón con mis propias manos. En mi mente seguía viéndolo cernido sobre mi chica, intentando poseer algo que no le pertenecía, algo que ella no tenía intención de regalarle libremente. Pero me contuve. Ya era hora de acabar con esta mierda de una vez por todas.


Su asistente estaba allí, por supuesto, pero no debería estarlo. Al menos para el propósito de esta reunión.


—Sal, Mandy.


Ella y Dario se miraron el uno al otro y luego a mí antes de que él soltara una carcajada.


—¿Te has dado un golpe en la cabeza o algo esta mañana, Alfonso? Mandy es mi asistente. No recibe órdenes de ti.


Lo miré con frialdad.


—Tú y yo tenemos que hablar un ratito. ¿Te gusta hablar, recuerdas? Solo que no creo que vayas a querer tener testigos sobre ello.


Él se rió.


—¿Has estado fumando crack?


—Nop —dije, relajándome y acomodándome en la silla—. Y tampoco me he esnifado nada.


Él se encogió, aunque apenas fue perceptible.


—Vale, Mandy puede quedarse. ¿Qué tal está Izzy? —pregunté con una sonrisa de suficiencia.


Y ahí estaba. Abrió levemente los ojos como platos, enderezó la postura y luego desvió la mirada.


—La reunión no se ha adelantado, ¿verdad?


—Nop.


Dario se aclaró la garganta y se giró hacia Mandy.


—Danos un momento.


Confundida no era siquiera la palabra para definir la expresión que tenía Mandy en la cara. Yo diría que desconocedora le iba como anillo al dedo, ya que así estaba la mayor parte del tiempo, pero se levantó e hizo lo que le dijo como la buena asistente que era.


—¿Y qué hay de tu chico? —preguntó Dario, claramente refiriéndose a la presencia de Mario.


—Mario ya lo sabe todo. Él se queda.


—¿Qué tal si me dices de qué va todo esto?


—Con gusto. Pero primero, ¿llevas mi contrato contigo?


Él sonrió y se echó hacia atrás en la silla.


—¿De eso va todo esto?


—¿No era exactamente esto lo que tú habías planeado para la reunión con la junta directiva?


—Si has montado todo esto para intentar que me eche atrás, entonces has malgastado tu tiempo y el mío —dijo—. Pero si estás aquí para ondear una bandera blanca y cederme tu mitad del Loto Escarlata a cambio de tu aniquilación total, puede que me convenzas para que acepte.


—Oh, no creo que vaya a darse el caso. De hecho, creo que serás tú el que me des tu parte antes de que acabemos.


—¿Qué sabes de Izzy? Mejor aún, ¿cómo sabes de su existencia? ¿Has estado hablando con Sebastian?


Que Sebastian Christopher lo hubiera delatado como una rata no se lo creía ni él. Por otro lado, cuando un barco se hunde, las ratas son precisamente las que se suben a cualquier cosa que flotase para salvar la vida.


No obstante, Christopher no era el plan A.


—Muéstrame tus cartas y yo te mostraré las mías —lo reté.


Dario siseó y me mantuvo la mirada. Sus dedos tamborileaban sobre la mesa, frente a él, hasta que por fin colocó su maletín sobre la mesa, lo abrió y sacó una simple hoja de papel. Tras cerrarlo, me tendió el contrato para que lo viera.


—Aquí tienes, Alfonso. La prueba de que mi polla es más grande que la tuya —dijo con una sonrisa petulante.


Yo ya vi su polla cuando se estuvo follando el culo de mi exnovia, y ni de cerca.


—¿Y qué es lo que crees que tienes contra mí? — preguntó.


—Sé que estás metiéndote cocaína.


Dario se rió entre dientes, el alivio que destilaba el sonido revelaba lo nervioso que había estado por lo que tenía que decir.


—Demuéstralo.


—El análisis de sangre que te haga la junta directiva se ocupará de eso.


Él se encogió de hombros.


—Pero no me costará nada más que una regañina y una promesa de pedir ayuda para mi adicción. Todavía sigo en pie, pero ha sido un buen intento.


—Intentaste violar a Pau.


De nuevo se encogió de hombros.


—Es su palabra contra la mía, y tengo la prueba de que es una puta. Lo que significa que todo lo que tengo que hacer es decirle a la policía y a la junta directiva que ella me dijo que se marcaría ese farol si no le daba dinero. Un caso simple de soborno. Yo soy la víctima. ¿Qué más tienes?


Tenía el plan B.


—Mario —dije sin desviar mi atención de Dario.


Mario abrió su portátil, cogió el mando del proyector y pulsó un botón. La pantalla blanca en la pared opuesta se encendió con las imágenes del vídeo que Pau y las chicas habían grabado desde el cuarto junto a la oficina de Sebastian en el Foreplay.


Dario rompió nuestra lucha de miradas cuando oyó su propia voz justificar su feo careto con un accidente de kick-boxing. 


Me reí porque aquel puto comentario era para partirse.


Miré a Mario y ladeé la cabeza hacia la puerta. Él asintió y sacó la cabeza fuera para mirar a la salita de espera. Un par de momentos después, abrió la puerta por completo y entró Dez tranquilamente acompañada de Sebastian Christopher.


Sebastian se paró en seco justo al entrar por la puerta.


Tenía la atención fija en la pantalla blanca gigante que estaba reproduciendo una película de acción con todos los ingredientes necesarios para ser un gran éxito de ventas: trapicheos totalmente ilegales mezclados con escenas porno muy amateur.


Mario cerró la puerta detrás de Dez porque ya habíamos cruzado de sobra la línea del comportamiento inapropiado en el puesto de trabajo. El Loto Escarlata no necesitaba cargos por agresión sexual por encima de todas las escandalosas
actividades que ya teníamos entre manos.


Dario se levantó corriendo de la silla cuando vio a Sebastian.


—¿Qué cojones estás haciendo aquí?


Creo que podía decir sin temor a equivocarme que estaba sorprendido. Y quizás hasta un poco cabreado.


Si su mandíbula tensa y los puños a sus costados eran símbolo de algo, diría que Sebastian estaba igual de pasmado y de enfadado que él. La tensión entre los dos era tal que los asfixió como si una docena de personas se hubieran espachurrado dentro de una cabina telefónica.
Sebastian miró a Dario y luego señaló con un dedo al aire la actuación digna y merecedora de un Oscar.


—¿Qué mierda es esta, Stone?


El plan B prometía.


—¡Dímelo tú! ¡Pensé que dijiste que tu oficina era segura!


Sebastian miró a Dez de un modo amenazador, pero yo no dejaría que la metieran en su discusión, así que me puse de pie y la coloqué a mis espaldas. Claro que a Dez no le iba eso de actuar como una damisela en apuros. Juraría que la muchacha era un tío debajo de esas faldas si no fuera por el hecho de que claramente no lo era.


Salió del escondite y levantó la barbilla con desafío.


—Yo grabé ese vídeo. E hice un buen trabajo, aunque esté mal que yo lo diga. Oh, y dimito. Por cierto, no me asustáis, así que si venís a por mí, es mejor que sepáis que os daré una buena tunda.


Sebastian la desdeñó con la mano como si se tratara de una mosca cojonera. Yo estaba seguro de que sí que la consideraba como otro inconveniente, uno del que no tenía tiempo para preocuparse, cosa que era bueno. Con suerte, la dejaría completamente en paz.


No obstante, aquello no sería cierto para Stone.


Yo diría que Sebastian era consciente de que la arrogancia de Dario era lo que lo había metido de lleno en este aprieto. Sebastian tenía que remediarlo aquí y ahora o prepararse para ir a una guerra con los traficantes de drogas y la gente influyente con los que trataba. Era de cajón que los suministradores de su cocaína eran asesinos sin piedad en lo que a proteger su comercio se refería, pero tampoco podía olvidarse de los peces gordos a los que les vendía no solo cocaína sino coños también. Sus manos puede que hubieran sido suaves como el culito de un bebé y estuvieran limpias como los chorros del oro, pero su dinero permitía que esas manos llegaran lejos y contrataran a otras para que hicieran el trabajo sucio por el precio más adecuado.


—¿Tienes idea de lo que nos ocurrirá si esto saliera a la luz? Y una puta mierda. No voy a hundirme contigo. Será mejor que arregles esta mierda de situación. ¡Ya! —Sebastian se giró hacia mí y se puso las manos en las caderas—. ¿Qué es lo que tiene que tú quieres?


—La mitad de la compañía de mis padres… y el contrato de Paula Chaves.


Nunca antes había visto la cara de una persona volverse de un color tan rojo como ahora.


Sebastian giró la cabeza tan lentamente hacia Dario que me recordó un poco a Linda Blair haciendo de la niña del exorcista.


—¿Robaste el contrato? —gritó


Naturalmente, no podía dejar que se pusieran a gritar así.


—Necesito que mantengas la voz a un tono normal, Christopher. Hay más empleados aquí, y las paredes no son tan gruesas. Y hablando de paredes, me han dicho que las tuyas son muy finas también. Puede que quieras arreglar eso —dije con un guiño del que nadie se percató porque él seguía atravesando a Dario con la mirada con una intención homicida.


—Bah, deja de ser tan dramático —le dijo Dario, tan petulante como siempre—. El contrato está a salvo, y nadie va a verlo siempre y cuando Alfonso me ceda su mitad de la compañía. Relájate.


Me reí.


—Quizá te hayas perdido el memorándum, Dario. —Levanté la mano hacia la pantalla—. Está claro que estoy en una mejor posición que la chica en cuyo estómago te esnifaste la coca mientras metías tus torpes dedos dentro del coño de su hermana como si fuera el pavo de Acción de Gracias de un
fumadero al final de la calle.


Dario sonrió con suficiencia.


—Te estás marcando un farol. Puede que ya no seamos mejores amigos, pero una vez sí que lo fuimos. Te conozco. Eres demasiado dulce con esa muchachita para dejar que salga nada a la luz de ella. Dame la compañía y destruye todas las copias de ese puto vídeo, u os expongo al mundo a ti y a ella.


Tenía razón. Haría cualquier cosa para mantener en silencio nuestro secreto, aunque eso significara ver cómo el Loto Escarlata se hundía hasta los cimientos por culpa de tipos como Dario Stone. Pero todavía me quedaba un as en la manga.


A por el plan C, pues.


—Mario —dije por segunda vez.


De nuevo Mario se puso a trabajar con su ordenador y el vídeo de dentro de la oficina de Sebastian paró y lo reemplazó otro con una escena completamente distinta. Este no solo me ponía los pelos de punta, hacía que algo nada humano cobrara forma en mi interior. No podía mirar, pero los sonidos de la conversación que había tenido lugar justo antes del ataque eran inevitables de escuchar. Al
principio Pau estaba enfadada y Dario, petulante.


Cuando ella se rió de su proposición, él fue el que se cabreó. Y luego intentó forzarla.


Mi cuerpo se sacudió, apreté los puños, se me instaló un tic en la mandíbula y las piernas me rebotaron. Quería matarlo. Lo tenía a la vista, el enorme ojo morado parecía estar tatuado sobre su ya amoratada cara. La peor parte de ese momento fue verlo allí, inexpresivo, mientras lo digería todo. No había ni un ápice de arrepentimiento en su cuerpo.


Cuando Pau gritó, ya no pude soportarlo.


—Apágalo —le dije a Mario, y lo hizo lo más rápido que pudo, pero no antes de que pasara a la escena donde yo entraba de golpe y agarraba a Dario para apartarlo de mi chica.


—Un accidente en kick-boxing, ¿eh? —preguntó Sebastian—. Tío, estás enfermo. No me puedo creer que hicieras eso.


—¡Oh, no actúes conmigo de ese modo tan santurrón, capullo!


—¿Qué cojones has hecho ahora?


Una nueva voz se incorporó a la conversación, y
todos nos giramos de golpe hacia el sonido. Harrison Stone se encontraba en el umbral de la puerta con esa mirada autoritaria que decía que todos estábamos metidos en problemas.


Frente a su icónico padre, Dario abrió la boca como un pez fuera del agua.


—Pá, no es lo que parece.


Harrison movió su bastón en la dirección de su hijo.—Ahórratelo. Ya lo he visto todo. Drogas, putas, intento de violación… Dios, hijo. ¿Qué más?


—Yo… eh…


Dario se paró durante unos pocos segundos y luego por fin cerró la boca. No había forma alguna de que se fuera de rositas.


Ojalá pudiera decir que la llegada anticipada de Harrison había formado parte de mi plan, pero no podía. Como decía Robert Burns, los mejores planes de los ratones y de los hombres en ocasiones se tuercen. A veces solo hay que dejar que el universo haga justicia.


Justo entonces Harrison se giró hacia mí con una amplia sonrisa en el rostro, y me agarró la mano con firmeza.


—¡Pedro, hijo! ¿Cómo estás?


No pude evitar sentir el afecto que sentía por este hombre. 


Era el socio de mi padre, su mejor amigo, y de la familia. 


Cómo había engendrado a alguien tan malo como Dario era incomprensible para mí.


—Estoy bien, Harry —respondí, y porque no pude resistirme, añadí—: Por fin he conocido a la mujer de mis sueños y de algún modo he conseguido convencerla para que se case conmigo.


La expresión en la cara de Dario no tenía precio.


Él no se había enterado de nuestra inminente boda.


—¡Pero bueno, menuda sorpresa! ¡Felicidades, hijo! —Harrison me dio un par de palmadas en la espalda y su fuerza podría haberme hecho caer de culo de no ser porque todavía tenía mi mano firmemente agarrada—. Será mejor que esté en esa lista de invitados —me advirtió.
Entonces dijo más serio:
—No es ningún secreto que mi hijo ha estado intentando quitarte de las manos el legado de tus padres. No he sido exactamente muy partidario de ello, pero es duro de mollera —dijo, dándose con los nudillos en su cabeza—. No quiere entrar en razón.


Dario gruñó de la frustración.


—Tú fundaste esta compañía. También es mi legado.


—Cállate, chaval. Pedro sénior y yo fundamos esta compañía juntos. Era su idea. Y puedo ver que te estás muriendo por acusar a Pedro de algo, pero creo que dejaré que me lo diga él mismo. —Se giró hacia mí—. ¿Qué sabe de ti?


Por muy avergonzado que estuviera de admitir la verdad, sabía que antes o después vería la luz. Mejor que fuera solo a Harrison, que no a toda la junta directiva. Eso sí que avergonzaría el recuerdo de mis padres.


—Compré una virgen, y luego me enamoré de ella.


La admisión fue rápida, como cuando te quitas una tirita. ¿Y sabes qué? No dolió tanto como pensé que dolería.


Harrison no pareció muy contento, pero tampoco decepcionado. Más bien indiferente, de hecho. Se encogió de hombros.


—¿Y?


—¿No es eso bastante?


—Permíteme preguntarte algo, hijo. ¿Ella merece que pases por todo esto?


Movió el bastón en derredor, refiriéndose a la mierda que tenía que aguantar de su hijo.


—Sí, señor —dije, y fue de corazón.


Aguantaría a Dario Stone cada día por ella si ese fuera el precio. Y luego todo encajó, como si acabara de poner la última pieza de un puzle. No había ningún precio. Pau era todo lo que importaba. Mi felicidad era lo único que mis padres habrían querido para mí.


Y sería algo que probablemente Dario Stone nunca tuviera. Con esa idea en mente, me giré hacia Dario.


—Puedes tener…


—Espera, espera —dijo Harrison, interrumpiéndome—. No seas tan rápido en tirar la toalla, Pedro.


—¿Qué haces, viejo? —preguntó Dario, estupefacto—. Tú no tienes nada que decir en esto.


—Anda que no. En el fondo todavía controlo mi parte de la empresa aunque te la cediera a ti. Todo lo que tengo que hacer es anunciárselo a la junta directiva y estás fuera. Eres una vergüenza para la compañía, y eres una vergüenza para mí. No voy a aguantar tus tonterías durante más tiempo. Madura de una puñetera vez.


Harrison se inclinó sobre la mesa y cogió el contrato ante Dario, que no pudo reaccionar lo bastante rápido como para detenerlo. Lo miró por encima durante un segundo antes de tendérmelo a mí.


—¿Hay más copias? —le preguntó a Dario, que no hizo más que negar con la cabeza—. Bien. —Luego se giró hacia Sebastian—. ¿Por qué narices sigue aquí?


—Parece que yo todavía sigo involucrado en el asunto.


—¿Y cómo es eso?


Sebastian asintió en dirección al portátil de Mario.


—Hay un vídeo que no puede ver la luz. Si lo hace, su hijo y yo estamos muertos.


—Si le garantizo que no, ¿jurará no tener nada que ver con mi hijo otra vez?


—Eso puedo hacerlo. No quiero problemas. Yo tengo un negocio propio del que ocuparme.


Harrison se giró hacia mí con las cejas alzadas de un modo inquisidor. Yo di mi consentimiento asintiendo con la cabeza. No iba a sacar todo lo que quería del asunto. Pero siempre y cuando Pau estuviera sana y salva, dejaría que el karma se
ocupara del resto.


—El vídeo se destruirá. Ahora salga de aquí; que apesta.


Sebastian no perdió ni un segundo en dirigirse a la salida. No lo culpaba. Harrison tenía ese aire a Clint Eastwood que te retaba a que desobedecieras sus órdenes.


—Parece que la balanza está ahora a tu favor, Pedro —dijo, girándose de nuevo hacia mí—. ¿Qué quieres hacer ahora?


—¡Compró una puta! —gritó Dario, claramente agitado por la vuelta de tuerca que habían dado los acontecimientos.


Harrison levantó su bastón para silenciarlo.


—Una palabra más y te repudio. —Me miró—. ¿Pedro?


Miré al techo y miré más allá de lo que mi vista me permitió. 


Esto era por mis padres. Todo. Gracias a las amistades que habían forjado estando vivos, ahora todavía seguían cuidándome en la muerte. No permitiría que su recuerdo se mancillara, y eso incluía su legado.


Bajé la cabeza para ver a Dario Stone con una nueva luz diferente. Casi sentí pena de él. Aunque su padre era uno de los mejores hombres que hubiera conocido, Dario nunca había buscado la oportunidad de aprender de él. De hecho, había amenazado todo lo que yo más quería, y por eso no podía compadecerlo.


—Escúchame, Dario —dije furioso y con voz queda—. No solo tengo el poder de sacar a la luz tu pequeño vídeo porno y destruirte, sino que además el vídeo demuestra la existencia de un negocio de tráfico de personas y de drogas, y no nos olvidemos del otro vídeo de intento de violación. Podrías pasarte una buena temporadita en la cárcel.


Dez se echó hacia delante y añadió:
—Y para tu información, un mexicano enorme llamado Chávez ya te tiene en el punto de mira, zorrón.


Harrison al parecer se percató de su presencia ahora por primera vez, pero a juzgar por la expresión de su rostro, estaba impresionado. Dez tenía ese efecto en la gente. No hay duda de que le iba a pedir que saliera.


La expresión en la cara de Dario me recordó a una rata acorralada que no tenía por dónde huir, ni ningún agujero en el que esconderse.


—¿Qué quieres? —escupió entre dientes.


Estaba claro que no le gustaba el hecho de no tener más opción que admitir su derrota.


Le dediqué esa misma sonrisa petulante que había estado portando cada día desde que lo encontré en mi cuarto de baño con Julieta. Y luego metafóricamente alargué la mano y le quité ese pequeño trocito de queso al que había estado
aferrándose con sus diminutas garras.


—No mucho, solo tu mitad de la compañía. Parece un pequeño precio a pagar por tu libertad.¿No crees?


—¿Cómo sé que no harás públicos los vídeos igualmente?


—No lo sabes —respondí sincero—. Pero por mucho que me duela hacerlo, te doy mi palabra. Siempre y cuando mantengas tu parte del trato, yo mantendré la mía. Puedes darle las gracias a Paula por eso. Ella es muchísimo más indulgente de lo que yo nunca podré ser.


—Ni yo —interrumpió Dez.


—¿Qué dices, Stone? —pregunté.


—Vale. Es tuya. Es toda tuya —me concedió.


—Reunión suspendida —murmuré triunfante, y luego guié a Dez y a Mario fuera de la sala de reuniones para poder ir a reclamar mi premio.


La otra mitad de la compañía solo era un beneficio añadido. Paula era el verdadero premio, uno que tenía toda la intención de saborear y ninguna de malgastar.












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