jueves, 9 de julio de 2015
CAPITULO 66
Pedro se negó a dejarme ir sola al Foreplay para encontrarme con Dez; yo me negué a dejar que él se acercara mínimamente al club y pusiera en peligro el plan.
También rechacé su sugerencia de que Mario o Samuel me acompañaran. No obstante, sí que conseguí que consintiera en cambio que me llevara a Dolores.
Estaba segura de que fue por su forma de conducir tan alocada. Y cuando digo alocada, me refiero a que la muchacha era un completo kamikaze detrás del volante y tendríamos suerte si llegábamos allí de una sola pieza. Pero, según él, Dolores era una fuerza con la que contar cuando la situación apretaba. Quizás era porque iba de un lado a otro lanzando puños al aire a la altura normal de todos los órganos internos de un hombre de la estatura de Dario Stone. Era fascinante su precisión. Hasta escupía los nombres de cada uno de los órganos cuando su puño encontraba el lugar donde estarían.
Me asustó solo un poquito.
Y ahí estábamos, aparcados en la calle perpendicular al Foreplay en la oscuridad, esperando a que Dez nos llamara y nos diera el visto bueno. El edificio parecía desierto y desolado por lo que yo pude ver. La zona de aparcamiento estaba casi vacía y la señal de neón hacía tiempo que se había apagado.
Dolores iba toda vestida de negro, incluyendo un par de botas negras de combate. Lo que hacía ella con unas botas de combate en el armario fue un completo misterio para mí. Se me pasó por la cabeza la idea de que esta podría no haber sido la primera misión secreta en la que hubiera participado, aunque no me sorprendería, la verdad.
—¿Tienes el teléfono encendido? —me preguntó por millonésima vez.
—Sí, Dolores, está encendido.
Tenía un tic en la pierna, como si se hubiera bebido demasiadas tazas de café. También me di cuenta de que había desarrollado una mirada de lo más furtiva. Te lo juro, habrías pensado que estábamos inspeccionando el trullo para luego robarlo, sabiendo perfectamente bien que un escuadrón de agentes del SWAT nos esperaba entre los arbustos.
—Compruébalo otra vez —dijo, porque al parecer pensaba que era una idiota que no sabía cómo hacer que un estúpido móvil funcionase.
Puse los ojos en blanco a la vez que soltaba un suspiro de irritación y bajaba la mirada hacia el teléfono. Incluso se lo enseñé a ella para que lo inspeccionara. Justo entonces vibró y logró que pegara un pequeño bote.
Era un mensaje de Dez: Negativo en el Predictor.
Sí, ese sería el visto bueno que estábamos esperando.
—Vamos —le dije a Dolores.
Salimos del coche, ambas teniendo cuidado de cerrar las puertas con el menor ruido posible.
Cruzamos la calle y atravesamos el aparcamiento
encorvadas hacia adelante, muy furtivas las dos. La canción de Misión: Imposible no dejó de repetírseme en la cabeza, pero sabía que Tom Cruise no estaría aquí para echarnos un cable. Cuando llegamos a la puerta principal del club, pegamos la espalda a la pared y llamé ligeramente a la puerta con los nudillos. Primero dos golpes, una pausa, y luego tres más.— ¿Esa es la contraseña en la que quedasteis? — preguntó Dolores en un susurro.
—No. No tenemos ninguna —dije a la vez que me encogía de hombros—. Solo pensé que… Oh, cállate. Estoy nerviosa, ¿vale?
Dolores soltó una risita y luego se tapó corriendo la boca para amortiguar cualquier otro sonido. Fue entonces cuando Dez abrió la puerta.
—¿Qué coño estáis haciendo, idiotas? —preguntó con severidad en un susurro; luego desvió su arrugado rostro hasta Dolores—. ¿Estás intentando que nos pillen? No estamos en una fiesta de pijamas, Gidget.
Dolores bajó la mano e hizo todo lo que pudo por mantener una expresión seria.
—Lo siento.
—Bonito modelito —dijo mientras la examinaba.
Su voz se había tornado de repente muy a lo chica Valley, de California, algo que Dez nunca hacía.
Estaba claro que se le estaba pegando de Dolores. Se lo
diría luego y la vería ponerse toda a la defensiva porque tenía su gracia.
Dolores sonrió de oreja a oreja ante el cumplido.
—¡Gracias! Tú también —le dijo, repasándola de arriba abajo.
Dez iba vestida básicamente del mismo estilo que Dolores. De hecho, era el mismo modelito que había llevado cuando se presentó en casa de Pedro para «secuestrarme». Estaba segurísima de que aquello no era lo que se había llevado para trabajar.
—¿Te has cambiado? —le pregunté, porque tampoco era muy típico de Dez.
Ella me miró con cara de «¿No es obvio?» y dio un pequeño pisotón en el suelo.
—No podía ponerme lo mismo para el trabajo y para esto, ¿verdad que no?
Puse los ojos en blanco y me giré hacia Dolores.
—Jolín, te prohíbo que vuelvas a hablar con mis amigas. Eres como una puñetera enfermedad.
Dez pareció sorprenderse.
—¿De qué hablas?
—Que se te han pegado las pijotadas de Dolores. No te preocupes, te arreglaremos con una visita rápida a la cárcel en el día del vis a vis.
Dolores volvió a soltar otra risita, y luego Dez se echó a un lado para dejarnos entrar.
—¿Se ha ido? —pregunté cuando cerró la puerta a nuestras espaldas.
—Eso creo, pero él siempre se va por la puerta de atrás, así que no lo sé.
—¿Qué quieres decir con que no lo sabes? ¿No lo has mirado? —El tono incrédulo en mi voz era evidente aunque todavía siguiera susurrando. Cogí mi teléfono para enseñarle el mensaje que me había enviado—. ¡Has dicho que no estás preñada!
—Bueno, puede que sí. Esos test no siempre aciertan.
Iba a matarla. Estaba segura de que la mirada asesina que le lancé lo dejaba perfectamente claro, pero mi mirada de la muerte, que había practicado durante años para que me saliera niquelada, nunca había tenido efecto alguno en mi mejor amiga.
Dez se encogió de hombros como si no pasara nada.—
A tomar por culo. Si está aquí, supongo que siempre podemos dejarlo inconsciente.
Tiré de ella hacia mí para que pudiera oírme.
—Esto… ¿Dez? Puede que con estos modelitos parezcamos superagentes ninja y demás, pero… eh… no lo somos.
—¿Y ahora qué se supone que tenemos que hacer?
Dolores hundió los hombros, derrotada. Sabía que la estaba matando. La organización definía su vida, así que improvisar no era más que sinónimo de desastre para ella.
Eché los hombros hacia atrás y me enderecé todo lo que pude.
—Vamos a ver si está aquí, y entonces nos haremos con ese estúpido contrato —dije con convicción, tomando las riendas de la situación—. Encended vuestro interruptor ninja.
El club estaba oscuro; no obstante, las señales de las salidas de emergencia nos proporcionaban una minúscula cantidad de luz. Claro que Dez se conocía la disposición como la palma de su mano, y yo me sabía el camino hasta el sótano por mi visita de la última vez, así que no tendríamos problemas.
Mientras bajábamos las escaleras, casi conté con que el portero del club nos estuviera esperando al final de los escalones con ese maldito portafolios que hacía que se creyera un dios o algo. Pero no estaba allí. De hecho, todo estaba completamente oscuro, tan oscuro que tuvimos que guiarnos con las manos por las paredes para poder continuar. Antes de que llegáramos al final del pasillo, pude ver una luz filtrándose por debajo de una puerta y oír música
proveniente de allí dentro.
Sebastian todavía seguía en su oficina. Y entonces escuchamos unas voces en la parte trasera del edificio acercándose a nosotras.
Dolores me agarró de la camiseta por la espalda y yo hice lo mismo con la de Dez, aunque tirando ligeramente de ella hacia mí.
—¡Alguien viene! ¿Y ahora qué? —susurré, frenética.
Dez me soltó la mano de su camiseta y se giró hacia mí.
—No te hagas la picha un lío, Pau, y cállate antes de que te oigan. Lo tengo controlado. Vamos.
Dolores y yo la seguimos por el pasillo y nos las apañamos para entrar en un cuartito contiguo a la oficina de Sebastian sin armar mucho jaleo. Justo cuando desaparecimos dentro, las otras voces se pararon fuera de la puerta.
—Disfruta, tío —dijo una voz masculina.
—Ese es Terrence —susurró Dez.
—¿Con quién está hablando?
Estiré la oreja todo lo que pude, pero solo oí abrir y cerrar la puerta de la oficina de Sebastian.
—Entonces, ¿qué? ¿Vamos a tener que esperar aquí hasta que se vayan? —preguntó Dolores.
Estábamos pegadas las unas contra las otras en un espacio diminuto cual sardinas en lata, pero no nos quedaban muchas otras opciones.
—Sí, básicamente —dije.
—No necesariamente.
Dez maniobró para poder girarse hacia la pared en el lado opuesto a la oficina de Sebastian.
—¿Qué haces? —pregunté cuando empezó a toquetear algo con el dedo que parecía como una etiqueta pegada en el yeso.
Tiró de ella y luego un chorro de luz atravesó el agujero.
—Puede que tenga un pequeño escondite secreto en el caso de que algún buenorro quiera darse un buen meneo dentro del cuartillo. —Se encogió de hombros—. Así podía estar segura de que el jefe no me estuviera buscando.
—Eres una malvada genio, ¿lo sabías? —le pregunté, impresionada por su ingenio—. Toda una puta por hacer guarradas en el cuartillo de suministros, pero un genio igualmente.
—Me tomaré eso como un cumplido —dijo con una sonrisa descarada—. Lo mejor de todo es que las paredes son como de papel, así que el reto de permanecer callada mientras los fuegos artificiales me explotan dentro del chichi es particularmente erótico.
Negué con la cabeza y me acerqué al agujero.
Cuando vi quién estaba en la otra habitación con Sebastian, ahogué un grito y me enderecé de golpe, y en el proceso, le di un cabezazo a Dolores en la nariz.
—¡Hostia puta!
Dez me cubrió la boca con una mano porque mi susurro estaba peligrosamente cerca de convertirse en algo más que eso.
—¡Jolín! —Dolores se tocó la nariz con cuidado—. ¿Te importaría decirme por qué intentas romperme la nariz?
Me quité la mano de Dez de la boca.
—¡Es Dario!
Dolores dejó caer la mano. Ya se había olvidado de la nariz.
—¡Ese cabrón está aquí para robar el contrato!
Escuché voces, así que volví a asomarme por el agujero porque quería asegurarme de que no me lo había imaginado. Pero no, ahí estaba Dario, sentado en el sofá de piel junto al escritorio de Sebastian. Tenía la cara hinchada y amoratada por su reciente paliza, cortesía de un tal Pedro Alfonso.
La mesa de Sebastian, por cierto, estaba llena de fajos de lo que parecía ser cocaína.
—¡Ay, madre! Dez, dame tú teléfono —le dije, y eché a ciegas el brazo hacia atrás.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Solo dale a la cámara de vídeo y dámelo.
¡Corre!
Dez me puso el móvil en la mano y yo coloqué la lente justo en el agujero. Luego me aseguré de tener una buena vista de la pantalla. Dez no mentía; aquellas paredes eran de papel. Podía oír cada palabra de lo que decían.
—¿Qué cojones te ha pasado?
La voz de Sebastian tenía un deje de humor. Yo también quise reírme.
Dario se llevó los dedos al corte de su ojo hinchado.
—Un accidente en kick-boxing. No le di al saco.
—¿Y qué? ¿Te golpeaste tú mismo en la cara? ¿Mucho?
—Cállate. ¿Tan pronto has recibido otro cargamento de coca? Es arriesgado —dijo Dario, cambiando del tema.
No sonaba nada contento.
—No es un nuevo cargamento. Ha subido la demanda en casa. Tanto por parte de las mocosas de arriba como de los caballeros de aquí abajo que buscan follarse a una puta y algo más.
—¿Te has expandido también a los universitarios? Eso no lo hemos discutido. La última vez que lo miré, todavía éramos socios.
—Y lo somos. Por eso te he llamado. —Sebastian se puso de pie y caminó alrededor de la mesa. Luego se apoyó en la parte de delante y cruzó las piernas a la altura de los tobillos—. Hablemos de ello.
—No hay nada de qué hablar. Es muy arriesgado. Un gamberro de esos se va de la lengua y nos hundimos como el Titanic. No es inteligente.Suspéndelo.
El lado derecho de la boca de Sebastian se alzó y se
encogió de hombros.
—Supongo que tienes razón, pero es lógico para el negocio ofrecer coca junto a las chicas como un pack. Esos ricachones no sueltan prenda y lo sabes. Tienen demasiado que perder. Un dos por uno ayudará a subir los precios de salida en las subastas.
—Eso sí que me parece bien —dijo Dario con una sonrisa de político—. Y hablando de lógica empresarial, mi amigo el senador vendrá a la próxima subasta. No puedo hacer bastante hincapié en lo importante que es que lo hagamos feliz con la mercancía, tanto con los polvos como con las chicas.¿Cómo va la búsqueda de las gemelas? ¿Ha habido suerte?
—Sip, y esa es la razón número dos por la que te he llamado. Créeme, estoy a punto de alegrarte el día, la semana… joder, el año entero.
Sebastian alargó la mano hacia el teléfono, pulsó un botón y dejó el manos libres encendido.
Terrence contestó al otro lado de la línea.
—¿Sí, jefe?
—Acompaña a las chicas hasta mi oficina, Te —le dijo Sebastian, y luego desconectó la llamada pulsando otro botón.
Tras unos momentos, la puerta de la oficina se abrió de nuevo y dos pelirrojas de piernas largas — gemelas— entraron a paso tranquilo en la estancia.
Ambas tenían rasgos físicos idénticos, por lo que yo pude ver, y llevaban unos vestidos plateados idénticos muy cortos. Joder, hasta su forma de andar era idéntica.
—Párate quieto, corazón mío —dijo Dario, recolocándose los pantalones. Les dedicó esa sonrisa amplia que parecía creer sexy, pero que era espeluznante incluso sin la máscara de Hombre Elefante que llevaba en la cara—. Holaaa, chicas.
Sebastian se acercó a las chicas y se colocó entre las dos.
—Te presento a Izzy y a Belle. Son perfectas, ¿verdad?
—Joder que sí. El senador va a estar muy satisfecho con este pack. Tengo que admitir que no me importaría probar la mercancía por mí mismo.
—Eso pensé, y en realidad, no hay razón alguna para que no lo hagamos. Al fin y al cabo, sí que dije que iba a alegrarte el día.
La mirada lasciva de Dario recorrió la muchacha de la derecha. De abajo arriba y luego hacia abajo otra vez, como si estuviera haciendo todo lo que podía por desnudarla con los ojos. No se molestó siquiera en apartar la mirada de sus muslos cuando dijo:— ¿Por qué no te acercas y me rodeas la cara con ese par de vías lácteas, cariño?
Oh, qué asco. Por suerte para él, esa horrenda frase para ligar no le servía de nada porque iba a echar un polvo igualmente. Con unos pocos dólares en sus bolsillos, esas chicas harían lo que quisieran, pero estaba segura de que les iban a pagar más que unos pocos dólares.
—Izzy, quiero que seas muy buena con este caballero. Muy, muy buena —dijo Sebastian, cogiéndola de la mano y guiándola hacia Dario.
Izzy se paró frente a él y Belle se acercó a la espalda de su hermana para desabrocharle el vestido y dejar que cayera en cascada al suelo, a sus pies. Izzy estaba completamente desnuda debajo. A juzgar por la expresión en la cara de Dario, diría que estaba a punto de correrse en los pantalones.
—¡Joder, chica! —Dario agarró a Izzy de las caderas y enterró su cara en el ápice de sus muslos.
Ella se rió tontamente y le pasó la mano por el pelo a la vez que cerraba los ojos y dejaba caer su cabeza hacia atrás. No la culpaba por la parte en la que cerraba los ojos. Tener que sentirlo ya sería lo suficientemente malo, y es que ni yo quería tener que ver cómo se la zampaba entera.
Sebastian se rió y se acercó a su mesa para coger un par de bolsitas de cocaína y volvió para darle una a Dario.
—Toma, Romeo. Divirtámonos.
Debería haberme dado la vuelta. Lo que estaba a punto de suceder en esa habitación era de lo más asqueroso que uno podía echarse a la cara, pero no pude apartar la mirada. Era una persona muy enferma. Era como si estuviera en el circo.
Sabía que me iba a poner los nervios de punta, pero tenía que verlo.
Belle ya estaba desnuda, y ambas chicas estaban despatarradas sobre el sofá con Dario y Sebastian moviendo sus viscosas manos y boca por todo su cuerpo. Las muchachas no parecían estar quejándose, pero… ¡qué asco! Observé a Dario abrir la bolsita y echar el contenido sobre el abdomen de Izzy. Luego cogió una pajita y se esnifó la raya de coca. Izzy gimió al mismo tiempo, y fue entonces cuando vi que Dario había metido tres dedos en su interior mientras Sebastian miraba.
—¿Acabo de escuchar lo que creo que acabo de escuchar? —La nariz de Dolores se estrujó contra mí—. ¡Ugh! ¿Qué narices están haciendo ahí?
—Están esnifando coca —susurré, casi más para mí misma que para Dez y Dolores. Estaba completamente en shock a esas alturas—. Y… y… dando un espectáculo.
—¿Qué? ¿Dario y Sebastian?
Dez me empujó para poder echarle una mirada a la pantalla.
—Joder, bow chicka wow wow —se rió por lo bajo—. Eh, yo conozco a esas dos tías. Son las chicas nuevas. Supongo que ya sé cómo consiguieron el ascenso a subgerente tan rápido.
—Estás de coña —dijo Dolores, pero salió más como una pregunta que como una afirmación.
Sacudí la cabeza. Dolores se apretujó por el otro lado para poder mirar también por sí misma.
Ya sabía que Dario y Sebastian eran un par de depravados cuyo comportamiento parecía tener su concepto de inmoral, como poco, pero nunca imaginé que lo vería con mis propios ojos. Por más que viviera, sabía que nunca sería capaz de borrarme esta imagen de la cabeza. Ni siquiera si me lavaba el cerebro con lejía, que ahora mismo empezaba a parecer una buenísima idea.
—¿Pedro le hizo eso en la cara? —preguntó Dez, y yo asentí con una sonrisa orgullosa—. Dios, creo que estoy enamorada de ese hombre. Aunque no se lo digas, porque entonces se morirá por mi cuerpo y eso sería de lo más embarazoso para ti y para mí.
Volvió a mirar el show a través de la pantalla de su teléfono, que me quitó de las manos, por cierto.
—Di lo que quieras, pero esto es erótico de cojones. Me lo guardo para luego —dijo, todavía grabando.
Era asqueroso elevado a la máxima potencia, pero era muy típico de Dez querer añadir el vídeo a su propia colección porno. A ella le gustaban las cosas de verdad, no todas esas pelis falsas de Pornowood. Y yo sabía esto porque me topé con su colección una vez cuando buscaba una película decente que ver una noche en su apartamento.
Nos quedamos allí de pie durante unos pocos minutos más, porque jolín, ¿qué más se supone que podíamos hacer? Yo me aparté del teléfono porque no podía mirar ni un segundo más. Y entonces pensé que escuché un ruido en la otra habitación. La curiosidad consiguió lo mejor de mí, así que pegué la oreja a la pared y escuché mientras Dolores se las apañaba para colocarse entre Dez y yo hasta estar todas teta con teta haciendo lo mismo.
Alguien estaba gimiendo y gimoteando, y entonces:
—Sí, te pirra la Madre de las Pollas, ¿eh? Chúpala más fuerte, nena. Ya casi estoy.
La voz petulante de Dario sonó asquerosamente tensa justo antes de que escuchara otro tipo de gruñido distorsionado que pudo haber sido cualquiera de las dos tipas o Sebastian. Fuera lo que fuere, me puso los pelos de punta.
Dolores parecía estar a punto de explotar.
—Oh, esto es repugnante.
—¿Qué están haciendo ahora, Dez? —susurré.
Por supuesto que ella todavía seguía mirando, la guarra.
—Qué van a hacer —dijo Dolores—. Pues correrse.
Puse los ojos en blanco.
—No me refiero a eso. Sino ahora.
—No, tiene razón —respondió Dez—. Se están corriendo. A la vez. ¿Cómo se las han apañado para sincronizarse? —Lo peor era que tenía el ceño fruncido como si fuera un problema matemático que estuviera intentando resolver. Me apostaría un riñón a que volvería a casa y buscaría más tarde la solución a esa ecuación. Tras un momento, dijo—: Vale, las Putas-R-Us acaban de entrar en el cuarto de atrás, el baño personal de Sebastian. Yo diría que van a limpiarse esa leche asquerosa. Cabrón y Cabronazo están poniéndose a punto otra vez.
Me hundí en el suelo y apoyé la cabeza contra la fina pared que nos separaba de ese estúpido contrato.
—Esto va a tardar un siglo. Pedro se pondrá histérico y pensará que algo ha salido mal si no vuelvo pronto.
—Espera un segundo, nena. No te me pongas toda dramática todavía —dijo Dez, haciéndome un gesto con la mano para que viera lo que estaba ocurriendo en la otra habitación a través de su móvil.
—Deberíamos aprovechar el tiempo que tenemos con ellas —dijo Sebastian, acariciándose la polla sin vergüenza ninguna hasta que empezó a ponérsele dura de nuevo. Por lo rápido que ocurrió, la coca debió de haber estado mezclada con alguna droga afrodisíaca—. Coños así no se encuentran todos los días, ya sabes.
—¡Joder, pues claro! —se jactó Dario. Cogió sus pantalones y se sacó el móvil del bolsillo—. Estaré ahí en un minuto. Estoy esperando una llamada del senador, así que debería mirar rápido los mensajes.
En cuanto Sebastian se unió a las gemelas en el cuarto de baño, Dario se volvió a meter el móvil en el bolsillo y se precipitó hacia el escritorio de Sebastian.
Volvió a mirar por encima del hombro, abrió uno de los cajones y sacó una carpeta de papel manila. Cogió el papel de dentro, lo puso en el fax, y marcó un número.
—No, no, no… —canturreé, sabiendo perfectamente que ese papelucho era el contrato. Mi contrato.
Dolores gruñó.
—¡Qué hijo de puta!
Dicho hijo de puta se quedó allí, moviendo los dedos sobre la mesa con impaciencia mientras esperaba a que la máquina terminara. Cuando obtuvo el recibo, lo rompió en pedacitos y luego volvió a meter el papel en la carpeta y esta en el cajón antes de entrar en el cuarto de baño prácticamente dando saltitos para unirse a la orgía que sin duda ya estaba en pleno apogeo.
Apoyé la frente en la pared con un golpe. Ahora no habría forma de evitar que usara el contrato contra Pedro.
—Anímate, Pau —dijo Dez, un poco demasiado alegre. Cuando fruncí el ceño ante su estúpida charla, ella movió su teléfono móvil frente a mi cara en el aire —. Dario Stone está confabulado con Sebastian Christopher tanto en el tráfico de drogas como en el de sexo. Todo está aquí. Creo que tenemos una buena mercancía con la que negociar, ¿no te parece?
En ese momento, Dez era la mujer más sexy que hubiera visto nunca. Si no fuera mi mejor amiga, probablemente la habría estampado contra la pared y le habría metido la lengua hasta la campanilla.
Tenía razón. Teníamos todas las pruebas que necesitábamos para hundir tanto a Dario como a Sebastian. Me preguntaba lo bien que eso le sentaría a Sebastian y a todos sus clientes tan importantes. No demasiado, supuse.
—Aun así deberías conseguir el contrato original —dijo Dez. ¿Desde cuándo se había convertido en la voz de la razón?—. Sé que ya se lo ha enviado por fax, pero que haya un solo contrato rulando por ahí es muchísimo mejor que dos.
Buen punto.
—Voy adentro —dije, dirigiéndome a la puerta.
—¡Espera un segundo! —susurró Dolores con brusquedad y agarrándome del brazo para detenerme—. ¿Y si te pillan?
—Pero si no voy ahora puede que no obtengamos la oportunidad de hacernos con el contrato —razoné —. Entraré muy rápido, y si no escucho la ducha, volveré a salir y esperaremos un poco más.
—Deja que vaya —le dijo Dez a Dolores—. Podemos mirar desde aquí, y si se mete en líos, salimos y vamos en su rescate.
—Um… vale. —Pude escuchar reticencia en la voz de Dolores—. Pero si te pasa algo, Pedro va a ponerse hecho una furia conmigo, así que ten cuidado, por favor.
—Por supuesto.
Asentí nerviosa y luego giré el pomo de la puerta muy lentamente.
Una vez en el pasillo, caminé pegada a la pared de puntillas hasta llegar a la puerta de la oficina de Sebastian.
Comprobé el picaporte —estaba sin pestillo— y seguidamente abrí la puerta despacito. Mis oídos registraron el sonido de la ducha y pude oír voces masculinas y femeninas al otro lado de la puerta del cuarto de baño, aunque no pude distinguir cuál era de quién.
Me precipité hacia el escritorio de Sebastian y abrí el último cajón, donde había visto a Dario colocar antes la carpeta. Y ahí estaba, archivada bajo la C de Chaves. La saqué y la abrí para coger el contrato.
Una sonrisa muy parecida a la del gato Cheshire se dibujó en mi rostro una vez que lo tuve en la mano, luego volví a recolocar la carpeta y corrí de puntillas por la habitación justo cuando el grifo de la ducha se apagó. Tuve cuidado de no hacer ruido cuando abrí la puerta y volví a cerrarla a mis espaldas. Dez y Dolores ya me esperaban en el pasillo.
Levanté el contrato y Dez hizo lo mismo con el teléfono. Te juro que estaba más que preparada para besarla en toda la boca. Con enormes sonrisas en las caras, Dez y yo hicimos nuestro bailecito de la victoria. Lo habíamos estado perfeccionando durante nuestras décadas de amistad, aunque en realidad solamente se trataba de mover nuestros culos de un lado a otro con total sincronización. Dolores dio botes de puntillas mientras nos ofrecía un aplauso silencioso. Y luego nos dirigimos a las escaleras para escaparnos sigilosamente.
Misión conseguida. Quizá no la misión que habíamos planeado en un principio, pero conseguida igualmente.
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