miércoles, 8 de julio de 2015

CAPITULO 62





Más tarde esa misma noche nos encontrábamos en la
sala recreativa sin prestar mucha atención a la pantalla de la súper carísima tele que reproducía El señor de los Anillos. 


Era consciente de que saberme los diálogos enteros de la película me convertía en un frikazo, pero ¿y qué cojones le importaba a la gente?


Me calmaba, aunque no me despejara la mente por completo. Aquello era tarea imposible.


Tenía puestos solo unos pantalones de pijama que guardaba en caso de tener visita en casa, y Pau se encontraba encaramada en mi regazo, recién duchada, sin nada más que otra de mis camisas blancas encima y oliendo a la esencia del sexo.


Aunque el acto en sí no podía haber estado más alejado de mis pensamientos. Bueno, para ser sincero, sí que se me había pasado una o dos veces por la cabeza porque eso era lo que ella provocaba en mí, pero nunca actuaría según esos impulsos.


Por mucho que estuviera intentando actuar como una tía dura, como si lo que le había ocurrido con ese gilipollas no le hubiera afectado ni en lo más mínimo, yo sabía que no era cierto. Pero no iba a presionarla sobre el tema. Si ella quería, hablaría de ello, y yo la escucharía y le ofrecería todo el apoyo que pudiera.


Hasta entonces, cualquier contacto que tuviéramos de naturaleza sexual sería solo porque ella lo iniciara.


—¿Y dijo que tenía acceso al contrato? — pregunté.


Todavía seguíamos intentando averiguar qué cojones hacer con el problema que Stone nos había endilgado.


—Sí, pero no lo entiendo —dijo, perdida en sus pensamientos—. Tú rompiste tu copia del contrato, y la mía todavía sigue guardada con mis cosas. ¿Así que de dónde lo ha sacado? ¿Crees que podría haber entrado aquí para hacerle una copia o algo?


—No es probable —respondí, mientras le hacía circulitos de forma casual en su muslo desnudo.


El teléfono sonó a nuestro lado, interrumpiendo nuestro pequeño momento de puesta en común, y yo lo descolgué. Era Dez al otro lado de la línea, pidiéndome que la pusiera en manos libres para poder hablarnos a mí y a Pau a la vez. Era extraño, pero ya nada parecía normal en nuestras vidas.


—Ya estás. ¿Qué pasa?


—Hola, Pau —dijo como saludo a Pau. El soso golpeteo de un contrabajo sonaba de fondo. Debía de haber estado en el trabajo—. Bueno, pues por fin he podido acordarme de dónde había visto a ese hombretón que estuvo hoy en tu oficina.


—Espera un segundo, ¿qué? —pregunté, confundido.


—Dario. —Pau respondió por ella—. Vio a Dario en tu oficina y le sonaba familiar.


Bien, bien. ¿No era eso interesante?


—¿De dónde lo conoces? —preguntó Pau.


—De aquí, del club —respondió Dez—. De vez en cuando viene cuando hemos cerrado. Lo he visto cuando me he tenido que quedar hasta tarde para limpiar o… eh… para encontrarme con el Señor Perfecto de la noche. Pero eso no importa. Vuestro hombre se cuela por la puerta de atrás y desaparece por la puerta de la oficina de Sebastian, abajo.
Normalmente pasa un buen rato antes de que se vaya, pero siempre lleva consigo una bolsita de polvo blanco cuando sale.


—Cuando dices polvo blanco… ¿te refieres a cocaína? ¿Stone se mete?


No debería haberme sorprendido. Siempre había estado tonteando con drogas recreativas cuando éramos más jóvenes. Aunque siempre creí que eso había sido todo.


Dez resopló.


—El tío está bien metido en el tema. Cada vez que se pedoree seguramente le sale una nube enorme y esponjosa por el culo.


Pau puso los ojos en blanco aunque Dez no pudiera verla.


—Dez, no creo que funcione así.


—Da igual. Solo lo decía... Y sé que acabas de poner los ojos en blanco, perra.


Pau se rió. Aquel sonido era como música para mis oídos.


Y luego se me encendió la bombilla como si un rayo me hubiera atravesado.


—Sebastian.


—¿Qué? —preguntó Pau, confusa.


—Sebastian seguro que tiene otra copia del contrato también. A fin de cuentas él fue quien hizo de intermediario. ¡Mierda! —Me tiré de los pelos y eché la cabeza hacia atrás con un gruñido de frustración —. Debería haber sabido que esa rata asquerosa haría algo así. A él solo le importan los beneficios. Estoy seguro de que si Dario le hubiera sacado un buen fajo de billetes, le habría dado la copia del contrato en un santiamén. Yo no tenía ni idea de que se conocieran siquiera.


—¡Agh, cuánto lo odio!


Las palabras salieron de la boca de Pau.


—Esto… ¿hola? —dijo Dez, recordándonos que todavía seguía al teléfono—. ¿De qué coño estáis hablando?


Miré a Pau e inspeccioné su rostro para ver si quería que me inventara algo. No se me había ocurrido que ella y yo todavía seguíamos siendo los únicos que sabíamos lo que había acontecido antes ese mismo día.


Sin dejar de mirarme a los ojos, Pau levantó la barbilla con calmada resolución y habló:
—Dario Stone sabe lo del contrato entre Pedro y yo. Me lo dejó bastante claro cuando se presentó aquí hoy e intentó hacer que cabalgara hacia el horizonte con él tras ayudarle a quitarle a Pedro todo lo que tiene. 


Dez ahogó un grito al otro lado de la línea.


—Oh, y aún es peor. Cuando rechacé sus insinuaciones y le di un rodillazo en los huevos por llamarme puta, decidió que sería buena idea ponerse intransigente conmigo.


—¿Que hizo qué? —La voz de Dez sonó estridente y conmocionada—. ¡Ese hijo de la grandísima puta! Te juro por Dios que voy a arrancarle los huevos con mis propias manos y se los voy a meter a la fuerza en la garganta. Y luego voy a presentarle a mi amigo Gutierrez, un mexicano enorme y fornido que ha pasado una temporadita en Oswald State, alias Oz, y no tiene escrúpulos ninguno en follarse el culo de otro tío solo por diversión. He oído que Gutierrez ha comido tantos chiles Naga Viper que su semen es literalmente ácido líquido. Puede que sea a reencarnación de Belcebú, pero siempre se ha portado bien conmigo y estoy segura de que puedo conseguir que me haga un favor. Claro que eso significaría que le debería una, pero por ti…


—Dez, para —dijo Pau. Yo personalmente pensaba que Dez había dado en el clavo y quería que pusiera las manecillas de su plan en movimiento, pero Pau al parecer no estaba de acuerdo—. Lo primero, Oz no es un sitio real. Es una serie de televisión. Lo segundo, no vamos a rebajarnos a su nivel. Tenemos que encontrar la forma de proceder, así que necesito que te pongas seria y te centres.


—¿Pensabas que estaba de coña? —preguntó Dez, pero Pau la ignoró.


—Espera un segundo —dije mientras sumaba dos más dos—. Stone dijo que tenía acceso al contrato, ¿verdad? No que lo tuviera realmente.


—Sí, ¿y…?


La respuesta era simple. El dinero mandaba.


—Le haré una visita a Sebastian y le ofreceré más dinero de lo que Dario estaba dispuesto a pagar por él. Entonces no tendrá pruebas. Podremos hundirlo hasta lo más hondo.


—Odio tener que reventarte la pompa, pero eso no va a funcionar —interrumpió Dez.


—¿Por qué no?


Me había molestado un poco ese comentario tan brusco.


—Piensa lo que quieras de Sebastian, pero es un hombre de negocios inteligente. Creías que lo tenías fichado cuando dijiste que para él lo importante solo son los beneficios, pero piénsalo. Venderte el contrato a ti no tiene sentido en su negocio. Se estaría deshaciendo de la única ventaja que tiene para asegurarse de que no te vas de la lengua y te chivas de un negocio que prospera porque la discreción es absoluta. Jamás te dará ese contrato. No obstante, me da a mí que tampoco se lo va a dar a Dario.


—No te ofendas, pero no creo que quiera dejar el futuro del Loto Escarlata en manos de una corazonada —le dije.


Pedro, ponte en el pellejo de Sebastian. —Dez casi sonaba condescendiente—. Si se extiende por ahí el
rumor de que ha dejado que un contrato confidencial se filtre, no solo perdería el negocio en una gigantesca redada, sino que nadie volvería a confiar en él para una transacción de esas características. Eso sin mencionar que a saber cuántas amenazas le caerían al hombre solo porque hay un posible riesgo de que filtre identidades para poder negociar con los
federales. Estuviste allí, Alfonso. Viste con qué gente trata. Son unos cabrones despiadados. ¿Tú lo arriesgarías todo?


Tenía razón. Mucha razón, en realidad.


—Entonces, ¿crees que Dario está planeando hacerle una copia al contrato? —preguntó Pau.


—No estoy segura, pero si tuviera que decir algo, diría que está planeando robarlo.


—Vale, entonces vamos a tener que hacerlo antes que él —dije, apretándole triunfante el muslo a Pau cuando esta me sonrió. 


—Tú no —dijo Dez. En serio, me estaba poniendo de mala leche el modo en que siempre me paraba los pies—. Si entras allí, Sebastian va a saber que algo pasa. Yo lo haré, pero no puedo hacerlo sola. Pau, prepárate y reúnete conmigo en el Foreplay cuando cierre. Yo te dejaré entrar.


—¡Ni de coña! —protesté—. No voy a dejar que lo haga, Dez. Se nos tendrá que ocurrir otra forma.


Pau me obligó a girar la cabeza hacia ella y se inclinó hacia adelante. Tenía los tres primeros botones de la camisa que llevaba puesta —mi camisa — abiertos, y sus pechos me tentaban como una zanahoria colgada delante de los morros de un caballo. Cuando me levantó la barbilla, sus labios se cernieron sobre los míos y me tentaron con la dulzura de su aliento.


Pedro, no hay otra forma. Tenemos que hacerlo. Me colaré sin hacer ruido, Dez y yo cogeremos el contrato en cuanto Sebastian se vaya y volveré a tu cama antes de que te des cuenta de que no estoy.


— ¿Y si intenta…? —empecé, pero me tuve que callar cuando Pau introdujo su lengua en mi boca para acariciar ligeramente la mía antes de apartarse.


—Él ni siquiera estará allí. Además, Dez me mantendrá a salvo.


Estaba bajo el embrujo de Pau. Cerré la pequeña distancia que separaba nuestros labios para tirar del inferior suyo con mis dientes.


—¿Sana y salva? —pregunté; mi voz cada vez sonaba menos como si yo fuera el hombre dominante en la ecuación.


Ella se pegó incluso más a mí y movió el culo para que estuviera justo encima de mi polla.


—Sana y salva. Te lo prometo.


Joder, esta mujer sabía cómo ablandarme. Pau colocó una mano sobre la mía en su muslo y poco a poco comenzó a moverla sobre su piel hasta estar debajo de la bastilla de su camisa. En algún recoveco de mi mente sabía que debería detenerla, pero todo se fue al carajo cuando siguió moviendo mi mano hasta que mis dedos pudieron vislumbrar los suaves pliegues entre sus piernas.


—Te llamo cuando vaya de camino, Dez —dijo y luego se echó hacia adelante y pulsó el botón de colgar para cortar la llamada.


No hubo más discusión. Ella había ganado.







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