miércoles, 8 de julio de 2015

CAPITULO 64




Mierda.


Observé mi reflejo en el espejo del cuarto de baño.


Mi preciosa cara tenía un aspecto deforme, pero al menos me las había arreglado para limpiarme la sangre y vendarme las heridas abiertas.


No llamarían a la poli. Estaba seguro de ello.


Tendrían que exponerse ellos también en el proceso y estaba seguro de cojones que la prostitución y estar
metido en el negocio de esclavos humanos acarreaban una pena mucho mayor a la larga de lo que yo casi había hecho.


Aunque supuestamente la situación no tendría que haber terminado así.


Lo había planeado a la perfección, o eso pensaba.


Paso uno: hacerle mi proposición a la puta, amenazarla con sacar a la luz su sórdido affaire y contar con su tendencia natural de cazafortunas para sellar el trato. Paso dos, mi favorito: follármela por detrás, hacerle saber lo que se estaba perdiendo al faltarle el respeto a la Madre de las Pollas y dejarla suplicándome por más, todo mientras esperaba a que Alfonso entrara y nos pillara en el acto. Y luego el no va más: sentarme y relajarme mientras observaba a mi némesis ponerse todo autodestructivo al descubrir que había hecho mía otra de sus preciadas posesiones.


Pero me había salido el tiro por la culata. Paula no aceptó mi oferta, lo que significaba que Alfonso no iba a vernos follar. 


No me habría imaginado que habría un altercado físico de verdad, aunque no es que lamentara haberle pegado a la zorra. Necesitaba aprender que este era un mundo de hombres y que haría bien en quedarse en su lugar. Pero entonces Pedro entró y me lo jodió todo.


—Cabronazo.


Me mofé frente al espejo antes de adentrarme en mi oficina y servirme una copa bien cargada.


Removí el oscuro líquido color ámbar, me dirigí hacia la ventana y miré a la ciudad. Mi ciudad. Yo era su puto dueño, o lo sería.


Hice un gesto de dolor cuando di un sorbo y el vaso hizo contacto con mi labio roto. Una gota de alcohol aterrizó justo en el corte y, para colmo, me escoció como su puta madre.


—¡Joder! —rugí y lancé el vaso contra la pared más cercana.


Este se hizo añicos y coloreó la pintura blanca con gotitas de whisky mientras los diminutos trocitos de cristal llovieron sobre el suelo.


Maldije entre dientes y decidí dejarlo así para los empleados encargados de la limpieza, luego me volví a girar hacia la ventana.


Lo que había ocurrido antes fue el resultado de un plan muy poco pensado por mi parte. Debería haberme concedido un poco más de tiempo con ella.


No es que él no hubiera querido darme una patada en el culo aunque ella hubiera sido una participante bien dispuesta. Pero si ese hubiera sido el caso, su puño no habría podido soltar tantos puñetazos. Era muchísimo más fácil lidiar con un orgullo herido y un corazón roto, que con un hombre con complejo de superhéroe y comportándose igual de violento que Rambo al defender su territorio.


No importaba, yo todavía seguía teniendo el poder. O al menos lo haría antes de que acabara la noche.


No tenía que follarme a su chica para destruirlo.


Lo conseguiría igualmente con lo que tenía planeado revelarle a la junta directiva en la reunión del lunes.


Pero sí que tenía algo que demostrar. ¿Cuántas veces había intentado hacerle entender al gilipollas que las mujeres solo buscaban una única cosa? Dinero.


Simple y llanamente. Todas y cada una de ellas eran unas zorronas cazafortunas.


Bueno, vale, quizá sí que hubiera otra cosa que buscaran también: pollas. También les gustaba eso.


Cuando los dos éramos un par de jóvenes gamberros, había intentado grabarle mi teoría en la sesera con putas, sobre todo porque quería que estuviera libre para salir conmigo los fines de semana, o simplemente cuando necesitara un
compinche, aunque sí que creía que lo que decía era cierto. Había visto a mi padre cambiar de esposa casi tanto como de corte de pelo. Y todas y cada una de ellas se marchaban poseyendo una pequeña parte de su fortuna. Una fortuna que debería haberme pertenecido a mí por derecho.


Cuando nos volvimos adultos, era todavía más importante para mi socio estar centrado. Necesitaba que la cabeza de Alfonso estuviera en el juego si íbamos a hacer que la compañía de nuestros padres llegara hasta alturas que los viejos no podían imaginarse siquiera. Si estaba enamorado de una mujer, una puta ramera, estaría demasiado distraído
como para dar lo mejor de sí, y no estaba refiriéndome a sus habilidades en la cama.


Ir detrás de tías solo por el hecho de follar era una cosa. Permitir ser un calzonazos era otra completamente distinta.


Alfonso no me había escuchado. Justo cuando acabó la universidad y sus padres murieron, heredó la mitad de la compañía y ya tuvo a una preciosa mujer colgada del brazo, y yo me quedé más que olvidado. Y no solo por mi supuesto mejor amigo. Mi padre había mirado a Pedro con tanto orgullo y adoración que casi podía tocarlos.


Él nunca me había mirado a mí de esa forma. Pedro Alfonso era una estrella en alza, tenía todo lo que yo no poseería jamás, y ya estaba cansado de vivir a su puta sombra.


¿Por qué no puedes ser más como Pedro, Dario?


La voz de mi padre estaba grabada en mis oídos, un recuerdo constante de que yo nunca llegaría a cumplir sus expectativas. Cometí errores; era joven, y me gustaba salir de fiesta. Pero esos errores para él fueron inaceptables.


Mi viejo era débil, en mi opinión. Compartía su compañía con esos jodidos Alfonso cuando podría haber conseguido para sí todo el éxito del Loto Escarlata. Esos Alfonso tan santos y su: «Donemos una buena parte de nuestros beneficios a
organizaciones benéficas, ayudemos a la comunidad, hagamos algo bueno con las bendiciones que nos han concedido».


Bleh. Aquello no eran bendiciones. Era trabajo duro; la sangre, el sudor y las lágrimas de mi padre.


Pero él nunca lo vio así. En realidad, creo que en secreto estaba enamorado de Elizabeth Alfonso.


Había visto el modo en que se le iluminaba la cara siempre que esta entraba en la habitación. La zorra lo tenía bien comiendo de la palma de su mano. El habría hecho cualquier cosa que ella le hubiera pedido aunque nunca hubiera podido tenerla para sí.


Lo cual demostraba lo que había dicho sobre el efecto que las mujeres tenían en los hombres. Y mi padre no se la había estado tirando siquiera.


Hablando de tirarse a gente… Tenía una cita.


Me desabroché otro botón de la camisa para enseñar más de mi bronceado pecho de hierro — porque era como me gustaba— y luego cogí las llaves.


Se me estaba haciendo tarde. Sebastian cerraría el
chiringuito pronto y me estaría esperando con un buen coño y una generosa cantidad de polvo de hadas. Joder, necesitaba otra dosis de aquello. De ambos.


Y luego iba a cogerle prestado esa pequeña pepita de oro que sabía que guardaba en la oficina. No era más que tinta y papel para él, pero para mí, era el futuro de Stone Enterprises.






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