miércoles, 8 de julio de 2015
CAPITULO 63
Le aparté el pelo con la nariz y luego acaricié su cuello, mientras succionaba y mordía ligeramente la piel de allí.
Pau abrió sus muslos y volvió a colocar la mano sobre la mía, antes de instarme a acercarme más y a deslizar los dedos entre sus labios húmedos.
—No deberíamos hacer esto —le dije contra su piel, pero no dejé de acariciarla con la nariz ni tampoco aparté la mano porque era un hombre y mi genética no me lo permitía. Pau era adictiva.
—¿Me negarías lo que quiero?
Su mano abandonó la mía y abrió otro botón de la camisa hasta que pudo tirar de ella hacia un lado para dejar a la vista uno de sus perfectos senos. Luego tiró de mi cabeza hacia su pecho.
—Nunca.
Acepté su ofrenda y lamí el pezón enhiesto antes de succionarlo con la boca entera.
—Hazme olvidar, Pedro. Declárame tuya y borra el recuerdo. Solo quiero recordar tus caricias.
Ella necesitaba esto, me necesitaba a mí. Y yo no le iba a negar nada.
Pau volvió a poner la mano encima de la mía y arqueó la espalda, que hizo que acercara aún más su pecho a mi boca, mientras introducía nuestros dedos en su interior.
Gimió y yo sentí cómo mi verga se sacudía ante aquel sonido.
Chupé con fuerza su pezón suculento; nunca obtenía suficiente. Esa mujer me hacía cosas por dentro, me hacía perder todo el autocontrol que luchaba por mantener. Su coño estaba muy húmedo y apretado alrededor de nuestros dedos; suave, como la seda líquida. Nos empujó más adentro y me movió el dedo de manera que siguiera acariciándola por dentro mientras la palma de mi mano le masajeaba el clítoris. Juntos estábamos borrando la blasfemia. Así era como se supone que tenía que ser entre un hombre y una mujer.
—Te quiero dentro de mí, Pedro.
Le solté el pezón y lo besé suavemente una vez más antes de murmurar contra su piel:
—Ponte de pie, gatita.
Ella lo hizo y dejó que tanto mi dedo como el de ella se deslizaran fuera de su cuerpo, aunque soltó un quejido insatisfecho. Le sonreí, me encantaba lo insatisfecha que estaba. Levanté las caderas y me bajé los pantalones antes de apartarlos de una patada.
Cuando me volví a sentar, me cogí el miembro con la mano.
—¿Esto es lo que quieres?
El pelo le cayó sobre la cara cuando bajó la mirada hacia mi regazo y se mordió el labio inferior mientras observaba mi polla con avidez. Ella simplemente asintió y luego se sentó a horcajadas sobre mí a la vez que me agarraba la verga y se la colocaba en su abertura antes de hundirse en ella.
Me llevó unas cuantas maniobras y un par de caricias llegar a estar completamente enterrado en ella, pero le puse las manos en las caderas y ambos lo logramos juntos. Cuando se inclinó para besarme, movió una mano hacia un lado, encontró un interruptor y encendió el mecanismo de masaje de la butaca. Gemí al sentir la vibración bajo mis testículos.
Esa sensación, unida al roce de los pezones de Pau contra mi pecho, su beso seductor y su caliente coño apretado alrededor de mi polla, fue casi demasiado para que un hombre lo pudiera soportar.
Pero sí que lo hice. Era una tortura bastante deliciosa.
—Te quiero, Pedro —susurró contra mis labios.
—Ni la mitad de lo mucho que te quiero yo a ti — le respondí.
No tenía forma de saber si eso era verdad, pero encontraba muy difícil de creer que una persona pudiera querer a otra tanto como yo la quería a ella.
Ella movió sus caderas contra mí en busca de esa fricción contra su clítoris. Sus pechos se encontraban justo frente a mí, provocándome, así que los junté y me metí los dos pezones a la vez en la boca. Pau me tiró del pelo y me cabalgó con fuerza, justo como a mí me gustaba. Fue cuando le arañé con los dientes los endurecidos brotes de sus pechos que ella dejó caer la cabeza hacia adelante y ralentizó los movimientos.
—Es muy sexy. Joder… qué gusto —gimió mientras movía las caderas con más resolución y se agarraba al respaldo de la butaca.
Pau solo utilizaba la palabra «joder» cuando estaba enfadada o cuando algo que le había hecho yo era particularmente placentero para ella.
Naturalmente, a mí me encantaba oírselo decir.
Se movía adelante y atrás sobre mí, ordeñándome para su propio placer y devolviéndomelo multiplicado por diez.
Estaba a punto de perder la puta cabeza, pero me las apañé para mantener a raya mi orgasmo para que ella pudiera llegar al suyo primero.
Fui recompensado por mis esfuerzos cuando sentí las paredes de su coño contraerse todavía más alrededor de mi polla y ella comenzó a moverse a un ritmo deliberado. Pau tenía los labios abiertos y los ojos cerrados mientras se concentraba en la sensación. Ya casi estaba ahí, a punto de entrar en combustión, pero necesitaba más. Conocía su cuerpo mejor que el mío propio, así que pude leer las señales.
Necesitaba que el hombre al que se estaba entregando
por voluntad propia tomara las riendas y la hiciera
suya.— Dámelo, mujer —la animé—. Córrete en mi polla.
La agarré de los dos cachetes de su perfecto y redondeado culo y la impulsé arriba y abajo con fuerza. La obligué a arquear las caderas hacia adelante antes de volverlo hacer una y otra y otra y otra vez. Podía oír cómo sus dedos se hundían en mi pelo a cada lado de mi cabeza, y luego su cabeza cayó hacia atrás y su cuerpo se sacudió al mismo tiempo que gritaba mi puto nombre con el orgasmo.
Yo no desperdicié ni un segundo. Había algo que había querido hacer con ella desde el primer día que la encontré en mi sala recreativa en medio del caos que montó con el maldito control remoto. Le pasé un brazo por alrededor de la cintura y me levanté de la butaca antes de llevarla en brazos hasta la mesa de billar. Ella continuó moviendo su cuerpo entre mis brazos con descaro, todavía alimentando su orgasmo, y la distracción casi logra que me fuera imposible andar, pero me las apañe para llegar con ella hasta allí.
Con mi otro brazo aparté las bolas de billar de nuestro camino y la tumbé encima sin salirme de ese pequeño pedacito de cielo en el proceso. Una vez que estuvo a salvo, tiré de sus caderas hasta el filo, le eché las rodillas hacia atrás y la abrí bien; tenía una pierna en cada mano. Y entonces la embestí con fuerza.
—¡Ah, joder! —gritó, y yo me quedé parado mientras me golpeaba mentalmente en el trasero por ser tan brusco con ella, especialmente después del mal rato por el que había pasado antes.
—Mierda, lo siento, gatita. Ha… sido sin querer.
Ninguna disculpa iba a compensarla por lo que había hecho.
—No, es un buen joder —dijo, respirando con pesadez—. Te lo prometo, estoy bien. Mejor que bien, en realidad. Eso ha sido increíble. Es lo que necesito, Pedro. No te contengas. Por favor.
Me quedé tan pasmado como aliviado.
—Bueno, en ese caso, es mejor que te agarres a algo porque se va a poner mucho mejor.
Pau colocó los brazos a ambos costados de su cuerpo y buscó el borde de la mesa de billar para agarrarse como si le fuera la vida en ello. Yo la agarré de las caderas una vez que estuvo bien sujeta y dejé que sus piernas se enroscaran cada una por uno de mis brazos. Luego me eché hacia atrás antes de volver a arremeter contra ella. Esa prueba me confirmó que todo iba bien, así que me solté y me moví contra ella con una fuerza y una velocidad que me dejó jadeante.
Sus pechos rebotaron adelante y atrás con cada acometida y mis huevos se estrellaron contra su trasero con cada incesante estocada de mi polla. Me hundí más y más en ella.
Pau comenzó a gritar bastante mientras movía la cabeza de un lado a otro.
Pude sentir el sudor filtrarse por la piel de mi frente, pero yo continué follándomela con un peligroso abandono.
Y luego bajé la mirada hasta donde nos encontrábamos unidos y observé cómo mi polla se deslizaba dentro y fuera de su coño apretado.
—Joder, mujer. —Gruñí, incapaz de apartar la mirada—. Tu coño es tan… jodidamente… mío.
Mis caderas se estrellaron contra ella una y otra vez, más y más fuerte, más y más profundo. Mi verga gruesa le abría su entrada prieta y era la imagen más erótica que hubiera visto nunca. Las venas de mi polla iban súper cargadas de sangre palpitante, y la piel que estaba envuelta en su humedad, la sección que había estado dentro de la firme sujeción de su coño, estaba coloreada de un fuerte rosa debido a la fricción.
Todo lo que había estado creciendo en mi interior explotó y cerré los ojos con fuerza ante la increíble sensación del orgasmo. Gruñí y sentí mi polla palpitar y latir dentro de ella. Choqué mis caderas una última vez contra ella y me corrí; derramé mi semilla dentro de la mujer por la que haría cualquier puta cosa.
Una vez le di a Pau todo lo que tenía para dar, me retiré de su cuerpo y aflojé la sujeción que tenía sobre sus caderas. Fue entonces cuando me di cuenta de lo fuerte que me había estado agarrando.
—Mierda, lo siento. Eso probablemente se ponga feo luego.
Me incliné hacia delante y deposité besos pequeñitos en cada marca como si pudiera de verdad besarlas y hacer que se curaran.
Los dedos de Pau se fueron hasta mi pelo y apoyé la cabeza sobre su pecho para escuchar el latido de su corazón. Para mi sorpresa, descubrí que el mío estaba sincronizado al suyo. Por muy cursi que sonara, nos habíamos convertido en uno. Y supe que era verdad: pasara lo que pasase con Dario Stone o con el enorme fiasco del contrato, nada se interpondría entre nosotros.
Lo decía de verdad cuando dije que haría cualquier puta cosa por ella. Aunque tuviera que sacrificarlo todo, aunque tuviera que dejar que me humillaran en público y llevármela hasta una cabaña desierta en Alaska para que no tuviera que soportar la vergüenza de que todo el mundo supiera lo que había hecho para salvar la vida de su madre. Lo haría.
Porque nada importaba más que ella.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario